martes, 4 de noviembre de 2014

El toro encohetado y otros ingenios de fuego por las 'alegrías del rey' en 1629

El 17 de octubre de 1629 venía al mundo el príncipe Baltasar Carlos de Austria, vástago de Felipe IV e Isabel de Borbón. La noticia, por esperada, sobre todo después de que la reina hubiera alumbrado cuatro hembras, fue recibida con regocijo en todo el reino. Ciudad Rodrigo no fue ajena a la dicha regia cuando tuvo conocimiento oficial, unos días después, del nacimiento del Príncipe de Asturias, en concreto el 25 de octubre[1]. Al siguiente día el consistorio, una vez leída la carta que anunciaba tan feliz acontecimiento, y siguiendo una vieja tradición que unía las alegrías del rey[2] con la esencia de la fiesta del pueblo, siempre vinculada a los espectáculos taurinos, decide formar una comisión que defina los preparativos necesarios para celebrar, como se merecía, que la Corona ya tuviera heredero.

El alférez mayor de la ciudad, Luis del Águila, en representación del linaje[3] de los Garci López, y Francisco Barba Osorio, regidor por el linaje de los Pacheco, son cometidos por el ayuntamiento para hacer cumplir las órdenes emanadas del consistorio. En principio, se acordó que esta noche -26 de octubre de 1629- se pongan luminarias por todos los sitios: en las ventanas, en los balcones, en las torres, en las calles… al tiempo que se daba al pregón que debían hacerlo todos aquellos que tuvieran obligación, so pena de mil maravedís[4].
La Ciudad, como estamento, no podía ser menos, por lo que encomienda a los citados caballeros regidores que hagan encender luminarias en las casas de ayuntamiento y en el balcón del Peso y cárcel y con tiestos de pez en toda la plaza y entradas de las calles de ella. Además, les acucia a que hagan que se toquen las chirimías, trompetas y atabales para que nadie se pueda evadir de festejar el nacimiento del príncipe.
El príncipe Baltasar Carlos, por Diego Velázquez
Y como la costumbre manda, una fiesta popular sin toros no es fiesta. Por eso se ordena también a Luis del Águila y Francisco Barba que tengan previsto para el lunes primero venidero, veintinueve del presente, se corran seis toros, uno por la mañana, cuatro a la tarde y uno encohetado a la noche, pertenecientes a la vaquería de un tal Juan Manuel, al precio de 150 reales[5] cada uno. Además se les encomienda que el mismo día de toros en la noche se pongan otra vez luminarias generales en la misma forma que esta noche, con chirimías y trompetas y atabales, y para las dichas luminarias de dos noches se den a cada caballero regidor y escribano del ayuntamiento ocho libras de velas y cuatro manos de papel, y se den a las demás personas que la Ciudad acostumbra en semejante ocasión, que es un procurador general y mayordomo, y no más.
En la celebración también se incluye, como no podía ser de otra manera, a los estamentos eclesiásticos, en estos tiempos en armonía con la Ciudad[6]. Así se decide que para la noche de los toros se pida a los señores del cabildo pongan luminarias y hagan tocar las campanas en señal de alborozo, mientras que desde el consistorio se ordena también que se toque la campana del reloj[7] de la Ciudad suelto ambas noches.
Como complemento a lo enunciado y atendiendo a lo extraordinario del acontecimiento que se celebra, se apunta que asimismo procuren los caballeros comisarios tengan alguna justa para el dicho día de toros y se pregone que para las dichas fiestas salgan disfrazados todas las personas que quisieren con máscaras y disfraces, a pie o a caballo, que para ello se les da licencia. Y que la noche de los toros haya ingenios de toros con pólvora y otros y se hable a los beneficiados de las parroquias para que toquen[8] las campanas de las iglesias.
