miércoles, 5 de noviembre de 2014

El obispo que consiguió erradicar los 'cenizos' en 1927

Con el paso del tiempo se ha ido diluyendo la costumbre de pedir cenizos en el Carnaval de Ciudad Rodrigo. A raíz de unos lamentables incidentes a finales de los años setenta, cuando la negativa del Consistorio a alargar el antruejo, con encierro y capeas, al Miércoles de Ceniza -de ahí, los cenizos- estuvo a punto de generar un conflicto público con intervención gubernativa.

Lo de pedir cenizos era algo consustancial en la liturgia carnavalesca, incluso hubo varios años en los que se institucionalizaron, es decir, que todos los Miércoles de Ceniza habían encierro y capeas, aunque fuera con vacas. Eso ocurrió a mediados de los años veinte, cuando tomó por vez primera las riendas del consistorio Calixto Ballesteros Rivero, un gran aficionado taurino que hizo sus pinitos de joven en alguna becerrada. Y también en el interregno episcopal, cuando en 1923 fue trasladado a Tuy el administrador apostólico civitatense, Manuel María Vidal y Boullón, ya que hasta 1924 no tomó posesión de la Diócesis el arandino Silverio Velasco.
Ocurrió que en el Carnaval, en uno de estos carnavales, al no poder celebrarse los festejos del martes, se creyó conveniente dar cenizos. Lo que era algo accidental, quedó prácticamente instituido, de tal forma que en algún periódico de la época se afirmaba, en 1927, que tener festejos taurinos el Miércoles de Ceniza era ya “costumbre inveterada”.
El obispo arandino Silverio Velasco
Silverio Velasco, cuando recaló en Ciudad Rodrigo como administrador apostólico, se escandalizó con esta costumbre e hizo todo lo posible por convencer al ayuntamiento de que se estaba profanando el primer día de la Cuaresma. Así se lo manifestaba al gobernador civil de Salamanca, Luis Díez del Corral, en una carta fechada el 7 de febrero de 1927: “Mi intención era convencer con amistosas razones al señor alcalde y concejales de la inconveniencia de esa cuarta capea, con toda la comitiva de profanidades que lleva consigo, en el día para los cristianos más opuesto a estas diversiones, después del Jueves y Viernes Santo”.
Hasta entonces sus argumentos habían caído en saco roto. Pese a que en algún momento pareció alcanzar un acuerdo con el ayuntamiento, este siempre, a última hora, daba marcha atrás, al parecer, y seguimos a la letra al obispo arandino, porque “dicen y alegan que el pueblo es muy bruto y que en la tarde del martes, con la embriaguez de tres días, son capaces de cualquier barbaridad si no se apaciguan sus gritos con la concesión de una corrida más”, refiere el prelado al gobernador en una extensa carta.
Y asevera que el pueblo debe ser muy bruto cuando parece “que no somos nosotros, los que hemos sido investidos por Dios de la autoridad los que gobernamos; que no son los alcaldes los que mandan, sino los pueblos, y no los pueblos, sino el populacho, los analfabetos tal vez, los ociosos, y con ellos todas las pasiones, y como en el caso en que aquí se escudan, la borrachera”.
El administrador apostólico había recurrido al gobernador como última instancia para atajar la profanación que suponía correr toros el Miércoles de Ceniza, convirtiéndolo en un día más de Carnaval. En 1926 no lo consiguió, justificándolo el gobernador al comunicarle que “la prohibición de corrida de toros el Miércoles de Ceniza provocaría un conflicto de orden público, hasta el punto de que habría seguramente de tener que echar la Guardia Civil a la calle, y a más de ello, significaría la prohibición un daño para la autoridad local por la impopularidad y riesgo que con la medida se producirían”.

Sin embargo, la insistencia del obispo daría sus frutos y a partir de 1927 quedaría en suspenso la inveterada costumbre de extender el Carnaval al Miércoles de Ceniza.

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