Ciudad Rodrigo, como bien se sabe, durante la Guerra Civil sufrió en la
retaguardia las consecuencias del golpe de estado del general Francisco Franco.
Fueron cientos los mirobrigenses represaliados por su condición de
“izquierdistas” durante la convulsa república, muchos de ellos, casi un
centenar, asesinados sumariamente. Otros, perseguidos hasta la extenuación,
pudieron superar aquellos momentos críticos. De todo ello, gracias a la labor
de historiadores e investigadores, se está encendiendo la luz en la noche más
trágica de nuestra historia contemporánea, aportando documentación, elaborando
estudios y divulgándolos, porque la historia, pese a quien pese, hay que
conocerla, hay que rumiarla si es necesario y evitando dobleces y
manipulaciones que afean a quienes todavía carecen del prurito básico para
afrontar una realidad que, desgraciadamente, aún se sigue negando en determinadas
instancias.
Después de la irrupción
de la Guardia
Civil[1] en el
Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo validando el alzamiento franquista y
determinando el estado de guerra y excepción en que quedó sumida la población,
con detenciones que trocaron en asesinatos, y como ocurrió en el resto[2], una
práctica amparada en el miedo reinante.
Bando emitido por el alcalde Magín Vieyros |
de la
zona nacional, los consistorios democráticos fueron convertidos en comisiones
gestoras formadas por unos individuos que dependían, para bien y para mal, del
estado anímico y complaciente del gobernador civil de turno. Aquí, después de
los primeros pasos titubeantes pero medrosos de la impuesta comisión gestora,
se nombró alcalde a Magín Vieyros de Anta, sargento de infantería retirado,
quien dejó claro en un bando firmado el 10 de agosto el estado constreñido al
que se iba a someter a la población en cuestiones morales, prohibiendo la
blasfemia en público e invitando a los vecinos a la formulación de denuncias
abiertas sobre aquellos individuos que considerasen “infractores”
Pese a las represalias,
a las detenciones y asesinatos, a las incautaciones de bienes o al escarnio
público que seguían a las investigaciones e interrogatorios sobre cualquier
atisbo de desafección a la causa nacional y su propaganda, los mirobrigenses
tuvieron cuerpo para mirar adelante, unos disfrutando de la balsa de aceite
nacional y otros, aún sintiendo la mirada escrutadora y amenazante en la nuca, con
la intención y el deseo de seguir, al menos, viviendo.
En esa tesitura se
apuntaba como un oasis la posibilidad de continuar con celebraciones que
rompieran el corsé religioso-militar-político impuesto desde todas las instancias
gubernativas mirobrigenses. Y ahí estaban en el horizonte, como venía
sucediendo desde 1732, las fiestas de Carnaval y su componente taurino, este
secularmente intrínseco a la idiosincrasia de los mirobrigenses.
En consonancia con ello, y conforme al estado
socio-militar que imperaba, la comisión gestora municipal había recibido una
propuesta de la sección de Falange Española en Salamanca en la que apuntaba su
colaboración para la organización de las corridas del Carnaval de 1937, siempre
bajo unas condiciones. La citada comisión gestora llevó la carta falangista a
una de sus reuniones, celebrada el 22 de enero de 1937, en la que no tuvo el
más mínimo reparo en aceptar las condiciones impuestas y que, tal y como figura
en el cartel anunciador de los festejos carnavalescos de ese año, se
concretaban básicamente en que las corridas de toros fueran “a beneficio de los
comedores infantiles de Falange Española de las J.O.N.S. de esta ciudad y
Madrid y Cocina de Asistencia Social que patrocina el Excelentísimo Ayuntamiento
de esta ciudad”.
Cartel anunciador del Carnaval de 1937 |
Decidida la celebración del Carnaval, el Ayuntamiento
pone en marcha el protocolo organizativo, concretado en la subasta de los
tramos de los tablados de la plaza, en la selección del ganado y los toreros.
Aunque todo urgía, lo más necesario, en principio, era concretar la
construcción del coso taurino en la Plaza
Mayor. Se fijan las condiciones que se seguirán en la
subasta, por pujas y a la llana, así como la necesidad de que depositen 100
pesetas aquellas personas que quieran participar en la subasta, que se
celebraría a las cinco de la tarde del 3 de febrero.
