En
el nombre del Padre, que fizo toda cosa,
Et de don Ihesuchristo, fijo de la Gloriosa,
Et del Spiritu Sancto, que egual d’ellos posa, (...)
Quiero fer una prosa en román paladino,
En qual suele el pueblo fablar a su vecino,
Ca non so tan letrado por fer otro latino.
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.
Et de don Ihesuchristo, fijo de la Gloriosa,
Et del Spiritu Sancto, que egual d’ellos posa, (...)
Quiero fer una prosa en román paladino,
En qual suele el pueblo fablar a su vecino,
Ca non so tan letrado por fer otro latino.
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.
Estos versos del
primer poeta español de nombre conocido, Gonzalo de Berceo, sirvieron de
introducción al que considero uno de los mejores pregones que se han ofrecido
en Ciudad Rodrigo –al menos, que yo haya escuchado o leído-, en su Teatro Nuevo
o en otros escenarios, como espaldarazo al Carnaval del Toro. Los versos,
pronunciados por el poeta, escritor y periodista Santiago Amón en 1988,
reflejaban parte de la esencia de su discurso, hilvanado sin otros papeles que
los que le dictaba la memoria y le guardaba el corazón. Fue un baluarte en la
defensa y conservación del Teatro Nuevo, falleciendo en accidente de
helicóptero meses después en la
Sierra de la Cabrera.
Sirva este recordatorio para mantener viva su memoria y la
esencia del oficio de pregonero.
Gracias Juan[1],
presidente de lo que habéis llamado Asociación Gastronómica La Vaca Ventanera , por
la breve puesta en escena de esta charleta, que así quiero llamar a esta
comparecencia: una charla amistosa, entre amigos. Quienes me conocen, que sois
prácticamente todos, sabéis que prefiero estar en la retaguardia, viendo,
escuchando, meditando… rumiando lo que acontece en la vida diaria, que no deja
de ser otra cosa que la esencia de mi oficio periodístico. Por eso, también me
sorprende que ahora esté aquí, intentando leer unas frases que seguro estarán
mal trabadas y que puede que os resulten tediosas. No es mi intención, pero si
fuera así, por favor, que no se pague privándome de lo que Gonzalo y Santiago
pusieron por delante: un “vaso de bon vino”.
He dicho, entre amigos, que me pasma
el arraigado oficio de pregonero que ha calado en Ciudad Rodrigo en los últimos
años. No hay fiesta que se precie, no importa quién la organice, que no cuente
con un pregón. No he tenido tiempo, tampoco me lo he propuesto, de contar los
pregones que se dan en Ciudad Rodrigo al cabo del año, pero creo que llegan a
varias decenas: los de Carnaval, el de Semana Santa, el del Martes Mayor, los
de las asociaciones de vecinos… Y no sé por qué todavía no contamos con un
pregón de Navidad, otro de Reyes, el de San Sebastián, el de San Antón, las Águedas
o el de la romería a la Peña
de Francia. Sin duda, sería otra cosa para Ciudad Rodrigo y seguro que serviría
para algo que propongo desde aquí y que espero no sea tenido en cuenta:
presentar la candidatura de Ciudad Rodrigo al Guinness World records, en román paladino, el Libro Guinness de los records, como fue conocido hasta el año 2000,
como la localidad con mayor número de pregones al cabo del año. Sería, tal vez,
una añadidura a nuestra densa y atractiva historia e idiosincrasia. Y además, y
puede considerarse como otra propuesta, que también espero que caiga en saco
roto, podríamos aumentar y adornar nuestro secular lema de “antigua, noble y
leal” ciudad, con un cuarto título, el de “pregonera”.
Representación de un obispo apoyándose en el báculo para saltar al toro |
Bromas aparte, vayamos al meollo de
la charleta. Los miembros de la Asociación Gastronómica
La Vaca Ventanera ,
sin estatutos redactados todavía, tienen a bien reunirse los martes para dar
cuenta del banquete de turno elegido, aunque considero que se trata más bien de
una corrobla por los aires amistosos y festivos que, sin embargo, la constriñen.
Tienen establecidas unas normas a la hora de animar la comida, evitando tocar
temas que pudieran crear polémica en su seno. Voy a seguir la esencia de su inopinado
régimen estatuario y solo voy a referirme en mi comunicación a lo que suele ser
el eje de sus tertulias, de sus conversaciones y también de sus discusiones: el
mundo de los toros y de sus polémicas locales, pero aderezándolo con un ingrediente
diferente, consustancial a Ciudad Rodrigo en su historia y proyección, caso de la Iglesia y su vinculación
con la tauromaquia. Con ello, la comanda está definida con un menú que espero
sea de vuestro agrado, que lo degustéis en la medida y gusto de vuestros
paladares y que si genera algún problema en su ingesta, es imprescindible, así
lo deseo, que no alcance el atoramiento. En todo caso, sea cual sea su
resultado, la culpa será siempre del cocinero.
Quiero hablar de la relación de la
tauromaquia, en sus diferentes facetas, con la Iglesia , con los
eclesiásticos. Que las ha habido y muchas, para bien y para mal, que de todo
hay en la viña del Señor. El menú que os presentó lo he bautizado como Toros eclesiásticos. No es un título
original, es una copia del que publicó Francisco Asenjo Barbieri -compositor y
musicólogo español, autor de célebres zarzuelas- en la revista La Lidia
en un artículo publicado el 5 de abril de 1885. No obstante, aunque a veces
recurra a algunas de sus reflexiones, intentaré aderezarlo con otros
ingredientes que, espero, no distorsionen la esencia del menú ni generen
pungencia alguna y acabe con el regusto que al menos he pretendido al guisarlo.
