viernes, 28 de noviembre de 2014

Dimisión de un alcalde 'requisador' desde Lisboa

Al socaire de una de las charlas con que los miembros del Centro de Estudios Mirobrigenses agasajaron a los pocos ciudadanos que, como viene desgraciadamente siendo habitual, se acercan a los espacios que se les facilita su uso para desarrollar las Jornadas de Historia y Cultura de Ciudad Rodrigo –fue en 2012, en el gélido salón del Palacio de los Águila; esta tarde y mañana se celebra la séptima edición de dichas jornadas en el salón del Centro Educativo Municipal-, una charla que ofreció el escritor local Santiago Corchete para intentar rehabilitar la controvertida figura y obra del también mirobrigense y polifacético Juan de Nogales-Delicado Arias (Ciudad Rodrigo, 8 de enero de 1883; Hendaya -Francia-, 27 de agosto de 1929), maltratada a los pocos días de su muerte por el escritor y periodista César González- Ruano y más recientemente por el también novelista Juan Manuel de Prada, quienes pusieron en solfa sus excentricidades -sin duda, extravagantes y epatantes en su concepción básica y en su proyección pública-, me parece conveniente afrontar otra de las múltiples facetas que asumió este personaje digno de un conocimiento mucho más profundo que la fachada con la que se le ha revestido.


Juan Francisco, José Luis, María de Francia, Joaquín, Carlos y Félix Nogales-Delicado Arias, nombres con los que fue bautizado en la iglesia de El Sagrario, además de cosmopolita, ultraísta epatante, escritor, pintor, faquirista, piloto de barco, torero, miembro de las sectas más inverosímiles... fue casi obligado a ser político.
Juan de Nogales en su juventud

En noviembre de 1917, cuando se encontraba en Madrid pintando en el taller de Cecilio Pla, se enteró de que la ciudadanía le había otorgado un acta de concejal en el Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo. No entraba dentro de sus planes ni de sus nueces -así llamaba a sus obras. ¡Qué, si no, iba a dar un nogal!- dedicarse a la política local, “pero no habiendo tenido ninguna intervención en las elecciones, y habiendo sido votado con toda espontaneidad para formar parte del Ayuntamiento mirobrigense, se creyó obligado a no rehusar el cargo, aunque este fuera, como tenía que ser, un obstáculo inmenso para sus planes artísticos”, relataba su biógrafo y amigo Modesto Pérez.
Aunque solo quería asumir la concejalía, el resto de la Corporación, por unanimidad, le aupó a la Alcaldía. Puso trabas y pidió tiempo, pero le espetaron que “usted se debe, antes que a su tranquilidad y a sus inclinaciones particulares, a los intereses y al progreso de la ciudad”.
Dicho y hecho. Y ahí llegaron los problemas. Ciudad Rodrigo, como toda España, vivía también entonces una etapa crítica en lo económico y social, en donde dominaba una oligarquía caciquil que buscaba enriquecerse aún más con la política local en detrimento del pueblo, hambriento y desasistido, sin compasión alguna.
Portada del libro biográfico de Modesto Pérez
Nogales tomó posesión de la Alcaldía el 1 de enero de 1918. A los pocos días, a la vista de la injustificable salida de trigo de la ciudad y, en principio, con el beneplácito del resto de la Corporación, ordenó su incautación para repartirlo entre la fábrica de harinas y los molineros de la localidad para garantizar el abastecimiento, regulando también de esta forma el precio.
No gustó a los traficantes locales de grano esta medida. Y presionaron lo que pudieron y el alcalde no quiso dar su brazo a torcer, defendiendo al proletariado. Con su negativa consiguió que solo uno de los ediles le apoyase; quiso dimitir, pero el pueblo le convenció, en principio, de que siguiera para evitar una “revolución”.
Fue un espejismo. El 28 de mayo de 1918 firmaba su dimisión como alcalde y renunciaba al acta de concejal. Lo divulgó en prensa desde Lisboa, adonde se exilió: “Prefiero el tifus a los Sánchez, Pérez y Rodríguez con quienes en mi tierra hay que tratar”, diría.

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