Su desarrollo deja patente la imposibilidad de
cumplir, en un principio, con algunas de las condiciones expuestas –más de una
docena-, ya que tan solo se pudieron cubrir 20 de los 42 tramos de tablados que
contiene la plaza, y contando los dos que tenía asignado el Ayuntamiento y un
tercero para el contratista de la plaza. El resto fueron adjudicados, en
primera instancia, a Manuela López, hijos de Isabel Alonso, Agustina Sánchez,
viuda de Fernando Díez, Fulgencio Ulloa, Julio Pérez, viuda de Adrián Vasconcellos,
Santiago M. García, Calixta Picado, Enrique Cuadrado, Eladio Sánchez Abarca,
Alonso Sánchez Conde, Luis García Santos, Alfredo M. Plaza, Agustín Sánchez
(dos) y al Banco Mercantil, al que había que pagar, a mayores, 55 pesetas. Esta
relación se correspondía básicamente con los propietarios de las casas en la
que estribaban los tablados, algo que en el desarrollo de la subasta no se
consideró factible y, por ende, no hubo pujas.
Tras una negociación, la mesa llega al acuerdo de que
no se asignen a “los propietarios de las casas los tramos correspondientes”,
además de bajar el precio mínimo para la puja. Con estas mejoras, quedarían
asignados los 42 tramos de tablados a Teodoro García Pérez, Antonio de Aller,
Ceferino Rodríguez (dos), Marcelino Cantero, Nicolás Hernández Castilla
(cuatro), Justo Manzano, José Flores, Justo Báez González (dos), Pío Ramos
(tres), Sebastián Moreno (tres), Manuel González, Leonardo Ángel, José García,
Pedro Ramos, Manuel García Ferreira, Juan Plaza Mateos, Maximino Corral (dos),
Hilario Sánchez, Marcelino Ruiz (dos), Eugenio de Aller Vicente, Ángel Bellido,
Dionisio García, Joaquín Martín Báez, Luis García Santos, Jesús Sánchez
Iglesias, Julián Sierra, Adolfo Blanco Blanco, Julián Moraleja y Felipe
Domínguez.
Por entonces, ya estaba perfilado el programa taurino
del Carnaval de 1937. Lo había adelantado el semanario local Miróbriga, en su número del 31 de enero,
con todos los detalles, tal y como serían recogidos oficialmente en el cartel
encargado a la imprenta local de Francisco Domínguez, todavía gobernando el
Ayuntamiento mirobrigense, aunque por pocos días, el sargento de infantería
Magín Vieyros, ya que al 5 de febrero, en vísperas del antruejo, sería removido
por el gobernador civil, quien le sustituyó por el teniente de la Guardia Civil Fausto de San
Dámaso García.
Los toros, tanto los de muerte como los destinados a
encierros y capeas, habían sido donados por ganaderos locales y de la comarca,
caso de José Manuel Rodríguez, de Gallegos de Argañán; el mirobrigense César Torroba
o el también rodericense Jesús Sánchez-Arjona, quienes regalaron los astados
que iban a lidiar los novilleros salmantinos Andrés Valle y Jaime Coquilla
junto con el también novillero madrileño Boni Chico.
El festejo del Lunes de Carnaval contaría con reses
donadas por Ángel Rodríguez, de Gallegos de Argañán, Cándido Casanueva, de
Ciudad Rodrigo, y Cándido García, de Castillejo de Yeltes, que serían lidiadas
por los diestros Antonio García, Maravilla,
de Madrid; Curro Caro, también madrileño, y el becerrista mirobrigense Manolito
Santos, que se había presentado al público local en el los festejos del
Carnaval de 1936 junto a la otra incipiente figura de Ciudad Rodrigo del
momento, Emilio Martín, el Titi,
quien daría muestras de su valor en el festejo del Martes de Carnaval junto a
los matadores Luis Fuentes Bejarano y Luis Gómez Calleja, el Estudiante, ambos de Madrid, para lidiar reses de Luis
Fonseca, de Pedraza, José García, de Castraz, y Cándido García, de Castillejo
de Yeltes, quien donó el becerro para El Titi[4].
