El 17 de octubre de 1629 venía al
mundo el príncipe Baltasar Carlos de Austria, vástago de Felipe IV e Isabel de
Borbón. La noticia, por esperada, sobre todo después de que la reina hubiera
alumbrado cuatro hembras, fue recibida con regocijo en todo el reino. Ciudad
Rodrigo no fue ajena a la dicha regia cuando tuvo conocimiento oficial, unos
días después, del nacimiento del Príncipe de Asturias, en concreto el 25 de
octubre[1]. Al siguiente
día el consistorio, una vez leída la carta que anunciaba tan feliz
acontecimiento, y siguiendo una vieja tradición que unía las alegrías del rey[2] con
la esencia de la fiesta del pueblo, siempre vinculada a los espectáculos
taurinos, decide formar una comisión que defina los preparativos necesarios
para celebrar, como se merecía, que la Corona ya tuviera heredero.
El alférez mayor de la
ciudad, Luis del Águila, en representación del linaje[3] de
los Garci López, y Francisco Barba Osorio, regidor por el linaje de los
Pacheco, son cometidos por el ayuntamiento para hacer cumplir las órdenes
emanadas del consistorio. En principio, se acordó que esta noche -26 de octubre de 1629- se pongan luminarias por todos los sitios: en las ventanas, en los
balcones, en las torres, en las calles… al tiempo que se daba al pregón que
debían hacerlo todos aquellos que tuvieran obligación, so pena de mil maravedís[4].
La Ciudad, como
estamento, no podía ser menos, por lo que encomienda a los citados caballeros
regidores que hagan encender luminarias en
las casas de ayuntamiento y en el balcón del Peso y cárcel y con tiestos de pez
en toda la plaza y entradas de las calles de ella. Además, les acucia a que
hagan que se toquen las chirimías,
trompetas y atabales para que nadie se pueda evadir de festejar el
nacimiento del príncipe.
El príncipe Baltasar Carlos, por Diego Velázquez |
Y como la costumbre
manda, una fiesta popular sin toros no es fiesta. Por eso se ordena también a
Luis del Águila y Francisco Barba que tengan previsto para el lunes primero venidero, veintinueve del presente, se corran
seis toros, uno por la mañana, cuatro a la tarde y uno encohetado a la noche,
pertenecientes a la vaquería de un
tal Juan Manuel, al precio de 150 reales[5] cada
uno. Además se les encomienda que el
mismo día de toros en la noche se pongan otra vez luminarias generales en la
misma forma que esta noche, con chirimías y trompetas y atabales, y para las
dichas luminarias de dos noches se den a cada caballero regidor y escribano del
ayuntamiento ocho libras de velas y cuatro manos de papel, y se den a las demás
personas que la Ciudad acostumbra en semejante ocasión, que es un procurador
general y mayordomo, y no más.
En la celebración también
se incluye, como no podía ser de otra manera, a los estamentos eclesiásticos,
en estos tiempos en armonía con la Ciudad[6]. Así
se decide que para la noche de los toros
se pida a los señores del cabildo pongan luminarias y hagan tocar las campanas
en señal de alborozo, mientras que desde el consistorio se ordena también que se toque la campana del reloj[7] de la Ciudad suelto ambas noches.
Como complemento a lo
enunciado y atendiendo a lo extraordinario del acontecimiento que se celebra,
se apunta que asimismo procuren los
caballeros comisarios tengan alguna justa para el dicho día de toros y se
pregone que para las dichas fiestas salgan disfrazados todas las personas que
quisieren con máscaras y disfraces, a pie o a caballo, que para ello se les da
licencia. Y que la noche de los toros haya ingenios de toros con pólvora y
otros y se hable a los beneficiados de las parroquias para que toquen[8] las campanas de
las iglesias.