En esta relación de actos y actividades encontramos muchos elementos comunes con lo que es la tradición que caracteriza el desarrollo de los festejos populares taurinos que mantiene Ciudad Rodrigo en su Carnaval del Toro. Correr toros por las calles o en coso cerrado con barreras por la mañana, la tarde o la noche; tocar el reloj suelto de la Casa Consistorial; llamar la atención del pueblo con la música –atabales, chirimías y trompetas- como elemento festivo ineludible; e incluso convocar a la participación de la gente con una expresa invitación a disfrazarse, dejando entrever que formaba parte de la costumbre de la época, son elementos que a ningún rodericense le pueden ser desconocidos. No obstante, hay otras iniciativas que ahora nos sorprenderían, como la invitación al campaneo general de todas las iglesias para llamar a rebato a los vecinos con el fin de que participasen en la fiesta y, sobre todo, la introducción de una modalidad taurina un tanto desconocida en la tradición local, como es la presencia de un toro encohetado o el acomodo en la fiesta de ingenios de toros con pólvora, algo que, como veremos más adelante, eran novedosos y, por lo tanto, contaban con la garantía suficiente para atraer al público.
El toro encohetado, cubierto de cohetes, tenía por estos tiempos un cierto apego para las grandes celebraciones. La historiografía comenta el protagonismo de toros encohetados, por ejemplo, en Zaragoza en la visita que realizó en 1626 Felipe IV[9]; o lo ocurrido en Madrid unos años antes, en concreto el  3 de julio de 1619, un episodio muy similar a lo que pasaría en Ciudad Rodrigo 10 años después: Y este mismo día el postrero toro le pusieron una manta de cohetes, la cual no prendió porque el mismo la pisó con los pies y luego hubo muchos cohetes en medio de la plaza, que pareció muy bien. Y para toros sólo había sido muy buena la fiesta, sino fuera por lo mal que lució el toro encohetado, siendo presidente de Castilla don Fernando de Acevedo, caballero del hábito de Santiago.[10]
Este festejo taurino tenía por protagonista, según distintos apuntes, al también conocido como toro de la plebe[11], el que se ofrecía al pueblo como colofón de un denso espectáculo taurino. Este toro encohetado se lograba colocando en los pitones unas cargas de pólvora a las que se pegaba fuego[12]; además, como ocurría en Ciudad Rodrigo, se ceñía sobre los lomos del animal una manta también henchida de cohetes o pólvora, lo que enfurecía al toro y salía a la plaza arremetiendo contra todo.
Un toro encohetado, recreación de Carlos García Medina
Volviendo a los preparativos de los festejos que celebró Ciudad Rodrigo en 1629, cabe señalar que las previsiones de la programación no se cumplieron. El día previsto para el denso espectáculo taurino, el 29 de octubre, no hubo oportunidad de que se celebraran los actos al estar ausente el corregidor, el licenciado Pedro de Vergara, que se vio obligado a ir a Ceclavín (Cáceres) por razones de su cargo. Los festejos se posponen hasta que vuelva el señor corregidor[13]. Lo debió hacer antes del 15 de noviembre, jueves, pues en esta fecha se corrieron los toros en la plaza pública y se prendieron las luminarias por la ciudad con todo lo demás previsto.
Las cosas no salieron como estaban planteadas. Así lo expone el regidor Miguel de Valencia, quien incluso llegó a recriminar y pedir responsabilidades a sus compañeros de consistorio, los susodichos Francisco Barba y Luis del Águila, en su función de caballeros regidores cometidos en el asunto. Al parecer, tenía que haber invenciones de fuegos públicos, de ruedas y montantes de fuego y toro encohetado, y esto parece no tuvo porque la persona a quienes los caballeros comisarios, y especialmente el señor don Luis del Águila lo encomendó, no salieron con los dichos fuegos; antes, para haber de ser en fiesta de tanta solemnidad, dieron causa a que toda esta república quedase disgustosa y no con el regocijo que se requería[14], lamenta Miguel de Valencia antes de encontrar el detonante, a quien echar la culpa: Porque esto es todo en culpa de las personas plisonas que hubieren de hacer las dichas invenciones de fuego por no saber lo que se hicieron. Y por eso, por semejante negligencia y artificio, pide que se detraigan de los gastos las partidas por los espectáculos fallidos.
