Ciudad Rodrigo y los mirobrigenses, si miramos la historia, han
mantenido una incuestionable relación con el teatro. Primero con
manifestaciones religiosas que se representaban en las iglesias,
preferentemente en la Catedral de Santa María, y más tarde con la erección de
espacios escénicos en distintos puntos del entramado urbano, pero casi siempre,
al menos hasta el siglo XIX, vinculados con una institución benéfica como era y
es el Hospital de la Pasión.
No es lugar para hacer una historia del teatro en Ciudad
Rodrigo. Se trata de dar unas pinceladas, de abrir una puerta que otros con
mejores criterios podrán cerrar en otro momento. Ya lo han hecho, de alguna
manera, historiadores de la talla de Mateo Hernández Vegas, quien nos dedica un
capítulo en su magna obra, Ciudad
Rodrigo. La Catedral y la ciudad, a glosar las primeras manifestaciones de
arte dramático que se realizan en la localidad mirobrigense; o los también profesores
e investigadores José Ramón Nieto González y Alfonso Rodríguez G. de Ceballos, quienes
nos aclaran algunas e importantes circunstancias de la construcción y
funcionamiento del patio o corral de comedias del Hospital de la Pasión,
fundamentalmente desde finales del siglo XVI. Además, diferentes estudiosos se
han acercado a otros espacios escénicos, caso del Teatro Principal o del que
todavía conservamos, el Teatro Nuevo 'Fernando Arrabal', que en su momento llegó a ser conocido
como Teatro Delio, en homenaje al poeta y fraile agustino Diego Tadeo González.
Grabado con una representación del 'Obispillo' |
Hernández Vegas señala las primeras representaciones
dramáticas en la Catedral. Asistían a las funciones el propio cabildo y los
regidores municipales, sin menoscabo del pueblo, el principal destinatario de
las obras por su carácter didáctico. Autos sacramentales, preferentemente, se
representaban con motivo de la celebración del Corpus o de días señalados en la
Navidad, pero también eran frecuentes que se recrearan hechos históricos o
escenas de la vida real; aunque, sin duda, por su divertimiento, los entremeses
marcaban la diferencia para el público.
Una de las primeras representaciones, junto con los
autos sacramentales, era la puesta en escena del denominado Obispillo de San Nicolás, un motivo que
se conserva todavía en distintos puntos de la geografía nacional y que, en
esencia, venía a ser un remedo de las funciones del obispo realizadas por un
niño, casi siempre perteneciente al coro de la Catedral. Así nos lo describe
Hernández Vegas: “Consistía en elegir el día de Nuestra Señora de la O entre
los niños de coro o acólitos un ‘obispo’, que, desde ese día hasta el de los
Santos Inocentes, había de asistir a coro, ganar las distribuciones de canónigo,
cabalgar en su mula con el séquito correspondiente, dar convites, etc.; en una
palabra, representar, remedar a un verdadero obispo”.
No era, como recuerda el investigador e historiador nacido en El
Sahúgo, un juego de niños, ya que en todo el ‘montaje’ participaba el cabildo,
quien “nombraba con toda solemnidad el obispillo, le señalaba sus derechos y
obligaciones y le acudía con la necesaria pitanza, digna de las altas funciones
que había de desempeñar”,
Hay referencias indirectas de que el Obispillo de San Nicolás ya se celebraba en
el siglo XV en Ciudad Rodrigo, aunque el primer dato objetivo corresponde a
1509, cuando se marcan las directrices para el papel del obispillo: “Lo que ha
de mandar y cómo se ha de acompañar cuando cabalgare”, es decir, una especie de
pasacalle por Ciudad Rodrigo. Además, el nombramiento suponía que el cabildo
pechara con cierta generosidad en el abasto del personaje en el cometido de las
funciones que se le estipulaban: “Se asigna a este obispo para el gasto de la
comida que ha de dar diez reales, dos docenas de gallinas, un carnero y dos
fanegas de trigo perpetuamente”, dice Mateo Hernández. El último obispillo
conocido fue un tal Juan de Escobedo, nombrado el 2 de diciembre de 1532.
