lunes, 3 de noviembre de 2014

El Carnaval y las fiestas taurinas en Ciudad Rodrigo durante la Guerra Civil

Ciudad Rodrigo, como bien se sabe, durante la Guerra Civil sufrió en la retaguardia las consecuencias del golpe de estado del general Francisco Franco. Fueron cientos los mirobrigenses represaliados por su condición de “izquierdistas” durante la convulsa república, muchos de ellos, casi un centenar, asesinados sumariamente. Otros, perseguidos hasta la extenuación, pudieron superar aquellos momentos críticos. De todo ello, gracias a la labor de historiadores e investigadores, se está encendiendo la luz en la noche más trágica de nuestra historia contemporánea, aportando documentación, elaborando estudios y divulgándolos, porque la historia, pese a quien pese, hay que conocerla, hay que rumiarla si es necesario y evitando dobleces y manipulaciones que afean a quienes todavía carecen del prurito básico para afrontar una realidad que, desgraciadamente, aún se sigue negando en determinadas instancias.

            Después de la irrupción de la Guardia Civil[1] en el Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo validando el alzamiento franquista y determinando el estado de guerra y excepción en que quedó sumida la población, con detenciones que trocaron en asesinatos, y como ocurrió en el resto[2], una práctica amparada en el miedo reinante.

Bando emitido por el alcalde Magín Vieyros
de la zona nacional, los consistorios democráticos fueron convertidos en comisiones gestoras formadas por unos individuos que dependían, para bien y para mal, del estado anímico y complaciente del gobernador civil de turno. Aquí, después de los primeros pasos titubeantes pero medrosos de la impuesta comisión gestora, se nombró alcalde a Magín Vieyros de Anta, sargento de infantería retirado, quien dejó claro en un bando firmado el 10 de agosto el estado constreñido al que se iba a someter a la población en cuestiones morales, prohibiendo la blasfemia en público e invitando a los vecinos a la formulación de denuncias abiertas sobre aquellos individuos que considerasen “infractores”
            Pese a las represalias, a las detenciones y asesinatos, a las incautaciones de bienes o al escarnio público que seguían a las investigaciones e interrogatorios sobre cualquier atisbo de desafección a la causa nacional y su propaganda, los mirobrigenses tuvieron cuerpo para mirar adelante, unos disfrutando de la balsa de aceite nacional y otros, aún sintiendo la mirada escrutadora y amenazante en la nuca, con la intención y el deseo de seguir, al menos, viviendo.
            En esa tesitura se apuntaba como un oasis la posibilidad de continuar con celebraciones que rompieran el corsé religioso-militar-político impuesto desde todas las instancias gubernativas mirobrigenses. Y ahí estaban en el horizonte, como venía sucediendo desde 1732, las fiestas de Carnaval y su componente taurino, este secularmente intrínseco a la idiosincrasia de los mirobrigenses.
La Gazeta de la República había publicado el 19 de diciembre de 1936 una orden del Ministerio de la Guerra, firmada por el socialista Francisco Largo Caballero, a la sazón presidente del Gobierno republicano, en la que prohibía la celebración de fiestas tradicionales que pudieran “dar lugar a la paralización o disminución de los servicios y de la vigilancia que se debe tener en todo momento”[3], especialmente en la zona de los frentes. No era el caso de Ciudad Rodrigo, y su proyección legal, al proceder de la República, no tenía sentido que se aplicase en el denominado territorio nacional. Por eso, buscando una aparente normalidad, se mantuvo latente la idea de favorecer a la población con unos días de cierta evasión de la cruda realidad, y nada mejor que celebrar el Carnaval de 1937, que estaba fijado entre el 7 y el 9 de febrero.
En consonancia con ello, y conforme al estado socio-militar que imperaba, la comisión gestora municipal había recibido una propuesta de la sección de Falange Española en Salamanca en la que apuntaba su colaboración para la organización de las corridas del Carnaval de 1937, siempre bajo unas condiciones. La citada comisión gestora llevó la carta falangista a una de sus reuniones, celebrada el 22 de enero de 1937, en la que no tuvo el más mínimo reparo en aceptar las condiciones impuestas y que, tal y como figura en el cartel anunciador de los festejos carnavalescos de ese año, se concretaban básicamente en que las corridas de toros fueran “a beneficio de los comedores infantiles de Falange Española de las J.O.N.S. de esta ciudad y Madrid y Cocina de Asistencia Social que patrocina el Excelentísimo Ayuntamiento de esta ciudad”.