Aunque había sido sustituido como alcalde Magín
Vieyros, el día antes de su remoción firmó y emitió un bando sobre el
desarrollo del Carnaval que se avecinaba, estipulando una serie de
prohibiciones que, durante mucho tiempo, estuvieron vigentes. Es el caso de la
prohibición de “todo acto que pueda producir espanto en el ganado destinado a
la lidia de dichos días, impidiendo su encierro”; que se prohíbe taxativamente
“bajar al ruedo y permanecer en el mismo o en las barreras y burladeros durante
el tiempo de la lidia y muerte de cada novillo a otras personas que no sean los
lidiadores, empleados de plaza o agentes de mi autoridad”. Asimismo, se
prohibía “arrojar a la plaza objeto alguno que pueda causar daño a los toreros
o al ganado”, al igual que quedaba “terminantemente prohibido usar todo clase
de máscaras, disfraces y empleo de objetos destinados a celebrar el Carnaval,
de los que no se permite la venta”, esto último en clara consonancia con el
régimen imperante.
Enfrascado el Ayuntamiento y las personas afectadas en
la organización del Carnaval de 1937, el mismo día en que tomaba posesión el
teniente de la Guardia Civil
como nuevo alcalde de Ciudad Rodrigo, es decir, el 5 de febrero, el recién
creado Boletín Oficial del Estado, en
su número 108, insertaba una orden circular firmada dos días antes en
Valladolid por el gobernador general, Luis Valdés, y dirigida a todos los
gobernadores civiles, que venía a prohibir la celebración del Carnaval. Decía
así la circular: “En atención a las circunstancias excepcionales por que
atraviesa el país, momentos que aconsejan un retraimiento en la exteriorización
de las alegrías internas, que se compaginan mal con la vida de sacrificios que
debemos llevar, atentos solamente a que nada falte a nuestros hermanos que
velando por el honor y la salvación de España luchan en el frente con tanto
heroísmo como abnegación y entusiasmo, este Gobierno General ha resuelto suspender
en absoluto las fiestas de Carnaval”. Y añade que a esos efectos cada
gobernador civil “tome las disposiciones oportunas para su más exacto
cumplimiento, evitando pueda celebrarse ninguna clase de estas fiestas en días
tan señalados en los que nuestro pensamiento debe de estar de corazón al lado
de los que sufren los rigores de la guerra y de los que ofrendan su vida en
defensa de nuestra santa causa de redención”.
Realmente, ignoramos si la circular llegó a tiempo al
Ayuntamiento mirobrigense para tomarla en consideración, con todo lo que ello
supondría en inversiones realizadas, o, si llegó, se decidió no darse por
enterado. Lo cierto es que, tal vez para guardar apariencias, no hubo ninguna
referencia expresa de la celebración del Carnaval de 1937 en el único semanario
local operativo, el católico Miróbriga,
aunque este periódico, cuando tuvo que confirmar que en 1938 no habría
Carnaval, dejó claro que se trataba de la primera vez en muchos años que Ciudad
Rodrigo no festejaba el antruejo: “Sabe Dios –se afirmaba en la primera página
del número 810, de 27 de febrero de 1938- cuántos años hará que no dejaban de
celebrarse los carnavales, en la forma típica propia de nuestro pueblo. Quizás
los nacidos no recuerden una interrupción como la que llevamos a cabo este
año”, en referencia a la prohibición de celebrar el antruejo en 1938, lo que
nos lleva a la conclusión de que el Carnaval de 1937 transcurrió según lo
previsto y haciendo caso omiso a la circular que prohibía su celebración.
Una circular que trocó en orden del Ministerio del
Interior que en 1938 dirigía Ramón Serrano Súñer, el cuñadísimo de Franco, cuando se publicó el 24 de febrero de ese año
en el Boletín Oficial del Estado una
directriz renovando la prohibición de celebrar las carnestolendas, ya que
persistían “las razones que aconsejaron en el año pasado análoga decisión”, por
lo que se ordenaba “que se mantenga la suspensión absoluta de las llamadas
fiestas de Carnaval”.
