La tragedia se
presentó en la tarde del Domingo de Carnaval, 24 de febrero de 1963. Se
acercaba el desencierro y Sebastián Gil Hernández, natural de Ciudad Rodrigo, jornalero
de 37 años, acompañado de Álvaro Hernández –conocido por Bernadé-, un albañil de 61 años con el que mantenía buena relación,
a la sazón arrendador de la Huerta de la Esperanza –ubicada en la margen
izquierda de la carretera a Sanjuanejo, a la altura de la Huerta del Piojo, en
donde tenía su domicilio Sebastián-, enfilaban la vía que ese mismo año se
había dedicado al escritor falangista Agustín de Foxá, ambos camino de sus respectivas
moradas. También con el propósito de ver, no sabían muy bien desde dónde, el
paso de los toros en el desencierro.
Sebastián, según refieren las diligencias judiciales[1], iba
alegre, espiritoso por los abundantes caldos trasegados durante la densa
jornada carnavalesca, tal vez para soportar y encarar los sinsabores de una
vida conyugal que habían trascendido. Por eso Álvaro estaba pendiente de lo que
pudiera hacer Sebastián, intentando que no se expusiera al peligro visto el
estado que presentaba.
Dámaso González, responsable de la comisaría de Policía de Ciudad Rodrigo
en aquel momento, explica en el atestado realizado sobre el particular que Álvaro Hernández vio los “dos
toros que bajaban hacia la avenida o carretera donde ellos se hallaban, en
vista de lo cual se ocupó rápidamente de apartarse de la carretera por donde
aquellos habían de pasar y ayudó a Sebastián Gil a subir a la pared del patio
posterior de las escuelas, ya que el Sebastián Gil no se hallaba en condiciones
adecuadas para hacerlo por sí, por encontrarse en visible estado de embriaguez;
conseguido su propósito de subir ambos a la citada pared junto a la cuneta de
la carretera, pasó en el acto el primero de los toros, pero no así el segundo,
que se retrasó un poco por llamarle la atención, como es costumbre, el público
que le seguía. No obstante, también este toro llegó a la altura donde los dos amigos
se encontraban y cuando apenas había pasado por delante de ellos, el Sebastián
Gil se bajó de la pared y como el toro le viera, se volvió y arremetió contra
él en la cuneta de la carretera…[2]”
Algunos detalles
más, con ciertas aunque menores discrepancias, ofrece la versión que dio Juan
Antonio Martín, de 62 años de edad. Declaró este militar retirado en las
diligencias abiertas por tal suceso que “la tarde del domingo 24 del pasado mes
de febrero estuvo viendo el desencierro del ganado que se había lidiado por la
tarde y a continuación se marchó para su casa y al llegar a la boca de la calle
de San Pelayo con la avenida de Foxá, donde hay unas angarillas para que no
pueda pasar el ganado, se quedó hablando con una vecina contándole que en El
Registro, sitio conocido en la Puerta del Conde, un hombre se había caído y
decían que si se había matado, el cual era vecino de Alamedilla; que a los
pocos momentos pasó Sebastián Gil Hernández en compañía de Álvaro, conocido por
Bernadé, siendo aquel criado suyo (mejor
dicho, rentero), el cual iba un poco alegre ya que durante las fiestas siempre
se hace algún exceso. Que acaban de pasar, cuando se oyó ruido de que venía más
ganado y efectivamente vieron dos toros ya por la avenida de Foxá, viendo cómo
Álvaro se subía a la pared de las Escuelas Graduadas [de San Francisco] y el
Sebastián saltaba por uno de los portillos pasando los toros, pero debido sin
duda a que uno de ellos era de casta y lo habían metido en la plaza enjaulado,
no sabía la salida. El caso es que como todo el mundo lo llamaba, se volvió
nuevamente por la avenida y al bajar nuevamente se arrimó a la pared y, quizá,
cosa que desconozco por la distancia que había, el Sebastián pudo llamar al
animal. El caso es que lo sacó de donde estaba, cayendo al suelo, arremetiendo
contra él mismo el toro y lo lanzó contra la pared, dándose un fuerte golpe en
la cabeza; que seguidamente volvió el animal a darle, metiéndole el cuerno por
debajo de la chaqueta, rompiéndole esta, así como una de las mangas, que se quedó
el toro en las astas, y debido a lo resbaladizo del terreno, el toro se cayó,
teniendo el Sebastián uno de los brazos junto a las manos de la res; que como
el toro no hacía nada por levantarse, se arrimó el declarante en unión de otras
personas, recogiendo al herido, pasándole por la pared para evitar que el toro
pudiera hacer algo más con el Sebastián. Que cree no ha habido culpa o imprudencia
por parte de ninguna persona[3]”.
