jueves, 27 de noviembre de 2014

Notas para una historia del teatro en Ciudad Rodrigo

Ciudad Rodrigo y los mirobrigenses, si miramos la historia, han mantenido una incuestionable relación con el teatro. Primero con manifestaciones religiosas que se representaban en las iglesias, preferentemente en la Catedral de Santa María, y más tarde con la erección de espacios escénicos en distintos puntos del entramado urbano, pero casi siempre, al menos hasta el siglo XIX, vinculados con una institución benéfica como era y es el Hospital de la Pasión.

No es lugar para hacer una historia del teatro en Ciudad Rodrigo. Se trata de dar unas pinceladas, de abrir una puerta que otros con mejores criterios podrán cerrar en otro momento. Ya lo han hecho, de alguna manera, historiadores de la talla de Mateo Hernández Vegas, quien nos dedica un capítulo en su magna obra, Ciudad Rodrigo. La Catedral y la ciudad, a glosar las primeras manifestaciones de arte dramático que se realizan en la localidad mirobrigense; o los también profesores e investigadores José Ramón Nieto González y Alfonso Rodríguez G. de Ceballos, quienes nos aclaran algunas e importantes circunstancias de la construcción y funcionamiento del patio o corral de comedias del Hospital de la Pasión, fundamentalmente desde finales del siglo XVI. Además, diferentes estudiosos se han acercado a otros espacios escénicos, caso del Teatro Principal o del que todavía conservamos, el Teatro Nuevo 'Fernando Arrabal', que en su momento llegó a ser conocido como Teatro Delio, en homenaje al poeta y fraile agustino Diego Tadeo González.
Grabado con una representación del 'Obispillo'
Hernández Vegas señala las primeras representaciones dramáticas en la Catedral. Asistían a las funciones el propio cabildo y los regidores municipales, sin menoscabo del pueblo, el principal destinatario de las obras por su carácter didáctico. Autos sacramentales, preferentemente, se representaban con motivo de la celebración del Corpus o de días señalados en la Navidad, pero también eran frecuentes que se recrearan hechos históricos o escenas de la vida real; aunque, sin duda, por su divertimiento, los entremeses marcaban la diferencia para el público.
Una de las primeras representaciones, junto con los autos sacramentales, era la puesta en escena del denominado Obispillo de San Nicolás, un motivo que se conserva todavía en distintos puntos de la geografía nacional y que, en esencia, venía a ser un remedo de las funciones del obispo realizadas por un niño, casi siempre perteneciente al coro de la Catedral. Así nos lo describe Hernández Vegas: “Consistía en elegir el día de Nuestra Señora de la O entre los niños de coro o acólitos un ‘obispo’, que, desde ese día hasta el de los Santos Inocentes, había de asistir a coro, ganar las distribuciones de canónigo, cabalgar en su mula con el séquito correspondiente, dar convites, etc.; en una palabra, representar, remedar a un verdadero obispo”.
No era, como recuerda el investigador e historiador nacido en El Sahúgo, un juego de niños, ya que en todo el ‘montaje’ participaba el cabildo, quien “nombraba con toda solemnidad el obispillo, le señalaba sus derechos y obligaciones y le acudía con la necesaria pitanza, digna de las altas funciones que había de desempeñar”,
Hay referencias indirectas de que el  Obispillo de San Nicolás ya se celebraba en el siglo XV en Ciudad Rodrigo, aunque el primer dato objetivo corresponde a 1509, cuando se marcan las directrices para el papel del obispillo: “Lo que ha de mandar y cómo se ha de acompañar cuando cabalgare”, es decir, una especie de pasacalle por Ciudad Rodrigo. Además, el nombramiento suponía que el cabildo pechara con cierta generosidad en el abasto del personaje en el cometido de las funciones que se le estipulaban: “Se asigna a este obispo para el gasto de la comida que ha de dar diez reales, dos docenas de gallinas, un carnero y dos fanegas de trigo perpetuamente”, dice Mateo Hernández. El último obispillo conocido fue un tal Juan de Escobedo, nombrado el 2 de diciembre de 1532.
