Estos días –relataba yo en octubre de 2012- ha
cobrado protagonismo mediático la figura de San Juan de Ávila al ser nombrado oficialmente Doctor de la
Iglesia, una propuesta que había realizado la Conferencia Episcopal Española y
que Benedicto XVI anunció que la acometería próximamente.
Lo aseveró en su visita a Madrid, dentro de los actos de la Jornada Mundial de
la Juventud, y el pasado domingo -7 de octubre de 2012- lo ejecutó al integrar
al santo de Almodóvar del Campo (Ciudad Real) en el selecto club de los
doctores de la Iglesia católica, nutrido tan solo por 35 elegidos, incluidas
las dos últimas incorporaciones: el citado San Juan de Ávila y la alemana Hildegarda de Bingen.
Podríamos decir que la
nómina de doctores de la Iglesia es el club más exclusivo con que cuenta la
Iglesia católica. Si hay más de 10.000 santos o beatos, la relación de doctores
eclesiales es mínima en comparación. En ella solo hay cuatro mujeres y de
patria hispana existen, con la última incorporación, otros cuatro: Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, San Isidoro de
Sevilla y el citado San Juan
de Ávila.
Fueron muchos los
discípulos que tuvo el santo manchego en su devenir predicador y escritor
ascético: Diego Pérez de Valdivia,
Diego de Guzmán, Gaspar Loarte, Antonio de Córdoba,
Francisco Gómez, Juan Ramírez, Alonso de Molina, Alonso
Fernández, Pedro Rodríguez,
Bernardo Alonso, el licenciado Núñez, Marcos López,
Juan Sánchez, Pedro Fernández de Herrera... o el mirobrigense Esteban Pacheco Centenares, aunque él,
como refiere el investigador y escritor Mateo
Hernández Vegas en su
historia de Ciudad Rodrigo y de la Catedral civitatense, firmaba Centenales en los libros de actas
capitulares.
Cuadro con leyenda del Venerable Centenares |
El venerable Centenares, ¡Decus patriae,
capituli ornamentum!, según figura en la inscripción que relata
la vida y hechos de este personaje mirobrigense y que se encuentra
en el retrato que se conserva en la sacristía catedralicia, nació
en Ciudad Rodrigo en el año 1500. De familia noble, emparentado con
el cardenal Pacheco, desde
pequeño destacó, como recuerda Hernández
Vegas, por su “afición a los estudios más abstrusos”.
El licenciado Luis Muñoz, en la segunda biografía
que se hace del santo manchego y que ve luz en 1635, destaca a Esteban de Centenares como un “varón ejemplarísimo, muy conocido por
su gran santidad en Andalucía. Fue de los más queridos discípulos del padre
maestro Ávila”.
Centenares, que fue paje del rey Fernando, el Católico, se inclinó por las letras sagradas,
alcanzando la canonjía en la Catedral de su patria chica tras su formación científica
en la Universidad de Salamanca, inclinándose por la astrología.
Disconforme con su
situación acomodada y poniendo al servicio de los demás su talento e ingenio, decidió
dedicarse al beneficio de las almas. Si en un primer momento quiso embarcarse
hacia las Indias para ejercer su labor misionera, un simple contacto con el
maestro Juan de Ávila le
convenció de que en España había mucho que hacer en el campo espiritual: “En
España hallaría dónde ejercitar su celo, que se quietase”, refiere Luis Muñoz.
“Alistóse en la escuela
del padre maestro Ávila -continúa-.
El tiempo que estuvo en su compañía, gozando de su doctrina, no se sabe, más de
que, en el discurso largo de su vida, pendió de su dirección, gobernándose en todo
por su consejo; su modo de vivir fue raro, y los empleos tan extraordinarios
que por ventura hay pocos ejemplos en la Iglesia semejantes”.
Fue eremita, vagando con
su fe y ejemplo por las tierras cordobesas; dejó una impronta, que todavía
sigue vigente en muchos lugares andaluces, que ni siquiera discuten su
santidad, aunque nunca la alcanzó. Incluso se le ofreció la posibilidad de
volver a su tierra como prelado civitatense, que declinó. Al final, por
intercesión de Cristóbal de Rojas,
arzobispo de Sevilla, entró en el monasterio de San Basilio del Tardón, en
donde murió el 18 de mayo de 1579.
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