Pío V, por El Greco |
El citado papa, horrorizado por la
crueldad de los espectáculos taurinos que se celebraban en Italia
(principalmente en su modalidad de despeño por el Testaccio), Portugal, España,
Francia y algunos países suramericanos, y tras encargar un informe sobre los
mismos a diversos ilustres, en su mayor parte españoles, decide redactar la bula
de prohibición. Pero sabe que, si bien en Italia no va a encontrar obstáculos
para que se cumpla lo ordenado (en realidad, en Italia se prohíben de inmediato
tales espectáculos) en el resto, y sobre todo en España, se va a producir una
enconada oposición. Así, en Portugal tarda tres años en hacerse publica y solo
consigue instaurar la costumbre, hasta ahora mantenida, de despuntar los
cuernos a los toros para evitar peligro a los toreros; en Francia, donde
tampoco fue nunca publicada, solo logró imponerse muchos años después y tras
obligadas intervenciones de sus obispos (excepto en su zona sur, como es bien
sabido); y en México, donde sí fue publicada y debatida por sus obispos, pero
ignorada por los poderes públicos.
Uno de los párrafos de la bula
ilustra su sentido: “Por lo tanto –dice Pío V-, Nos, considerando que esos
espectáculos en que se corren toros y fieras en el circo o en la plaza pública
no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana, y queriendo abolir
tales espectáculos cruentos y vergonzosos, propios no de hombres sino del
demonio, y proveer a la salvación de las almas, en la medida de nuestras
posibilidades con la ayuda de Dios, prohibimos terminantemente por esta nuestra
Constitución, que estará vigente perpetuamente, bajo pena de excomunión y de
anatema en que se incurrirá por el hecho mismo (ipso facto), que todos y
cada uno de los príncipes cristianos, cualquiera que sea la dignidad de que
estén revestidos, sea eclesiástica o civil, incluso imperial o real o de cualquier
otra clase, cualquiera que sea el nombre con el que se los designe o cualquiera
que sea su comunidad o estado, permitan la celebración de esos espectáculos en
que se corren toros y otras fieras es sus provincias, ciudades, territorios,
plazas fuertes, y lugares donde se lleven a cabo.” Además, continuaba el citado
Papa, si alguien moría en el desarrollo de estos espectáculos taurinos,
prohibía que se le diera sepultura eclesiástica. Por otro lado, prohibía
también Pío V, “bajo pena de excomunión, que los clérigos, tanto regulares como
seculares, que tengan un beneficio eclesiástico o hayan recibido órdenes
sagradas tomen parte en esos espectáculos”.
Pero a pesar de tan manifiesta
voluntad de que su bula se cumpliera, en España ni siquiera fue hecha pública.
Muy al contrario, Felipe II intentó, incluso con coacciones (recuérdese que en
esta época El Vaticano solicita la alianza de España para acabar con el dominio
turco en el Mediterráneo), que Pío V la derogase, sin conseguirlo. En realidad,
dados los términos en que había sido redactada, no había ya posibilidad de
derogación ni por su promulgador. Sin embargo, Felipe II no cejó en su empeño,
y en cuanto Pío V murió, volvió a perseverar con su sucesor, Gregorio XIII, a
quien presionó por medio de los embajadores españoles, logrando finalmente el
25 de agosto de 1585, poco antes de su muerte, que promulgase la encíclica Exponi nobis, cuyos términos no dejan de
ser curiosos: levanta a los laicos la prohibición de asistencia a las corridas,
pero ordena que tales festejos no se celebren en días festivos, y mantiene la
prohibición de asistencia a los clérigos… Estos se sienten especialmente
ofendidos y adoptan una actitud rebelde, hasta tal punto que algunos de los que
imparten clases en la Universidad
de Salamanca no solo asisten y promueven corridas de toros, sino que manipulan
el contenido de la encíclica para que sus alumnos crean que la pretendida
derogación también les alcanza a ellos.
Gregorio XIII, cuadro de autor desconocido |
Informado Sixto V, sucesor de Gregorio XIII, de tales desobediencias, el
14 de abril de 1586 remite al obispo de Salamanca el breve Nuper siquidem, dándole “facultad libre y autoridad plena, tanto
para que impidas las dichas enseñanzas [las que los clérigos impartían
falazmente sobre la derogación de la bula de Pío V], cuanto para que prohíbas a
los clérigos de tu jurisdicción la asistencia a los citados espectáculos. Asimismo,
te autorizamos –dice Sixto V al obispo salmanticense- para que castigues a los
inobedientes, de cualquier clase y condición que fueren, con las censuras
eclesiásticas y hasta con multas pecuniarias recabando en su caso el auxilio
del brazo secular para que lo que tú ordenes sea ejecutado sin derecho de
reclamación ante Nos y ante nadie. No servirá de obstáculo para el cumplimiento
de esta nuestra disposición, ninguna ordenación ni constitución apostólica, ni
los estatutos de la
Universidad , ni la costumbre inmemorial, aunque estuviera
vigorizada por el juramento y la confirmación apostólica”.
Dicha constitución fue recurrida por los clérigos de la universidad
salmantina ante el rey, para que este solicitara su derogación al papa, pero
curiosamente Felipe II no la diligenció, posiblemente por suponer que no
tendría efecto ante Sixto V, papa especialmente rígido e independiente, y
preferir aguardar a una mejor ocasión.