Casi con simultaneidad, en concreto en 1526, el cabildo acuerda introducir y regular la puesta en escena de danzas religiosas en la Catedral con motivo de las fiestas del Corpus. De autos sacramentales empieza a hablarse algo más tarde, en 1541, recuerda el citado historiador; además, aparte del Corpus también se acuerda que se celebren por Navidad. Se conoce el título de la representación navideña: el auto de las Sibilas.
La tradición se mantiene y se acrecienta con mayor presupuesto; incluso se contratan servicios específicos, como el de nuestro insigne Feliciano de Silva, quien, “entre otras habilidades tenía la de componer, organizar y dirigir danzas, autos, chanzonetas…”, cometido por el que cobraba un dinero.
Hasta 1553 las representaciones contaban con el único espacio escénico de la Catedral, adonde acudían el cabildo y los próceres de la ciudad, a quienes se acomodaba en el coro. A partir de ese año, con motivo de la fiesta del Corpus,  el auto asignado a esta celebración se haría en la Plaza Mayor, en donde el consistorio levantaba un cadalso para la representación de la obra. Se hacía un paréntesis en el desfile procesional para que el público disfrutara con la puesta en escena del auto sacramental. Esta tradición se mantiene hasta 1567, año en el que el cabildo impone que no se interrumpa la procesión y que el auto se represente al volver el consistorio de la Catedral. Ese año se pone en escena la Venida del anticristo, Además, como apunta Hernández Vegas, aparece claramente la figura del censor para controlar el texto y elevar los conceptos religiosos que suponían siempre el meollo de la representación, una labor en la que no solo se empeñó el cabildo, ya que también hacía lo propio el ayuntamiento, lo que generó más de un conflicto de intereses, una diferencia que en otros extremos se mantuvo durante los siguientes siglos.
Entrada del Hospital de la Pasión    Foto Vicente
Las representaciones de autos, chanzonetas y la programación de danzas se mantiene con cierta dificultad, ya que habitualmente surgen problemas con la organización, como ocurrió el 17 de junio de 1568 con el baile de la Danza de Santa Inés, interpretación que a la postre acabaría con la supresión de los autos y este tipo de espectáculos en las iglesias “en vista de la indecencia, alborotos y profanaciones” que denunció el propio cabildo.
A partir de aquí es el propio consistorio quien asume la organización de los autos del día de Corpus, que vuelven a recuperar la parada de la procesión en la Plaza Mayor para el disfrute de la representación hasta que el cabildo interfiere en 1661 en esta práctica, limitando solo la parada a la interpretación de un villancico.
La alteración de la esencia con la que surgieron las interpretaciones de los autos sacramentales en las iglesias, derivó en la promulgación de una real cédula en 1780 que definitivamente prohibió este tipo de espectáculos (autos, danzas, chanzonetas, gigantones…) en las procesiones y en las iglesias. No obstante, porque así lo avala la documentación y tal vez por el prurito de vulnerar la ley, se mantuvieron de alguna manera este tipo de representaciones y otras (entremeses, farsas…) hasta bien entrado el siglo XIX y también vinculadas con el estamento eclesiástico. En concreto, en 1818 en el entorno de la Catedral de Santa María se celebró la representación de la Degollación de los inocentes, aunque con una serie de condiciones: “Se advierte al sacristán que haga de rey Herodes, que salga de la sacristía con el acompañamiento acostumbrado a vísperas y, sin movimientos ni acciones ridículas, llegue a las verjas del coro, desde donde, tomada la venia del presidente, saldrá por la puerta del mediodía al atrio de la iglesia, y de allí por las calles de la ciudad, previo el permiso competente del señor gobernador, remede la degollación de los Santos Inocentes, sin propasarse a cosas que hagan ridícula esta representación y den motivo a que se le reconvenga”, explica el cabildo en una de sus actas, según recoge Hernández Vegas.
Como es lógico, a lo largo de estos siglos, preferentemente desde el XVII, los mirobrigenses tuvieron otras referencias teatrales que no fueran las citadas en las iglesias y en el cadalso de la Plaza Mayor. El historiador que hasta ahora hemos seguido, cuenta también que el 27 de diciembre de 1594 se recoge la primera cita sobre la existencia de un patio o corral de comedias en Ciudad Rodrigo, ubicado en el Hospital de la Pasión, entidad benéfica que asumió su construcción y explotación para sacar un rendimiento económico que derivaría a la atención de los hospitalarios.