Portada de Miróbriga anunciando la suspensión del Carnaval de 1938 |
En esta ocasión el Ayuntamiento estaba concienciado
–no existe trámite ni expediente alguno en los fondos documentales del Archivo
Histórico Municipal- de que las circunstancias no invitaban a la fiesta, por lo
que la orden no suponía ningún inconveniente en la gestión municipal. Tan solo,
como se ha señalado, y con cierto júbilo, el semanario Miróbriga se hacía eco de que Ciudad Rodrigo no celebraría en 1938
su tradicional Carnaval con festejos taurinos. “Tal día como hoy [domingo, 27
de febrero de 1938] comenzaban en Ciudad Rodrigo una serie de festejos que
duraban por lo menos tres días y a la que no faltaba ningún mirobrigense que se
preciara de tal. Pero este año, con buen sentido, se han suprimido,
radicalmente, toda clase de fiestas. El Ciudad Rodrigo de la retaguardia no
quiere entregarse a vanas diversiones, mientras gran número de sus hijo y de
sus hermanos luchan y sufren en las trincheras contra la fiera bolchevique. Y
hace bien, porque la compenetración íntima del frente y la ciudad es la clave
de la victoria”. Y añade: “Tiempo quedará, cuando regresen las banderas
victoriosas, al paso de la alegre paz[5], de
celebrar dignamente el triunfo de nuestros ideales y, entonces, unidos los forjadores
de la victoria y los que desde sus puestos de retaguardia ayudaron a aquellos
en su titánica empresa, festejar el buen éxito de esta cruzada descomunal
contra la barbarie bolchevique”, un artículo en portada del citado semanario
que firmaba Farinato.
Se quedaron los mirobrigenses sin Carnaval en 1938 y
lo mismo acontecería el año siguiente. El horno no estaba para bollos; se
intuía la derrota de los republicanos y en la zona golpista las represalias
iban en aumento. Ni siquiera fue necesario recordar la trágica situación que se
vivía en los frentes y en la retaguardia para reeditar la orden de suspensión
de las fiestas carnavalescas en el territorio dominado por las tropas fieles a
Francisco Franco. El 1 de abril el Generalísimo firmaba en Burgos el último
parte de la guerra fratricida [“En el día de hoy, cautivo y desarmado el
ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos
militares. La guerra ha terminado.”] y comenzó la diáspora republicana buscando
refugio en el exilio, mientras los nacionales celebraban la victoria
esforzándose por cercenar cualquier fleco izquierdista.
En Ciudad Rodrigo se siguió la pauta y el entusiasmo
de los vencedores y de los dirigentes municipales empezó a fraguar la idea de
celebrar unos festejos taurinos como conmemoración de la victoria sobre los
rojos. Pero tuvieron que pasar unos meses para que cuajara la idea y se tomará
el acuerdo en la sesión celebrada por la comisión gestora, ya presidida como
alcalde por Juan Sánchez Iglesias, el 15 de agosto de 1939. Fue a propuesta de
tres de sus miembros –Celso Hernández, Julián Méndez y Ángel Rodríguez- que se
celebraran “las fiestas tradicionales del pueblo”. Los proponentes serían
cometidos para formar la comisión de fiestas que organizase los festejos
taurinos previstos, en principio, para los días 27, 28 y 29 de agosto de 1939,
y que tramitase la solicitud al gobernador civil para la “celebración de las
tradicionales corridas de toros” en el primer año de la victoria.
Parte de Franco anunciando el fin de la guerra |
Poco tiempo quedaba de margen para organizar todo lo
necesario. Lo primero fue recabar el permiso de la autoridad competente. El
alcalde mirobrigense remitió una carta al gobernador civil de Salamanca fechada
el 17 de agosto. A los tres días propuestos inicialmente, se sumó también el 30
de agosto. En el oficio explicaba Juan Sánchez al gobernador que varios
ganaderos de la localidad habían “ofrecido gratuitamente los novillos” y que
también se contaba con la “cooperación desinteresada de varios toreros, que son
los que han de encargarse de la lidia y muerte de los novillos antes citados”,
solicitando las autorizaciones necesarias para celebrar dichas corridas.