Pero a Sixto V le sucede Gregorio XIV, quien tampoco se muestra dispuesto
a ceder a las presiones, por lo que Felipe II y los clérigos salmanticenses
deben esperar al papado de Clemente VIII, del que, por fin y tras muchas
gestiones que tardaron cuatro años en concluir, el 3 de enero de 1596 consiguen
el breve Suscepti muneris, que pretende
derogar la bula de Pío V.
A partir de ese momento deben transcurrir 84 años y ocho papados antes de
que vuelva a producirse alguna intervención oficial pontificia sobre el asunto
taurino. Efectivamente, el 21 de julio de 1680 el papa Inocencio XI, bien
conocido por su lucha con-tra el nepotismo, remite un breve a través del nuncio
en España memorando la vigencia de las prohibiciones pontificas al respecto.
Dicho breve llega a manos del rey Carlos II con un escrito del cardenal
Portocarrero, recordándole “cuánto sería del agrado de Dios el prohibir la
fiesta de los toros…” Posiblemente, por la crítica situación de la monarquía
española en esos momentos, no se tienen noticias de cualquier efecto de este
último documento.
Pero la prohibición de asistencia a los clérigos a las corridas vuelve a
recapitularse en el código de Derecho Canónico, canon 140 (“No asistirán a
espectáculos… en que la presencia de los clérigos pueda producir escándalo…”);
y en el código vigente, canon 285 (“Absténganse los clérigos por completo de
todo aquello que desdiga de su estado, según las prescripciones del derecho
particular.”), quedando pocas dudas de su alcance a los espectáculos donde los
animales sufren crueles maltratos; o en declaraciones como las del cardenal
Gasparri, secretario de Estado del Vaticano, quien en 1920 escribía: “La Iglesia continúa
condenando en alta voz, como lo hizo la santidad de Pío V, estos sangrientos y
vergonzosos espectáculos”; o monseñor Canciani, consultor de la Congregación para el
Clero de la Santa Sede ,
quien en 1989 declara la validez de la citada bula.
Estos datos históricos sobre la influencia de la Iglesia en los
espectáculos taurinos, tomados y bebidos de la inagotable fuente que significa
Internet, se complementan con algunos hechos vinculados directamente con algunos hechos vinculados directamente con la Diócesis civitatense. Por citar tan solo dos ejemplos próximos en el tiempo -hablamos de final del siglo XIX y primer tercio del siglo XX- recordaremos la manifiesta y tajante oposición que ejerció el administrador diocesano José Tomás de Mazarrasa, quien, refiriéndose a la afluencia de público a las corridas organizadas en Salamanca, afirma en 1886 en el boletín eclesiástico del Obispado -como recogió Tomás Domínguez en un artículo para la revista El papel de la efepé en 2002-, que “millares de personas han afluido a Salamanca con
el ansia, la fascinación y el loco pensamiento de asistir a las corridas.
Duélenos en el alma que tanto se haya arraigado entre nosotros una diversión
justamente calificada de bárbara por los extranjeros, repugnante al buen
sentido común, peligrosa en sus juegos, funesta para la moral y contraria al
espíritu cristiano”.
Y respecto al maltrato que reciben los animales en el ruedo, en este caso
los caballos, se pregunta Mazarrasa: “¿Habrá escenas más repugnantes en la
vida, que más asco puedan producir y que más repruebe toda persona bien
educada, que presenciar cómo corre la sangre de los caballos por el redondel
–recordad que entonces no llevaban peto-, cómo aquellos animales arrastran y
pisan sus mismos intestinos y cómo, a veces, revuelcan los toros en esas
inmundicias a los pobres picadores?”
Tampoco salen bien parados los toreros ni el público. El obispo no
entiende que el público aplauda a quien expone su vida, sagrada desde el punto
de vista religioso, cuyos seguidores provocan tumultos de diversa consideración
y cuya vida no suele ser demasiado edificante en muchas ocasiones y que, además
profanan las fiestas religiosas con las corridas de toros. Al respecto, citamos
también la polémica que mantuvo en 1927 el administrador diocesano civitatense
Silverio Velasco, paisano de nuestro prelado, sobre la extensión de los
festejos taurinos del Carnaval mirobrigense al Miércoles de Ceniza.
Entrada del prelado Silverio Velasco en Ciudad Rodrigo |
Se había hecho costumbre -“inveterada” se apuntaba en algún escrito- en
los primeros años de la década de los años 20 del pasado siglo que el Miércoles
de Ceniza hubiera también toros, más bien eran vaquillas. La costumbre se
instauró, entre otras cosas, por la afición taurina del entonces alcalde,
Calixto Ballesteros, y tras suspenderse los festejos taurinos de un Martes de
Carnaval. Esto fue antes de que Silverio Velasco recalase en Ciudad Rodrigo. Al
tomar contacto con su grey, se sorprendió de la profanación que se hacía el
primer día de la Cuaresma
en Ciudad Rodrigo, con el beneplácito de las autoridades. Lidió con ellas, y
pese a que “mi intención era –dice el prelado en una carta enviada al
gobernador civil de Salamanca- convencer con amistosas razones al señor alcalde
y concejales de la inconveniencia de esa cuarta capea, con toda la comitiva de
profanidades que lleva consigo, en el día para los cristianos más opuesto a
estas diversiones, después del Jueves y Viernes Santo.”
