martes, 4 de noviembre de 2014

Un meteorito en Fuenteguinaldo

La historiografía y épica regias nos dan noticias de Fuenteguinaldo en distintas épocas. Los cronistas, parcos la mayoría de las veces al referirse a la villa, cuentan algunas andanzas de los reyes de turno, especialmente entre los siglos XIV y XVI. Se recuerda, por ejemplo, el paso de Alfonso XI por la villa guinaldesa en el Poema de Alfonso Onceno, un anónimo de 1348, en el que se refiere el paso del rey a Portugal:

“Este rey de gran bondad
a gran priessa fue guisado,
passó luego por Cibdad
(e) llegó a Fuenteguinaldo
con (muy) gran cavallería
-fijos dalgo en general-:
casó con doña María,
fija del de Portugal”.


En la Crónica del muy valeroso rey Fernando el Quarto se refiere también el paso de la reina Doña María por Fuenteguinaldo, también en conversaciones con sus homólogos portugueses: “e fallaron ý (Ciudad Rodrigo) al rey de Portogal, e como quier que tenía grand gente, dixo que avié menester de morar ý ocho días para atender ý más gente que le avía de llegar, e en tanto la reyna fuese ver con la reyna de Portogal, su muger de este rey, a un lugar que disen Fuente Guinaldo, e moraron dos días en uno, e desý tornóse la reyna Doña María con el rey su fijo a Ciudad”.
Juan II
Podríamos seguir con más ejemplos recogidos en la historiografía de distintos siglos. Otro momento habrá para ello. Ahora nos interesa más bien lo que sucedió en Fuenteguinaldo en el reinado de Juan II (Toro, 1405; Valladolid, 1454), hijo de Enrique III y Catalina de Lancáster, un rey que se esforzó por mantener la raya con Portugal, empeño que derivó en una beligerancia bastante perjudicial para la comarca mirobrigense. Así lo vemos, por ejemplo, en el relato que se hace en el capítulo 128 de la Crónica de Juan II de Castilla sobre las correrías y los daños que hicieron los portugueses en estas tierras, motivados por la delimitación de la frontera. En Fuenteguinaldo, como recoge la crónica, entraron las tropas portuguesas y se llevaron las campanas de la iglesia y, de paso, doscientas vacas de los vecinos. Dice así la relación: “Estando el Infante sobre Setenil, los portogaleses moviéronse diziendo que vna aldea ques de Castilla, que dizen Navasfrías, que está en su término, que los de Castilla que avían comido la tierra de Portogal mucho tienpo, no deviéndolo fazer. E por ende, derrocaron la dicha aldea, e llevaron della las campanas de la iglesia; e entraron a tierra de otra aldea e llevaron della las campanas, çerca desta, que dizen Fuente Guinaldo; e llevaron dende vnas dozientas vacas. E fueron a otra aldea ques çerca desta, que dizen Perosin, e llevaron dende quarenta bueyes. Todo esto como manera de prenda”.
Pero tal vez lo más sorprendente de las crónicas que refieren Fuenteguinaldo sea la que refiere un hecho impresionante, para aquella época y para la que ahora vivimos. La información está recogida Pedro Carrillo de Huete en su Crónica del halconero de Juan II (también puede verse en Abreviación del halconero) y textualmente dice que “Estando el señor Rey don Jhoan en Fuenteguinaldo, logar del conde don Garçía Fernández Manrrique, miércoles a çinco días de nobienbre del dicho año [1432], salió el dicho señor Rey a andar por el canpo, e con él el su condestable don Álbaro de Luna, e otros cavalleros de su casa. E facía claro este día, e gran sol. E vido el señor Rey e los que con él estauan vn color de fuego que yva por el çielo corriendo, e dende a quanto vn ome pudiera dar çien pasos dió vn tronido muy grande, que sonó syete e ocho legoas dende”. Es, llanamente, la descripción de la caída de un meteorito en Fuenteguinaldo.
Campesinos en Fuenteguinaldo, una fotografía de la Fundación Joaquín Díaz

La información impresiona también por los detalles: un día radiante, soleado, sin nubes en el cielo; el meteorito no fue visto por una sola personas, que pudiera dar lugar a dudas, sino por el propio rey y su séquito; además nos dice que les cayó al lado, a unos cien pasos, provocando un estruendo que se oyó, dice,  a  siete y ocho leguas de distancia. Si consideramos que una legua en Castilla medía 5.572,7 metros, el “tronido” pudo percibirse en un radio de más de 40 kilómetros. Lógicamente, la caída del meteorito debió generar un gran cráter, aunque de él, que sepamos nada se ha dicho hasta ahora. Un análisis del paisaje, con los datos que ofrece la crónica, tal vez pudiera ayudar a localizar el cráter que, con toda seguridad, originó la caída del objeto de “color de fuego que yva por el çielo corriendo”.

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