Luis del Águila, con la anuencia de su compañero Francisco Barba, había encargado fabricar al clérigo Diego Sánchez[15] dos montantes de cueros y seis ruedas y una manta para un toro encohetado, quien, a su vez, había encomendado hacer, por cuarenta reales, un ingenio de fuego al tendero Juan Cornejo[16]. Por otra parte, un tal Justo, carpintero, es el encargado de hacer los montantes y unas rodelas de fuego[17], que tampoco tuvieron el efecto deseado.
El encargo se había hecho al susodicho canoniguero Diego Sánchez por decir lo sabía bien hacer y no haber otro que lo supiere hacer, algo que en realidad le acarrearía un cierto descrédito. El regidor Del Águila afirma, en su defensa, porque le exigía algún compañero que asumiese los gastos, que así se hizo todo [lo previsto] y la manta se puso al toro, y los montantes salieron a la plaza; y las ruedas, aunque salieron, no consintió se las pusiera fuego por haberse ido ya la Ciudad. Y que al toro se le puso fuego y no quiso salir por la puerta, y que si estos ingenios no fueron buenos ni como se decía, es justo que los pague el que los hizo.
Ilustración de García Medina sobre las fiestas taurinas de 1629
El consistorio toma el acuerdo de que se haga la cuenta de todo el gasto que se ha hecho en las dichas fiestas y se traiga a este ayuntamiento para que se vea el dicho gasto hecho en los ingenios de fuego y, visto, la Ciudad tome resolución de lo que ha de hacer. La dicha cuenta tomen los caballeros de la Razón y porque lo es el señor don Luis del Águila, en su lugar la tome el señor don Manuel de Chaves. Es decir, el ayuntamiento elude la intervención de Del Águila en la relación contable de los gastos que se realizaron para conmemorar el nacimiento del príncipe por ser parte interesada.
En la sesión siguiente, celebrada el 23 de noviembre, se llevan las cuentas de las citadas fiestas y se decide que pasen a escrutinio de Martín de Miranda, procurador general, para que haga el informe en el que contra ellas si hallare alguna cosa que decir, diga. No debió hallarla por cuanto el debate se desvía a otros pormenores, como al pago de la cuenta de uno de los toros corridos en esta conmemoración, que pertenecía al ayuntamiento, ya que lo había pagado para los festejos celebrados con ocasión de la festividad de Nuestra Señora de Septiembre, y que el depositario de las reses, el citado ganadero Juan Manuel, quería volver a cobrar.
A partir de este año, en todo el siglo XVII no vuelve a mencionarse en los libros de acuerdos del consistorio referencia alguna a un festejo en el que se vinculasen directamente los toros con espectáculos de fuego.




[1] Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo. Libro de acuerdos de 1629.
[2] MUÑOZ, Juan Tomás, La primera plaza de toros del hospicio. En Bolsín Taurino Mirobrigense. 50 años de historia. Salamanca, 2007, p. 159.
[3] El consistorio estaba integrado por regidores que representaban a los bandos o linajes de los Garci López de Chaves o de los Pacheco, privilegio concedido por Alfonso XI en 1327 a los Garci López a quienes otorga la mitad de los regimientos de la ciudad, es decir, seis; y la otra mitad de los oficios mayores y menores el monarca la concede en 1328 a los Pacheco. Véase: BERNAL ESTÉVEZ, Ángel, El concejo de Ciudad Rodrigo en su tierra en el siglo XV. Salamanca, 1989, p. 39; SÁNCHEZ CABAÑAS, Antonio, Historia de Ciudad Rodrigo, comentada por José Benito Polo. Salamanca, 1967, p. 58. SÁNCHEZ CABAÑAS, Antonio, Historia civitatense. Salamanca, 2001, p. 217 y ss. NOGALES DELICADO, Dionisio, Historia de Ciudad Rodrigo, 2ª ed. Madrid, 1982, p.67; HERNÁNDEZ VEGAS, Mateo, Ciudad Rodrigo, la Catedral y la ciudad, 2ª ed. t. I, Salamanca, 1982, p. 187.
