jueves, 19 de marzo de 2020

En torno al farinato: y IV. Una receta de finales del siglo XIX

No podía, no debía finalizar esta serie sobre el origen, etimología, procedencia y virtudes del farinato sin aportar algunos datos más que, de alguna manera, pudieran servir para resarcirnos de la controversia que hayan podido generar las anteriores entregas, afirmando sin paliativos que el origen territorial del farinato estaría en tierras ledesminas. No quiero abundar sobre esa hipótesis; he pretendido trasladar lo que se afirmaba en una de las primeras publicaciones periódicas salmantinas de finales del siglo XVIII, el Semanario erudito y curioso de Salamanca, una aportación que, considero, enriquece nuestra gastronomía provincial con una receta singular, parecida en parte a la que todos conocemos, pero con algunas menguas o acrecentamientos.
            En la búsqueda de más datos sobre el embutido correspondiente al farinato, localicé en su día otra receta de su elaboración en un almanaque culinario[1] recopilado por el escritor gastrónomo Ángel Muro[2], receta[3] de la que también se ha hecho eco en su blog el periodista salmantino Santiago Juanes[4], y que le había remitido el polémico periodista y político salmantino Juan Barco[5], quien mantuvo una agria disputa con el historiador Manuel Villar y Macías sobre los datos de la fundación del Colegio Arzobispo Fonseca, al parecer con razones de peso que, según algunas fuentes, llevaron al historiador salmantino a arrojarse desde un puente del Tormes.
            Llama la atención que ni en el citado semanario salmantino ni en esta receta de Juan Barco se vincule el farinato con los huevos fritos. Sí encontramos en esta última receta una referencia expresa a nuestra localidad: “Ciudad Rodrigo tiene fama por sus exquisitos farinatos y a esto se debe que farinatos llamen a los naturales de la antigua Miróbriga”. No obstante, la conjunción de los huevos fritos con el farinato ya debía ser algo habitual, porque en un anuncio insertado en el periódico salmantino El Progreso el 2 de mayo de 1886 –cinco años antes de la receta de Juan Barco- se hace referencia expresa al típico plato mirobrigense: “Los almuerzos. / Son el eterno problema / de la mujer hacendosa, / ‘Pues, Señor, no sé qué cosa / ponga de almuerzo, es su tema’. / Solución a este conflicto: / es buen almuerzo y barato / un dúo de huevos fritos / con trozos de farinato”.
            Pero vayamos, para concluir esta serie sobre el farinato, con la receta que envía Juan Barco al gastrónomo Ángel Muro: Tomarás... un kilogramo de gorduras de cerdo, las pondrás al fuego dentro de un caldero, meneándolas siempre para que no se peguen y cuando estén a medio derretir añadirás 500 gramos de cebolla picada... y seguirás meneándolo todo con una cuchara de palo.
Anuncio de 'El Progreso' en 1886

Después de un cuarto de hora, añadirás a lo dicho un kilogramo de pan (desmenuzándolo) que habrás humedecido en un barreño 24 horas antes.
Y seguirás meneándolo. Verterás luego sobre aquella masa 250 gramos de aceite crudo y 125 de pimentón, la sal correspondiente y un puñadito de anís en grano.
Siempre al fuego y menea que menea hasta que los ingredientes formen un todo armónico, o sea una masa ligeramente compacta; y luego, en caliente la embutes en tripas de vaca, del largo de una cuarta.
Ya están hechos los farinatos, y sólo falta colgarlos al oreo, en la cocina, cerca del hogar.
Pasados quince días se descuelgan los farinatos y sobre una tabla se van aplastando. Esta operación, realizada por manos blancas y rollizas hechas a cebar lechones, acrecienta el buen gusto de los farinatos.
Cuélganse de nuevo y ya están en disposición de ser comidos, advirtiendo que cuanto más tiempo pase, más y más ricos halláralos quien los pruebe.
Sírvese el farinato en Castilla a la hora de tomar un piscolabis, o sea, a media mañana, y para el caso se fríe en pedacitos, con manteca de cerdo.
Ciudad Rodrigo tiene fama por sus exquisitos farinatos y a esto se debe que farinatos llamen a los naturales de la antigua Miróbriga.
¡Ah! el farinato se come sin pan; para no incurrir en aquello de ‘pan con pan comida de tontos’.
A tanto alcanzan, amigo Muro, los conocimientos culinarios de su afectísimo,
Juan Barco.
Salamanca, 23 de diciembre de 1891.