Más exhaustivo es José Ramón Nieto González quien, en un trabajo comparativo con los patios de comedias de Zamora y Salamanca, realizado conjuntamente con Alfonso Rodríguez G. de Ceballos y presentado en el Congreso Internacional sobre Calderón y el teatro español del Siglo de Oro, celebrado en Madrid en 1981, da detalles contundentes sobre la construcción y funcionamiento del corral de comedias del Hospital de la Pasión.
Aunque Mateo Hernández señala que antes de 1594 había constancia de representaciones en el patio de comedias de esta institución benéfica, que no contaría ni se permitían bancos ni taburetes, los citados investigadores retrasan hasta 1601 la construcción del corral para las representaciones, aunque reconocen que sí se habían producido movimientos, como el acarreo de madera, para levantar el patio de comedias.
Nieto y Rodríguez señalan incluso la sesión en la que se produjo la votación para construir el corral de comedias del Hospital de la Pasión. Fue en la junta del 27 de diciembre de 1601 cuando se acuerda por mayoría que “se hiciese en el Corral de la Cruz junto a la puerta de Santiago”.
Pese a esta decisión, pasaron varios años hasta que comenzaron las obras. En diciembre de 1606 se da cuenta del ritmo de los trabajos; en esencia, se quería construir un patio con 16 aposentos dispuestos en dos pisos, señalan los citados investigadores. Ocho los sufragaba el Hospital y el resto corrían por cuenta de particulares. Las obras no se remataron hasta 1608 y se encuentra en pleno funcionamiento al año siguiente según se extrae de una de las actas –utilizadas por Nieto y Rodríguez- de las sesiones del Hospital sobre el funcionamiento del patio de comedias: “De ninguna manera se consienta entrar en el dicho teatro silla ni taburete, si no fuere para los aposentos, y esto se entienda con todas y cualesquiera personas de cualquier calidad y estado que sea, ni puedan entrar banco ni otro asiento al dicho teatro, si no fuere de los del Hospital”.
El patio de comedias siguió funcionando con normalidad en los años posteriores, de tal forma y con tal éxito que se planteó y ejecutó la cubrición del corral. La actividad continuó hasta la Guerra de Sucesión, cuando es ocupado su espacio para fines militares. Los pertrechos de la artillería, pese a las protestas del Hospital, no se retirarían hasta 1758, aclaran los investigadores, quienes también informan que en 1763 el patio de comedias “fue convertido en dos salas nuevas para la cura de enfermos”. En ese momento tal vez fue cuando se decidió construir otro patio de comedias en el solar del Hospital, en la parte contraria, hacia lo que se llamó Rinconada de la Pasión y hoy es calle Sinagoga.
Aspecto interior del Teatro Nuevo 'Fernando Arrabal'                                                                                    Foto José Vicente
Los avatares y los bombardeos de la Guerra de la Independencia acabarían por incendiar y destruir el corral de comedias del Hospital de la Pasión. Por entonces, promotores particulares se lanzarían a la construcción de un nuevo teatro, en un local aislado, en la confluencia de las calles San Juan, Gigantes y Campo del Trigo, hoy plaza de Cristóbal de Castillejo, frente a la iglesia de San Agustín. Debió tener una menguada actividad porque poco tiempo después, en 1846, vuelve el Hospital a retomar la construcción de un nuevo teatro, en esta ocasión fuera de su centro hospitalario, concretamente en el solar que ocupó la Casa de las Almenas, entre las calles Talavera, Almendro y Cardenal Pacheco, que había donado al Hospital Águeda Núñez de Ledesma. Fue conocido como Teatro Principal.