Cartel anunciador del Carnaval de 1937
Decidida la celebración del Carnaval, el Ayuntamiento pone en marcha el protocolo organizativo, concretado en la subasta de los tramos de los tablados de la plaza, en la selección del ganado y los toreros. Aunque todo urgía, lo más necesario, en principio, era concretar la construcción del coso taurino en la Plaza Mayor. Se fijan las condiciones que se seguirán en la subasta, por pujas y a la llana, así como la necesidad de que depositen 100 pesetas aquellas personas que quieran participar en la subasta, que se celebraría a las cinco de la tarde del 3 de febrero.
Su desarrollo deja patente la imposibilidad de cumplir, en un principio, con algunas de las condiciones expuestas –más de una docena-, ya que tan solo se pudieron cubrir 20 de los 42 tramos de tablados que contiene la plaza, y contando los dos que tenía asignado el Ayuntamiento y un tercero para el contratista de la plaza. El resto fueron adjudicados, en primera instancia, a Manuela López, hijos de Isabel Alonso, Agustina Sánchez, viuda de Fernando Díez, Fulgencio Ulloa, Julio Pérez, viuda de Adrián Vasconcellos, Santiago M. García, Calixta Picado, Enrique Cuadrado, Eladio Sánchez Abarca, Alonso Sánchez Conde, Luis García Santos, Alfredo M. Plaza, Agustín Sánchez (dos) y al Banco Mercantil, al que había que pagar, a mayores, 55 pesetas. Esta relación se correspondía básicamente con los propietarios de las casas en la que estribaban los tablados, algo que en el desarrollo de la subasta no se consideró factible y, por ende, no hubo pujas.
Tras una negociación, la mesa llega al acuerdo de que no se asignen a “los propietarios de las casas los tramos correspondientes”, además de bajar el precio mínimo para la puja. Con estas mejoras, quedarían asignados los 42 tramos de tablados a Teodoro García Pérez, Antonio de Aller, Ceferino Rodríguez (dos), Marcelino Cantero, Nicolás Hernández Castilla (cuatro), Justo Manzano, José Flores, Justo Báez González (dos), Pío Ramos (tres), Sebastián Moreno (tres), Manuel González, Leonardo Ángel, José García, Pedro Ramos, Manuel García Ferreira, Juan Plaza Mateos, Maximino Corral (dos), Hilario Sánchez, Marcelino Ruiz (dos), Eugenio de Aller Vicente, Ángel Bellido, Dionisio García, Joaquín Martín Báez, Luis García Santos, Jesús Sánchez Iglesias, Julián Sierra, Adolfo Blanco Blanco, Julián Moraleja y Felipe Domínguez.
Por entonces, ya estaba perfilado el programa taurino del Carnaval de 1937. Lo había adelantado el semanario local Miróbriga, en su número del 31 de enero, con todos los detalles, tal y como serían recogidos oficialmente en el cartel encargado a la imprenta local de Francisco Domínguez, todavía gobernando el Ayuntamiento mirobrigense, aunque por pocos días, el sargento de infantería Magín Vieyros, ya que al 5 de febrero, en vísperas del antruejo, sería removido por el gobernador civil, quien le sustituyó por el teniente de la Guardia Civil Fausto de San Dámaso García.
Los toros, tanto los de muerte como los destinados a encierros y capeas, habían sido donados por ganaderos locales y de la comarca, caso de José Manuel Rodríguez, de Gallegos de Argañán; el mirobrigense César Torroba o el también rodericense Jesús Sánchez-Arjona, quienes regalaron los astados que iban a lidiar los novilleros salmantinos Andrés Valle y Jaime Coquilla junto con el también novillero madrileño Boni Chico.