Hasta entonces sus argumentos habían caído en saco roto. Pese a que en
algún momento pareció alcanzar un acuerdo con el Ayuntamiento, este siempre, a
última hora, daba marcha atrás, al parecer, y seguimos a la letra al obispo
arandino, porque “dicen y alegan que el pueblo es muy bruto y que en la tarde
del martes, con la embriaguez de tres días, son capaces de cualquier barbaridad
si no se apaciguan sus gritos con la concesión de una corrida más”, refiere al
gobernador.
La perseverancia de Silverio Velasco hizo que en 1927 se acabase con la
tradición de correr toros en el Miércoles de Ceniza. No obstante, como todos
sabéis, en distintos momentos, por la insistencia de los aficionados y la
complicidad de la autoridad, se han dado cenizos. Aquella costumbre, después de
unos desagradables incidentes a final de los años setenta, fue perdiendo
entidad hasta prácticamente darse ya por desa-parecida en estos momentos.
Pero dejemos de lado esta faceta negativa de la relación de la Iglesia con los toros. En
la hagiografía encontramos relatos de naturaleza taurina en la que se han visto
implicados santos y santas, incluso la Virgen
María o Jesucristo, algunos de ellos vinculados con la tierra
salmantina. A ellos nos referiremos más adelante. Ahora no quería dejar pasar
la oportunidad de traer a colación una historia legendaria que en su día me
llamó la atención. Se refiere a la construcción y forma que tiene la cerca
medieval de Ciudad Rodrigo, que, por si no lo sabéis, dice la leyenda que fue
construida con la conversión en dinero de una cabeza de toro, de oro macizo,
encontrada cerca de la ciudad mirobrigense.
Un torero con atuendo de obispo en la suerte de banderillas |
Unos dicen que se
parece a una barca, otros que se asemeja a una almendra. Y hay quien afirma que
la muralla medieval de Ciudad Rodrigo representa el origen de su erección: dos
cuernos engarzados, espejo del hallazgo de un cornúpeta de oro en Sexmiro por
un tal Juan de Cabrera y que sirvió para levantar la mayor parte de sus muros.
Cuentan las crónicas
que Fernando II, después de derrotar a los moros en la célebre Batalla de la Paloma , decidió
recomponer la muralla. La leyenda, viva todavía en los albores del siglo XVII,
apuntaba, sin embargo, a la bonhomía del descubridor de un tesoro que derivó el
valor de su hallazgo para la construcción de los muros mirobrigenses, un
carácter legendario que da un valor mítico a la erección del amurallamiento de
Ciudad Rodrigo, aunque para el prebendado Antonio Sánchez Cabañas sea solo
“patraña de viejos”.
Corría el último
tercio del siglo XII cuando el tal Juan de Cabrera descubre en Sexmiro un
tesoro: una cabeza con cuernos y un cabrito, ambos de oro macizo. Su implicación
en la defensa de Ciudad Rodrigo, principalmente de sus moradores, le llevaría a
emplear el valor de su hallazgo en la construcción de unos muros de tapiería
argamasada de cal y guijarros, que a la postre formarían un circuito de unos 2.250 metros , con una
altura de 8,36 metros
y un ancho de 2,10
metros , equivalencia de las varas, pasos, pies y tapias
de la época.
En 1618 Gil González
Dávila relata la creencia popular de que Juan de Cabrera, artífice de la
construcción de la muralla, fue un dadivoso personaje que empleó su fortuna en
la construcción del amurallamiento y que, como reconocimiento, fue enterrado en
un lucillo de la desaparecida iglesia de San Juan Bautista, en donde en 1904 se
levantó el cuerpo lateral de la Casa Consistorial : “Dizen sus moradores [de
Ciudad Rodrigo], que la mayor parte de sus muros se edificaron con el valor de
un tesoro que se halló en Sesmiro. Confirman esta verdad, con mostrar en la Parroquia de san Iuan un
lucillo donde está enterrado el que se halló este tesoro, que le ofreció al
seruicio de la Patria ,
dando defensa a su gente”, explica González Dávila.
Y así, transformando
en dinero el valor del cornúpeta y el cabrito de oro, Juan de Cabrera levantó
la muralla de Ciudad Rodrigo. Y, como constatación del origen y esencia del
tesoro, tiene forma de encornadura.
Una muralla con
forma de cuernos. ¡Qué barbaridad! Lo que nos faltaba a los mirobrigenses, tan
apegados a lo taurino. Pero, tras este paréntesis, regresemos a las relaciones
de la Iglesia
con el mundo de los toros a través de lo que podríamos tildar de hagiografía
taurina.
Señalan Paco Domingo
y Alejandro Recio, dos investigadores y divulgadores de la tauromaquia en España,
que una evidencia del arraigo del arte de lidiar los toros en nuestro acervo
cultura “son las continuas relaciones entre el hecho religioso y la tauromaquia.
Muchos son los milagros referenciados a lo largo de nuestra la historia del
arte y la literatura, donde la presencia del toro aparece como el protagonista
de la escena o historia religiosa. Muchas veces, es la fiereza del toro
sometida por la voluntad del santo, la que sirve de medio para manifestar el
poder de Dios a través de las manos o deseos impuestos a la fiera. La víctima
inocente, es finalmente salvada de la muerte segura gracias a la intercesión
del santo; y son los méritos y las virtudes del santo, las que son merecedoras
de la intervención divina, manifestada mediante el milagro taurino”.
“La descripción del hecho milagro es una forma de declaración de la
santidad de algunas eminencias eclesiásticas, mediante su capacidad de dominio
de la bravura del toro, gracias a la intercesión divina desde el cielo”.
