martes, 25 de noviembre de 2014

130 años de la llegada del primer tren a Ciudad Rodrigo

“La ilustre Miróbriga, que tan faustos sucesos registra en las páginas de la historia, celebró entusiasmada el día 30 del pasado septiembre [de 1884] el acontecimiento más notable que en la marcha progresiva de los adelantos modernos puede celebrar un pueblo culto: la llegada al pie de sus históricas murallas del primer tren de servicio de la línea en construcción de Salamanca a la frontera de Portugal”[1]. El acontecimiento, por el que los mirobrigenses venían suspirando desde hacía más de una década, se había concretado por fin. Era el primer paso, porque la apertura de la línea hasta la frontera llevaría todavía unos meses y la utilización del ferrocarril como transporte público para comunicar con la capital salmantina no se definiría hasta el 25 de mayo de 1886. Pero los mirobrigenses veían ya un aperturismo, una puerta abierta al futuro, un sueño convertido en realidad que, tal vez –la duda estaba ahí-, fuera el punto de apoyo preciso para asentar la añorada palanca del desarrollo, devolver la relevancia a un territorio que había ido perdiendo enteros y protagonismo desde sus gestas en la guerra peninsular de principios de siglo.

            El silbido de la locomotora de vapor, una máquina de construcción ‘Beira-Alta’, fue como un estruendo festivo para los mirobrigenses cuando recorría los últimos metros camino de la estación del ferrocarril construida en las afueras de Ciudad Rodrigo. La cercanía de la máquina desató el ánimo entre la población. La locomotora “hizo su entrada, que pudiéramos llamar triunfal, en la estación de Ciudad Rodrigo [a las cuatro de la tarde], siendo recibida a los acordes de la música, al estampido de los cohetes y a los vítores y aclamaciones del ilustrado y entusiasmado público que, representando todas las clases y jerarquía sociales y unido en un solo pensamiento y un solo deseo, saludaba acontecimiento tan importante”, explicaba el redactor de El Progreso.
Grabado de las obras del viaducto del tren en San Giraldo, en 'La Ilustración Española y Americana' (22-09-1984)
            La descripción del momento es abordada en la portada del citado diario salmantino con sumo detalle: “La máquina, que venía empavesada con los colores nacionales de España, Francia y Portugal, como justo homenaje y tributo a la parte que a cada una de estas tres naciones corresponde en la realización de esta empresa, venía ocupada por los señores Tellier, jefe de la sección; Mundet, comandante de ingenieros; Heras, inspector del movimiento; Guerra, contratista; Álvarez, director de las obras contratadas por los señores Röesset; y Corpas, perito de la sección. Viniendo además en las plataformas cargadas de material, capataces, listeros y operarios del tercer trozo con herramientas del trabajo. Al llegar frente a la estación los viajeros saludaron con vivas a las autoridades que en aquel punto les esperaban, y estas contestaron en la misma forma, confundiéndose los dados a los mirobrigenses con los que se dirigían a los hombres más importantes de la sociedad constructora en general, y a los señores Wesolowski y Tellier en particular. Todos fueron plácemes y saludos. Las señoras agitaban sus pañuelos y la emoción embargaba todos los corazones”[2].
            En el protocolo también entró una visita a las dependencias de la estación, “que a todos nos pareció pequeña”, matizaba el periodista de El Progreso. Pero era el momento de las celebraciones: “Las señoras fueron obsequiadas con dulces y vinos generosos, y los caballeros con champagne y habanos, saliendo todos complacidos de la galantería y amabilidad del jefe de sección, que con su distinguida esposa hizo los honores en medio de la confusión que es consiguiente en la aglomeración de gente, inevitable en casos tan excepcionales”[3]. Y, como colofón, un viajecito para aquellas señoras que fueron invitadas a subir a una de las plataformas del tren, pero con las precauciones debidas, ya que el tramo todavía estaba en obras; llegaron hasta el primitivo puente metálico construido para salvar el río Águeda[4], en las cercanías del despoblado de Almariego, “y regresaron satisfechas de su corta excursión”.
            Pero, como ocurre casi siempre, después de las alabanzas y los parabienes, tras la alegría general, llegan las puntualizaciones; también las quejas. Los mirobrigenses y comarcanos que asistían al mercado de granos, ubicado en el recinto amurallado, mostraron de inmediato su pesar por la “gran distancia” que había a la estación del ferrocarril, “punto al que indudablemente han de concurrir la inmensa mayoría de los que se presenten a la venta”. Y por eso, significan lo conveniente que sería para las contrataciones el que el “referido mercado se trasladara al Arrabal de San Francisco, construyendo ad hoc la correspondiente plaza en un punto intermedio, entre la Puerta del Conde y la Casa Cuna”, aprovechando, de paso, la ampliación o ensanchamiento de la vía que ya se estaba ejecutando desde la salida de la citada Puerta del Conde hacia la calle Peramato, en el Arrabal de San Francisco.