Al día siguiente, el gobernador civil, Gabriel
Arias-Salgado y de Cubas, contestaba a la petición del alcalde de Ciudad
Rodrigo, quien, por otros cauces, le había explicado las razones patrióticas
para organizar los festejos: se celebrarían las corridas en “honor de los
reemplazos que fueron movilizados y que han sido licenciados como consecuencia
de la feliz terminación de la guerra”, en virtud de la respuesta que llegó de
Salamanca a la petición expresada. La respuesta del gobernador fue, sin
embargo, tajante: “He tenido a bien –afirma en el oficio- denegar el permiso
para la celebración de dicha clase de festejos, toda vez que se halla así
dispuesto por el Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación mediante
circular publicada recientemente en el Boletín
Oficial del Estado, mediante la cual se prohíbe terminantemente toda
aquella clase de festejos que tengan carácter de homenaje, sea cual fuere
este”.
Sin duda, la formulación de la solicitud no había sido
la adecuada, al menos formalmente. En el fondo, no había inconveniente para la
celebración de los festejos taurinos, pero la normativa impedía que se
justificasen en virtud de homenajes vinculados al desarrollo o desenlace de la
guerra. Y por eso, obviando cualquier atisbo de vulneración de la normativa
vigente, se continúa con la organización de los festejos.
Lo más acuciante, ya que se contaba con los novilleros
y las reses, era el cierre del coso taurino y la adjudicación de los tablados.
Para ello se hizo el correspondiente pliego de condiciones para la subasta de
los tramos de la plaza que, en primera instancia, se celebraría al mediodía del
24 de agosto, lo que suponía que había que levantar los tablados en apenas dos
días, ya que debían de “estar terminados antes de las cuatro de la tarde del
sábado 26”
de agosto, víspera del inicio de las fiestas, para la inspección técnica correspondiente.
Llegó la hora de la subasta y los constructores se
plantaron. No estaban dispuestos a entregar en depósito las 100 pesetas que se
les requería, quedando desierta la subasta de los tablados, obligando al
alcalde a firmar un decreto “ante la apremiante necesidad de construirlos
rápidamente, dado el corto espacio de tiempo de que se dispone, ya que los
mismos han de terminarse en la tarde del día veintiséis del actual”. Y en base
a ello decretó que la subasta de los tablados se convocase de nuevo para las
seis de esa tarde, con una “nueva adaptación de los precios de los tablados
(…), suprimiéndose también la cláusula tercera, por lo que podrán concurrir a
esta subasta libremente cuantas personas lo deseen sin necesidad de tener que
constituir previamente depósito alguno”.
Programa de las fiestas taurinas de 1939 |
Se celebró la subasta y se adjudicaron sin mayores
problemas los 42 tramos de tablados de la plaza, a los que habría que añadir
los dos que construía el Ayuntamiento. El precio de remate fue el mismo que el
de salida pero muy inferior a lo que en un principio, en la subasta del
mediodía, se pretendió, ya que se adjudicaron por 15, 25 y 40 pesetas[6], con
una recaudación total de 955 pesetas.
En la víspera del inicio de los festejos, además de
estar construidos los tablados, se contó también con la certificación de los
ganaderos donantes de que las reses se encontraban en aquel momento “vírgenes
de lidia”[7].
También fue necesario que los padres de los becerristas Manolito Santos y El
Titi –Segundo Santos y Teodosio Martín Donoso- avalasen la trayectoria taurina
de sus hijos para participar en los festejos, ya que “no se han sacado el
carnet de toreros profesionales debido a que en las circunstancias excepcionales
por que ha atravesado España, no estaba organizado el servicio de la Asociación de Toreros
Profesionales”. Y hacen constar, “bajo su firma, que los mismos han tomado
parte en los espectáculos taurinos siguientes: Salamanca, Coruña y Palencia,
como capitales de provincia, y en Santoña y Ciudad Rodrigo entre otras menos
importantes” y que están por sus padres “autorizados para dedicarse a esta
arriesgada profesión”.
Todo estaba ya perfilado y se concretaba en la
publicación del programa oficial, que se intitula “Fiestas en Ciudad Rodrigo” y
que, para no dejar cabo suelto, se inicia con la invitación a la ciudadanía a
cumplir el primer día, domingo 27 de agosto, con el precepto de acudir a misa,
que se celebraría en la capilla de Cerralbo al mediodía y, por la tarde,
asistir a la novena y a la posterior procesión, a las cinco de la tarde, del
Sagrado Corazón de María. Había tiempo más que suficiente para cumplir con lo
sacro y dedicarse después a lo profano, que tenía su cita a las siete y media
de la tarde con el encierro del ganado de Ángel Rodríguez que participaría en
la corrida nocturna prevista para las diez y media de la noche.