Y recuerdan estos periodistas que “entre los toreros existe una
manifiesta religiosidad, debe ser la profesión más creyente de todas. Cuando el
torero entra en el recinto de la plaza, lo primero que hace es visitar la
capilla para orar y solicitar protección de sus vírgenes y santos preferidos”.
Exvoto del Cristo de Torrijos |
Recordemos, con algunos ejemplos, la intercesión divina y milagrosa en la
tauromaquia. Y empezamos por arriba, por Jesucristo en su advocación del Cristo
de Torrijos. La tradición de este pueblo de Toledo cuenta cómo un picador
estando en peligro de ser cogido por el toro, reza al Cristo y este realiza un
pase con su mano evitando que el torero fuese atropellado”. Y de la Virgen María viene la primera
verónica descrita. Lo cuenta Gonzalo de Berceo en los Milagros de Nuestra Señora en pleno siglo XIII. Un toro diabólico
embistió a un clérigo beodo que, al verse en apuros, se encomendó a Nuestra
Señora. La Virgen
le hizo un quite de ‘verónica’ al furioso animal con la falda del manto. La Virgen le mandó confesarse
sus pecados, lo que hizo al día siguiente.
Diferentes advocaciones de la Virgen
María han tenido también relaciones con la tauromaquia. Una
de ellas es la Virgen
del Toro, patrona de Menorca. Así nos lo cuentan Paco Domingo y Alejandro Recio:
“Según cuenta la leyenda, en el siglo XIII una noche un anciano padre de la orden
de Santa María de la Merced
vio una columna de luz resplandeciente que iluminaba el cielo, desde la cima
del monte. Este hecho se repitió noches sucesivas. A la noche siguiente, los
monjes de la comunidad subieron en procesión hasta la cima del monte Toro. Pero
la ascensión se hacía cada vez más penosa y difícil, a lo que había que añadir
que tampoco sabían muy bien qué camino seguir para llegar a lo alto”.
“De repente les salió un toro furioso con intenciones claras de arrancarse,
pero al ver el toro la cruz de guía procesional y los crucifijos que portaban
los monjes, se amansó y los guió monte arriba entre la densa maleza. El camino
se interrumpió debido a unas enormes piedras que impedían el paso de la
procesión. La sorpresa fue mayúscula cuando los monjes vieron al toro embestir
con todas sus fuerzas con su poderosa cornamenta contra las piedras, quedando
entonces el camino completamente libre. Desde entonces, este lugar es conocido
como el pas del bou (el paso del
toro). Al llegar a la cima, el fiero toro se inclinó ante la entrada de una
cueva de la que salía una luz y en ella encontraron la imagen de la Virgen con el niño Jesús en
brazos”.
“Los monjes trasladaron la imagen al convento, pero al día siguiente
desapareció la imagen y la apareció en el mismo lugar de la cueva de la cima
del monte. Ante este suceso los monjes entendieron que esta era la voluntad de la Señora y en consecuencia
construyeron allí un convento a donde se trasladó la orden de la Merced”.
Más cercano a nosotros, en Palacios del Arzobispo, encontramos otro
milagro taurómaco. En el paraje conocido como La Vega , cerca de esta población
salmantina, “cuenta la leyenda que todos los días al atardecer, un toro
semental se ausentaba de la manada durante dos o tres horas. Por la frecuencia
del hecho, el mayoral de la ganadería decidió investigar qué pasaba. Un día
siguió al semental comprobando que el toro saltaba la pared de piedra que había
y comenzaba a escarbar en la tierra con los cuernos y las patas. Esto lo hacía
durante un buen rato, y más o menos fatigado, regresaba a la dehesa donde se
encontraba nuevamente con la manada. El mayoral ayudado de los vaqueros de la
finca, decidieron profundizar en la tierra, justo donde el toro ya había hecho
el hueco. Apenas iniciada la excavación, apareció una imagen de la Virgen , tallada en piedra,
de unos noventa centímetros de altura, con la imagen de un niño en sus brazos.
Posteriormente y en honor la talla de la Virgen , se erigió una ermita en la zona del descubrimiento
para venerar a la a la Virgen
la Vega.
Representación del milagro de San Pedro Regalado |
Y así podríamos continuar con otros relatos en con protagonismo de la Virgen y del toro. Pero nos
extenderíamos en demasía y, consecuentemente, no voy a detenerme en el
santoral, que es muy amplio en esta materia y con protagonistas con historias o
leyendas sugerentes, caso de San Juan de la Cruz , Santa Teresa de Jesús, San Francisco Solano
o San Pedro Regalado, aunque este, por su proyección como patrono de los toreros
merece que recordemos su vínculo con la tauromaquia. Se cuenta que saliendo San
Pedro Regalado del convento del Abrojo para Valladolid, sin saber que hubiese
fiesta de toros, se escapó uno de la plaza y le acometió furioso. El santo,
después de implorar al cielo, le mandó se postrase y lo ejecutó rendido.
Quitóle el santo las garrochas y echándole la bendición le mandó que se fuese
sin que hiciese mal a nadie, lo que ejecutó el bruto.
Para concluir este apartado, no podemos menos que hacer referencia al
toro de Plasencia. En un documento literario y pictórico que se conserva en la
biblioteca del monasterio de El Escorial, un códice del siglo XIII que recoge e
ilustra las Cantigas de Santa María,
del rey Alfonso X el Sabio, en la cantiga 144, se relata un supuesto milagro
ocurrido con ocasión de la celebración del rito del Toro Nupcial. Importante
resaltar que es la primera vez que se relata el rito del toro nupcial, tan
arraigada durante siglos y extinguida a finales del siglo XIX.
