No quisiera dejar finalizar este año sin hacer un recordatorio de la efeméride del centenario de un siniestro que acabó definitivamente con uno de los referentes culturales que había tenido Ciudad Rodrigo desde mediados del siglo XIX, en concreto desde que en 1846 el Hospital de la Pasión retomase su compromiso con la actividad teatral promoviendo la construcción de un espacio escénico para ofrecer a los mirobrigenses la oportunidad de seguir disfrutando de las representaciones dramáticas y, más adelante, de la incorporación del cinematógrafo. Nos referimos al Teatro Principal, pasto de las llamas el 20 de marzo de 1914.
Este día,
a las tres de la madrugada, “comenzaron[1] a
escucharse los tañidos de la campana del reloj municipal, anunciando al
vecindario la señal de fuego en el barrio de la Catedral. Inmediatamente
comenzaron a afluir por todas partes autoridades, bomberos, soldados, público en
general que se congregó en el lugar del siniestro, el antiguo Teatro Principal,
de cuyo edificio se escapaban fuertes columnas de humo que daban a conocer que
se trataba de un incendio de gran importancia.
“En efecto, en el momento en que se derrumbó a hachazos la puerta de entrada,
fuertes llamaradas hicieron retroceder a cuantas personas quisieron penetrar en
el local, y a los pocos minutos pudo contemplarse que el fuego se enseñoreaba de
todo el edificio, convertido en una inmensa hoguera.
En el centro de la imagen, el Teatro Principal tras el siniestro |
“Vanos esfuerzos realizaron los bomberos, y varios particulares, para
introducirse por ventanas y balcones a fin de poder extraer algunos de los
muebles del café, sito en la planta principal; todos ellos se estrellaron ante
aquel asfixiante calor, aquel humo densísimo que se escapaba por todas partes,
aquellas lenguas de fuego que lamían las paredes y que a veces se alargaban furiosas
hasta la calle y casas inmediatas, amenazando con la destrucción de todo cuanto
alcanzaban: dos sillas que tuvieron que dejarse en el balcón corrido de la
fachada, una mesa de cocina y unos baldes de hoja de lata con servicio de café,
amontonado para la limpieza, fueron todos los enseres que pudieron salvarse de
la catástrofe.
“Todo lo demás, lo consumió el fuego, en la propia forma que la totalidad
del edificio, que a la hora quedó reducido a las cuatro paredes exteriores y
los dos muros interiores que forman la herradura del teatro.
“Fundidos los cables de la luz eléctrica, quedó parle de la población a
oscuras, siniestramente alumbrada por aquel resplandor extraordinario, avivado
por el huracán reinante que llevaba a todas partes grandes trozos de maderos en
ignición, y verdadera lluvia de chispas y ceniza, verdaderos vehículos
portadores de incendios parciales que por todas partes se iniciaban.
“Momentos hubo en que ya no fue posible atender al foco principal, si se
quiso precaver una verdadera catástrofe; y bomberos, guarnición, autoridades y
público tuvieron que dirigir todos sus trabajos a toda la manzana de casas que
ocupa la calle del Enlosado, en su frente con la capilla de Cerralbo, alguna de
las cuales, comenzó ya a arder con violencia.
“Todas ellas, fueron desalojadas a toda prisa, sus muebles trasladados a
la monumental iglesia y Capilla y Casa-Misión de los PP del I. C. de María, y
sus moradores a otros edificios cercanos.
“Afortunadamente, el desplome de la cubierta del teatro, que cayó con
estrépito, vino a alejar todo peligro inmediato, pudiéndose desde aquel momento
concretar todos los esfuerzos a extinguir aquel horno, en cuyo fondo, palpitaba
furioso un verdadero infierno, que no se extinguió durante todo el día y que aún,
a la hora en que cerramos nuestra edición, después de treinta y tantas horas,
sigue latente, dando de cuando en cuando muestras de su existencia, cual
ocurrió esta mañana en que comenzó a arder la casa limítrofe, medianera con el
–antes- escenario, llevando otra vez la alarma al pueblo que se congregó inmediatamente
en el lugar del suceso, sin que por fortuna fueran necesarios sus esfuerzos para
dominar el fuego, ni otra intervención que la de los Bomberos y primeras
personas que solícitamente acudieron.
