domingo, 23 de noviembre de 2014

Centenario del incendio que destruyó el Teatro Principal

No quisiera dejar finalizar este año sin hacer un recordatorio de la efeméride del centenario de un siniestro que acabó definitivamente con uno de los referentes culturales que había tenido Ciudad Rodrigo desde mediados del siglo XIX, en concreto desde que en 1846 el Hospital de la Pasión retomase su compromiso con la actividad teatral promoviendo la construcción de un espacio escénico para ofrecer a los mirobrigenses la oportunidad de seguir disfrutando de las representaciones dramáticas y, más adelante, de la incorporación del cinematógrafo. Nos referimos al Teatro Principal, pasto de las llamas el 20 de marzo de 1914.

Este día, a las tres de la madrugada, “comenzaron[1] a escucharse los tañidos de la campana del reloj municipal, anunciando al vecindario la señal de fuego en el barrio de la Catedral. Inmediatamente comenzaron a afluir por todas partes autoridades, bomberos, soldados, público en general que se congregó en el lugar del siniestro, el antiguo Teatro Principal, de cuyo edificio se escapaban fuertes columnas de humo que daban a conocer que se trataba de un incendio de gran importancia.
“En efecto, en el momento en que se derrumbó a hachazos la puerta de entrada, fuertes llamaradas hicieron retroceder a cuantas personas quisieron penetrar en el local, y a los pocos minutos pudo contemplarse que el fuego se enseñoreaba de todo el edificio, convertido en una inmensa hoguera.
En el centro de la imagen, el Teatro Principal tras el siniestro
“Vanos esfuerzos realizaron los bomberos, y varios particulares, para introducirse por ventanas y balcones a fin de poder extraer algunos de los muebles del café, sito en la planta principal; todos ellos se estrellaron ante aquel asfixiante calor, aquel humo densísimo que se escapaba por todas partes, aquellas lenguas de fuego que lamían las paredes y que a veces se alargaban furiosas hasta la calle y casas inmediatas, amenazando con la destrucción de todo cuanto alcanzaban: dos sillas que tuvieron que dejarse en el balcón corrido de la fachada, una mesa de cocina y unos baldes de hoja de lata con servicio de café, amontonado para la limpieza, fueron todos los enseres que pudieron salvarse de la catástrofe.
“Todo lo demás, lo consumió el fuego, en la propia forma que la totalidad del edificio, que a la hora quedó reducido a las cuatro paredes exteriores y los dos muros interiores que forman la herradura del teatro.
“Fundidos los cables de la luz eléctrica, quedó parle de la población a oscuras, siniestramente alumbrada por aquel resplandor extraordinario, avivado por el huracán reinante que llevaba a todas partes grandes trozos de maderos en ignición, y verdadera lluvia de chispas y ceniza, verdaderos vehículos portadores de incendios parciales que por todas partes se iniciaban.
“Momentos hubo en que ya no fue posible atender al foco principal, si se quiso precaver una verdadera catástrofe; y bomberos, guarnición, autoridades y público tuvieron que dirigir todos sus trabajos a toda la manzana de casas que ocupa la calle del Enlosado, en su frente con la capilla de Cerralbo, alguna de las cuales, comenzó ya a arder con violencia.
“Todas ellas, fueron desalojadas a toda prisa, sus muebles trasladados a la monumental iglesia y Capilla y Casa-Misión de los PP del I. C. de María, y sus moradores a otros edificios cercanos.
“Afortunadamente, el desplome de la cubierta del teatro, que cayó con estrépito, vino a alejar todo peligro inmediato, pudiéndose desde aquel momento concretar todos los esfuerzos a extinguir aquel horno, en cuyo fondo, palpitaba furioso un verdadero infierno, que no se extinguió durante todo el día y que aún, a la hora en que cerramos nuestra edición, después de treinta y tantas horas, sigue latente, dando de cuando en cuando muestras de su existencia, cual ocurrió esta mañana en que comenzó a arder la casa limítrofe, medianera con el –antes- escenario, llevando otra vez la alarma al pueblo que se congregó inmediatamente en el lugar del suceso, sin que por fortuna fueran necesarios sus esfuerzos para dominar el fuego, ni otra intervención que la de los Bomberos y primeras personas que solícitamente acudieron.
Anuncio de otro establecimiento que acogía el inmueble