El festejo del Lunes de Carnaval contaría con reses donadas por Ángel Rodríguez, de Gallegos de Argañán, Cándido Casanueva, de Ciudad Rodrigo, y Cándido García, de Castillejo de Yeltes, que serían lidiadas por los diestros Antonio García, Maravilla, de Madrid; Curro Caro, también madrileño, y el becerrista mirobrigense Manolito Santos, que se había presentado al público local en el los festejos del Carnaval de 1936 junto a la otra incipiente figura de Ciudad Rodrigo del momento, Emilio Martín, el Titi, quien daría muestras de su valor en el festejo del Martes de Carnaval junto a los matadores Luis Fuentes Bejarano y Luis Gómez Calleja, el Estudiante, ambos de Madrid, para lidiar reses de Luis Fonseca, de Pedraza, José García, de Castraz, y Cándido García, de Castillejo de Yeltes, quien donó el becerro para El Titi[4].
Aunque había sido sustituido como alcalde Magín Vieyros, el día antes de su remoción firmó y emitió un bando sobre el desarrollo del Carnaval que se avecinaba, estipulando una serie de prohibiciones que, durante mucho tiempo, estuvieron vigentes. Es el caso de la prohibición de “todo acto que pueda producir espanto en el ganado destinado a la lidia de dichos días, impidiendo su encierro”; que se prohíbe taxativamente “bajar al ruedo y permanecer en el mismo o en las barreras y burladeros durante el tiempo de la lidia y muerte de cada novillo a otras personas que no sean los lidiadores, empleados de plaza o agentes de mi autoridad”. Asimismo, se prohibía “arrojar a la plaza objeto alguno que pueda causar daño a los toreros o al ganado”, al igual que quedaba “terminantemente prohibido usar todo clase de máscaras, disfraces y empleo de objetos destinados a celebrar el Carnaval, de los que no se permite la venta”, esto último en clara consonancia con el régimen imperante.
Enfrascado el Ayuntamiento y las personas afectadas en la organización del Carnaval de 1937, el mismo día en que tomaba posesión el teniente de la Guardia Civil como nuevo alcalde de Ciudad Rodrigo, es decir, el 5 de febrero, el recién creado Boletín Oficial del Estado, en su número 108, insertaba una orden circular firmada dos días antes en Valladolid por el gobernador general, Luis Valdés, y dirigida a todos los gobernadores civiles, que venía a prohibir la celebración del Carnaval. Decía así la circular: “En atención a las circunstancias excepcionales por que atraviesa el país, momentos que aconsejan un retraimiento en la exteriorización de las alegrías internas, que se compaginan mal con la vida de sacrificios que debemos llevar, atentos solamente a que nada falte a nuestros hermanos que velando por el honor y la salvación de España luchan en el frente con tanto heroísmo como abnegación y entusiasmo, este Gobierno General ha resuelto suspender en absoluto las fiestas de Carnaval”. Y añade que a esos efectos cada gobernador civil “tome las disposiciones oportunas para su más exacto cumplimiento, evitando pueda celebrarse ninguna clase de estas fiestas en días tan señalados en los que nuestro pensamiento debe de estar de corazón al lado de los que sufren los rigores de la guerra y de los que ofrendan su vida en defensa de nuestra santa causa de redención”.
Realmente, ignoramos si la circular llegó a tiempo al Ayuntamiento mirobrigense para tomarla en consideración, con todo lo que ello supondría en inversiones realizadas, o, si llegó, se decidió no darse por enterado. Lo cierto es que, tal vez para guardar apariencias, no hubo ninguna referencia expresa de la celebración del Carnaval de 1937 en el único semanario local operativo, el católico Miróbriga, aunque este periódico, cuando tuvo que confirmar que en 1938 no habría Carnaval, dejó claro que se trataba de la primera vez en muchos años que Ciudad Rodrigo no festejaba el antruejo: “Sabe Dios –se afirmaba en la primera página del número 810, de 27 de febrero de 1938- cuántos años hará que no dejaban de celebrarse los carnavales, en la forma típica propia de nuestro pueblo. Quizás los nacidos no recuerden una interrupción como la que llevamos a cabo este año”, en referencia a la prohibición de celebrar el antruejo en 1938, lo que nos lleva a la conclusión de que el Carnaval de 1937 transcurrió según lo previsto y haciendo caso omiso a la circular que prohibía su celebración.
