“La ilustre
Miróbriga, que tan faustos sucesos registra en las páginas de la historia, celebró
entusiasmada el día 30 del pasado septiembre [de 1884] el acontecimiento más notable que
en la marcha progresiva de los adelantos modernos puede celebrar un pueblo
culto: la llegada al pie de sus históricas murallas del primer tren de servicio
de la línea en construcción de Salamanca a la frontera de Portugal”[1]. El
acontecimiento, por el que los mirobrigenses venían suspirando desde hacía más
de una década, se había concretado por fin. Era el primer paso, porque la
apertura de la línea hasta la frontera llevaría todavía unos meses y la utilización
del ferrocarril como transporte público para comunicar con la capital
salmantina no se definiría hasta el 25 de mayo de 1886. Pero los mirobrigenses
veían ya un aperturismo, una puerta abierta al futuro, un sueño convertido en
realidad que, tal vez –la duda estaba ahí-, fuera el punto de apoyo preciso
para asentar la añorada palanca del desarrollo, devolver la relevancia a un
territorio que había ido perdiendo enteros y protagonismo desde sus gestas en
la guerra peninsular de principios de siglo.
El silbido de la locomotora de
vapor, una máquina de construcción ‘Beira-Alta’, fue como un estruendo festivo
para los mirobrigenses cuando recorría los últimos metros camino de la estación
del ferrocarril construida en las afueras de Ciudad Rodrigo. La cercanía de la
máquina desató el ánimo entre la población. La locomotora “hizo su entrada, que
pudiéramos llamar triunfal, en la estación de Ciudad Rodrigo [a las cuatro de
la tarde], siendo recibida a los acordes de la música, al estampido de los
cohetes y a los vítores y aclamaciones del ilustrado y entusiasmado público
que, representando todas las clases y jerarquía sociales y unido en un solo
pensamiento y un solo deseo, saludaba acontecimiento tan importante”, explicaba
el redactor de El Progreso.
Grabado de las obras del viaducto del tren en San Giraldo, en 'La Ilustración Española y Americana' (22-09-1984) |
La descripción del momento es
abordada en la portada del citado diario salmantino con sumo detalle: “La
máquina, que venía empavesada con los colores nacionales de España, Francia y
Portugal, como justo homenaje y tributo a la parte que a cada una de estas tres
naciones corresponde en la realización de esta empresa, venía ocupada por los
señores Tellier, jefe de la sección; Mundet, comandante de ingenieros; Heras,
inspector del movimiento; Guerra, contratista; Álvarez, director de las obras
contratadas por los señores Röesset; y Corpas, perito de la sección. Viniendo
además en las plataformas cargadas de material, capataces, listeros y operarios
del tercer trozo con herramientas del trabajo. Al llegar frente a la estación
los viajeros saludaron con vivas a las autoridades que en aquel punto les
esperaban, y estas contestaron en la misma forma, confundiéndose los dados a
los mirobrigenses con los que se dirigían a los hombres más importantes de la
sociedad constructora en general, y a los señores Wesolowski y Tellier en
particular. Todos fueron plácemes y saludos. Las señoras agitaban sus pañuelos
y la emoción embargaba todos los corazones”[2].
En el protocolo también entró una
visita a las dependencias de la estación, “que a todos nos pareció pequeña”,
matizaba el periodista de El Progreso.
Pero era el momento de las celebraciones: “Las señoras fueron obsequiadas con
dulces y vinos generosos, y los caballeros con champagne y habanos, saliendo
todos complacidos de la galantería y amabilidad del jefe de sección, que con su
distinguida esposa hizo los honores en medio de la confusión que es
consiguiente en la aglomeración de gente, inevitable en casos tan
excepcionales”[3]. Y, como colofón, un
viajecito para aquellas señoras que fueron invitadas a subir a una de las
plataformas del tren, pero con las precauciones debidas, ya que el tramo
todavía estaba en obras; llegaron hasta el primitivo puente metálico construido
para salvar el río Águeda[4], en
las cercanías del despoblado de Almariego, “y regresaron satisfechas de su corta
excursión”.
Pero, como ocurre casi siempre,
después de las alabanzas y los parabienes, tras la alegría general, llegan las
puntualizaciones; también las quejas. Los mirobrigenses y comarcanos que
asistían al mercado de granos, ubicado en el recinto amurallado, mostraron de
inmediato su pesar por la “gran distancia” que había a la estación del ferrocarril,
“punto al que indudablemente han de concurrir la inmensa mayoría de los que se
presenten a la venta”. Y por eso, significan lo conveniente que sería para las
contrataciones el que el “referido mercado se trasladara al Arrabal de San
Francisco, construyendo ad hoc la correspondiente plaza en un punto intermedio,
entre la Puerta del Conde y la Casa Cuna”, aprovechando, de paso, la ampliación
o ensanchamiento de la vía que ya se estaba ejecutando desde la salida de la
citada Puerta del Conde hacia la calle Peramato, en el Arrabal de San
Francisco.