Ilustración de la cantiga de Alfonso X sobre el toro de Plasencia |
El rito del Toro Nupcial se desarrollaba el día de la boda o la víspera,
cuando el novio y sus acompañantes cazaban en el monte un toro salvaje y el
novio y su cuadrilla conducían al toro por las calles del pueblo, llevándolo
toreando hasta la puerta de la casa de la novia y se mataba allí, por el novio,
generalmente por medio de banderillas acondicionadas para el hecho, adornadas
por la novia con telas de colores.
Con el toro muerto en la puerta de la prometida, el amante se impregnaba
las manos de sangre y a continuación manchaba con ellas el pañuelo de la novia
o su vestido nupcial, rito de la fecundación, alegoría a la fuerza genésica del
toro y también a la pérdida de la virginidad. La cántiga nupcial, no relata la
ceremonia del toro sino que manifiesta del poder de Santa María sobre el toro
como bestia peligrosa.
La cantiga cuenta que un caballero que debía casarse mandó que le
trajesen toros para celebrar su boda, que eligió el más bravo entre todos y
ordenó que lo corriesen en la plaza de Plasencia. Un hombre incauto atraviesa
la plaza para visitar a Mateo, un clérigo amigo, y es sorprendido por el toro
que arremete contra él. El clérigo viendo el peligro reza a la Virgen. El hombre,
corriendo, consigue salvarse de la muerte ya que el toro resbala y cae en
tierra. Cuando se levanta se ha convertido en manso.
Esta conversión de bravura a mansedumbre nos lleva al postrero asunto de
esta disertación, que de charleta ya no tiene nada. Quiero traer a colación la
celebración del denominado Toro de San Marcos, en la que Ciudad Rodrigo, junto
con Trujillo, la alta Extremadura o la provincia de Zamora, fueron los
referentes. Cierto es también, sin embargo, que en la Diócesis civitatense
apenas hay templos advocados a San Marcos; solo los encontramos en Cerezal de
Peñahorcada, La Fregeneda
y en Guadapero. En Ciudad Rodrigo, según el becerro de la Catedral de 1389, también
hubo una iglesia dedicada al evangelista San Marcos, que se encontraba entre
las puertas del Sol y del Conde, a la altura aproximada de lo que hoy se conoce
como pista de Bolonia.
Cierto es también que salvo un rescripto de Clemente VIII no hemos
encontrado referencia documental sobre la vinculación del Toro de San Marcos
con Ciudad Rodrigo, aunque el arqueólogo Juan Carlos Olivares, en un estudio
sobre el dios indígena Bandua y el rito del Toro de San Marcos, documenta que
existe una inscripción latina en nuestra ciudad, con dudas sobre su procedencia
–Ledesma para unos, el norte de Cáceres para otros- , en el que se pone de
manifiesto que Ciudad Rodrigo era uno de los lugares en que se celebraba la
liturgia del toro, como también lo señala Julio Caro Baroja en Ritos y mitos equívocos.
El Toro de San Marcos es, por antonomasia, el exponente del toro
eclesiástico. De esta celebración se ocupó extensamente fray Benito Jerónimo
Feijoo en su Teatro crítico universal.
Afirmaba este ilustrado que “notorio es a toda España el culto (si se puede
llamar culto) que al glorioso evangelista San Marcos se da en su día en algunos
lugares de Extremadura, aunque el modo con que se refiere es algo vario. Lo que
comúnmente se dice, es que la víspera de San Marcos los mayordomos de una
cofradía, instituida en obsequio del santo, van al monte donde está la vacada, y
escogiendo con los ojos el toro que les parece, le ponen el nombre de Marcos, y
llamándole luego en nombre del Santo evangelista, el toro sale de la vacada, y
olvidado no solo de su nativa ferocidad, mas aún al parecer de su esencial
irracionalidad, los va siguiendo pacífico a la iglesia, donde con la misma
mansedumbre asiste a las vísperas solemnes y el día siguiente a la misa y
procesión, hasta que se acaban los divinos oficios, los cuales fenecidos,
recobrando la fiereza, parte disparado al monte, sin que nadie ose ponérsele delante.
Entretanto que está en la iglesia, se deja manejar y hacer halagos de todo el mundo,
y las mujeres suelen ponerle guirnaldas de flores y roscas de pan en cabeza y
astas... A algunos oí decir –dice Feijoo- que no el mayordomo de la cofradía
sino el cura de la parroquia, vestido y acompañado en la forma misma que cuando
celebra los oficios divinos, va a buscar y conjurar el toro”.
Fray Benito Feijoo |
Y más adelante señala alguno de los inconvenientes que generaba esta
celebración: “La gente mira más al toro que al sacerdote y altar, o, por mejor
decir, en el toro pone toda la atención; muchachos y muchachas están en continuados
juguetes con él: con esta ocasión, todo el templo incesantemente resuena con
risadas, y no pocas veces el sagrado pavimento se ensucia con las inmundicias
del bruto”.