Una circular que trocó en orden del Ministerio del Interior que en 1938 dirigía Ramón Serrano Súñer, el cuñadísimo de Franco, cuando se publicó el 24 de febrero de ese año en el Boletín Oficial del Estado una directriz renovando la prohibición de celebrar las carnestolendas, ya que persistían “las razones que aconsejaron en el año pasado análoga decisión”, por lo que se ordenaba “que se mantenga la suspensión absoluta de las llamadas fiestas de Carnaval”.
Portada de Miróbriga anunciando la suspensión del Carnaval de 1938
En esta ocasión el Ayuntamiento estaba concienciado –no existe trámite ni expediente alguno en los fondos documentales del Archivo Histórico Municipal- de que las circunstancias no invitaban a la fiesta, por lo que la orden no suponía ningún inconveniente en la gestión municipal. Tan solo, como se ha señalado, y con cierto júbilo, el semanario Miróbriga se hacía eco de que Ciudad Rodrigo no celebraría en 1938 su tradicional Carnaval con festejos taurinos. “Tal día como hoy [domingo, 27 de febrero de 1938] comenzaban en Ciudad Rodrigo una serie de festejos que duraban por lo menos tres días y a la que no faltaba ningún mirobrigense que se preciara de tal. Pero este año, con buen sentido, se han suprimido, radicalmente, toda clase de fiestas. El Ciudad Rodrigo de la retaguardia no quiere entregarse a vanas diversiones, mientras gran número de sus hijo y de sus hermanos luchan y sufren en las trincheras contra la fiera bolchevique. Y hace bien, porque la compenetración íntima del frente y la ciudad es la clave de la victoria”. Y añade: “Tiempo quedará, cuando regresen las banderas victoriosas, al paso de la alegre paz[5], de celebrar dignamente el triunfo de nuestros ideales y, entonces, unidos los forjadores de la victoria y los que desde sus puestos de retaguardia ayudaron a aquellos en su titánica empresa, festejar el buen éxito de esta cruzada descomunal contra la barbarie bolchevique”, un artículo en portada del citado semanario que firmaba Farinato.
Se quedaron los mirobrigenses sin Carnaval en 1938 y lo mismo acontecería el año siguiente. El horno no estaba para bollos; se intuía la derrota de los republicanos y en la zona golpista las represalias iban en aumento. Ni siquiera fue necesario recordar la trágica situación que se vivía en los frentes y en la retaguardia para reeditar la orden de suspensión de las fiestas carnavalescas en el territorio dominado por las tropas fieles a Francisco Franco. El 1 de abril el Generalísimo firmaba en Burgos el último parte de la guerra fratricida [“En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.”] y comenzó la diáspora republicana buscando refugio en el exilio, mientras los nacionales celebraban la victoria esforzándose por cercenar cualquier fleco izquierdista.
En Ciudad Rodrigo se siguió la pauta y el entusiasmo de los vencedores y de los dirigentes municipales empezó a fraguar la idea de celebrar unos festejos taurinos como conmemoración de la victoria sobre los rojos. Pero tuvieron que pasar unos meses para que cuajara la idea y se tomará el acuerdo en la sesión celebrada por la comisión gestora, ya presidida como alcalde por Juan Sánchez Iglesias, el 15 de agosto de 1939. Fue a propuesta de tres de sus miembros –Celso Hernández, Julián Méndez y Ángel Rodríguez- que se celebraran “las fiestas tradicionales del pueblo”. Los proponentes serían cometidos para formar la comisión de fiestas que organizase los festejos taurinos previstos, en principio, para los días 27, 28 y 29 de agosto de 1939, y que tramitase la solicitud al gobernador civil para la “celebración de las tradicionales corridas de toros” en el primer año de la victoria.
Parte de Franco anunciando el fin de la guerra
Poco tiempo quedaba de margen para organizar todo lo necesario. Lo primero fue recabar el permiso de la autoridad competente. El alcalde mirobrigense remitió una carta al gobernador civil de Salamanca fechada el 17 de agosto. A los tres días propuestos inicialmente, se sumó también el 30 de agosto. En el oficio explicaba Juan Sánchez al gobernador que varios ganaderos de la localidad habían “ofrecido gratuitamente los novillos” y que también se contaba con la “cooperación desinteresada de varios toreros, que son los que han de encargarse de la lidia y muerte de los novillos antes citados”, solicitando las autorizaciones necesarias para celebrar dichas corridas.
