Aunque no haya
que darle demasiada trascendencia a los comentarios, en la mayoría de las
ocasiones sin asiento real, sin fundamento demostrable, considero necesario
valorar en su justa medida ciertas informaciones que se van nutriendo de
experiencias propias y ajenas y que, por su reiteración, acaban cruzando el
umbral de la incredulidad para darle el beneficio de la duda.
Me estoy refiriendo al patrimonio
oculto o desaparecido, el visto y no visto. Son restos arqueológicos cercenados
por la incuria de quienes deberían haber velado por su conservación, estudio y
difusión. No ha ocurrido ahora, que tal vez también esté sucediendo sin que nos
enteremos; pasó hace años, décadas incluso, y todavía trascienden los
comentarios, no sé si con cierto prurito de satisfacción por haber vulnerado la
ley y quedar impune la felonía o, quizá, por la nula relevancia que se le da al
hallazgo.
Quienes han estado a pie de obra,
con la excavadora o una simple pala, cuentan un sinfín de anécdotas sobre el
particular que nos ocupa. Ignoran –sin duda lo saben- que han sido cómplices de
la destrucción o incautación de un bien cultural que podría haber engrosado el
acervo mirobrigense, privando a la ciudadanía de su disfrute y a los
investigadores de avanzar en el conocimiento de las culturas que sembraron el
Ciudad Rodrigo que hoy conocemos.
Hace unos días, en una de esas
conversaciones de barra –tan frecuentes y tan enriquecedoras en ocasiones-,
salieron a colación esas prácticas destructivas o aniquiladoras del patrimonio
mirobrigense. Quien hablaba lo hacía en primera persona, como testigo que fue
de los hechos. Solo cumplía lo que le tenían encomendado. Sin más, ya que,
increíblemente, no había prescripciones para el seguimiento técnico de las
obras o, en el caso que las hubiera, se incumplían. Lo del adverbio puede que
sea excesivo, ya que las administraciones hasta hace relativamente poco tiempo
eran más bien disolutas en este campo, incluso lo siguen siendo en la
actualidad si no hay alguien que les recuerde su cometido, su función de
vigilante del cumplimiento de la ley del patrimonio histórico y cultural.
Desde 1944 Ciudad Rodrigo, el casco
urbano intramuros, está declarado conjunto histórico-artístico y desde hace
unos años se ha extendido la protección hasta el Teso Grande de San Francisco.
Durante esos 70 años Ciudad Rodrigo se ha transformado en gran parte con la
creación de nuevo núcleos o la sustitución de inmuebles. Específicamente en
este campo, en la reconstrucción inmobiliaria, es donde las felonías han sido
frecuentes gracias a la negligencia de quienes debían haber velado para
evitarlas.
Edificio del antiguo cuartel y convento de Sancti Spíritus |
En el recuerdo está la destrucción
del convento de Sancti Spíritus, reconvertido en cuartel hasta que los mílites
abandonaron Ciudad Rodrigo. Su solar, una vez arruinado y destruido el viejo
cenobio de terciarias franciscanas, fue ocupado por unos bloques de viviendas
que no dejan de ser una afrenta en la silueta del conjunto mirobrigense, aunque tampoco fuera muy agraciada la imagen con el propio cuartel de caballería. Aún
recuerdo la increíble destrucción de la iglesia advocada a Nuestra Señora de Hungría,
el último elemento de la aniquilación del citado convento. Aprovechaba el
recreo del instituto para acercarme a ver cómo iban desapareciendo estructuras,
cómo se arruinaban muros históricos, cómo se profanaban las sepulturas sin
miramiento alguno... No hace tanto tiempo de aquello. Nos retrotraemos a la
época del cambio de régimen, en la transición de la dictadura a la democracia.
Quienes pudieron, a quienes se lo permitieron, no tuvieron reparo alguno en
quedarse lo que consideraron de valor. Tan solo, y no completa, se obligó a conservar
la portada de la capilla, que estuvo abandonada hasta que se decidió, considero
que sin fortuna, incrustarla en el edificio construido para albergar los
juzgados. No se recuperó el escudo central que remataba la obra. Fue sustraído,
donado o vendido a un particular para enriquecer su casona en la finca de
turno.
