viernes, 21 de noviembre de 2014

El temporal de 1626 y el 'huracán' de 1941

Los mirobrigenses, especialmente los del Arrabal del Puente, siempre han mirado al Águeda de soslayo, un sesgo que todavía se mantiene pese a la regulación que se supone del río con las dos presas existentes en las proximidades de Ciudad Rodrigo. Hay numerosos capítulos de riadas protagonizadas por el “serrano” y “cascajoso” afluente del Duero, como adjetivaba el vate agustino Diego Tadeo González, algunas con trágicas consecuencias, como la recordada del 22 de diciembre de 1909.

            Está relativamente cercana en el tiempo y de ella se ocuparon con presteza y amplitud informativa –gráfica y escrita- la prensa periódica local, provincial y nacional. Las hemerotecas están ahí, a disposición de cualquier interesado a través de internet. O como lo están también los sucesos vinculados a la profunda borrasca o depresión que azotó al noroeste peninsular en febrero de 1941, un huracán, como se calificó en muchos medios de comunicación, que tuvo lamentables consecuencias –que veremos más adelante- para inmuebles, arbolado y mobiliario urbano, aunque sin llegar a provocar muertes, al menos en Ciudad Rodrigo.
            Pero quizá, el fenómeno atmosférico más importante que sufrieron los mirobrigenses en sus carnes fue el ocurrido en 1626, en torno a festividad de San Policarpo. Cierto es que no llegó a los extremos vividos en Salamanca, en donde fallecieron 142 personas y fueron destruidas numerosas casas y dañados seriamente muchos edificios, buena parte de ellos asentados en las márgenes del Tormes, incluyendo el grave deterioro que sufrió la estructura del puente romano.
Grabado de Téllez (Universidad de Navarra)
            En Ciudad Rodrigo, en aquellos días de enero de 1626, también hubo desgracias personales, pero fueron fruto más bien de la inconsciencia de los protagonistas ante el temporal que se vivió y las consecuencias que dimanaron de él.
            Contamos con el testimonio directo de una de las personas que vivió aquel fenómeno horroroso que experimentaron los vecinos de Ciudad Rodrigo y que, tal vez, sea el motivo que ilustró el dibujante Luis Téllez Girón en el grabado que acompaña a este trabajo, insertado en la Historia general de España del padre Juan de Mariana. Se trata del prebendado Antonio Sánchez Cabañas, autor de la reeditada Historia civitatense. Como si de un periodista de sucesos se tratara, hace una detallada descripción de lo que sucedió en aquellos días, realmente impresionante si nos atenemos a lo que el religioso cacereño relata. Más que glosarlo, prefiero transcribirlo para reconocerle, también, el mérito y el trabajo periodístico que plasmó en su obra sobre aquellos sucesos que directamente le afectaron y que tuvieron su inicio a finales de 1625, con lo que llovía sobre mojado.
            Uvo este año de 1625, por los meses de novienbre y diçiembre, muchas aguas y grandes avenidas y creçientes de ríos. Y en particular a 26 de diciembre del dicho año, viernes, día de San Estevan Protomártir, segundo día después de Pascua de Navidad; entre las 9 y las diez de la mañana sobrevino tan gran diluvio de agua con vientos tan furiosos que llevaban no solo las tejas de los tejados mas tanbién los tabiques y pareces de las cassas; y no avía parte segura donde estar, porque los ayres eran tan recios que haçían estremezer y tenblar los edifiçios. Creçió el río Águeda, ques pasa por esta ciudad, en tanta forma que los bivos no se acordavan de aver visto otra mayor creçiente; duró por espacio de más de 4 oras. Sosegósse el tienpo y cayeron muy grandes eladas. Y a esas eladas sobrevinieron muy espessas nieblas, que se passavan 4 y 5 días sin ver raza del sol ni aún el çielo claro, que pareçía quel cielo nos amenazava con otra mayor tormenta, como dentro de pocos días suçedió.
            Era el germen de la que se avecinaba: Destas grandes y espessas nieblas resultó que a 22 de enero del año de 1626, jueves, a las diez del día, se levantó un ayre ábrego de la parte de levante, tan reçio y de tanta fuerza que pareçía que quería llevar las cassas, y no andava ninguno seguro por las calles, por las muchas tejas que caýan de los tejados. Y digo de verdad, como testigo de vista, que de solo la cassa en que vivía me boló más de çien tejas este ayre tan furioso, que sacó agua en tanta cantidad que los arroyos eran ríos y los ríos eran mares, y el río desta çiudad, que apenas corre de verano, creçió en tanta manera que verdaderamente pareçía un mar. Porque el lunes, que se contaron 26 días del mes de enero de dicho año, a las siete de la mañana se oyó un gran trueno con un relámpago que fue prodigio de lo que dentro de pocas oras sucedió. Los ayres se fueron enbraveciendo y entre sí parecía que batallavan, según el estruendo que causavan; y era en tanta manera que a las gentes que cogían las levantavan en alto y a muchas personas de las que yvan a ver el río, fuera de la muralla, las arrebatavan y davan en las paredes de la çerca y, por bien que libravan, se desconçertavan brazos y piernas y se desrostravan y maltravan con las caýdas que en el suelo davan. Y por muchos días tuvieron que contar y curar los que fueron atrevidos a salir de los límites de la çiudad.
