jueves, 11 de diciembre de 2014

Transición en la prensa mirobrigense: De 'El Eco del Águeda' a 'Tierra Charra'

El 6 de junio de 1927 El Eco del Águeda publica su último número, el 132. Su desaparición, lejos del agotamiento que supone el compromiso de la edición de la prensa periódica, se asienta en todo lo contrario, en la proyección de una revista ilustrada siguiendo el modelo y la pauta del número extraordinario que publicó con motivo del Carnaval de aquel año. Su director, Jacinto Sánchez Vasconcellos, y el equipo redactor, en el que figuraba el propio alcalde de Ciudad Rodrigo, José Manuel Sánchez-Arjona de Velasco –firma con varios seudónimos, el más conocido Katte-, integrado además por Amable García, José Manuel San Galo y Jesús Sánchez Terán, argumentan los motivos para cesar la publicación del citado semanario local en un artículo insertado en la segunda página del postrero número: “En resumen, vamos a dejar de ser semanario informativo para inaugurar un nuevo aspecto del periodismo en esta ciudad: la revista literaria ilustrada”.

            El equipo de redacción lo tiene meridianamente claro: “La razón que hemos tomado obedece, entre otras razones, al convencimiento que tenemos de que la labor informativa de los semanarios resulta extemporánea y anacrónica, habida cuenta de la difusión enorme que la prensa diaria salmantina tiene entre nosotros, la cual en sus columnas refleja a diario toda la actualidad mirobrigense gracias a sus activos corresponsales. Bajo el aspecto informativo resulta, pues, inútil el semanario. Políticamente no es útil tampoco, pues sobre no haber política... nosotros jamás serviríamos de banderines en ese sentido”.
Firmas de la redacción de El Eco del Águeda
            Política, lógicamente, no había en el sentido lato del vocablo. Seguía la dictadura de Primo de Rivera con su Unión Patriótica –“partido apolítico”- y el ‘avance’ que supuso la creación de un directorio civil en 1925 en el que, como su propio nombre indicaba, era un gobierno en el que se había dado paso a los civiles, pero manteniendo los puestos claves en manos de militares.
            Era evidente que la prensa estaba controlada, como casi siempre lo había estado, ya que la única libertad de imprenta real se había asentado, casi exclusivamente y a finales del siglo XIX, tras la promulgación de la denominada Ley Gullón[1] en 1883, que fue cercenada de forma paulatina hasta su derogación en 1966. Su espíritu se había mantenido durante décadas, pero la realidad era otra: el control y el servilismo informativo, aunque al principio de su promulgación era también palmaria la edición de efímeros periódicos en defensa de un ideario político, representado en los distintos candidatos en unas campañas despiadadas ceñidas al periodo electoral.
Último número del semanario El Eco del Águeda
            El Eco del Águeda, al contrario que su colega local Miróbriga, defensor a ultranza de los postulados religiosos, paladín de la denuncia constante sobre la vulneración y profanación de los preceptos divinos y adepto al régimen dictatorial primorriverista, y tal vez asentado en la formación y juventud de su equipo de redacción, había generado ilusión entre los lectores mirobrigenses durante los más de tres años de su presencia pública, sin duda por el tratamiento informativo que ofrecía, ajeno siempre al debate político y centrándose exclusivamente en el fomento de una conciencia reivindicativa, sí, pero guardando las formas con un afán de potenciar Ciudad Rodrigo, de encarar de una vez un futuro más halagüeño, que pareció siempre quimérico. Unos planteamientos que habían sido su filosofía editorial y que habían conseguido calar entre sus seguidores. Por eso, El Eco del Águeda necesitaba explicar y justificar su desaparición, que no era otra cosa que buscar un resurgimiento periodístico, regenerarse para afrontar lo que consideraban lo más idóneo para sus intereses y, especialmente, para el público y los lectores mirobrigenses. Y entienden que su misión, lejos de la labor informativa que asume la prensa diaria, quedaría reducida al “único aspecto útil del periódico semanal, a la difusión de la cultura, a la propaganda de nuestras bellezas artísticas, a la defensa de los intereses locales, en fin. Y esos ideales creemos servirlos mejor que ahora empleando nuestro esfuerzo en una revista gráfica en la que irán hermanados el comentario y la literatura, la iniciativa y el estudio histórico, la propaganda artística y la información gráfica...” Y ponen el ejemplo del número extraordinario de Carnaval para ilustrar sus comentarios: “Eso, con más amplitud, queremos que sea nuestra futura revista que llevará por título Ayer y Hoy. Revista literaria, gráfica, histórica y artística.
Jacinto Sánchez Vasconcellos
            Quedaría en un proyecto. Ayer y Hoy no vería la luz, pero sus ideales, en buena parte, sirvieron para crear un nuevo semanario mirobrigense, nutrido de ilustraciones, sin duda uno de los referentes señeros de la prensa periódica de Ciudad Rodrigo. El 16 de octubre de 1927, cuatro meses después de que cesara la publicación de El Eco del Águeda, sale a la luz pública Tierra Charra como “segunda época de El Eco del Águeda” –así figura en la cabecera-, también bajo la dirección de Jacinto Sánchez Vasconcellos y conservando el equipo redactor al que se incorporarían nuevos elementos, y todo con el único fin de “servir desinteresada y notablemente a Miróbriga y de poner en la defensa de sus problemas vitales, de su desarrollo y de su prestigio todos los esfuerzos de que son capaces los hombres de buena voluntad”, se significaba en el saludo al lector inserto en el primer número, en donde, además, no se ocultaban “los sacrificios y trabajos que supone la creación de un órgano de la prensa moderna y, más aún, en una ciudad de una densidad de población de la nuestra, donde el desinterés económico y la renuncia de toda aspiración personal han de ir por delante; pero aunque esto nos escuda contra toda suspicacia, queremos que quede afirmado de la manera más clara que ni la política, ni la bandería, ni nada que no signifique interés por Ciudad Rodrigo y su amor a sus glorias, a su paz y a su engrandecimiento, fructificará nunca en Tierra Charra[2].
Primer número del semanario Tierra Charra
            La línea editorial emprendida por Tierra Charra se aprecia en el despliegue de páginas en cada número, pero especialmente significativo resulta el especial confeccionado con motivo del Carnaval de 1928: nada menos que 22 páginas, aunque los lectores tuvieron que esperar tres días más de lo habitual, hasta el 29 de febrero, para poder apreciar el encomiable trabajo realizado por el equipo de redacción sobre el desarrollo del antruejo, superando con creces el esfuerzo que también realizó el colega Miróbriga, dedicando varias páginas y una densa información al pecaminoso antruejo, tal vez espoleado por la acogida y el rédito de lectores que desde su aparición había cosechado la tirada de Tierra Charra.