Anuncio de otro establecimiento que acogía el inmueble |
“Bien puede decirse que Ciudad Rodrigo ha estado abocado a tener un día
de luto de imperecedero recuerdo, y que si la catástrofe no se produjo, fue
merced, primero, a las acertadas medidas de la autoridad representada en su
alcalde, don Ángel Mirat, quien con los concejales señores Pérez Solórzano,
Sánchez-Manzano y García Romero, el secretario Sr. Ballesteros, el inspector municipal
don Miguel Sánchez, el maestro de obras don Justo Lorenzo y los serenos y agentes
todos, sin distinción; segundo, al Cuerpo de Bomberos Voluntarios, merecedor de
que su nombre se grabe con letras de oro en el sitio de más honor en la ciudad,
ese conjunto de hombres en que no se sabe que admirar más, si el desprecio del
peligro, su constancia en el trabajo, o su entusiasmo por la benemérita obra
que realizan y en la cual no han encontrado nunca una recompensa adecuada;
tercero, a la guarnición de infantería, caballería, intendencia y fuerza de la Guardia Civil que
trabajaron sin descanso; y por último, al público en general que desde los
primeros momentos secundó todas las iniciativas de las autoridades y ayudó
eficazmente a los bomberos. De entre esta, merecen especialísima mención los
dos legos del convento de misioneros del Corazón de María, don Juan Casalls y
don Daniel Ontañón, verdaderos héroes; el capitán de infantería don Luis
Blanco, los reverendos PP Pablo Aguadé, Antonio Arriaga e Ildefonso Martínez;
los presbíteros don Paulino Galán, sacristán mayor de la Catedral, y don Emilio
Fernando García, ecónomo de la parroquia de Cerralbo”.
Se ha querido respetar el conjunto del artículo escrito en ‘caliente’ por
la redacción de Avante. También hizo
una reseña de urgencia el semanario La
Iberia en la publicación del 21 de marzo.
Para cerrar este penoso capítulo de la historia de Ciudad Rodrigo y, por extensión de su
proyección al Carnaval al ser uno de los espacios referenciales ajenos al capítulo taurino, insertamos unas notas sobre el origen del Teatro
Principal, su proyección y una somera descripción del inmueble.
Las primeras referencias del Teatro Principal apuntan hacia 1846 cuando el Hospital de la Pasión vuelve a
retomar la construcción de un nuevo teatro –había contado durante siglos con un
patio de comedias-, en esta ocasión fuera de su centro hospitalario,
concretamente en el solar que ocupó la conocida como Casa de las Almenas, entre
las calles Talavera, Almendro y Cardenal Pacheco, que había donado al Hospital
Águeda Núñez de Ledesma.
Publicidad del café en 'El Adelanto', en 29 de mayo de 1900 |
Conocemos las
características del Teatro Principal a través de un informe redactado en 1913
por Justo Lorenzo Calvo, inspector de obras del ayuntamiento. Se trata de un
documento que se conserva en el Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo y
que refiere los datos básicos de los distintos locales públicos que por
entonces existían en la localidad. Es un detallado informe realizado para
analizar el estado y las condiciones del edificio para evitar que se produjera
un incendio. Poco caso debió hacer el que fuera posteriormente propietario del
Teatro Principal, el empresario José Iglesias, puesto que un año después, como
se ha descrito, el local fue pasto de un voraz incendio: “Las proporciones del
siniestro fueron aterradoras, quedando el edificio por completo destruido. Las
pérdidas se calculan en doce mil duros”, se señala en un artículo publicado en
el Boletín de la Federación Agrícola
Mirobrigense a raíz del suceso.