De La Hormiga de Oro (1 de enero de 1910)
     Más consecuencias ocasionó este fenómeno “horroroso”: El propio día lunes a 26, como queda dicho, por aver llovido toda la noche antes, a las 8 de la mañana enpezó a creçer el río Águeda, que se llevó la puente, que, aunque era de madera, era fortíssima por las grandes vigas y gruesa clavazón de que estava armada; y avía 62 años que en otra creçiente, muy inferior a esta, se arruynó la puente de piedra, por ser baja y no muy fuerte y, por ser muy neçessaria, porque por ella passa toda la más provisión de la çiudad, se bolvió luego a edificar de madera y se renovava quando era nezesario.
            No queda ahí la cosa: Çelebrava la Yglesia, nuestra madre, este día la fiesta de San Policarpo Mártir, y a las 8 de la mañana el cura del arrabal de la Puente fue a deçir missa a su yglesia, qu’es dedicada a Sancta Marina, mártir, y, estando puesto en el altar para enpezar la missa, al tiempo que quisso decier la confessión, se halló çercado de agua que entrava por las puertas de la yglesia; dejó de decir missa y, no pudiendo sacar al sanctísimo sacramento, se vino a la çiudad. Y entonzes la puente se passava, porque aún no la avía llevado el río. Los veçinos que vivían en este arrabal de la Puente, çierran sus cassas y, dejando todo quanto tenían dentro, se passaron a la çiudad. A las diez del dicho día, las cassas del arrabal no se parecían, si no es los tejados, y algunas personas que se quedaron en el arrabal se subieron al tejado de la yglesia. El ortolano de la huerta de don Francisco de Jaque Canpofrío, con dos muchachos que tenía, se subió al tejado de la cassa de la huerta, en la qual estuvo con mucho peligro, porque la cassa estava en medio de la fuerza del agua, y valióle el ser nueva y estar bien edificada.
            A las onçe del día llevó parte de la puente, y a las doze llevó otra gran parte; y era como llevar una paja, porque, en arrancándola, no pareçió más, porque tanta era la fuerza del agua. Y los ayres eran tanbién tan furiosos que derribavan cassas, paredes, tejados, çipreses y otros muchos árboles, y unos con otros se aunavan y se defendían; se cayeron más de çien árboles, los más fuertes y levantados. Todas las huertas se llenaron de agua y a muchas de ellas las barrió, sin quedar cossa en ellas. Las azeñas quedaron destruydas, unas por el suelo y otras sin ruedas y llenas de cascajo, que en muchos días no fueron de provecho. Y esto fue caussa que faltó la harina y se encareçió el pan y no se hallava por ningún dinero; y los que tenían harina no avía hornos para cozer el pan, por falta de la leña que no se podía traer por el mal temporal y malos caminos, ni podían venir de los lugares con bastimentos. En la yglesia catredal y en las demás iglesias y conventos se hiçieron este día muy grandes plegarias con grandes clamores de canpanas, para templar los ayres y aplacar a Dios.
            Ese día de San Policarpo, sin consecuencia directa que se sepa del temporal, apareció muerto el corregidor García de Sese. Realmente estaba delicado y se agravó la enfermedad para depararle la muerte. El mal tiempo impidió que se celebrasen las oportunas exequias fúnebres, retrasando el entierro hasta que amainó el tiempo.
De La Hormiga de Oro (15 de enero de 1910)
            El fenómeno atmosférico que vivieron aquellos antepasados, derivó también en un encarecimiento de los productos básicos. La escasez era evidente y quienes los atesoraron multiplicaban los precios. Sánchez Cabañas, por otro lado, no tuvo reparo en encumbrar el temporal que vivió: Fue esta la mayor creçiente que desde el diluvio de Noé a avido, porque un río de tan poco caudal, como este, llegó hasta la cruz que llaman del Boladero y hasta las viñas de la Dehessa, cossa que, a los que no lo vieron, les pareze inpusible (...) Quedaron los edificios de las casas tan mal parados que muchas, por justiçia, se mandaron aderezar y faltaron los materiales, porque por ningún dinero se hallava cal, teja ni ladrillo ni adobe ni ofiçiales que hiçiessen las obras, porque los que avía se pagavan muy bien y no podían cumplir con todos aquellos que los avían menester. Las cassas que tenían bodegas se llenaron de agua y, por que no se arruynasen, forzavan a los que las vivían a sacarla, como a mí me sucedió, que trez vezes se me llenaron dos grandes bodegas de mi cassa, que el verlas ponía espanto por ser muy hondas como aljibes, y del pozo, que en la una estava, brotava el agua hacia arriva y a sacarla gasté muchos reales, porque no se hallava quién lo hiciesse, si no es a pesso de dinero.