En esta relación de actos
y actividades encontramos muchos elementos comunes con lo que es la tradición
que caracteriza el desarrollo de los festejos populares taurinos que mantiene
Ciudad Rodrigo en su Carnaval del Toro. Correr toros por las calles o en coso
cerrado con barreras por la mañana, la tarde o la noche; tocar el reloj suelto
de la Casa Consistorial; llamar la atención del pueblo con la música –atabales,
chirimías y trompetas- como elemento festivo ineludible; e incluso convocar a
la participación de la gente con una expresa invitación a disfrazarse, dejando
entrever que formaba parte de la costumbre de la época, son elementos que a ningún
rodericense le pueden ser desconocidos. No obstante, hay otras iniciativas que
ahora nos sorprenderían, como la invitación al campaneo general de todas las
iglesias para llamar a rebato a los vecinos con el fin de que participasen en
la fiesta y, sobre todo, la introducción de una modalidad taurina un tanto
desconocida en la tradición local, como es la presencia de un toro encohetado o
el acomodo en la fiesta de ingenios de toros con pólvora, algo que, como
veremos más adelante, eran novedosos y, por lo tanto, contaban con la garantía
suficiente para atraer al público.
El toro encohetado,
cubierto de cohetes, tenía por estos tiempos un cierto apego para las grandes
celebraciones. La historiografía comenta el protagonismo de toros encohetados,
por ejemplo, en Zaragoza en la visita que realizó en 1626 Felipe IV[9]; o lo
ocurrido en Madrid unos años antes, en concreto el 3 de julio de 1619, un episodio muy similar a
lo que pasaría en Ciudad Rodrigo 10 años después: Y este mismo día el postrero toro le pusieron una manta de cohetes, la
cual no prendió porque el mismo la pisó con los pies y luego hubo muchos
cohetes en medio de la plaza, que pareció muy bien. Y para toros sólo había
sido muy buena la fiesta, sino fuera por lo mal que lució el toro encohetado, siendo presidente de
Castilla don Fernando de Acevedo, caballero del hábito de Santiago.[10]
Este festejo taurino
tenía por protagonista, según distintos apuntes, al también conocido como toro de la plebe[11], el
que se ofrecía al pueblo como colofón de un denso espectáculo taurino. Este
toro encohetado se lograba colocando en los pitones unas cargas de pólvora a
las que se pegaba fuego[12];
además, como ocurría en Ciudad Rodrigo, se ceñía sobre los lomos del animal una
manta también henchida de cohetes o pólvora, lo que enfurecía al toro y salía a
la plaza arremetiendo contra todo.
Un toro encohetado, recreación de Carlos García Medina |
Volviendo a los
preparativos de los festejos que celebró Ciudad Rodrigo en 1629, cabe señalar
que las previsiones de la programación no se cumplieron. El día previsto para
el denso espectáculo taurino, el 29 de octubre, no hubo oportunidad de que se
celebraran los actos al estar ausente el corregidor, el licenciado Pedro de
Vergara, que se vio obligado a ir a Ceclavín (Cáceres) por razones de su cargo.
Los festejos se posponen hasta que vuelva
el señor corregidor[13]. Lo
debió hacer antes del 15 de noviembre, jueves, pues en esta fecha se corrieron
los toros en la plaza pública y se
prendieron las luminarias por la ciudad con todo lo demás previsto.
Las cosas no salieron
como estaban planteadas. Así lo expone el regidor Miguel de Valencia, quien
incluso llegó a recriminar y pedir responsabilidades a sus compañeros de
consistorio, los susodichos Francisco Barba y Luis del Águila, en su función de
caballeros regidores cometidos en el asunto. Al parecer, tenía que haber invenciones de fuegos públicos, de
ruedas y montantes de fuego y toro encohetado, y esto parece no tuvo porque la
persona a quienes los caballeros comisarios, y especialmente el señor don Luis
del Águila lo encomendó, no salieron con los dichos fuegos; antes, para haber
de ser en fiesta de tanta solemnidad, dieron causa a que toda esta república
quedase disgustosa y no con el regocijo que se requería[14], lamenta Miguel
de Valencia antes de encontrar el detonante, a quien echar la culpa: Porque esto es todo en culpa de las personas
plisonas que hubieren de hacer las dichas invenciones de fuego por no saber lo
que se hicieron. Y por eso, por semejante negligencia y artificio, pide que
se detraigan de los gastos las partidas por los espectáculos fallidos.