El Teatro Principal,
como recoge Tomás Domínguez Cid en un artículo del Libro de Carnaval de 2006 basado en el citado informe del maestro
de obras municipales, tenía por dimensiones 26 por 10,5 metros y una
altura de 8,4 metros ,
incluyendo el escenario. Contaba con un aforo para 610 espectadores. “El patio
de butacas tiene un total de 147 metros cuadrados
–señala Domínguez Cid-. Adosadas a los muros se encuentran dos filas de gradas
perpendiculares a las filas de butacas y en la parte posterior hay emplazados
bancos de madera destinados a entrada general, por lo que existen tres clases
de localidades en el citado patio. La entrada a la general y butacas se hace
por una puerta central de 1,7
metros de ancha, en la misma línea que la puerta
principal y la entrada a las gradas se hace por un pasillo lateral a cada lado
de 1,5 metros
de ancho, en cuyos pasillos hay una puerta a la calle del Almendro y otra a la
calle Talavera”.
Señala el citado
informe que “encima de las gradas y en diferente plano hay emplazadas once
plateas. En la misma planta de acceso a las plateas se encuentra una antesala
que tiene puerta de entrada a un salón destinado a café, en la actualidad
cerrado, cuyo salón mide 13 por 18 metros . De dicha entrada parte, una de cada
lado, dos escaleras que desembarcan en una meseta de la cual arrancan dos
pasillo de 0,85 metros
de ancho en los cuales están los 17 palcos que hay emplazados en este piso.
Desde dicha meseta también arrancan dos escaleras que conducen a la parte alta
donde se sitúan cuatro puertas de acceso a la parte de paraíso, destinada a
entrada general. Además, de la puerta de la fachada principal, de 2,3 metros de ancha,
tenía otras dos entradas más, una por la calle Talavera y la otra por la calle
del Almendro”, como ya se ha referido.
Un colaborador
anónimo del entonces recién estrenado hebdomadario mirobrigense A. C., complementa la información sobre
parte de la historia del Teatro Principal –también del Carnaval- en un artículo
publicado el 21 de mayo de 1914: “Dos meses hizo ayer, que horrorizado
presencié el terrible incendio que a la nada redujo el Teatro Principal de esta
ciudad.
“Fui de los primeros en llegar, por si podía evitar en algo el siniestro,
en unión de algunos queridos amigos que por casualidad reunidos estábamos. Al
ver las fulgurantes llamas que todo y todo lo destruían ¡cuántos y cuántos
recuerdos me evocaban!
Eustaquio Jiménez Trejo |
“En ese edificio, en ese recinto que ya no es lo que fue, pasaron y
pasaron los días más alegres de mi juventud; allí tuve halagos, lisonjas,
desilusiones, desengaños y recibí también calabazas. ¡Que bailes los del
Carnaval! ¿Los olvidará el amigo Trejo?
“Para mí, eso que hoy es un solar, lo considero como una institución,
pero ya desaparecida del mundo de los vivientes. ¡Ay venerable Trejo! Ni tú ni
yo volveremos a deleitarnos en lo que en algún tiempo fue nuestro campo de
alegría y regocijo. Aún cuando no lo creas, tú también eres una institución en
Ciudad Rodrigo; pero ya caminas a la caducidad, ya vas siendo viejo como yo;
nos vamos aproximando al fin, lo mismo que el Teatro Principal, a la
desaparición. Pero, ¡que nos quiten lo bailao!
“Y basta ya de cosas poéticas y tristes. Al evocar tantos y tantos
recuerdos porque son muchos, para toda clase de gustos y no hay espacio, ni
posibilidad de reproducirlos, se me ha ocurrido el rebuscar entre mis papelotes
lo que respecto a dicho teatro pudiera encontrar, y ahí va lo que he hallado.