Al día siguiente, el gobernador civil, Gabriel Arias-Salgado y de Cubas, contestaba a la petición del alcalde de Ciudad Rodrigo, quien, por otros cauces, le había explicado las razones patrióticas para organizar los festejos: se celebrarían las corridas en “honor de los reemplazos que fueron movilizados y que han sido licenciados como consecuencia de la feliz terminación de la guerra”, en virtud de la respuesta que llegó de Salamanca a la petición expresada. La respuesta del gobernador fue, sin embargo, tajante: “He tenido a bien –afirma en el oficio- denegar el permiso para la celebración de dicha clase de festejos, toda vez que se halla así dispuesto por el Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación mediante circular publicada recientemente en el Boletín Oficial del Estado, mediante la cual se prohíbe terminantemente toda aquella clase de festejos que tengan carácter de homenaje, sea cual fuere este”.
Sin duda, la formulación de la solicitud no había sido la adecuada, al menos formalmente. En el fondo, no había inconveniente para la celebración de los festejos taurinos, pero la normativa impedía que se justificasen en virtud de homenajes vinculados al desarrollo o desenlace de la guerra. Y por eso, obviando cualquier atisbo de vulneración de la normativa vigente, se continúa con la organización de los festejos.
Lo más acuciante, ya que se contaba con los novilleros y las reses, era el cierre del coso taurino y la adjudicación de los tablados. Para ello se hizo el correspondiente pliego de condiciones para la subasta de los tramos de la plaza que, en primera instancia, se celebraría al mediodía del 24 de agosto, lo que suponía que había que levantar los tablados en apenas dos días, ya que debían de “estar terminados antes de las cuatro de la tarde del sábado 26” de agosto, víspera del inicio de las fiestas, para la inspección técnica correspondiente.
Llegó la hora de la subasta y los constructores se plantaron. No estaban dispuestos a entregar en depósito las 100 pesetas que se les requería, quedando desierta la subasta de los tablados, obligando al alcalde a firmar un decreto “ante la apremiante necesidad de construirlos rápidamente, dado el corto espacio de tiempo de que se dispone, ya que los mismos han de terminarse en la tarde del día veintiséis del actual”. Y en base a ello decretó que la subasta de los tablados se convocase de nuevo para las seis de esa tarde, con una “nueva adaptación de los precios de los tablados (…), suprimiéndose también la cláusula tercera, por lo que podrán concurrir a esta subasta libremente cuantas personas lo deseen sin necesidad de tener que constituir previamente depósito alguno”.
Programa de las fiestas taurinas de 1939
Se celebró la subasta y se adjudicaron sin mayores problemas los 42 tramos de tablados de la plaza, a los que habría que añadir los dos que construía el Ayuntamiento. El precio de remate fue el mismo que el de salida pero muy inferior a lo que en un principio, en la subasta del mediodía, se pretendió, ya que se adjudicaron por 15, 25 y 40 pesetas[6], con una recaudación total de 955 pesetas.
En la víspera del inicio de los festejos, además de estar construidos los tablados, se contó también con la certificación de los ganaderos donantes de que las reses se encontraban en aquel momento “vírgenes de lidia”[7]. También fue necesario que los padres de los becerristas Manolito Santos y El Titi –Segundo Santos y Teodosio Martín Donoso- avalasen la trayectoria taurina de sus hijos para participar en los festejos, ya que “no se han sacado el carnet de toreros profesionales debido a que en las circunstancias excepcionales por que ha atravesado España, no estaba organizado el servicio de la Asociación de Toreros Profesionales”. Y hacen constar, “bajo su firma, que los mismos han tomado parte en los espectáculos taurinos siguientes: Salamanca, Coruña y Palencia, como capitales de provincia, y en Santoña y Ciudad Rodrigo entre otras menos importantes” y que están por sus padres “autorizados para dedicarse a esta arriesgada profesión”.