Luis del Águila, con la
anuencia de su compañero Francisco Barba, había encargado fabricar al clérigo
Diego Sánchez[15] dos montantes de cueros y seis ruedas y una manta para un toro
encohetado, quien, a su vez, había encomendado hacer, por cuarenta reales,
un ingenio de fuego al tendero Juan Cornejo[16]. Por
otra parte, un tal Justo, carpintero, es el encargado de hacer los montantes y unas rodelas de fuego[17], que tampoco
tuvieron el efecto deseado.
El encargo se había hecho
al susodicho canoniguero Diego Sánchez por
decir lo sabía bien hacer y no haber otro que lo supiere hacer, algo que en
realidad le acarrearía un cierto descrédito. El regidor Del Águila afirma, en
su defensa, porque le exigía algún compañero que asumiese los gastos, que así se hizo todo [lo previsto] y la manta se puso al toro, y los montantes
salieron a la plaza; y las ruedas, aunque salieron, no consintió se las pusiera
fuego por haberse ido ya la Ciudad. Y que al toro se le puso fuego y no quiso
salir por la puerta, y que si estos ingenios no fueron buenos ni como se decía,
es justo que los pague el que los hizo.
Ilustración de García Medina sobre las fiestas taurinas de 1629 |
El consistorio toma el
acuerdo de que se haga la cuenta de todo
el gasto que se ha hecho en las dichas fiestas y se traiga a este ayuntamiento
para que se vea el dicho gasto hecho en los ingenios de fuego y, visto, la
Ciudad tome resolución de lo que ha de hacer. La dicha cuenta tomen los
caballeros de la Razón y porque lo es el señor don Luis del Águila, en su lugar
la tome el señor don Manuel de Chaves. Es decir, el ayuntamiento elude la
intervención de Del Águila en la relación contable de los gastos que se
realizaron para conmemorar el nacimiento del príncipe por ser parte interesada.
En la sesión siguiente,
celebrada el 23 de noviembre, se llevan las cuentas de las citadas fiestas y se
decide que pasen a escrutinio de Martín de Miranda, procurador general, para que
haga el informe en el que contra ellas si
hallare alguna cosa que decir, diga. No debió hallarla por cuanto el debate
se desvía a otros pormenores, como al pago de la cuenta de uno de los toros
corridos en esta conmemoración, que pertenecía al ayuntamiento, ya que lo había
pagado para los festejos celebrados con ocasión de la festividad de Nuestra
Señora de Septiembre, y que el depositario de las reses, el citado ganadero
Juan Manuel, quería volver a cobrar.
A partir de este año, en
todo el siglo XVII no vuelve a mencionarse en los libros de acuerdos del
consistorio referencia alguna a un festejo en el que se vinculasen directamente
los toros con espectáculos de fuego.
[1] Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo. Libro de acuerdos de 1629.
[2] MUÑOZ, Juan Tomás, La primera plaza de toros del hospicio. En Bolsín Taurino Mirobrigense. 50 años de historia. Salamanca, 2007,
p. 159.
[3] El consistorio estaba integrado por regidores que
representaban a los bandos o linajes de los Garci López de Chaves o de los
Pacheco, privilegio concedido por Alfonso XI en 1327 a los Garci López a
quienes otorga la mitad de los regimientos de la ciudad, es decir, seis; y la
otra mitad de los oficios mayores y menores el monarca la concede en 1328 a los Pacheco. Véase:
BERNAL ESTÉVEZ, Ángel, El concejo de
Ciudad Rodrigo en su tierra en el siglo XV. Salamanca, 1989, p. 39; SÁNCHEZ
CABAÑAS, Antonio, Historia de Ciudad
Rodrigo, comentada por José Benito Polo. Salamanca, 1967, p. 58. SÁNCHEZ
CABAÑAS, Antonio, Historia civitatense.
Salamanca, 2001, p. 217 y ss. NOGALES DELICADO, Dionisio, Historia de Ciudad Rodrigo, 2ª ed. Madrid, 1982, p.67; HERNÁNDEZ
VEGAS, Mateo, Ciudad Rodrigo, la Catedral
y la ciudad, 2ª ed. t. I, Salamanca, 1982, p. 187.