Un tren en las cercanías de Ciudad Rodrigo |
No cabe duda de que las obras del
ferrocarril estaban generando en estos años una inyección económica en Ciudad
Rodrigo y su comarca, sobre todo en jornales. Una notable cantidad de obreros
se habían desplazado y asentado en la localidad mirobrigense al socaire de la
ejecución de la vía férrea de Salamanca a la frontera portuguesa, pero también
influyó sobremanera en la población flotante la creación, unos años antes, de
la Audiencia de lo Criminal, como reconoce El
Progreso en su número del 11 de junio: “Es tal el movimiento y animación
que se nota en Ciudad Rodrigo en la población flotante... que los comercios y establecimientos
públicos advierten de una manera considerable este aumento por numerosas
transacciones los primeros y notable concurrencia los segundos”. Y concreta
este extremo al señalar que ha “aumentado en un 30 por ciento el número de
comercios de la plaza en el transcurso de un año, y aumentado el servicio en
las sociedades de recreo, que están a la altura de las de la capital, si bien
carece del número de camareros necesarios, por lo que el señor propietario del
Casino Mirobrigense tiene pedidos camareros prácticos que puedan al mismo
tiempo desempeñar las funciEsa visión torticera de la sociedad, enmarañada con cierto doblez, era una constante de la época. Su ocultación primaba, ya que no se quería que fuera trasunto de la realidad de una grey decimonónica, con toda su expresión y vigencia en el Ciudad Rodrigo de finales del siglo XIX y en donde dominaba el analfabetismo, que no dejaba de ser un recurso para mantener el estatus de las clases privilegiadas, de los propietarios y terratenientes que abrazaban un cacicato con el futuro despejado, al menos hasta principios del siglo XXones de mozos de billar en las cuatro mesas de sus
elegantes salones”.
Tanto movimiento de gente trajo
también otras consecuencias menos halagüeñas, que tuvieron eco en la prensa
provincial y que, después de lanzar la piedra, quiso esconder la mano tras
criticar que Ciudad Rodrigo se había poblado de “centros de inmoralidad que
relacionaban con la afluencia de trabajadores consiguiente a la construcción de
la línea férrea”, señalaba El Progreso el
18 de mayo. Pero, qué va. De eso, nada de nada. Aquí no había tales garitos ni
mucho menos abundaban los prostíbulos: “En honor a la verdad... no existen
tales centros”, especifica el citado diario y además justifica el porqué: “En
esta ciudad no es posible su sostenimiento”, porque “nuestras autoridades velan
sin descanso para que no lleguen a establecerse y, por último, que tanto los
trabajadores y operarios de todas las categorías como los capataces, listeros y
en general toda clase de empleados, necesitan para descansar el tiempo que les
queda libre después de quince horas de trabajo”.
La moralina se disfrazaba con la hipocresía ante
aquellas circunstancias, con la aversión, también hipócrita, a ciertas
costumbres que siempre han existido, la mayoría de las veces ajenas a la
legalidad establecida, sometidas en ocasiones a la indeferencia o al qué dirán,
cuando no al recurso de la negación. Pero parecía que con negarlas era suficiente,
aunque para ello se recurriera a la estulticia sembrada con aquello de que como
el obrero está cansado de trabajar 15 horas, no tiene tiempo ni ganas para el esparcimiento,
para frecuentar prójimas en establecimientos de poca reputación social.
[1] El Progreso. Política, literatura, intereses
morales y materiales, noticias. Núm. 48, de 5 de octubre de 1884, portada.
[2]
Ibídem.
[3]
Ibídem.
[4]
Ibídem. En el número del 24 de septiembre El
Progreso ofrece algunos datos técnicos del puente recientemente construido
sobre el río Águeda: “El puente cuyo paso acabamos de indicar, tiene una
longitud entre estribos de 92
metros divididos en tres tramos. Las pilas y estribos
son de sillería granítica hasta la altura de la cornisa, que es de 14 metros sobre el zócalo,
y este tiene un metro cincuenta sobre el mínimo nivel. El cubo de sillería
empleado es de 4.000
metros aproximadamente, y en su construcción se ha
tardado ocho meses. La parte metálica ha estado a cargo para su armado del Sr.
Soult, siendo la casa constructora la Sociedad de Construcciones y Contratas de
Bélgica”.
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