Los festejos siguientes contarían con la
participación, el lunes, de los becerristas locales Manolito Santos y El Titi,
quienes matarían reses de Ceferino Santos y Manuel Rubio; el martes actuarían
los aficionados Florencio Marcos y Pablo García Martín, con novillos de
Restituto Cañizal; y se cerraría el ciclo con la participación del novillero Domingo
Fernández para enfrentarse a astados de Fernando Chanca.
Aunque en la forma no se trataba de un homenaje
vinculado a los participantes locales en la contienda civil, en el fondo el
Consistorio no pudo menos que tener algún gesto con aquellas personas que
habían tomado parte activa en la guerra, caso de los mutilados[8] o a
quienes, como consecuencia de todo aquello, precisaban del auxilio social[9],
todas ellas mujeres.
Como colofón, reseñar que en el desarrollo de los
festejos taurinos de aquel agosto de 1939 hubo varios heridos que precisaron
pasar por la enfermería. Así, como producto del encierro y la lidia de novillos
del día 27, primera jornada festiva, hubo que atender a Teresa Delgado de Dios,
de 17 años y que vivía en la calle José María del Hierro; sufrió una herida
contusa en la región superciliar derecha y otra en la región temporal derecha,
esta de pronóstico reservado. Asimismo, fueron atendidos Manuel Hernández
Hernández, de 25 años y vecino de la calle de Los Caños, quien presentó una
herida en la región lateral izquierda del cuello, de carácter reservado;
Emiliano Martín García, de 37 años y vecino de las denominadas Casas de Ceferino
Rodríguez, en el barrio de la
Estación , quien presentaba una herida contusa en el surco
gingival inferior, de pronóstico también reservado; y, por último, pasó por la
enfermería Jesús Andrés Martín, de 36 años, vecino de la calle Cárcabas, que
fue atendido de un varetazo en el tercio superior del muslo izquierdo, con
hematoma y también con el mismo pronóstico médico.
Programa de las Fiestas Tradicionales de 1940 |
Peor suerte tuvo Tomás Villarón Salvador, de 34 años y
vecino que fue de la calle Sepulcro, quien en la capea de novillos del día 28
de agosto fue cogido por un astado que le infirió una cornada en el tercio
superior y cara interna del muslo izquierdo que, como se apunta en el parte
médico, “interesa piel, tejido celular subcutáneo y desgarro muscular, con una
extensión superficial de seis centímetros y una profundidad de catorce, con una
trayectoria de arriba abajo. El herido, después de la primera cura en esta
enfermería, fue trasladado a su domicilio, calificando su estado de grave”.
La guerra civil y sus imperativos, con las decisiones
administrativas correspondientes, había también acabado con el Carnaval. En
1939, aunque no hubo carnestolendas, sí se había contado con festejos taurinos
en el verano que llevaron por llamada el título de “Fiestas en Ciudad Rodrigo”.
La prohibición de celebrar el Carnaval se volvería a recordar, vía BOE, en 1940: el Ministerio de la Gobernación insertó la
orden, dada el 12 de enero, que resolvía “mantener la prohibición absoluta de
la celebración de las fiestas del Carnaval”, y recordaba que habían sido suspendidas
en años anteriores, por lo que “no existían razones que aconsejasen rectificar
dicha decisión”. Con esa base, se mantuvo la prohibición y se recordó “a todas
las autoridades dependientes” del citado Ministerio el cumplimiento taxativo de
la susodicha orden. Por eso, disfrazando el Carnaval en sí mismo, el antruejo
desde 1940 pasó a tildarse de “Fiestas Tradicionales”, designación que se
mantuvo hasta que entró la década de los años setenta, momento en que volvió a
figurar en los programas el también represaliado vocablo “Carnaval”.
[1] Llegó
acompañada el día 20 de julio, a las diez de la mañana, por una sección del
Regimiento de la Victoria
desplazado desde Salamanca para proclamar en la Plaza Mayor el estado de
guerra.
