La
historiografía y épica regias nos dan noticias de Fuenteguinaldo en distintas
épocas. Los cronistas, parcos la mayoría de las veces al referirse a la villa,
cuentan algunas andanzas de los reyes de turno, especialmente entre los siglos
XIV y XVI. Se recuerda, por ejemplo, el paso de Alfonso XI por la villa
guinaldesa en el Poema de Alfonso Onceno,
un anónimo de 1348, en el que se refiere el paso del rey a Portugal:
“Este rey de
gran bondad
a gran priessa
fue guisado,
passó luego por
Cibdad
(e) llegó a
Fuenteguinaldo
con (muy) gran
cavallería
-fijos dalgo en
general-:
casó con doña
María,
fija del de
Portugal”.
En la Crónica del muy valeroso rey
Fernando el Quarto se refiere también el paso de la reina Doña María por
Fuenteguinaldo, también en conversaciones con sus homólogos portugueses: “e
fallaron ý (Ciudad Rodrigo) al rey de Portogal, e como quier que tenía grand
gente, dixo que avié menester de morar ý ocho días para atender ý más gente que
le avía de llegar, e en tanto la reyna fuese ver con la reyna de Portogal, su
muger de este rey, a un lugar que disen Fuente Guinaldo, e moraron dos días en
uno, e desý tornóse la reyna Doña María con el rey su fijo a Ciudad”.
Juan II |
Podríamos seguir con más ejemplos recogidos en la historiografía de
distintos siglos. Otro momento habrá para ello. Ahora nos interesa más bien lo
que sucedió en Fuenteguinaldo en el reinado de Juan II (Toro, 1405; Valladolid,
1454), hijo de Enrique III y Catalina de Lancáster, un rey que se esforzó por
mantener la raya con Portugal, empeño que derivó en una beligerancia bastante
perjudicial para la comarca mirobrigense. Así lo vemos, por ejemplo, en el
relato que se hace en el capítulo 128 de la Crónica
de Juan II de Castilla sobre las correrías y los daños que hicieron los
portugueses en estas tierras, motivados por la delimitación de la frontera. En
Fuenteguinaldo, como recoge la crónica, entraron las tropas portuguesas y se
llevaron las campanas de la iglesia y, de paso, doscientas vacas de los
vecinos. Dice así la relación: “Estando el Infante sobre Setenil, los
portogaleses moviéronse diziendo que vna aldea ques de Castilla, que dizen Navasfrías,
que está en su término, que los de Castilla que avían comido la tierra de
Portogal mucho tienpo, no deviéndolo fazer. E por ende, derrocaron la dicha
aldea, e llevaron della las campanas de la iglesia; e entraron a tierra de otra
aldea e llevaron della las campanas, çerca desta, que dizen Fuente Guinaldo; e
llevaron dende vnas dozientas vacas. E fueron a otra aldea ques çerca desta,
que dizen Perosin, e llevaron dende quarenta bueyes. Todo esto como manera de
prenda”.
Pero tal vez lo más sorprendente de las crónicas que refieren
Fuenteguinaldo sea la que refiere un hecho impresionante, para aquella época y
para la que ahora vivimos. La información está recogida Pedro Carrillo de Huete
en su Crónica del halconero de Juan II
(también puede verse en Abreviación del
halconero) y textualmente dice que “Estando el señor Rey don Jhoan en
Fuenteguinaldo, logar del conde don Garçía Fernández Manrrique, miércoles a
çinco días de nobienbre del dicho año [1432], salió el dicho señor Rey a andar
por el canpo, e con él el su condestable don Álbaro de Luna, e otros cavalleros
de su casa. E facía claro este día, e gran sol. E vido el señor Rey e los que
con él estauan vn color de fuego que yva por el çielo corriendo, e dende a
quanto vn ome pudiera dar çien pasos dió vn tronido muy grande, que sonó syete
e ocho legoas dende”. Es, llanamente, la descripción de la caída de un
meteorito en Fuenteguinaldo.
Campesinos en Fuenteguinaldo, una fotografía de la Fundación Joaquín Díaz |
La información impresiona también por los detalles: un día radiante,
soleado, sin nubes en el cielo; el meteorito no fue visto por una sola
personas, que pudiera dar lugar a dudas, sino por el propio rey y su séquito;
además nos dice que les cayó al lado, a unos cien pasos, provocando un
estruendo que se oyó, dice, a siete y ocho leguas de distancia. Si
consideramos que una legua en Castilla medía 5.572,7 metros , el
“tronido” pudo percibirse en un radio de más de 40 kilómetros .
Lógicamente, la caída del meteorito debió generar un gran cráter, aunque de él,
que sepamos nada se ha dicho hasta ahora. Un análisis del paisaje, con los
datos que ofrece la crónica, tal vez pudiera ayudar a localizar el cráter que,
con toda seguridad, originó la caída del objeto de “color de fuego que yva por
el çielo corriendo”.
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