“Acordada por el Estado la venta del edificio teatro, que procedía del
Hospital Civil de la Pasión
de esta ciudad, fue tasado con exclusión de la lucerna, decoraciones y demás
enseres, en 120.000 reales en venta y 6.000 en renta, por cuya cantidad se
capitalizó en 108.000.
“No habiendo habido postores a dicha finca, en las dos subastas que de la
misma se celebraron en 15 de marzo y 11 de de junio de 1861, por acuerdo de la Junta Superior de
Ventas, fecha 17 de octubre del mismo año, fue retasado en 95.000 reales en
venta y en 4.740 en renta y capitalizada por esta última cantidad en 85.520.
“Verificada la subasta en 30 de abril de 1862, bajo los referidos 95.000
reales, tampoco hubo licitadores, por lo que la expresada Junta Superior, en
sesión de 18 de junio de 1862 y con arreglo a lo dispuesto en la R. O. de 24 de julio de
1861, acordó se procediera a segunda subasta en retasa, o sea con la rebaja de
la sexta parte del capital que sirvió de base en la subasta anterior, siendo
por tanto el tipo para la misma la suma de 79.166,66 céntimos [reales, debe
ser].
“Esta subasta había de celebrarse el día 28 de julio de 1862, pagándose
en diez plazos iguales, al diez por ciento cada uno; el primero a los quince
días siguientes de notificarse la adjudicación y los restantes, con el
intervalo de un año cada uno.
Publicidad del Café Universal que albergaba el teatro |
“Con fecha 11 de julio de 1862 por la Dirección General
de Propiedades y Derechos del Estado, se acordó prorrogar para el 8 de agosto
la subasta; la que simultáneamente tuvo lugar en dicho día en Salamanca y en
esta ciudad; no habiendo ningún pos-tor en la primera y en esta lo fueron los
de aquí vecinos, don Martín Martínez Sobrino, en 80.000 reales, don Jerónimo
Pesquero, en 80.100 y don José Montes, en 81.000, pujando nuevamente el primero
de los señores citados en la cantidad de 86.100 reales, por la que le fue adjudicada
la propiedad del teatro.
“Según certificación de don Esteban Bande, oficial primero interventor de
la Administración
de Propiedades y Derechos del Estado en la provincia, fecha 6 de septiembre de
1862, el teatro estaba gravado con un censo de 1.800 reales de capital y 54 de
réditos anuales, al tres por ciento, el cual se pagaba por el Hospital al
presbítero don Agustín Sánchez Torres, como poseedor de la capellanía fundada
en la Santa Iglesia
Catedral de esta ciudad, por don Mateo de los Villares; pero, como el tenedor
de este censo no acreditase en tiempo y forma su derecho, no se liquidó dicha
carga al tiempo de la venta –subasta-, hasta que por el censatario se
practicase la justificación correspondiente, en cuyo caso sería rebajado del
precio del remate el importe del gravamen, quedando su pago de cuenta del
comprador.
“Pagado el primer plazo por don Martín Martínez Sobrino, por este se hizo
cesión en 20 de octubre de 1862 del edificio teatro por él comprado a don
Manuel Valías, don José Alonso Montes, don Jerónimo Pesquero, don Pedro María
Cascón, don Sebastián Iglesias, don Juan José Domínguez, don José Cuesta, don
Juan Valls, don Rafael Belmonte, don José Muriedas y don Atanasio de Pando y
Puyol, a los que se le dio posesión en 25 de octubre de 1862.
“Intervinieron en las distintas diligencias de adjudicación, traspaso y
posesión, como alcalde de la población, don Juan Arias Girón; como juez de paz,
en funciones de juez del partido, don Ildefonso Martín Domínguez; como alcalde
del Hospital don Francisco Teta y como escribanos don Telesforo Mayor y don
José Pujg.
“Con posterioridad fue adquirida la propiedad del teatro, por nuestro
convecino, don José Iglesias, quien era dueño del mismo cuando el siniestro
ocurrió”.
Impresionante.
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