Todo estaba ya perfilado y se concretaba en la publicación del programa oficial, que se intitula “Fiestas en Ciudad Rodrigo” y que, para no dejar cabo suelto, se inicia con la invitación a la ciudadanía a cumplir el primer día, domingo 27 de agosto, con el precepto de acudir a misa, que se celebraría en la capilla de Cerralbo al mediodía y, por la tarde, asistir a la novena y a la posterior procesión, a las cinco de la tarde, del Sagrado Corazón de María. Había tiempo más que suficiente para cumplir con lo sacro y dedicarse después a lo profano, que tenía su cita a las siete y media de la tarde con el encierro del ganado de Ángel Rodríguez que participaría en la corrida nocturna prevista para las diez y media de la noche.
Los festejos siguientes contarían con la participación, el lunes, de los becerristas locales Manolito Santos y El Titi, quienes matarían reses de Ceferino Santos y Manuel Rubio; el martes actuarían los aficionados Florencio Marcos y Pablo García Martín, con novillos de Restituto Cañizal; y se cerraría el ciclo con la participación del novillero Domingo Fernández para enfrentarse a astados de Fernando Chanca.
Aunque en la forma no se trataba de un homenaje vinculado a los participantes locales en la contienda civil, en el fondo el Consistorio no pudo menos que tener algún gesto con aquellas personas que habían tomado parte activa en la guerra, caso de los mutilados[8] o a quienes, como consecuencia de todo aquello, precisaban del auxilio social[9], todas ellas mujeres.
Como colofón, reseñar que en el desarrollo de los festejos taurinos de aquel agosto de 1939 hubo varios heridos que precisaron pasar por la enfermería. Así, como producto del encierro y la lidia de novillos del día 27, primera jornada festiva, hubo que atender a Teresa Delgado de Dios, de 17 años y que vivía en la calle José María del Hierro; sufrió una herida contusa en la región superciliar derecha y otra en la región temporal derecha, esta de pronóstico reservado. Asimismo, fueron atendidos Manuel Hernández Hernández, de 25 años y vecino de la calle de Los Caños, quien presentó una herida en la región lateral izquierda del cuello, de carácter reservado; Emiliano Martín García, de 37 años y vecino de las denominadas Casas de Ceferino Rodríguez, en el barrio de la Estación, quien presentaba una herida contusa en el surco gingival inferior, de pronóstico también reservado; y, por último, pasó por la enfermería Jesús Andrés Martín, de 36 años, vecino de la calle Cárcabas, que fue atendido de un varetazo en el tercio superior del muslo izquierdo, con hematoma y también con el mismo pronóstico médico.
Programa de las Fiestas Tradicionales de 1940
Peor suerte tuvo Tomás Villarón Salvador, de 34 años y vecino que fue de la calle Sepulcro, quien en la capea de novillos del día 28 de agosto fue cogido por un astado que le infirió una cornada en el tercio superior y cara interna del muslo izquierdo que, como se apunta en el parte médico, “interesa piel, tejido celular subcutáneo y desgarro muscular, con una extensión superficial de seis centímetros y una profundidad de catorce, con una trayectoria de arriba abajo. El herido, después de la primera cura en esta enfermería, fue trasladado a su domicilio, calificando su estado de grave”.
La guerra civil y sus imperativos, con las decisiones administrativas correspondientes, había también acabado con el Carnaval. En 1939, aunque no hubo carnestolendas, sí se había contado con festejos taurinos en el verano que llevaron por llamada el título de “Fiestas en Ciudad Rodrigo”. La prohibición de celebrar el Carnaval se volvería a recordar, vía BOE, en 1940: el Ministerio de la Gobernación insertó la orden, dada el 12 de enero, que resolvía “mantener la prohibición absoluta de la celebración de las fiestas del Carnaval”, y recordaba que habían sido suspendidas en años anteriores, por lo que “no existían razones que aconsejasen rectificar dicha decisión”. Con esa base, se mantuvo la prohibición y se recordó “a todas las autoridades dependientes” del citado Ministerio el cumplimiento taxativo de la susodicha orden. Por eso, disfrazando el Carnaval en sí mismo, el antruejo desde 1940 pasó a tildarse de “Fiestas Tradicionales”, designación que se mantuvo hasta que entró la década de los años setenta, momento en que volvió a figurar en los programas el también represaliado vocablo “Carnaval”.