Afirma Barbieri que “el Toro de San Marcos solía ser causa de muchos
disgustos. Cuando al animal se le antojaba no obedecer al mayordomo de la
cofradía, las gentes del pueblo daban par sentado que esto sucedía porque el
tal mayordomo sería descendiente de judíos. En otra ocasión, en que el cura
párroco de un pueblo poco distante de Zamora fue revestido, y con todo el
aparato de iglesia, a buscar al toro, que se hallaba encerrado en un corral,
como llamase al animal por el nombre de Marcos, y él no respondiera sino con
bufidos y ademanes de
acometerle, no siendo al fin posible llevarlo a la iglesia para la fiesta, las
gentes del pueblo dijeron que la resistencia del toro provenía de que el cura
estaba en pecado mortal. Acostumbraban también los cofrades de San Marcos, concluidas
las vísperas, sacar al toro por las calles del pueblo, haciéndole entrar en las
casas; y cuando el animal no quería penetrar en alguna, todos pronosticaban,
como si lo hubieran oído a un oráculo, que a aquella casa, o a los que en ella
vi-vían, les amenazaba una próxima calamidad”.
Recuerda igualmente este ilustre compositor que “la asistencia del toro a
la procesión dio lugar también, no pocas veces, a graves desórdenes. En tiempo
del mismo Feijoo ocurrió en la villa de Almendralejo que, marchando la procesión,
de repente se enfureció el toro, acometió a las andas en que iba la imagen de
San Marcos, las echó a tierra, y rompiendo por medio de la gente, aunque
sin hacer daño a nadie, se escapó”.
Al considerar estos desacatos y desórdenes, se preguntaba Barbieri, cómo
ciertos prelados consentían que continuase el rito del Toro de San Marcos. A lo cual contesta el mismo Feijoo
con estas notables palabras: “En
varios casos dicta la prudencia
permitir algunas cosas absurdas,
por evitar mayores inconvenientes, y es natural se encontrasen estos en el empeño de retraer al pueblo de la continuación de un
rito, que contempla como
canonizado por la antigüedad de
la costumbre, y que por consiguiente acaso miraría la prohibición como un injusto atropellamiento de su derecho posesorio”.
Francisco Asenjo Barbieri |
Este párrafo es tanto más notable –y seguimos a la letra a Barbieri- cuanto
que conocía Feijoo el rescripto del papa Clemente VIII, dirigido al obispo
civitatense Martín de Salvatierra, quien había cursado una pregunta al
pontífice, y este le contesta condenando la práctica del Toro de San Marcos por supersticiosa, escandalosa e indecente. El rescripto
no sirvió para terminar con el Toro de San Marcos, aunque las afirmaciones en
él vertidas, difundidas sobre todo por los teólogos que no veían con buenos
ojos el festejo, llegaron a los más apartados rincones.
“Véase cuán difícil es desarraigar antiguos abusos o preocupaciones
populares. Sin embargo, Feijo contribuyó poderosamente a desterrar el susodicho
rito del toro, atacándolo, no tanto en nombre de la teología, cuanto en el de
la filosofía o del sentido común”, sostiene Barbieri.
El investigador extremeño José María Domínguez, en un denso artículo
publicado en el número 80 de la
Revista de folklore, en referencia al supuesto
amansamiento del toro, señala que “al lado de las dos razones expuestas de amansamiento
del toro, cuales son el hecho milagroso defendido entre otros por los cronistas
franciscanos y de la intervención diabólica, nos topamos con alguna hipótesis
más realista que es necesario analizar. La teoría de la embriaguez del astado
fue expuesta por el doctor Andrés Laguna en el siglo XVI y tomada en
consideración por varios teólogos que copian en este punto al autor del Dioscórides. Apunta Laguna que ‘en
algunas partes, la víspera de San Marcos suelen tomar un ferocísimo toro y
emborracharle con el más fuerte vino que hallan, no dándole a comer ni beber
cosa; de suerte que por esta vía le reducen a tanta mansedumbre y blandura...’
Curiosamente es Laguna, me temo que sin haber sido testigo ocular del hecho, el
primero que menciona la embriaguez del toro, copiándolo en este punto algunos
cronistas conocedores de su obra. Sin embargo, los ignorantes de sus escritos
jamás señalan la borrachera como el método de reducir al astado, a pesar de que
bastantes de ellos hubieran echado mano de tal teoría para desprestigiar el
ridículo de la fiesta”.
La línea crítica contra la celebración del Toro de San Marcos tuvo su
referente, como estamos apreciando, en los ilustrados, que cargaron sobre “manifestaciones
externas de piedad tachadas de supersticiosas”, afirma Domínguez. Este autor
señala también que “tras la firma del concordato de 1753 los reyes borbones
procedieron a lo largo de todo el siglo XVIII a la abolición de una serie de
tradiciones seculares que a los ojos de sus asesores estaban cargadas de cierta
heterodoxia. Con el Toro de San Marcos pasan a mejor vida bastantes romerías,
empalados y disciplinantes de las procesiones de cuaresma, danzas de Corpus y
otras. A la cuenta de Fernando VI hay que apuntar el mazazo al Toro de San Marcos.