“Bien puede decirse que Ciudad Rodrigo ha estado abocado a tener un día de luto de imperecedero recuerdo, y que si la catástrofe no se produjo, fue merced, primero, a las acertadas medidas de la autoridad representada en su alcalde, don Ángel Mirat, quien con los concejales señores Pérez Solórzano, Sánchez-Manzano y García Romero, el secretario Sr. Ballesteros, el inspector municipal don Miguel Sánchez, el maestro de obras don Justo Lorenzo y los serenos y agentes todos, sin distinción; segundo, al Cuerpo de Bomberos Voluntarios, merecedor de que su nombre se grabe con letras de oro en el sitio de más honor en la ciudad, ese conjunto de hombres en que no se sabe que admirar más, si el desprecio del peligro, su constancia en el trabajo, o su entusiasmo por la benemérita obra que realizan y en la cual no han encontrado nunca una recompensa adecuada; tercero, a la guarnición de infantería, caballería, intendencia y fuerza de la Guardia Civil que trabajaron sin descanso; y por último, al público en general que desde los primeros momentos secundó todas las iniciativas de las autoridades y ayudó eficazmente a los bomberos. De entre esta, merecen especialísima mención los dos legos del convento de misioneros del Corazón de María, don Juan Casalls y don Daniel Ontañón, verdaderos héroes; el capitán de infantería don Luis Blanco, los reverendos PP Pablo Aguadé, Antonio Arriaga e Ildefonso Martínez; los presbíteros don Paulino Galán, sacristán mayor de la Catedral, y don Emilio Fernando García, ecónomo de la parroquia de Cerralbo”.
Se ha querido respetar el conjunto del artículo escrito en ‘caliente’ por la redacción de Avante. También hizo una reseña de urgencia el semanario La Iberia en la publicación del 21 de marzo.
Para cerrar este penoso capítulo de la historia de Ciudad Rodrigo y, por extensión de su proyección al Carnaval al ser uno de los espacios referenciales ajenos al capítulo taurino, insertamos unas notas sobre el origen del Teatro Principal, su proyección y una somera descripción del inmueble.
Las primeras referencias del Teatro Principal apuntan hacia 1846 cuando el Hospital de la Pasión vuelve a retomar la construcción de un nuevo teatro –había contado durante siglos con un patio de comedias-, en esta ocasión fuera de su centro hospitalario, concretamente en el solar que ocupó la conocida como Casa de las Almenas, entre las calles Talavera, Almendro y Cardenal Pacheco, que había donado al Hospital Águeda Núñez de Ledesma.
Publicidad del café en 'El Adelanto', en 29 de mayo de 1900
Conocemos las características del Teatro Principal a través de un informe redactado en 1913 por Justo Lorenzo Calvo, inspector de obras del ayuntamiento. Se trata de un documento que se conserva en el Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo y que refiere los datos básicos de los distintos locales públicos que por entonces existían en la localidad. Es un detallado informe realizado para analizar el estado y las condiciones del edificio para evitar que se produjera un incendio. Poco caso debió hacer el que fuera posteriormente propietario del Teatro Principal, el empresario José Iglesias, puesto que un año después, como se ha descrito, el local fue pasto de un voraz incendio: “Las proporciones del siniestro fueron aterradoras, quedando el edificio por completo destruido. Las pérdidas se calculan en doce mil duros”, se señala en un artículo publicado en el Boletín de la Federación Agrícola Mirobrigense a raíz del suceso.
El Teatro Principal, como recoge Tomás Domínguez Cid en un artículo del Libro de Carnaval de 2006 basado en el citado informe del maestro de obras municipales, tenía por dimensiones 26 por 10,5 metros y una altura de 8,4 metros, incluyendo el escenario. Contaba con un aforo para 610 espectadores. “El patio de butacas tiene un total de 147 metros cuadrados –señala Domínguez Cid-. Adosadas a los muros se encuentran dos filas de gradas perpendiculares a las filas de butacas y en la parte posterior hay emplazados bancos de madera destinados a entrada general, por lo que existen tres clases de localidades en el citado patio. La entrada a la general y butacas se hace por una puerta central de 1,7 metros de ancha, en la misma línea que la puerta principal y la entrada a las gradas se hace por un pasillo lateral a cada lado de 1,5 metros de ancho, en cuyos pasillos hay una puerta a la calle del Almendro y otra a la calle Talavera”.
Señala el citado informe que “encima de las gradas y en diferente plano hay emplazadas once plateas. En la misma planta de acceso a las plateas se encuentra una antesala que tiene puerta de entrada a un salón destinado a café, en la actualidad cerrado, cuyo salón mide 13 por 18 metros. De dicha entrada parte, una de cada lado, dos escaleras que desembarcan en una meseta de la cual arrancan dos pasillo de 0,85 metros de ancho en los cuales están los 17 palcos que hay emplazados en este piso. Desde dicha meseta también arrancan dos escaleras que conducen a la parte alta donde se sitúan cuatro puertas de acceso a la parte de paraíso, destinada a entrada general. Además, de la puerta de la fachada principal, de 2,3 metros de ancha, tenía otras dos entradas más, una por la calle Talavera y la otra por la calle del Almendro”, como ya se ha referido.
Un colaborador anónimo del entonces recién estrenado hebdomadario mirobrigense A. C., complementa la información sobre parte de la historia del Teatro Principal –también del Carnaval- en un artículo publicado el 21 de mayo de 1914: “Dos meses hizo ayer, que horrorizado presencié el terrible incendio que a la nada redujo el Teatro Principal de esta ciudad.