Conocemos las características del Teatro Principal a través de un informe redactado en 1913 por Justo Lorenzo Calvo, inspector de obras del ayuntamiento. Se trata de un documento que se conserva en el Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo y que refiere los datos básicos de los distintos locales públicos que por entonces existían en la localidad. Es un detallado informe realizado para analizar el estado y las condiciones del edificio para evitar que se produjera un incendio. Poco caso debió hacer el que fuera posteriormente propietario del Teatro Principal, el empresario José Iglesias, puesto que un año después, en concreto el 20 de marzo de 1914, el local fue pasto de un voraz incendio: “Las proporciones del siniestro fueron aterradoras, quedando el edificio por completo destruido. Las pérdidas se calculan en doce mil duros”, se señala en un artículo publicado en el Boletín de la Federación Agrícola a raíz del suceso.
El Teatro Principal, como recoge Tomás Domínguez Cid en un artículo insertado en la edición del Libro de Carnaval de 2006 basado en el citado informe del maestro de obras municipales, tenía como dimensiones 26 por 10,5 metros y una altura de 8,4 metros, incluyendo el escenario. Contaba con un aforo para 610 espectadores. “El patio de butacas tiene un total de 147 metros cuadrados –señala Domínguez Cid-. Adosadas a los muros se encuentran dos filas de gradas perpendiculares a las filas de butacas y en la parte posterior hay emplazados bancos de madera destinados a entrada general, por lo que existen tres clases de localidades en el citado patio. La entrada a la general y butacas se hace por una puerta central de 1,7 metros de ancha, en la misma línea que la puerta principal y la entrada a las gradas se hace por un pasillo lateral a cada lado de 1,5 metros de ancho, en cuyos pasillos hay una puerta a la calle del Almendro y otra a la calle Talavera”.
Señala el citado informe que “encima de las gradas y en diferente plano hay emplazadas once plateas. En la misma planta de acceso a las plateas se encuentra una antesala que tiene puerta de entrada a un salón destinado a café, en la actualidad cerrado, cuyo salón mide 13 por 18 metros. De dicha entrada parte una de cada lado dos escaleras que desembarcan en una meseta de la cual arrancan dos pasillo de 0,85 metros de ancho en los cuales están los 17 palcos que hay emplazados en este piso. Desde dicha meseta también arrancan dos escaleras que conducen a la parte alta donde se sitúan cuatro puertas de acceso a la parte de paraíso, destinada a entrada general. Además, de la puerta de la fachada principal, de 2,3 metros de ancha, tenía otras dos entradas más, una por la calle Talavera y la otra por la calle del Almendro”.
Busto de Doña Sofía, obra de José Martínez
Unos años antes de producirse el incendio del Teatro Principal, la sociedad El Porvenir se lanza a la construcción de un nuevo teatro, con otras diversas actividades complementarias, en un solar que lindaba con la Rúa del Sol, plaza de San Pedro y calles Arco y Gigantes. Su construcción fue acelerada, en apenas unos meses, puesto que se quería llegar a tiempo para acoger distintos actos de Exposición Regional de Bellas Artes, Industria y Comercio que se celebraría del 26 de mayo al 5 de junio de 1900. Se conocería como Teatro Nuevo y tenía una capacidad para 916 personas. En algún momento se intentó asentar su denominación como Teatro Delio, en homenaje a fray Diego Tadeo, aunque la costumbre popular, tal vez para diferenciarlo del Principal, acabó por dejarle el nombre actual, el Teatro Nuevo.
Después de pasar por distintas manos privadas y varias empresas, el Teatro Nuevo fue adquirido por el ayuntamiento que presidió Miguel Cid Cebrián en la década de los años 80. El local había sido vendido a un promotor que presentó un proyecto para su derribo y la construcción de locales y viviendas. Una campaña de la extinta Asociación Amigos de Ciudad Rodrigo, que llegó a tener calado nacional y que contó con el apoyo de numerosas personalidades, logró parar la intervención de la excavadora. Fue el momento en que el consistorio lo compró y comenzó a dar, en precario, una cierta actividad teatral, incluyendo también espectáculos musicales y ciclos de cine.
Se consigue incluir al Teatro Nuevo en un plan de rehabilitación que emprende el Gobierno a través del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo. En 1994 la Reina Doña Sofía procede a su reinauguración, convirtiéndose desde entonces en un exponente de la actividad cultural en Ciudad Rodrigo, ahora con la denominación de Teatro Nuevo Fernando Arrabal en reconocimiento y homenaje al escritor nacido en Melilla pero tan vinculado con nuestra localidad.

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