[1] Pío Gullón Iglesias (Astorga, 1835 - † Madrid, 22 de diciembre de 1917). Abogado, periodista y político español, fue ministro de Gobernación durante el reinado de Alfonso XII y ministro de Estado durante la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena y durante el reinado de Alfonso XIII. Como ministro de la Gobernación firmó el 26 de julio de 1883 la Ley de Policía de Imprenta.
[2] Tierra Charra continuaría publicándose hasta el 28 de diciembre de 1930, cuando fue imposible mantener el esfuerzo editorial alcanzado: “Para ello –decía en la despedida- sacrificamos nuestro tiempo y nuestro dinero; consagramos a este ideal nuestras modestas plumas, defendiendo la justicia, facilitando el desarrollo de las indudables energías del pueblo, cercenando los brotes de embozados ataques dirigidos a quien supo encarnar el papel resurgidor de Ciudad Rodrigo. Nos honramos colaborando en la más grande obra de progreso que experimentó la ciudad: la gestión insuperable del gran alcalde Arjona. Llevamos a cabo iniciativas mil de índole diversa: beneficencia, fiestas religiosas, campañas de urbanización y cultura. Para ello, repetimos, sacrificamos nuestro tiempo y nuestro dinero. Pero... la vida, esta pícara vida de indeclinables deberes particulares, truncó la entusiasta coalición de voluntades. Y un día se llevó a otras tierras a un compañero, y otro día obligó a otros a privarnos de su ayuda... Y lo que antes era un trabajo llevadero y grato, llego a ser, para los pocos que quedábamos, un agobio cada vez mayor que se compaginaba mal con las ocupaciones particulares de cada día. El esfuerzo se duplicó, pero fue insuficiente para sostener, en el esplendor alcanzado por todos, nuestro querido semanario”.

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