Con el paso del
tiempo se ha ido diluyendo la costumbre de pedir cenizos en el Carnaval
de Ciudad Rodrigo. A raíz de unos lamentables incidentes a finales de los años setenta,
cuando la negativa del Consistorio a alargar el antruejo, con encierro y
capeas, al Miércoles de Ceniza -de ahí, los cenizos- estuvo a punto de generar un conflicto público con
intervención gubernativa.
Lo de pedir cenizos era algo consustancial en la liturgia
carnavalesca, incluso hubo varios años en los que se institucionalizaron, es
decir, que todos los Miércoles de Ceniza habían encierro y capeas, aunque fuera
con vacas. Eso ocurrió a mediados de los años veinte, cuando tomó por vez
primera las riendas del consistorio Calixto
Ballesteros Rivero, un gran aficionado taurino que hizo sus pinitos de
joven en alguna becerrada. Y también en el interregno episcopal, cuando en 1923
fue trasladado a Tuy el administrador apostólico civitatense, Manuel María Vidal y Boullón, ya que hasta 1924 no tomó
posesión de la Diócesis el arandino Silverio
Velasco.
Ocurrió que en el Carnaval, en uno de estos carnavales, al no poder
celebrarse los festejos del martes, se creyó conveniente dar cenizos. Lo
que era algo accidental, quedó prácticamente instituido, de tal forma que en
algún periódico de la época se afirmaba, en 1927, que tener festejos taurinos
el Miércoles de Ceniza era ya “costumbre inveterada”.
El obispo arandino Silverio Velasco |
Silverio Velasco, cuando
recaló en Ciudad Rodrigo como administrador apostólico, se escandalizó con esta
costumbre e hizo todo lo posible por convencer al ayuntamiento de que se estaba
profanando el primer día de la Cuaresma. Así se lo manifestaba al gobernador
civil de Salamanca, Luis Díez del
Corral, en una carta fechada el 7 de febrero de 1927: “Mi intención era convencer
con amistosas razones al señor alcalde y concejales de la inconveniencia de esa
cuarta capea, con toda la comitiva de profanidades que lleva consigo, en el día
para los cristianos más opuesto a estas diversiones, después del Jueves y Viernes
Santo”.
Hasta entonces sus argumentos habían caído en saco roto. Pese a que en
algún momento pareció alcanzar un acuerdo con el ayuntamiento, este siempre, a
última hora, daba marcha atrás, al parecer, y seguimos a la letra al obispo
arandino, porque “dicen y alegan que el pueblo es muy bruto y que en la tarde
del martes, con la embriaguez de tres días, son capaces de cualquier barbaridad
si no se apaciguan sus gritos con la concesión de una corrida más”, refiere el
prelado al gobernador en una extensa carta.
Y asevera que el pueblo debe ser muy bruto cuando parece “que no somos
nosotros, los que hemos sido investidos por Dios de la autoridad los que
gobernamos; que no son los alcaldes los que mandan, sino los pueblos, y no los
pueblos, sino el populacho, los analfabetos tal vez, los ociosos, y con ellos
todas las pasiones, y como en el caso en que aquí se escudan, la borrachera”.
El administrador apostólico había recurrido al gobernador como última
instancia para atajar la profanación que suponía correr toros el Miércoles de Ceniza,
convirtiéndolo en un día más de Carnaval. En 1926 no lo consiguió, justificándolo
el gobernador al comunicarle que “la prohibición de corrida de toros el
Miércoles de Ceniza provocaría un conflicto de orden público, hasta el punto de
que habría seguramente de tener que echar la Guardia Civil a la calle, y a más de
ello, significaría la prohibición un daño para la autoridad local por la
impopularidad y riesgo que con la medida se producirían”.
Sin embargo, la insistencia del obispo daría sus frutos y a partir de
1927 quedaría en suspenso la inveterada costumbre de extender el Carnaval al
Miércoles de Ceniza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar en esta página.