Ciudad Rodrigo cuenta en su historia con sucesos impactantes,
legendarios a veces, en muchas ocasiones teñidos de sangre. Eran tiempos de una
justicia singular, incomprensible en el día de hoy y que, sin embargo, se
plasmó en legislaciones que trocaron en jurisprudencia.
Cabe recordar, por
ejemplo, la justicia que, partiendo de un hecho ocurrido en Ciudad
Rodrigo, sirvió para su implantación en distintos fueros medievales. Transcribimos
el hecho y el suceso y... sobra cualquier glosa sobre el escrito: “Esta es
fazanna de un caballero de Cibdat Rodrigo que falló yaciendo á otro caballero
con su muger; é prisol este caballero é castrol... Et sus parientes querellaron
al rey don Fernando, é el rey
embió por el caballero que castró al otro caballero, é demandol porque lo
ficiera; et dixo que lo falló yaciendo con su muger. Et juzgárosle en la corte
que debía ser enforcado, pues que á la muger non la fizo nada; et enforcárenle.
Mas quando tal cosa aviniere á otro, yaciendo con su muger quel ponga cuernos,
sil quisiere matar é lo matar, debe matar á su muger, é si la matar, non será
cuernero nin pechará homecidio. Et si matare á aquel que pone los cuernos, é
non matare á ella, debe pechar homecidio, é ser encornado, et debel el rey
justiciar el cuerpo por este fecho”.
Representación de Chariño con su esposa |
El texto solo viene a
cuento por la cita al rey Fernando –se
trata del que fuera conocido como el Santo-, aunque ahora nos interesa
otro Fernando, el cuarto de este
nombre y conocido por el Emplazado, sucesor de Sancho IV, el Bravo. Y
nos interesa por otro capítulo de la justicia del medioevo, en este caso
más comprensible, aunque también sin justificación, que el referido al
“cuernero”.
La coronación de Fernando IV como rey de
Castilla tuvo un capítulo previo en Ciudad Rodrigo. Era el otoño
de 1295 y los infantes Juan de
Castilla, el de Tarifa, y su tío Enrique de Castilla, el Senador, se citaron en una dehesa de Ciudad Rodrigo, en donde el infante Juan había asentado sus reales, para dirimir su apoyo al que sería Fernando IV a cambio de ciertas
compensaciones: la donación de
varias plazas y ciudades.
Durante las conversaciones
y con el acuerdo ya alcanzado, se produjo el trágico suceso del asesinato de Payo Gómez Chariño, adelantado mayor
de Galicia, quien había apoyado la legitimidad del infante Juan para su coronación en
Castilla y que formaba parte de su séquito.
Relatan las crónicas que, montando
a su caballo, un pariente lejano, Ruy
Pérez Tenorio, se le acercó por la espalda a Chariño y, de manera airada y traicionera, le asestó una puñalada
en el corazón, acabando con su vida. Fue tal el impacto que ocasionó en el
infante Juan que
emprendió la persecución del asesino, le alcanzó y le dio muerte antes de que
llegase a Portugal.
Lauda del sepulcro de Chariño y su mujer en Pontevedra. Foto: J. L. Filpo |
Payo Gómez Chariño, además de su faceta como aguerrido guerrero
-fue almirante también-, con señaladas victorias y conquistas, como la de Sevilla
a los moros, tiene también un hueco importante en la historia de la literatura
galaico-portuguesa. Este pontevedrés -su cuerpo fue trasladado desde Ciudad
Rodrigo a su tierra natal, en donde está enterrado en la iglesia de los franciscanos-
fue un poeta, un trovador, compositor de al menos 28 cantigas que están
incluidas en el Cancionero de Ajuda y en otros cancioneros italianos.
Refiere el poeta y
ensayista catalán José Mañoso que
sus composiciones amorosas “introducen la temática marinera y constituyen un
claro exponente de la perfección técnica y estética que alcanzó el cancionero
en gallego durante el siglo XIII”.
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