[1] MURO, Ángel: Almanaque de ‘conferencias culinarias’ de Ángel Muro, (primer año), 1892. Madrid, 1891, pp. 67 y 68.
[2] Ángel Muro Goiri (1839-1897) fue un gastrónomo, escritor e ingeniero español. Nacido en 1839, aparentemente en Madrid, aunque siendo las primeras etapas de su biografía bastante desconocidas se le ha hecho en el pasado también natural de Galicia y de Cameros. Escribió tratados culinarios especializados en la cocina española, sus recetarios eran de consulta por los cocineros del comienzo de siglo XX. Falleció el 13 de agosto de 1897 en la localidad pontevedresa de Bouzas, en la actualidad parte de Vigo.
[3] Recurso electrónico: http://hemerotecadigital.bne.es/details.vm?q=id:0025753429&lang=es. La receta se incluye en “este almanaque, del que sólo consta el número correspondiente a 1892, se editó como complemento a la publicación Conferencias culinarias,  un recetario de periodicidad mensual que venía siendo editado desde hacía dos años por Ángel Muro, uno de los escritores gastronómicos más afamados de finales de siglo XIX, con obras como El practicón y Diccionario general de cocina.
El almanaque contiene fórmulas culinarias escritas expresamente por renombrados autores de la época como Ramón de Campoamor, José Ortega Munilla, Vital Aza o el célebre Doctor Thebussem. Pero sobre todo incluye recetas de platos confeccionados por personajes célebres, como Lord Byron, Molière o el papa Pío IX.
Como corresponde a artistas de la pluma, las recetas estaban exquisitamente escritas, algunas de ellas en verso y con gracia como la que escribió José Fernández Bremón titulada Gato por liebre, en la que describe como asar a fuego lento a un gato y condimentarlo de tal forma que esté más apetitoso que una liebre.
Podemos ver cómo preparar las gachas manchegas según la receta del dueño del famoso restaurante Lhardy, de la Carrera de San Jerónimo, o el curioso guisado de trigo, por el periodista y más tarde alcalde de Madrid José Francos Rodríguez. No faltan recetas de platos de todas las regiones y territorios de España, como el arroz a la cubana, firmada por José del Perojo, que tiene la particularidad de ser redactada cuando Cuba todavía era española.
Entre las recetas de personajes célebres figura una costrada de asadurilla de cabrito, de Francisco Martínez Montiño, cocinero del rey Felipe III, cómo preparar leche de almendras, de Alejando Dumas padre, o unas chuletas regias, receta firmada por el mismo Luis Felipe, último rey de los franceses.
El recetario se cierra, antes de dar paso al santoral, la relación de fiestas del año y el anecdotario de que consta todo almanaque, con la fórmula para preparar, según dice la publicación, el plato favorito del almuerzo español: los huevos fritos, receta que no viene firmada y que es previsible que redactara el propio director Ángel Muro”.
[4] El Tumbaollas: El farinato de Juan Barco (1891). Editado el 8 de diciembre de 2010.
[5] [5] Juan Barco Cosme (Salamanca, 1858 - Madrid, 6 de marzo de 1927). Periodista salmantino radicado en ese tiempo en Madrid. Desempeñó también diversos cometidos políticos: gobernador civil de Teruel y Castellón. Sostuvo una polémica y disputa con Manuel Villar y Macías sobre la fecha de fundación del Colegio Arzobispo Fonseca, en la que demostró tener razón. Hay quien sostiene, con argumentos de peso, que dicha disputa derivó en el suicidio del historiador salmantino arrojándose desde un puente al Tormes el 26 de junio de 1891, unos meses antes de la fecha de la receta de Juan Barco.