Era ajeno a la
fiesta. Paseaba, como tantos otros días, en el entorno de la vivienda que
habitaba ocasionalmente[1] en la
calle de los Caños, el número 18, en donde moraba su hija Felícitas, la
primogénita de la familia. Sonaba el Reloj Suelto, la campana municipal, como
tantas veces lo hacía durante la fiesta: en el desarrollo de los encierros y desencierros,
cuando había un toro suelto por las calles, ya fuera dentro o fuera del recorrido
de los festejos taurinos.
El día antes de la tragedia, 20 de
agosto de 1966, unos “desaprensivos”[2], que
quedaron en el anonimato pese a las investigaciones policiales, habían
defenestrado el vallado del encierro existente en las inmediaciones de la plaza
de toros portátil Arenas de España,
instalada junto al edificio en construcción de la futura Escuela de Artes y Oficios
y alquilada por el Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo al empresario placentino José
Gutiérrez Izquierdo por 130.000 pesetas. Ese portillo sería la espita que, a la
postre, originó el trágico percance, la cogida mortal del anciano Manuel
Hernández García, natural de Matilla de los Caños del Río, pueblo salmantino de
solera ganadera y que también aportaría otra víctima de los toros en el
Carnaval de 1986, cuando falleció prácticamente en el acto el joven matillense,
arraigado en Eibar, Miguel Ángel Garzón Benito, alcanzado por un toro de Benito
Ramajo en el desencierro matinal.
Se sabía de la peligrosidad del
astado que protagonizó la tragedia, un “animal de poder y bravura
extraordinarios”[3] procedente de la ganadería
de Antonio Moreno, de la finca Palomar, ubicada en las inmediaciones de Ciudad
Rodrigo, cerca del agregado de Ivanrey. Por ello, atendiendo a las sugerencias
del ganadero, el Ayuntamiento rodericense dispuso que este toro no participase
en el encierro, siendo “llevado a la plaza enjaulado por su peligrosidad, en
lugar de entrar con los restantes en el encierro de la mañana”, según se
explica en el expediente judicial abierto al efecto a instancias de los
familiares reclamando una indemnización de 300.000 pesetas por la muerte
accidental de Manuel Hernández García. Finalmente, el juez la fijó en 100.000
pesetas.
Este toro no participó en la
“prueba” de la mañana, aunque saldría como capeón en la capea vespertina para
integrar posteriormente, junto a otros astados, el desencierro.
El público observa el paso de un novillo en el revellín de San Andrés durante una de las fiestas de verano. |
El Ayuntamiento no había reparado el
portillo. El toro, que iba dejando heridos en el recorrido[4],
enfiló el vano y accedió al glacis de la muralla comprendido entre las puertas del
Conde y del Sol. Se arrojó al foso y allí permaneció hasta que decidió ascender
por la rampa del puente de la Puerta del Sol y dirigirse, de nuevo, a las
inmediaciones de la plaza de toros. En este punto quedó emplazado bastante
tiempo, hasta que decidió emprender otros derroteros, cruzando el parque de La
Glorieta y callejeando por el Arrabal de San Francisco hasta que encontró en su
camino al infortunado Manuel Hernández García, ajeno a todo lo que sucedía[5].
Había transcurrido hora y media
desde que el toro se escapó. Pasaban ya las ocho de la tarde. Manuel caminaba,
ajeno a cuanto acaecía, hacía la casa que moraba en la calle de los Caños:
“Caminaba tranquilamente por una calle que le llevaba hacía la realización de
un cometido personal. Para él la algarabía producida por unos toros desmandados
no tenían ningún aliciente, ni el menor interés, cuando menos, en esos momentos.
No era torero. Por la espalda, alevosamente, un toro de casta le atacó en un fatum emotivo y escalofriante de pura
sorpresa. La muerte galopante, con brivaciones [sic] de furia negra, puesta a
punto por la enervación de una multitud electrizada, descargó sobre una víctima
inocente”, escribía Mariano Ayuso Gil en un artículo publicado en el
desaparecido semanario local La Voz de
Miróbriga al socaire de la tragedia.
Manuel Hernández García, tras la
brutal acometida del toro –la cogida se produjo en lo que ahora se conoce como
Plaza de los Herradores, el espacio en el que confluyen la Avenida de España y
las calles San Fernando y Canal- fue llevado a l[6]”.