“Fui de los primeros en llegar, por si podía evitar en algo el siniestro, en unión de algunos queridos amigos que por casualidad reunidos estábamos. Al ver las fulgurantes llamas que todo y todo lo destruían ¡cuántos y cuántos recuerdos me evocaban!
Eustaquio Jiménez Trejo
“En ese edificio, en ese recinto que ya no es lo que fue, pasaron y pasaron los días más alegres de mi juventud; allí tuve halagos, lisonjas, desilusiones, desengaños y recibí también calabazas. ¡Que bailes los del Carnaval! ¿Los olvidará el amigo Trejo?
“Para mí, eso que hoy es un solar, lo considero como una institución, pero ya desaparecida del mundo de los vivientes. ¡Ay venerable Trejo! Ni tú ni yo volveremos a deleitarnos en lo que en algún tiempo fue nuestro campo de alegría y regocijo. Aún cuando no lo creas, tú también eres una institución en Ciudad Rodrigo; pero ya caminas a la caducidad, ya vas siendo viejo como yo; nos vamos aproximando al fin, lo mismo que el Teatro Principal, a la desaparición. Pero, ¡que nos quiten lo bailao!
“Y basta ya de cosas poéticas y tristes. Al evocar tantos y tantos recuerdos porque son muchos, para toda clase de gustos y no hay espacio, ni posibilidad de reproducirlos, se me ha ocurrido el rebuscar entre mis papelotes lo que respecto a dicho teatro pudiera encontrar, y ahí va lo que he hallado.
“Acordada por el Estado la venta del edificio teatro, que procedía del Hospital Civil de la Pasión de esta ciudad, fue tasado con exclusión de la lucerna, decoraciones y demás enseres, en 120.000 reales en venta y 6.000 en renta, por cuya cantidad se capitalizó en 108.000.
“No habiendo habido postores a dicha finca, en las dos subastas que de la misma se celebraron en 15 de marzo y 11 de de junio de 1861, por acuerdo de la Junta Superior de Ventas, fecha 17 de octubre del mismo año, fue retasado en 95.000 reales en venta y en 4.740 en renta y capitalizada por esta última cantidad en 85.520.
“Verificada la subasta en 30 de abril de 1862, bajo los referidos 95.000 reales, tampoco hubo licitadores, por lo que la expresada Junta Superior, en sesión de 18 de junio de 1862 y con arreglo a lo dispuesto en la R. O. de 24 de julio de 1861, acordó se procediera a segunda subasta en retasa, o sea con la rebaja de la sexta parte del capital que sirvió de base en la subasta anterior, siendo por tanto el tipo para la misma la suma de 79.166,66 céntimos [reales, debe ser].
“Esta subasta había de celebrarse el día 28 de julio de 1862, pagándose en diez plazos iguales, al diez por ciento cada uno; el primero a los quince días siguientes de notificarse la adjudicación y los restantes, con el intervalo de un año cada uno.
Publicidad del Café Universal que albergaba el teatro
“Con fecha 11 de julio de 1862 por la Dirección General de Propiedades y Derechos del Estado, se acordó prorrogar para el 8 de agosto la subasta; la que simultáneamente tuvo lugar en dicho día en Salamanca y en esta ciudad; no habiendo ningún pos-tor en la primera y en esta lo fueron los de aquí vecinos, don Martín Martínez Sobrino, en 80.000 reales, don Jerónimo Pesquero, en 80.100 y don José Montes, en 81.000, pujando nuevamente el primero de los señores citados en la cantidad de 86.100 reales, por la que le fue adjudicada la propiedad del teatro.
“Según certificación de don Esteban Bande, oficial primero interventor de la Administración de Propiedades y Derechos del Estado en la provincia, fecha 6 de septiembre de 1862, el teatro estaba gravado con un censo de 1.800 reales de capital y 54 de réditos anuales, al tres por ciento, el cual se pagaba por el Hospital al presbítero don Agustín Sánchez Torres, como poseedor de la capellanía fundada en la Santa Iglesia Catedral de esta ciudad, por don Mateo de los Villares; pero, como el tenedor de este censo no acreditase en tiempo y forma su derecho, no se liquidó dicha carga al tiempo de la venta –subasta-, hasta que por el censatario se practicase la justificación correspondiente, en cuyo caso sería rebajado del precio del remate el importe del gravamen, quedando su pago de cuenta del comprador.
“Pagado el primer plazo por don Martín Martínez Sobrino, por este se hizo cesión en 20 de octubre de 1862 del edificio teatro por él comprado a don Manuel Valías, don José Alonso Montes, don Jerónimo Pesquero, don Pedro María Cascón, don Sebastián Iglesias, don Juan José Domínguez, don José Cuesta, don Juan Valls, don Rafael Belmonte, don José Muriedas y don Atanasio de Pando y Puyol, a los que se le dio posesión en 25 de octubre de 1862.
“Intervinieron en las distintas diligencias de adjudicación, traspaso y posesión, como alcalde de la población, don Juan Arias Girón; como juez de paz, en funciones de juez del partido, don Ildefonso Martín Domínguez; como alcalde del Hospital don Francisco Teta y como escribanos don Telesforo Mayor y don José Pujg.
“Con posterioridad fue adquirida la propiedad del teatro, por nuestro convecino, don José Iglesias, quien era dueño del mismo cuando el siniestro ocurrió”.



[1] De Avante, artículo publicado el 21 de marzo de 1914.

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