Su orden de supresión del festejo está fechada en Madrid el 3 de febrero de 1753” . José Luis Yuste –que
creo que todos conocéis- en el libro Tradiciones
urbanas salmantinas, inserta la carta enviada por el rey al obispo de
Salamanca, José Zorrilla de San Martín, carta extensible a los responsables de
las diócesis de Ciudad Rodrigo y Extremadura. La misiva no tiene desperdicio:
“Ilmo. Sr.: Haviendo sido servido
S.M. remittir al Consexo escritta representtación a fin de que diesse la
providencia conveniente a que cessasse enteramente, y se quitase de raíz la
ceremonia supersticiosa observada en los Pueblos de Estremadura, y en algunos
de la provincia de essa ciudad, en los que la víspera, o día de san Marcos por
las cofradías de estta advocación, cura, religioso, y escribano se saca un toro
de la bacada, llamándole Marcos, y llebándole después a la iglesia en
processión, y ahún a las casas para lograr mayores limosnas, y conviniendo
remediar semexante abuso ttan perjudicial a las buenas costtumbres, mal
sonantte a la veneración y decencia ttan debido a las iglesias, además de
resistirlo y esttar prevenido por ley del Reyno, que no entrren en ellas bestias
algunas: Ha acordado el Conxeso que los corregidores de Estremadura, y essa
Ciudad con las mas grabes penas, y multas a las justicias, y cofrades de los pueblos
de su distrito, y donde hay estte pernicioso abuso no saquen ni lleben en manera
alguna la víspera, en día de san Marcos el Toro de las Bacadas, ni de ottra parte,
no enttre en la iglesia para processión ni monstrarlo en manera alguna en las casas,
ni ahún emmaromado, y ha mandado prebenga a V. I. que como en estta escandalosa
función, se mezclan clérigos y religiosos, para que más bien ttenga obserbancia
la providencia, disponga V.I. se contengan las personas de su fuero, que con
demasiada ignorancia, no han reflexionado los engaños que hai en esttas
maniobras ni gravissimos perjuicios, que de su concurrencia se siguen a los pueblos,
que ttienen por milagro lo que no es ni hai mottivo de que sea por ser solo una
diabólica invención...”.
Fue el finiquito a la tradición del Toro de San Marcos en el oeste
español, aunque, si nos atenemos a lo que relataba el periodista Vicente Moreno
Rubio en 1927, en un artículo publicado en el diario cacereño Nuevo día, esta celebración siguió
vigente en Portugal hasta entrado el siglo XX. En la aldea portuguesa de San
Marcos –el nombre ya lo delata-, fronteriza con Valencia de Alcántara,
mantenían la costumbre de “que todos los años entrara en la iglesia un novillo,
estando llena de fieles y sin hacerles daño”. Y nos lo describe al detalle lo
que acontecía, pues fue observador directo: “Las campanas y cohetes anuncian la
fiesta, y el público empieza a tomar posiciones a la puerta por donde ha de
entrar el animal, y que a pesar de la aglomeración yo debí madrugar, puesto que
presencié la ceremonia... con alma y sentidos abiertos”, refiere.
“Quince o veinte hombres forzudos y altos, con el pantalón de paño de
distintas clases, muy estrecho y terminado en forma de trabuco; chaqueta muy
ceñida y corta; sombrero, enormemente anchas las alas y diminuto el casco,
unos, y gorro de lana terminando en borla y que al doblarse cae sobre la oreja,
otros; y todos con unos garrotes más altos que ellos, hacen corro a las reses,
que han traído junto a la puerta de la iglesia, para separar las que no son
necesarias, quedando solamente la que ha de servir para la ceremonia, y
asomando en ese instante por la puerta la venerable figura del sacerdote, con
el hisopo en la diestra, al que le acompaña el sacristán, con el cacharro del
agua bendita. Un silencio sepulcral y unos rezos del sacerdote (que yo presumo
ser bautizo o bendición del animal –apunta-), por cuando al terminar dice en
voz grave: ‘Entra Marcos, entra Marcos’, nombre que sin dejar de echar agua bendita
repite hasta que el becerro entra en el templo; esto, como es natural, lo hace
desde una distancia prudencial y teniendo en cuenta que para entrar en la
iglesia ha de subir un escalón. El becerro trata de escapar, pero los que le
hacen corro, le hacen desistir con sus garrotes, hasta que siguiendo al
sacerdote penetra en el templo y por una calleja que forman los fieles sube
hasta el altar mayor, volviendo enseguida a salir a la calle por el mismo
sitio".
Toro de San Marcos. Dibujo de Pablo Moreno Alcolado |
Bien, abocados al dicho de que lo que no conmueve la conciencia, mueve el
culo, tras lo dicho, solo una observación vinculada al Toro de San Marcos y su
supuesta o sobrevenida mansedumbre. No lo digo yo, que también; lo dijo Asenjo
Barbieri en el citado artículo de La Lidia sobre los
toros eclesiásticos: “Para significar que un hombre se casa –afirma-, suele decirse
vulgarmente que el tal entra en la
cofradía de San Marcos. ¿Traerá
su origen este dicho de la mansedumbre del toro en la referida fiesta?... Dado
el genio picaresco y epigramático de los españoles, es muy posible; y aún la comparación
puede resultar completamente exacta, si se considera que en la numerosa falange
de maridos, como en la de toros de San Marcos, si bien hay muchos muy mansos
durante toda la función, los hay también que, a lo mejor, embisten y derriban
al santo, y se escapan al monte”.
Y ahora, para rematar y como dijo Juan del Enzina, algo que viene a ser
la esencia de la Academia Gastronómico-cultural La Vaca Ventanera :
Hoy comamos y bebamos
y cantemos y holguemos
que mañana ayunaremos.
Por honra de Sant Antruejo.
parémonos hoy bien anchos.
Embutamos estos panchos,
recalquemos el pellejo:
que costumbre es de concejo
que todos hoy nos hartemos,
que mañana ayunaremos.
Honremos a tan buen santo
porque en hambre nos acorra;
comamos a calca porra,
que mañana hay gran quebranto.
Comamos, bebamos tanto
hasta que reventemos,
que mañana ayunaremos.
[1] El
artículo es en realidad una charla ofrecida por autor de este blog el 29 de enero
de 2013 en el restaurante Tamborino II, de Ciudad Rodrigo, para la Academia Gastronómico-cultural
La Vaca Ventanera.
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