[4] AHMCR. Ibídem. Folio 512 y ss. Todas las citas que
siguen hacen referencia al mismo documento.
[5] Es el precio que ajustó el ayuntamiento por uno de los
toros que se habían corrido en los festejos de Nuestra Señora de Septiembre y
que sobró y se corrió por las alegrías del rey el 15 de noviembre de 1629. El
ganadero Juan Manuel quiso cobrárselo por dos veces al consistorio;
percatándose éste, llegó al acuerdo de descontarlo de lo que se debía abonarle.
[6] Eran frecuentes las disputas entre los cabildos,
sobre todo por asuntos vinculados al protocolo en las celebraciones religiosas.
[7] Esta campana se desprendió y se quebró el 17 de
noviembre de 1633. Los hechos se relatan en AHMCR. Libro de acuerdos de 1633, en donde se refiere que: Tratose en este ayuntamiento de cómo anoche
cayó la campana del reloj con el chapitel y columnas sobre que estaba fundado,
sobre lo cual el señor don Martín de Miranda, procurador general, ha dado
querella contra los carpinteros que hicieron el dicho chapitel. Acordose que
los señores don Juan Bonal y Francisco Rodríguez de Ocampo acudan a hacer todas
las diligencias que convengan así hacer acerca de la querella, como a recoger
el metal de la campana y despojos del chapitel y columnas con cuenta y razón
para que no se pierdan y hagan todo lo que se ofreciese acerca de lo susodicho.
[8] AHMCR. Ibídem.
[9] DOMÍNGUEZ LASIERRA, Juan, Los
orígenes de las fiestas taurinas, en la revista Turia, 1992. Relata algunas
tradiciones taurinas zaragozanas y la incidencia de la fiesta en la capital del
Reino: Ocho toros encascabelados, que con
alquitranados jubillos, entregados al infatigable vulgo, corrieron ensogados por diversas partes,
produciendo gran regocijo público en las fiestas zaragozanas por la promoción,
en 1616, del inquisidor general de España, el aragonés fray Luis de Aliaga;
como hubo toro encohetado en la
visita de Felipe IV, en 1626,
a esta capital. Véase también: REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en
línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [27 de
noviembre de 2007]: ESPINOSA, Pedro, Bosque
de doña Ana (1624). Publicación: Francisco Rodríguez Marín, Tipografía de
la Revista de Archivos (Madrid), 1909: …había
seis hombres á caballo, armados de fuego, con sus adargas, que jugaron las
cañas y lidiaron un toro encohetado. Había dos hombres
armados con sus celadas, que tornearon en una batalla de gran cantidad de
cohetes…
[10] Anales de Madrid de un platero del siglo XVII. Toros en la plaza nueva.
[11] ARCO Y GARAY, Ricardo del, La sociedad española en. las obras de Cervantes. Madrid, 1951, p.
632: ... así aristócrata como plebeya; incluso el toro encohetado, llamado "de la plebe", desde que el inquisidor D. Pedro Moya de Contreras,
Arzobispo y Virrey… Véase también: GIL GARCÍA, Bonifacio, Cancionero taurino, popular y profesional,
folklore poético-musical, con estudio, notas, mapas e ilustraciones.
Madrid, 1964-65, p. 140.
[12] SÁINZ DE ROBLES, Federico Carlos, Madrid. Autobiografía. Madrid, 1957, p.
468.
[13] AHMCR. Ibídem.
[14] Ibídem.
[15] En un censo realizado el 23 de noviembre de 1640,
incluido en el libro de sesiones de ese año que guarda el Archivo Histórico
Municipal de Ciudad Rodrigo, aparece Diego Sánchez, de oficio canoniguero, que vivía en la calle San
Antón. Cierto es que también aparecen otras dos personas homónimas, una con
vivienda en la calle los Caños y de oficio “trabajador”, y otra, residente en
la calle de La Trinidad, que figuraba como pintor.
[16] Ibídem. Un tal Juan Cornejo aparece en el citado censo
con el oficio de cabestrero, que vivía en el Campo de los Bueyes.
[17] AHMCR. Ibídem.
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