[4] AHMCR. Ibídem. Folio 512 y ss. Todas las citas que siguen hacen referencia al mismo documento.
[5] Es el precio que ajustó el ayuntamiento por uno de los toros que se habían corrido en los festejos de Nuestra Señora de Septiembre y que sobró y se corrió por las alegrías del rey el 15 de noviembre de 1629. El ganadero Juan Manuel quiso cobrárselo por dos veces al consistorio; percatándose éste, llegó al acuerdo de descontarlo de lo que se debía abonarle.
[6] Eran frecuentes las disputas entre los cabildos, sobre todo por asuntos vinculados al protocolo en las celebraciones religiosas.
[7] Esta campana se desprendió y se quebró el 17 de noviembre de 1633. Los hechos se relatan en AHMCR. Libro de acuerdos de 1633, en donde se refiere que: Tratose en este ayuntamiento de cómo anoche cayó la campana del reloj con el chapitel y columnas sobre que estaba fundado, sobre lo cual el señor don Martín de Miranda, procurador general, ha dado querella contra los carpinteros que hicieron el dicho chapitel. Acordose que los señores don Juan Bonal y Francisco Rodríguez de Ocampo acudan a hacer todas las diligencias que convengan así hacer acerca de la querella, como a recoger el metal de la campana y despojos del chapitel y columnas con cuenta y razón para que no se pierdan y hagan todo lo que se ofreciese acerca de lo susodicho.
[8] AHMCR. Ibídem.
[9] DOMÍNGUEZ LASIERRA, Juan, Los orígenes de las fiestas taurinas, en la revista Turia, 1992. Relata algunas tradiciones taurinas zaragozanas y la incidencia de la fiesta en la capital del Reino: Ocho toros encascabelados, que con alquitranados jubillos, entregados al infatigable vulgo, corrieron ensogados por diversas partes, produciendo gran regocijo público en las fiestas zaragozanas por la promoción, en 1616, del inquisidor general de España, el aragonés fray Luis de Aliaga; como hubo toro encohetado en la visita de Felipe IV, en 1626, a esta capital. Véase también: REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [27 de noviembre de 2007]: ESPINOSA, Pedro, Bosque de doña Ana (1624). Publicación: Francisco Rodríguez Marín, Tipografía de la Revista de Archivos (Madrid), 1909: …había seis hombres á caballo, armados de fuego, con sus adargas, que jugaron las cañas y lidiaron un toro encohetado. Había dos hombres armados con sus celadas, que tornearon en una batalla de gran cantidad de cohetes…
[10] Anales de Madrid de un platero del siglo XVII. Toros en la plaza nueva.
[11] ARCO Y GARAY, Ricardo del, La sociedad española en. las obras de Cervantes. Madrid, 1951, p. 632: ... así aristócrata como plebeya; incluso el toro encohetado, llamado "de la plebe", desde que el inquisidor D. Pedro Moya de Contreras, Arzobispo y Virrey… Véase también: GIL GARCÍA, Bonifacio, Cancionero taurino, popular y profesional, folklore poético-musical, con estudio, notas, mapas e ilustraciones. Madrid, 1964-65, p. 140.
[12] SÁINZ DE ROBLES, Federico Carlos, Madrid. Autobiografía. Madrid, 1957, p. 468.
[13] AHMCR. Ibídem.
[14] Ibídem.
[15] En un censo realizado el 23 de noviembre de 1640, incluido en el libro de sesiones de ese año que guarda el Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo, aparece Diego Sánchez, de oficio canoniguero, que vivía en la calle San Antón. Cierto es que también aparecen otras dos personas homónimas, una con vivienda en la calle los Caños y de oficio “trabajador”, y otra, residente en la calle de La Trinidad, que figuraba como pintor.
[16] Ibídem. Un tal Juan Cornejo aparece en el citado censo con el oficio de cabestrero, que vivía en el Campo de los Bueyes.
[17] AHMCR. Ibídem.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar en esta página.