Casi con simultaneidad, en concreto en 1526, el cabildo
acuerda introducir y regular la puesta en escena de danzas religiosas en la
Catedral con motivo de las fiestas del Corpus. De autos sacramentales empieza a
hablarse algo más tarde, en 1541, recuerda el citado historiador; además,
aparte del Corpus también se acuerda que se celebren por Navidad. Se conoce el
título de la representación navideña: el auto
de las Sibilas.
La tradición se mantiene y se acrecienta con mayor
presupuesto; incluso se contratan servicios específicos, como el de nuestro
insigne Feliciano de Silva, quien, “entre otras habilidades tenía la de
componer, organizar y dirigir danzas, autos, chanzonetas…”, cometido por el que
cobraba un dinero.
Hasta 1553 las representaciones contaban con el único
espacio escénico de la Catedral, adonde acudían el cabildo y los próceres de la
ciudad, a quienes se acomodaba en el coro. A partir de ese año, con motivo de
la fiesta del Corpus, el auto asignado a
esta celebración se haría en la Plaza Mayor, en donde el consistorio levantaba
un cadalso para la representación de la obra. Se hacía un paréntesis en el
desfile procesional para que el público disfrutara con la puesta en escena del
auto sacramental. Esta tradición se mantiene hasta 1567, año en el que el cabildo
impone que no se interrumpa la procesión y que el auto se represente al volver
el consistorio de la Catedral. Ese año se pone en escena la Venida
del anticristo, Además, como apunta Hernández Vegas, aparece claramente la
figura del censor para controlar el texto y elevar los conceptos religiosos que
suponían siempre el meollo de la representación, una labor en la que no solo se
empeñó el cabildo, ya que también hacía lo propio el ayuntamiento, lo que
generó más de un conflicto de intereses, una diferencia que en otros extremos
se mantuvo durante los siguientes siglos.
Entrada del Hospital de la Pasión Foto Vicente |
Las representaciones de autos, chanzonetas y la
programación de danzas se mantiene con cierta dificultad, ya que habitualmente
surgen problemas con la organización, como ocurrió el 17 de junio de 1568 con
el baile de la Danza de Santa Inés,
interpretación que a la postre acabaría con la supresión de los autos y este
tipo de espectáculos en las iglesias “en vista de la indecencia, alborotos y
profanaciones” que denunció el propio cabildo.
A partir de aquí es el propio consistorio quien asume
la organización de los autos del día de Corpus, que vuelven a recuperar la
parada de la procesión en la Plaza Mayor para el disfrute de la representación
hasta que el cabildo interfiere en 1661 en esta práctica, limitando solo la
parada a la interpretación de un villancico.
La alteración de la esencia con la que surgieron las
interpretaciones de los autos sacramentales en las iglesias, derivó en la promulgación
de una real cédula en 1780 que definitivamente prohibió este tipo de
espectáculos (autos, danzas, chanzonetas, gigantones…) en las procesiones y en
las iglesias. No obstante, porque así lo avala la documentación y tal vez por
el prurito de vulnerar la ley, se mantuvieron de alguna manera este tipo de
representaciones y otras (entremeses, farsas…) hasta bien entrado el siglo XIX
y también vinculadas con el estamento eclesiástico. En concreto, en 1818 en el
entorno de la Catedral de Santa María se celebró la representación de la Degollación de los inocentes, aunque con
una serie de condiciones: “Se advierte al sacristán que haga de rey Herodes,
que salga de la sacristía con el acompañamiento acostumbrado a vísperas y, sin
movimientos ni acciones ridículas, llegue a las verjas del coro, desde donde,
tomada la venia del presidente, saldrá por la puerta del mediodía al atrio de
la iglesia, y de allí por las calles de la ciudad, previo el permiso competente
del señor gobernador, remede la degollación de los Santos Inocentes, sin
propasarse a cosas que hagan ridícula esta representación y den motivo a que se
le reconvenga”, explica el cabildo en una de sus actas, según recoge Hernández
Vegas.
Como es lógico, a lo largo de estos siglos,
preferentemente desde el XVII, los mirobrigenses tuvieron otras referencias
teatrales que no fueran las citadas en las iglesias y en el cadalso de la Plaza
Mayor. El historiador que hasta ahora hemos seguido, cuenta también que el 27
de diciembre de 1594 se recoge la primera cita sobre la existencia de un patio
o corral de comedias en Ciudad Rodrigo, ubicado en el Hospital de la Pasión,
entidad benéfica que asumió su construcción y explotación para sacar un rendimiento
económico que derivaría a la atención de los hospitalarios.