[2] Bando
de 10 de agosto de 1936: “Don Magín Vieyros de Anta, alcalde de Ciudad Rodrigo.
Hago saber: Que, por respeto al santo nombre de Dios y de sus Santos, y en
atención al decoro y honor de la ciudad, vengo en disponer: Queda prohibido y
sancionado con las penas a que haya lugar, el proferir dentro de los límites en
esta jurisdicción municipal, blasfemias, palabras obscenas y todo lenguaje impropio
de una población culta y cristiana. Los agentes de mi autoridad, por estricto
deber de justicia, y todos los ciudadanos, por obligación moral impuesta por
los ideales religiosos y cívicos, cooperarán al cumplimiento de este bando,
denunciándome a los infractores. Ciudad Rodrigo, 10 de agosto de 1936. El alcalde,
Magín Vieyros”. Este documento y oros utilizados en el artículo se encuentran
en el Archivo Histórico Municipal, caja 301.
[3] De la Gazeta de la República , número 354, pág. 1.038, de 19 de
diciembre de 1936.
[4] Los
toros del día 7 de febrero respondían a los nombres Timbalero, negro; Caracol,
negro bragao; y Azaña, negro
verrugoso y meano. Los del día 8 fueron Candilejo,
negro cornibajo; Malacara, berrendo
negro; y Primoroso, negro meano. Y
los del día 9 respondían por Caballero,
negro; Lucero, cárdeno; y Campanero, negro bragado.
[5] Parte
de la letra de la canción falangista del Cara
al sol.
[6]
Adjudicatarios: José María Ortiz, Ramón Martín Barco, Teodoro López, Sebastián
Moreno, Hilario Sánchez, hijos de Isabel Alonso, Agustina Sánchez, viuda de
Fernando Díez, Pío Ramos, Eugenio Alonso, Jerónimo Martín Rico, Felipe
Domínguez, Julio Pérez, viuda de Adrián Vasconcellos, Vicente Martín, Eugenio
de Aller (2), Joaquín Báez, Pedro Ramos, Maximino Corral (4), Antonio de Aller,
Manuel García Fenino (3), Joaquín M. Báez, Manuel López, Alonso Sánchez Conde,
Manuel Montero, hijos de Marcelino Vicente, Manuel de Aller, Alfredo M. Plaza,
Antonio Cid Hernández (2), Jesús González Tetilla, Martín Trinchet, Tomás
Carpio y Ceferino Rodríguez.
[7] La
certificación estaba firmada por los ganaderos Restituto Cañizal, Manuel Rubio,
Ceferino Santos, Fernando Chanca y Antonio Chanca.
[8] La
nómina de invitados por su mutilación de guerra a estos festejos estuvo
conformada por Jacinto Garzón, Jesús González García, Juan Martín Solita, José
Plaza Moreno, Manuel Ortega Cardoso, Máximo Calleja Gómez, Miguel Sendín García,
Matías Prieto Encinas, Nicolás Montero Santiago, Santiago Morales Cantero,
Sebastián Barco Silva (tachado en la relación), Valentín Álvarez González, Vicente
Sierra Castaño, Valeriano García Encinas, Jesús Miguel Hernández (tachado),
Iluminado Martín (tachado), Isidoro García Bernaldo (tachado), Gregorio Moreno
Plaza, Antonio Vázquez, Celestino Velasco (tachado), José Aparicio Bajo,
Prudencio Rodríguez, Juan Martín, Rafael Hernández, Juan Martín Maíllo, Ángel
Custodio Rubio, José Díaz, Francisco de la Fuente , Gerardo Vázquez, José Martín y Vidal
Martín.
[9] Se
seleccionaron para recibir entradas a los festejos taurinos a las personas
siguientes: Melania Silva Plaza, Marta Luz Sánchez García, Isabel Ferreiro
Zamarreño, Manuela Olivares, Anita Sánchez Villares, Cándida González Videira,
Anastasia Benito, Aurora Zamarreño, Marina Sanz, María Marcos, Fe Domené,
Joaquina Pérez, Ángela Nieto (tachada), Resurrección Silva Plaza (tachada) y
María Sánchez.
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