El percance se
produjo sobre las seis y cuarto de la tarde. Después de apartarlo del toro,
Sebastián Gil fue evacuado en grave estado a la clínica del doctor Francisco
Pérez Fernández, en donde quedó ingresado a las siete de la tarde. El
diagnóstico era de suma gravedad, al apreciarle el facultativo una fractura en
la base del cráneo.
El toro embiste a un mozo en una cuneta de la avenida de Agustín de Foxá |
El juez Hilario
Muñoz ordena instruir diligencias y hace un requerimiento al médico forense –también
el doctor Pérez Fernández- para que “tan pronto como esté en condiciones de ser
oído Sebastián Gil Hernández lo ponga en conocimiento del juzgado, como
asimismo se encargue de la asistencia facultativa o inspección del mismo dando
partes de su estado cada cuarto día o antes si necesario fuese hasta su
completa curación en que proceda emitir el correspondiente informe de sanidad[4]”.
El 28 de febrero, cuatro días después de la cogida, el médico forense comunica
que “el lesionado sigue gravísimo. Tiene una hemiplejía izquierda y ha sido
necesario trepanarle[5]”.
Continúa, lógicamente, sin poder declarar.
El 2 de marzo el Dr.
Pérez Fernández informa que “dado el estado de extrema gravedad del lesionado
Sebastián Gil, a petición de los familiares ha sido trasladado a su domicilio a
las 13 horas del día de la fecha[6]”.
Al día siguiente, a las siete y media de la mañana, falleció el herido. Poco
después, tras conocer el desenlace, se presentaría en el domicilio del finado,
en la Huerta de la Esperanza, la comisión judicial para certificar su muerte: “En
una habitación se encuentra el cuerpo de un hombre sobre una cama, de 35 o 40
años de edad, en posición de cúbito supino, vistiendo una camisa verde a rayas
y sin que presente herida externa alguna salvo en la nariz, teniendo vendada la
cabeza”, refiere la instrucción. Además de la comisión judicial, estuvieron
presentes “en este acto D. Juan Antonio Martín Vicente, mayor de edad, viudo,
militar retirado y vecino de aquí; [y] D. José Manuel Plaza Curto, mayor de
edad, casado, labrador y vecino de La Encina, [quienes] previo juramento que
hicieron en legal forma, manifestaron que el cuerpo que tenían a la vista
correspondía en vida a quien se llamó Sebastián Gil Hernández, nacido en esta
ciudad el 19 de febrero de 1927, hijo de Francisco y Victoriana, casado con
Rafaela Cruz Cortés y sin que tenga descendencia[7]”.
Se procedió al
levantamiento del cadáver. Su esposa Rafaela, que contaba con 34 años de edad y
también era vecina de Ciudad Rodrigo, declara ante el juez que “no sabe
nada sobre cómo ocurrieron los hechos de la muerte de su esposo, más que lo que
le han contado, sin que crea haya habido culpa por parte de nadie[8]”.
Programa de los festejos taurinos de las Fiestas Tradicionales de 1963 |
El cadáver de
Sebastián Gil Hernández fue inhumado en el cementerio de Ciudad Rodrigo “en
una fosa que dista de la pared este 153 metros, la del oeste, 58; la del sur,
167, lindando con el norte con la pared[10]”.
[1]
ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL. Expedientes judiciales de Ciudad Rodrigo, núm.
22/63: Lesiones que sufre Sebastián Gil
Hernández al ser alcanzado por una res en la tarde de ayer (24 de febrero
de 1963), instruido por el juez Hilario Muñoz Méndez.
[2]
Ibídem.
[3]
Ibídem. Declaración realizada el 4 de marzo.
[4]
Ibídem.
[5]
Ibídem.
[6]
Ibídem.
[7]
Ibídem.
[8]
Ibídem.
[9]
Ibídem.
[10]
Ibídem.
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