[1] Llegó acompañada el día 20 de julio, a las diez de la mañana, por una sección del Regimiento de la Victoria desplazado desde Salamanca para proclamar en la Plaza Mayor el estado de guerra.
[2] Bando de 10 de agosto de 1936: “Don Magín Vieyros de Anta, alcalde de Ciudad Rodrigo. Hago saber: Que, por respeto al santo nombre de Dios y de sus Santos, y en atención al decoro y honor de la ciudad, vengo en disponer: Queda prohibido y sancionado con las penas a que haya lugar, el proferir dentro de los límites en esta jurisdicción municipal, blasfemias, palabras obscenas y todo lenguaje impropio de una población culta y cristiana. Los agentes de mi autoridad, por estricto deber de justicia, y todos los ciudadanos, por obligación moral impuesta por los ideales religiosos y cívicos, cooperarán al cumplimiento de este bando, denunciándome a los infractores. Ciudad Rodrigo, 10 de agosto de 1936. El alcalde, Magín Vieyros”. Este documento y oros utilizados en el artículo se encuentran en el Archivo Histórico Municipal, caja 301.
[3] De la Gazeta de la República, número 354, pág. 1.038, de 19 de diciembre de 1936.
[4] Los toros del día 7 de febrero respondían a los nombres Timbalero, negro; Caracol, negro bragao; y Azaña, negro verrugoso y meano. Los del día 8 fueron Candilejo, negro cornibajo; Malacara, berrendo negro; y Primoroso, negro meano. Y los del día 9 respondían por Caballero, negro; Lucero, cárdeno; y Campanero, negro bragado.
[5] Parte de la letra de la canción falangista del Cara al sol.
[6] Adjudicatarios: José María Ortiz, Ramón Martín Barco, Teodoro López, Sebastián Moreno, Hilario Sánchez, hijos de Isabel Alonso, Agustina Sánchez, viuda de Fernando Díez, Pío Ramos, Eugenio Alonso, Jerónimo Martín Rico, Felipe Domínguez, Julio Pérez, viuda de Adrián Vasconcellos, Vicente Martín, Eugenio de Aller (2), Joaquín Báez, Pedro Ramos, Maximino Corral (4), Antonio de Aller, Manuel García Fenino (3), Joaquín M. Báez, Manuel López, Alonso Sánchez Conde, Manuel Montero, hijos de Marcelino Vicente, Manuel de Aller, Alfredo M. Plaza, Antonio Cid Hernández (2), Jesús González Tetilla, Martín Trinchet, Tomás Carpio y Ceferino Rodríguez.
[7] La certificación estaba firmada por los ganaderos Restituto Cañizal, Manuel Rubio, Ceferino Santos, Fernando Chanca y Antonio Chanca.
[8] La nómina de invitados por su mutilación de guerra a estos festejos estuvo conformada por Jacinto Garzón, Jesús González García, Juan Martín Solita, José Plaza Moreno, Manuel Ortega Cardoso, Máximo Calleja Gómez, Miguel Sendín García, Matías Prieto Encinas, Nicolás Montero Santiago, Santiago Morales Cantero, Sebastián Barco Silva (tachado en la relación), Valentín Álvarez González, Vicente Sierra Castaño, Valeriano García Encinas, Jesús Miguel Hernández (tachado), Iluminado Martín (tachado), Isidoro García Bernaldo (tachado), Gregorio Moreno Plaza, Antonio Vázquez, Celestino Velasco (tachado), José Aparicio Bajo, Prudencio Rodríguez, Juan Martín, Rafael Hernández, Juan Martín Maíllo, Ángel Custodio Rubio, José Díaz, Francisco de la Fuente, Gerardo Vázquez, José Martín y Vidal Martín.
[9] Se seleccionaron para recibir entradas a los festejos taurinos a las personas siguientes: Melania Silva Plaza, Marta Luz Sánchez García, Isabel Ferreiro Zamarreño, Manuela Olivares, Anita Sánchez Villares, Cándida González Videira, Anastasia Benito, Aurora Zamarreño, Marina Sanz, María Marcos, Fe Domené, Joaquina Pérez, Ángela Nieto (tachada), Resurrección Silva Plaza (tachada) y María Sánchez.

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