En la víspera de
la festividad de Nuestra Señora de la Ascensión , a las diez de la noche del 30 de mayo
de 1696, se desató un pavoroso incendio en la casa que habitaba el boticario de
la ciudad Juan Antonio Dávila, ubicada en la
Rúa Nueva , junto a las Casas
Consistoriales. La magnitud del incendio hizo temer desde un principio que se
extendiera a las casas inmediatas e incluso a toda la manzana, incluyendo el
propio Ayuntamiento, la aneja iglesia de San Juan e incluso otros inmuebles que
conformaban la hilada de viviendas de la parte este de la calle a la que daba
nombre el citado templo.
Fernando Antonio de Argote y
Fernández de Córdoba, segundo marqués
de Casa Real[1], general de artillería,
gobernador de lo político y militar por entonces de Ciudad Rodrigo, después de
apreciar que el fuego estaba dominado en parte, aunque los rescoldos seguían
amenazando estructuras y distintas dependencias de varios inmuebles, decidió convocar
un consistorio extraordinario, citando a los regidores a las seis de la tarde
del 31 de mayo.
En
este ayuntamiento se refirió lo que había sucedido desde que se constató el
incendio: se habían quemado las casas
contiguas por una y otra parte, habiendo acudido los maestros, alarifes y
vecinos de esta ciudad para atajar dicho fuego por todas partes[2].
Se habían limitado, en principio, a
derribar tejados y tabiques de diferentes casas y de las contiguas a este
Ayuntamiento ante la certidumbre de la magnitud del incendio y sus
consecuencias. Y por eso también, creyendo que el propio inmueble municipal
pudiera ser pasto de las llamas, se determinó que se sacarán de él los archivos y demás alhajas que había.
Es más, el temor por la trascendencia del incendio originó también que se
actuará en la parroquia de San Juan, accesoria a las casas del Ayuntamiento, sacando a la calle el sagrario del Santísimo Sacramento y las
imágenes de los altares, y el Santísimo Cristo de la capilla del Osario de
Ánimas, que fueron depositados en la Plaza
Mayor buscando al mismo tiempo su intercesión para mitigar el
fuego y aplacar mayores consecuencias.
Fue
en vano. Al menos, no suficiente para que cesasen las llamas ante este primer
recurso a la divinidad y a la devoción de los santos, ya que los esfuerzos de
vecinos, alarifes y maestros de obras no se tradujeron en un avance que
apuntara al control del incendio. Y por eso el propio obispo, Francisco Manuel de Zúñiga Sotomayor y
Mendoza[3], viendo el fuego tan grande que fuerzas
humanas no bastaban a apaciguarlo y atajarlo, junto con su provisor y
algunos eclesiásticos, decidieron sacar de la Santa Iglesia
Catedral de esta ciudad el Santísimo Sacramento en público y a Nuestra Señora
de la Soledad
los religiosos del convento de San Agustín, y otros santos y santas de otras
partes, y se trajeron a la plaza pública mayor de esta ciudad, donde se
cantaron letanías y salmos. Una improvisada procesión que buscaba la intercesión divina donde la
aplicación humana era claramente insuficiente.
Todas
estas decisiones y acciones, con el traslado de las imágenes y su disposición
en la Plaza Mayor ,
cerca de los inmuebles que se encontraban en llamas, fueron seguidas personalmente [por] dicho señor gobernador, su alcalde mayor[4] y dichos señores regidores, toda la noche
y la mañana y primeras horas de la tarde del siguiente día, jueves de la Ascensión , jornada
feriada en Ciudad Rodrigo, así para
atajar dicho fuego como para el recobro de las alhajas y bienes que se sacaban
de dichas casas, poniendo soldados, ministros y vecinos para su guarda, y otros
trabajando en echar agua, deshacer tabiques, tejados, quitar vigas y lo demás
necesario por la grande confusión y fuego.
Dibujo a lápiz de las Tres Columnas, realizado por Eliodoro Menéndez (1863) |
Ante esta situación, y como
prevención y disponibilidad de medios humanos, el gobernador de la plaza
propuso y determinó que cuatro
caballeros regidores asistiesen toda la noche y por el día otros cuatro con
treinta hombres que los diputados de esta ciudad nombrasen de sus colaciones
para hacer zanjas, sacar tierras, echar agua, y por dichos caballeros regidores
se le den las órdenes convenientes, asistiendo personalmente a ello para el
mejor cuidado y expediente de lo que se ofrezca y hasta que se consuma el dicho fuego.
Afortunadamente, el incendio se
extinguió a las pocas horas y limitó sus consecuencias a la destrucción de
varias casas de la Rúa Nueva ,
sin extenderse a las Casas Consistoriales ni a la parroquia de San Juan.
Después llegarían los problemas para la reconstrucción, que no se iniciaría
hasta finales de 1700, cuatro años después de producirse los hechos. Al menos
así se desprende del acuerdo municipal de 27 de marzo de 1700, en donde se
afirma que los caballeros comisarios de
casas [Antonio del Águila y Juan Manuel de Quirós] hagan las diligencias judiciales y extrajudiciales para que las casas
que se quemaron en la Rúa
Nueva de esta ciudad, por estar en una de las calles
principales de ella, se reedifiquen y compongan. Y la diligencia debió
cursar efecto, ya que uno de los propietarios de los inmuebles siniestrados,
José de Jaque, pide el consentimiento de la Ciudad para el desembargo de
los granos que haya pedimento le están embargados del agosto de este año de
setecientos para la reedificación de las casas de dicho don José se quemaron en
la Rúa Nueva ,
y que levantando el convento de religiosas de Santa Cruz las casas que suyas se
quemaron en dicha Rúa, pagará dicho D. José lo que le tocase de la medianía, y
para más seguridad da por su fiador al S. D. Miguel de Soria, según recoge
el libro de acuerdos del Ayuntamiento sobre la sesión celebrada el 17 de
diciembre de 1700.
[1] El marquesado de Casa Real de Córdoba
es un título nobiliario
español creado por el Rey Carlos II el 10 de noviembre de 1687 a favor de Beatriz Teresa Fernández
de Córdoba Messía de la Cerda
y Mendoza, descendiente del Fernando de la Cerda, infante de Castilla y de la Casa de Córdoba.
Fernando Antonio de Argote fue el II Marqués de Casa Real estuvo como
gobernador de Ciudad Rodrigo entre 1692 y 1699.
[2]
Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo. Libro de acuerdos de 1696. El
resto de las citas también corresponde a este documento.
[3] Fue prelado civitatense
entre marzo de 1695 y diciembre de 1712.
[4] Se trata del licenciado
Francisco de Alvear que ocupó el cargo entre 1692 y 1699.
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