a clínica del doctor Manuel
Pérez Fernández, quien le apreció, según figura en la nota de los heridos
atendidos esa tarde, “fracturas múltiples de costillas en hemitórax izquierdo
interno” y “stok [sic] traumático, de pronóstico grave, el cual ha fallecido en
las primeras horas de hoy [22 de agosto de 1966] en su domicilio, donde fue
trasladado
El litigio planteado posteriormente
por los familiares de Manuel derivó en unas sorprendentes justificaciones en
defensa de la responsabilidad del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo, unas
apreciaciones fuera de lugar que intentaban culpar al anciano de cierta
negligencia al no haber tenido en cuenta las advertencias que supone el campaneo
del Reloj Suelto, un aviso popular de que hay toros en la calle: “Ocurre, sin
embargo, que hay demasiada gente que, bien por la familiaridad que al correr
del tiempo adquieren con su tañido, bien por la equivocada creencia de que la
tocan con otros fines, o bien por tener excesiva confianza en sus propios
medios, hacen caso omiso del mensaje, oyéndolo, al decir popular, como quien
oye llover. Don Manuel Hernández García era uno de ellos[7]”. Y
no queda ahí la extemporánea defensa del Consistorio para evitar la
indemnización: “Cuando el animal llevaba más de una hora escapado por su mismo
barrio –expone el letrado del Ayuntamiento mirobrigense- y cuando la señal de
alarma era más intensa y penetrante, este pobre anciano de 76 años sale
tranquila e irresponsablemente de su casa en un alarde de temeridad poco común,
afrontando y aceptando voluntariamente un riesgo que a la misma hora otras
personas trataban de eludir”.
[1]
Pasaba también temporadas en Ponferrada (León), donde vivía otra de sus hijas.
[2]
Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo, caja 305, exp. 14. Es el calificativo
que se utiliza reiteradamente al referirse a los autores de la tropelía que
derivó en un vano abierto en el vallado y que forma parte del expediente
judicial de reclamación de indemnización por la muerte del anciano promovido
por sus familiares. También, en defensa del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo, su
letrado, Ramón de Dios, explica que “ocurrió, sin embargo, que alguna o algunas
personas, deliberadamente o no, con conciencia de sus actos o sin ella, pero en
cualquier caso ajenas a la entidad demandada, rompieron la valla de retén
originando con esta acción que el animal se desmanara”.
[3]
Ibídem.
[4]
Ibídem. Fueron atendidos en la clínica del doctor Manuel Pérez Fernández,
además de Manuel Hernández García, “Querubín Manzano Peláez, nacido en Campillo
de Azaba el 10 de marzo de 1916, hijo de Justo y de Nieves, casado, carretero y
con domicilio en Primo de Rivera, 27; el cual sufre una herida producida por
asta de toro en región inguinal izquierda de 20 cm de extensión por seis
de profundidad, con gran hemorragia, y una vez intervenido fue trasladado al
Hospital, siendo su pronóstico grave.
Pedro
Regalado Cuadrado, nacido en Adamuz (Córdoba), hijo de Ildefonso y Francisca,
domiciliado en Hospitalet de Llobregat, calle Amapola, 13, y actualmente en esta
plaza, calle Mateo H. Vegas, 24; el cual presentaba una herida de 4 cm en región mitad
izquierda, erosiones múltiples y conmoción cerebral, siendo trasladado al
Hospital; pronóstico, grave.
Celso
Sánchez Moro, casado, obrero, nacido en esta ciudad el 30 de enero de 1939,
hijo de Segundo y de Mariana, con domicilio en San Cristóbal, 34; el cual
presentaba contusiones y erosiones múltiples con conmoción cerebral; estado
grave, pasando al Hospital.
Felisa
Benito Hernández Prieto, soltera, sus labores, nacida en esta plaza el día 21
de marzo de 1947, hija de Antonio y de Dolores, con domicilio en Alameda Vieja,
3; con contusiones y erosiones múltiples, pasando a su domicilio; pronóstico
reservado.
En la
clínica del doctor Pérez Fraile el siguiente: José Velasco Montes, nacido en
esta ciudad el 3 de junio de 1942, hijo de Maximino y de Antonia, soltero,
hortelano y domiciliado en Huerta de las Viñas. Fractura doble de pierna,
grave”.
[5]
Ibídem. “Fuera ya el toro de los alares, se dirigió al glacis del foso, existente
entre las Puertas del Conde y del Sol; saltó después a la parte del foso
comprendido entre dichas puertas; pasado un rato considerable salió de él por
el puente de la Puerta del Sol, bajando a las inmediaciones de la plaza de
toros, emplazada en las inmediaciones donde se está celebrando, queremos decir
levantando la Escuela de Maestría Industrial; allí estuvo emplazado un lapso
considerable de tiempo; y por último atravesó La Glorieta, dirigiéndose por las
calles del Arrabal de San Francisco hasta encontrarse en su carrera con el
infortunado Manuel Hernández García”.
[6]
Ibídem. En el parte de heridos del desencierro vespertino, el doctor Pérez
Fernández señala los datos de filiación de Manuel Hernández García: “Nacido en
Matilla de los Caños el 12 de agosto de 1890, viudo, jubilado, hijo de Lorenzo
e Isabel, con domicilio actual en calle de los Caños, 18...”
[7]
Ibídem.
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