Más exhaustivo es José Ramón Nieto González quien, en
un trabajo comparativo con los patios de comedias de Zamora y Salamanca,
realizado conjuntamente con Alfonso Rodríguez G. de Ceballos y presentado en el
Congreso Internacional sobre Calderón y el teatro español del Siglo de Oro,
celebrado en Madrid en 1981, da detalles contundentes sobre la construcción y
funcionamiento del corral de comedias del Hospital de la Pasión.
Aunque Mateo Hernández señala que antes de 1594 había
constancia de representaciones en el patio de comedias de esta institución
benéfica, que no contaría ni se permitían bancos ni taburetes, los citados
investigadores retrasan hasta 1601 la construcción del corral para las
representaciones, aunque reconocen que sí se habían producido movimientos, como
el acarreo de madera, para levantar el patio de comedias.
Nieto y Rodríguez señalan incluso la sesión en la que
se produjo la votación para construir el corral de comedias del Hospital de la
Pasión. Fue en la junta del 27 de diciembre de 1601 cuando se acuerda por
mayoría que “se hiciese en el Corral de la Cruz junto a la puerta de Santiago”.
Pese a esta decisión, pasaron varios años hasta que
comenzaron las obras. En diciembre de 1606 se da cuenta del ritmo de los
trabajos; en esencia, se quería construir un patio con 16 aposentos dispuestos
en dos pisos, señalan los citados investigadores. Ocho los sufragaba el
Hospital y el resto corrían por cuenta de particulares. Las obras no se remataron
hasta 1608 y se encuentra en pleno funcionamiento al año siguiente según se extrae
de una de las actas –utilizadas por Nieto y Rodríguez- de las sesiones del
Hospital sobre el funcionamiento del patio de comedias: “De ninguna manera se
consienta entrar en el dicho teatro silla ni taburete, si no fuere para los
aposentos, y esto se entienda con todas y cualesquiera personas de cualquier
calidad y estado que sea, ni puedan entrar banco ni otro asiento al dicho
teatro, si no fuere de los del Hospital”.
El patio de comedias siguió funcionando con normalidad
en los años posteriores, de tal forma y con tal éxito que se planteó y ejecutó
la cubrición del corral. La actividad continuó hasta la Guerra de Sucesión,
cuando es ocupado su espacio para fines militares. Los pertrechos de la
artillería, pese a las protestas del Hospital, no se retirarían hasta 1758,
aclaran los investigadores, quienes también informan que en 1763 el patio de comedias
“fue convertido en dos salas nuevas para la cura de enfermos”. En ese momento
tal vez fue cuando se decidió construir otro patio de comedias en el solar del
Hospital, en la parte contraria, hacia lo que se llamó Rinconada de la Pasión y
hoy es calle Sinagoga.
Aspecto interior del Teatro Nuevo 'Fernando Arrabal' Foto José Vicente |
Los avatares y los bombardeos de la Guerra de la
Independencia acabarían por incendiar y destruir el corral de comedias del
Hospital de la Pasión. Por entonces, promotores particulares se lanzarían a la
construcción de un nuevo teatro, en un local aislado, en la confluencia de las
calles San Juan, Gigantes y Campo del Trigo, hoy plaza de Cristóbal de
Castillejo, frente a la iglesia de San Agustín. Debió tener una menguada
actividad porque poco tiempo después, en 1846, vuelve el Hospital a retomar la
construcción de un nuevo teatro, en esta ocasión fuera de su centro
hospitalario, concretamente en el solar que ocupó la Casa de las Almenas, entre
las calles Talavera, Almendro y Cardenal Pacheco, que había donado al Hospital
Águeda Núñez de Ledesma. Fue conocido como Teatro Principal.
Conocemos las características del Teatro Principal a
través de un informe redactado en 1913 por Justo Lorenzo Calvo, inspector de
obras del ayuntamiento. Se trata de un documento que se conserva en el Archivo
Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo y que refiere los datos básicos de los
distintos locales públicos que por entonces existían en la localidad. Es un
detallado informe realizado para analizar el estado y las condiciones del
edificio para evitar que se produjera un incendio. Poco caso debió hacer el que
fuera posteriormente propietario del Teatro Principal, el empresario José
Iglesias, puesto que un año después, en concreto el 20 de marzo de 1914, el
local fue pasto de un voraz incendio: “Las proporciones del siniestro fueron
aterradoras, quedando el edificio por completo destruido. Las pérdidas se
calculan en doce mil duros”, se señala en un artículo publicado en el Boletín de la Federación Agrícola a raíz
del suceso.