En la primera ubicación del
monasterio de Sancti Spíritus junto a la cerca mirobrigense, en el entorno de
los toriles de San Pelayo, cuando el ayuntamiento permitió construir los chalés
existentes, tampoco se hizo seguimiento alguno del subsuelo, en donde
emergieron con los gavias de la cimentación innumerables vestigios de la traza
del citado cenobio. Al menos quedaron sepultadas para que en otros tiempos
puedan estudiarse.
Portada de la capilla del cuartel |
No ocurrió lo mismo con las obras
realizadas en el entorno del convento de San Francisco. En las últimas hubo un
conato de seguimiento arqueológico que no sirvió para mucho, pero cuando a
principios de los años noventa se hizo el edificio ubicado a la derecha de las
capillas franciscanas, se ocuparon de que nadie más que los propios
trabajadores y los técnicos contratados para tal fin fueran testigos de lo que
pudiera haber aparecido, de su recuperación o destrucción. El contorno de la
obra se protegió de cualquier inquisidor o curioso que entorpeciera las labores
pretendidas. No sé si es una leyenda urbana, pero recuerdo que alguien, muy
próximo a la obra, en su día me lo contó. Ignoro si fue verdad o no lo que me
dijo. Me imagino que no, porque si fuera verdad diría muy poco de su catadura
moral o puede que simplemente estuviera anclado en la necedad.
Comentó que había aparecido una
oquedad labrada en la roca en donde todavía se conservaban algunos útiles. Es
lo de menos; lo relevante, si es que fue así, sería la aparición de un pozo con
un brocal en forma de triángulo. Si eso fue cierto, tal vez estaríamos hablando
del legendario pozo que se atribuye a las propias manos del santo de Asís, si
es que realmente pasó por Ciudad Rodrigo en 1214. Dejémoslo como leyenda urbana
ya que si fuera un hecho histórico, tangible en su día, sería suficiente para
censurar y apartar a los técnicos que permitieron semejante sacrilegio.
Hay muchos más ejemplos de la
vulneración de la legislación vigente, de la anterior también, en materia de
patrimonio en Ciudad Rodrigo. Quédese, de momento, ahí, que ya habrá tiempo de
glosar esos atentados y la negligencia de las administraciones públicas en esta
materia.
Pero, volviendo al inicio, a aquella conversación de barra, comentados,
como dije, por un testigo directo, no puedo menos que sonrojarme ante hechos
como el que refirió y al que, por haber participado indirectamente en el
esquilmo del patrimonio histórico mirobrigense, le doy verosimilitud. Veamos.
Para ubicarnos, hay que recordar que los trabajos de investigación arqueológica
realizados hasta el momento han demostrado que la isla formada por las calles
Almendro, Travesía de Talavera, Cardenal Pacheco y La Colada es una manzana con
un subsuelo rico en vestigios arqueológicos, especialmente de la romanización
del castro mirobrigense. Hay material que lo acredita y estudios que lo avalan.
Pues bien, pese a que en su día aparecieron restos relevantes de esas culturas
en las obras del edificio existente entre las calles Talavera y Cardenal
Pacheco, recogidos en parte por los técnicos que siguieron las obras, cuando se
acometió el vaciado del inmueble sito entre las calles Almendra, Talavera y
Cardenal Pacheco no hubo el seguimiento técnico que cabría esperar,
favoreciendo las labores de esquilmo de lo que pudiera aparecer, además de la
irremediable destrucción de cualquier resto arquitectónico o de los distintos
útiles que albergara el subsuelo, dado el calibre de las obras y maquinaria de
excavación.
Señalaba el contertulio que emergió durante el vaciado del solar una
escultura zoomorfa, de mediano tamaño, una pieza de relevancia extrema para la
historia de Ciudad Rodrigo. Salió íntegra y pasó a engrosar el patrimonio
particular de quien la halló o pudo quedarse con ella. Si esto fuera cierto –no
creo que sea invención- estaríamos ante uno de los atentados más flagrantes
contra el patrimonio histórico y cultural mirobrigense. Ojalá que algún día, si
tiene alguna brizna de sensibilidad el receptador o el actual poseedor, la citada
pieza pueda formar parte del acervo rodericense para disfrute del común y
estudio e investigación científica. Amén.
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