Un tren en las cercanías de Ciudad Rodrigo
        No cabe duda de que las obras del ferrocarril estaban generando en estos años una inyección económica en Ciudad Rodrigo y su comarca, sobre todo en jornales. Una notable cantidad de obreros se habían desplazado y asentado en la localidad mirobrigense al socaire de la ejecución de la vía férrea de Salamanca a la frontera portuguesa, pero también influyó sobremanera en la población flotante la creación, unos años antes, de la Audiencia de lo Criminal, como reconoce El Progreso en su número del 11 de junio: “Es tal el movimiento y animación que se nota en Ciudad Rodrigo en la población flotante... que los comercios y establecimientos públicos advierten de una manera considerable este aumento por numerosas transacciones los primeros y notable concurrencia los segundos”. Y concreta este extremo al señalar que ha “aumentado en un 30 por ciento el número de comercios de la plaza en el transcurso de un año, y aumentado el servicio en las sociedades de recreo, que están a la altura de las de la capital, si bien carece del número de camareros necesarios, por lo que el señor propietario del Casino Mirobrigense tiene pedidos camareros prácticos que puedan al mismo tiempo desempeñar las funciEsa visión torticera de la sociedad, enmarañada con cierto doblez, era una constante de la época. Su ocultación primaba, ya que no se quería que fuera trasunto de la realidad de una grey decimonónica, con toda su expresión y vigencia en el Ciudad Rodrigo de finales del siglo XIX y en donde dominaba el analfabetismo, que no dejaba de ser un recurso para mantener el estatus de las clases privilegiadas, de los propietarios y terratenientes que abrazaban un cacicato con el futuro despejado, al menos hasta principios del siglo XXones de mozos de billar en las cuatro mesas de sus elegantes salones”.
            Tanto movimiento de gente trajo también otras consecuencias menos halagüeñas, que tuvieron eco en la prensa provincial y que, después de lanzar la piedra, quiso esconder la mano tras criticar que Ciudad Rodrigo se había poblado de “centros de inmoralidad que relacionaban con la afluencia de trabajadores consiguiente a la construcción de la línea férrea”, señalaba El Progreso el 18 de mayo. Pero, qué va. De eso, nada de nada. Aquí no había tales garitos ni mucho menos abundaban los prostíbulos: “En honor a la verdad... no existen tales centros”, especifica el citado diario y además justifica el porqué: “En esta ciudad no es posible su sostenimiento”, porque “nuestras autoridades velan sin descanso para que no lleguen a establecerse y, por último, que tanto los trabajadores y operarios de todas las categorías como los capataces, listeros y en general toda clase de empleados, necesitan para descansar el tiempo que les queda libre después de quince horas de trabajo”.
             La moralina se disfrazaba con la hipocresía ante aquellas circunstancias, con la aversión, también hipócrita, a ciertas costumbres que siempre han existido, la mayoría de las veces ajenas a la legalidad establecida, sometidas en ocasiones a la indeferencia o al qué dirán, cuando no al recurso de la negación. Pero parecía que con negarlas era suficiente, aunque para ello se recurriera a la estulticia sembrada con aquello de que como el obrero está cansado de trabajar 15 horas, no tiene tiempo ni ganas para el esparcimiento, para frecuentar prójimas en establecimientos de poca reputación social.
       


[1] El Progreso. Política, literatura, intereses morales y materiales, noticias. Núm. 48, de 5 de octubre de 1884, portada.
[2] Ibídem.
[3] Ibídem.
[4] Ibídem. En el número del 24 de septiembre El Progreso ofrece algunos datos técnicos del puente recientemente construido sobre el río Águeda: “El puente cuyo paso acabamos de indicar, tiene una longitud entre estribos de 92 metros divididos en tres tramos. Las pilas y estribos son de sillería granítica hasta la altura de la cornisa, que es de 14 metros sobre el zócalo, y este tiene un metro cincuenta sobre el mínimo nivel. El cubo de sillería empleado es de 4.000 metros aproximadamente, y en su construcción se ha tardado ocho meses. La parte metálica ha estado a cargo para su armado del Sr. Soult, siendo la casa constructora la Sociedad de Construcciones y Contratas de Bélgica”.

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