sábado, 15 de noviembre de 2014

Incautación de un teatro en 1834

Durante varios años, desde 1833 hasta 1840, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, viuda de Fernando VII, ocuparía la máxima instancia del reino como gobernadora y regente hasta que se reconoció la mayoría de edad a la reina de España, Isabel II. Un periodo que coincidió con la guerra civil, la primera carlista.

          En Ciudad Rodrigo, como en el resto de los municipios españoles, se habían elegido nuevos regidores tras el viraje político que enterraría la Década ominosa. Joaquín Cáceres[1] ocupaba la preeminencia municipal, la denominada junta de palabra, acompañado de otros cuatro regidores –Manuel Blanco, Ramón Marco, Juan García y Domingo Cayetano García-, el síndico personero, el diputado del común y nueve alcaldes de barrio.
            Dentro de las preocupaciones que embargaban a los mirobrigenses a principios de 1834 por el sustento de las tropas acantonadas en espera de emprender la campaña de Portugal, llegarían las vísperas de Carnaval y el consistorio, como solía hacer, asume sus cometidos y adopta las directrices habituales para que los festejos se desarrollasen dentro de los parámetros establecidos. Entre las diligencias que debía afrontar el ayuntamiento se encontraba el visto bueno a las compañías de cómicos que se acercaban hasta Ciudad Rodrigo en tiempos de antruejo. En la sesión del 5 de febrero, el regimiento municipal, a la vista del informe que interesó el gobernador militar de la plaza mirobrigense, el teniente general Alejandro Rodríguez Villalobos, autoriza a la compañía teatral que regentaba el también autor Manuel Valero a que represente sus comedias en las vísperas y durante el Carnaval, aunque, como se podrá comprobar más adelante, los regidores tenían notorias discrepancias con el empresario que en ese momento gestionaba el único teatro que existía en Ciudad Rodrigo, ubicado en la isla formada por el Campo del Trigo –hoy plaza del poeta Cristóbal de Castillejo- y la calle Gigantes, gestión que llevaba Francisco Torres.
Grabado anónimo de una representación teatral en el siglo XIX
         Mientras el Consistorio tomaba una decisión sobre la futura gestión del teatro, el Carnaval se acercaba –fue del 9 al 11 de febrero-, por lo que en la misma sesión en la que se autorizó representar al comediante Manuel Valero en el teatro mirobrigense y, tal vez, por lo acontecido en la edición anterior y a la vista del aumento del contingente militar asentado en Ciudad Rodrigo a las órdenes del marqués de Rodil para vigilar la raya portuguesa -se intuía la presencia del pretendiente carlista al trono español-, el quinto regidor, Domingo Cayetano García, propuso y así se hizo, que se previniera al citado capitán general del ejército de la frontera y al gobernador de la plaza para que las tropas no ocupen los tablados en el Carnaval sin pagar lo que está estipulado, algo que redundaba en el malestar general de los mirobrigenses por sus contribuciones a la campaña contra el Carlos María Isidro de Borbón. No obstante, les ofrece también otra salida: Si les acomodase hacer un tablado se les proporcionará terreno sin estipendio alguno. Y ya de puestos, en otro orden se acuerda pedir el auxilio de tropa de cavallería para las mañanas de Carnaval que recorran el glacis de la plaza, quizá para facilitar el encierro del ganado.
          Pasaron los festejos carnavalescos y el regimiento municipal no se había olvidado de lo prevenido con el teatro. Fue en la sesión del 29 de marzo cuando el segundo regidor, Manuel Blanco, planteó la intervención en la gestión del único espacio escénico con que contaba Ciudad Rodrigo: No siendo justo corra el teatro de esta ciudad por cuenta de un particular en perjuicio del pueblo y de los autores, a quienes les exige un cuarto por entrada, la quinta parte de los productos de palcos, lunetas y demás, y también un palco con seis entradas libres. Había que intervenir porque lo que estaba sucediendo con la gestión del teatro estaba contra la protección que el gobierno da a este vanco como director de la moral y las buenas costumbres. Y lo que describía lindaba con una flagrante extorsión que el consistorio no podía consentir. Y no se veía otra solución, otra salida que desterrase la práctica recaudatoria que abanderaba el empresario Francisco Torres, que, como pidió el regidor Blanco, el Ayuntamiento se haga cargo del edificio-teatro, que debe ser perteneciente en el todo a la Corporación. Se trataba de una expropiación de un bien, mejor dicho, de un servicio destinado al público, para lo que había que seguir los cauces legales y establecidos: Que, por lo tanto, se haga tasación por peritos de respectibo nombramiento y un tercero caso de discordia, de lo que en él tenga el actual empresario, don Francisco Torres, y se le satisfaga su valor justo, pues en este modo se conseguirá el que las representaciones sean a precio más bajo, se evite la ruina de los actores y se consiga el que asista más gente a distracciones que tan interesantes son a las buenas costumbres.
            El Consistorio, vista la propuesta y discutida, resuelve que el empresario para San Juan deje desocupado el teatro, en cuyo intermedio y desde ahora puede tener lugar la tasación propuesta para que sea satisfecho el valor de la construcción de palcos, lunetas, etcétera. Así se ejecuta, quedándose el ayuntamiento con la gestión del teatro pagando a su propietario un alquiler de 400 reales anuales, afrontando también los gastos que supuso su adecuación.



[1] Posteriormente sería elegido procurador en las Cortes Generales constituidas el 24 de julio de 1834, cargo que siguió ocupando hasta el 27 de enero de 1836.

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