El Teatro Principal, como recoge Tomás Domínguez Cid
en un artículo insertado en la edición del Libro
de Carnaval de 2006 basado en el citado informe del maestro de obras
municipales, tenía como dimensiones 26 por 10,5 metros y una
altura de 8,4 metros ,
incluyendo el escenario. Contaba con un aforo para 610 espectadores. “El patio
de butacas tiene un total de 147 metros cuadrados
–señala Domínguez Cid-. Adosadas a los muros se encuentran dos filas de gradas
perpendiculares a las filas de butacas y en la parte posterior hay emplazados
bancos de madera destinados a entrada general, por lo que existen tres clases
de localidades en el citado patio. La entrada a la general y butacas se hace
por una puerta central de 1,7
metros de ancha, en la misma línea que la puerta
principal y la entrada a las gradas se hace por un pasillo lateral a cada lado
de 1,5 metros
de ancho, en cuyos pasillos hay una puerta a la calle del Almendro y otra a la calle
Talavera”.
Señala el citado informe que “encima de las gradas y
en diferente plano hay emplazadas once plateas. En la misma planta de acceso a
las plateas se encuentra una antesala que tiene puerta de entrada a un salón
destinado a café, en la actualidad cerrado, cuyo salón mide 13 por 18 metros . De dicha
entrada parte una de cada lado dos escaleras que desembarcan en una meseta de
la cual arrancan dos pasillo de 0,85 metros de ancho en los cuales están los 17
palcos que hay emplazados en este piso. Desde dicha meseta también arrancan dos
escaleras que conducen a la parte alta donde se sitúan cuatro puertas de acceso
a la parte de paraíso, destinada a entrada general. Además, de la puerta de la
fachada principal, de 2,3
metros de ancha, tenía otras dos entradas más, una por
la calle Talavera y la otra por la calle del Almendro”.
Busto de Doña Sofía, obra de José Martínez |
Unos años antes de producirse el incendio del Teatro
Principal, la sociedad El Porvenir se lanza a la construcción de un nuevo
teatro, con otras diversas actividades complementarias, en un solar que lindaba
con la Rúa del Sol, plaza de San Pedro y calles Arco y Gigantes. Su
construcción fue acelerada, en apenas unos meses, puesto que se quería llegar a
tiempo para acoger distintos actos de Exposición Regional de Bellas Artes, Industria
y Comercio que se celebraría del 26 de mayo al 5 de junio de 1900. Se conocería
como Teatro Nuevo y tenía una capacidad para 916 personas. En algún momento se
intentó asentar su denominación como Teatro Delio, en homenaje a fray Diego
Tadeo, aunque la costumbre popular, tal vez para diferenciarlo del Principal,
acabó por dejarle el nombre actual, el Teatro Nuevo.
Después de pasar por distintas manos privadas y varias
empresas, el Teatro Nuevo fue adquirido por el ayuntamiento que presidió Miguel
Cid Cebrián en la década de los años 80. El local había sido vendido a un
promotor que presentó un proyecto para su derribo y la construcción de locales
y viviendas. Una campaña de la extinta Asociación Amigos de Ciudad Rodrigo, que
llegó a tener calado nacional y que contó con el apoyo de numerosas
personalidades, logró parar la intervención de la excavadora. Fue el momento en
que el consistorio lo compró y comenzó a dar, en precario, una cierta actividad
teatral, incluyendo también espectáculos musicales y ciclos de cine.
Se consigue incluir al Teatro Nuevo en un plan de rehabilitación
que emprende el Gobierno a través del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo.
En 1994 la Reina Doña Sofía procede a su reinauguración, convirtiéndose desde
entonces en un exponente de la actividad cultural en Ciudad Rodrigo, ahora con
la denominación de Teatro Nuevo Fernando Arrabal en reconocimiento y homenaje
al escritor nacido en Melilla pero tan vinculado con nuestra localidad.
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