            Como había adelantado, hubo dos fallecidos como consecuencia de la riada y de su propia inconsciencia: El uno el día de la creciente a 26 de enero que, confiado con su yegua, se echó al agua, la yegua salió y él se ahogó; este era de Gallegos. El otro, sin ir el río crecido, se ahogó por quererle pasar por el vado, pudiendo pasarlo por la barca, sistema que se utilizó para cruzar el río hasta el momento de poder afrontar la reparación del puente.
            Tres siglos después un fenómeno atmosférico similar azotó el noroeste peninsular. En la prensa se tildó de huracán, aunque se trató de una profunda depresión, una importante borrasca acompañada realmente de vientos huracanados, que, en virtud de algunos registros, pudieron alcanzar los 200 kilómetros por hora en la cornisa cantábrica, con una especial trascendencia en la capital santanderina al arrasar un incendio, aventado por el temporal, buena parte del casco urbano.
Página de La Gaceta dando cuenta del suceso (Usal)
            Fue una situación extraordinaria la vivida entre el 15 y el 16 de febrero de 1941. Fue de tal calibre que los científicos lo señalan como el fenómeno atmosférico de esas características más importante de todo el siglo XX, y apuntan también que, seguramente, pasarán varias décadas hasta que vuelva a repetirse.
            La provincia de Salamanca fue afectada por esta surada. Los daños fueron múltiples y cuantiosos, afectando sobre todo al arbolado, mobiliario urbano, inmuebles y comunicaciones, como recoge la prensa provincial –la local estaba huérfana desde que bajó las persianas el semanario católico Miróbriga en 1938 y hasta que en 1952 saliera al público el también desaparecido La Voz de Miróbriga-. En el caso de Ciudad Rodrigo, y siguiendo la crónica del corresponsal de La Gaceta Regional, Lorenzo Muñoz Báez, fueron importantes los destrozos que ocasionó el huracán que se presentó a las puertas de las Fiestas Tradicionales de 1941, ya que el Carnaval también había sido represaliado por el régimen franquista: Según noticias recibidas de Ciudad Rodrigo, durante la tarde y noche del sábado el aire huracanado que se desencadenó sobre esta ciudad tuvo atemorizado a todo el vecindario, se señalaba en el artículo de La Gaceta de Salamanca. Cientos de árboles, entre ellos muchísimos de 200 años, con una corpulencia grandísima, han sido arrancados de cuajo. La voracidad del aire era tal que arrastraba a las pocas personas que circulaban por las calles, tirando a muchísimas de ellas. Multitud de tejas, cristales y chimeneas caían por las calles y eran lanzadas con gran violencia por la fuerza del huracán. Se calcula que no ha quedado una sola casa con cristales en los miradores. Los tejados de algunas casas fueron arrancados por el aire que los lanzó a alguna distancia. La gran cancela de la Catedral, en su puerta principal, fue arrancada totalmente en el momento que salían los canónigos, sin que afortunadamente ocurrieran desgracias personales.
            Continúa la relación de daños: En el Hospital de la Pasión derribó algunas salas, entre ellas las de operaciones y rayos X, quedando otras en ruinas. Los campanarios de San Cristóbal y del convento de las Claras fueron igualmente derribados. Los cables de conducción eléctrica estaban la mayor parte de ellos en el suelo, quedando la ciudad sin luz. El alcalde de la ciudad –César Martín Simón- ordenó que los vecinos del barrio del Puente abandonaran sus viviendas, ya que la gran cantidad de agua que cayó durante toda la noche hizo que el río Águeda alcanzar proporciones extraordinarias, amenazando con arrasar dicho barrio. Igualmente, ordenó que la gente no saliera de sus casas, ya que el peligro era grandísimo a causa de la falta absoluta de luz.
            Posteriormente, la mayoría de los propietarios de inmuebles afectados por el paso del ciclón se dirigieron al ayuntamiento solicitando autorización para la reparación de los daños. La relación es muy amplia y se refiere a viviendas asentadas en el recinto amurallado y en el resto del casco urbano. El consistorio, buscando paliar los gastos derivados de acometer las obras sobrevenidas, condonó los derechos de tasas establecidos en las ordenanzas municipales.

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