sábado, 13 de diciembre de 2014

Derribo y erección de las Tres Columnas

«Hoy se destruye por el gusto de destruir, porque se pretende romper todo el lazo de unión entre lo presente y lo pasado; antes era el extranjero quien incendiaba destruía, talaba y arruinaba, a costa de la sangre de nuestros padres; lo que no había ocurrido nunca hasta ahora en Ciudad Rodrigo es que los mirobrigenses se gozaran en sus propias ruinas; lo que estaba reservado, a estos nuestros tiempos de ignorancia y de egoísmo, era derribar lo que habían respetado los enemigos de la patria, y encima burlarse de los que aman las glorias de su pueblo; que el enemigo, en una guerra de exter­minio, lanzase satánica carcajada cada vez que una bomba volaba un edificio, bárbaro era, pero era lógico y natural; lo que es inaudito, lo que es incomprensible, lo que causa indignación y vergüenza, es que un pueblo consienta impasible que se ultrajen y pisoteen sus más nobles sentimientos, dejando que sea rota y hollada su bandera, sus armas, las armas y la bandera de sus antepasados, y que encima los inspiradores y aconseja­dores y responsables de la hazaña... se rían de la gracia; lo mismo, lo mismo que harían de seguro los franceses cuando desde el teso de San Francisco, vieron derrumbarse un lienzo del muro o sintieron desplomarse una calle entera».
«La Iberia» (6 de diciembre de 1903)

           El 28 de noviembre de 1903 una de las columnas que simbolizan el escudo de la ciudad era derribada. Fue un sábado negro para la historia mirobrigense. A pesar de las protestas de algunas personas y de la publicación de artículos contrarios a tan vergonzoso hecho, el lunes y días siguientes continúa el desmantelamiento de las Tres Columnas en la Plaza Mayor. Allí habían permanecido 346 años.
Fotografía de Pazos en la que se aprecia el emplazamiento de las Tres Columnas
            El 14 de noviembre de 1903, en sesión municipal bajo la presidencia de Luis Taravilla se acuerda que, para dejar la entrada libre en su parte principal del edificio destinado a escuelas y oficinas (iglesia de San Juan), se trasladen las columnas a «otro sitio que será designado por la comisión correspondiente». Esta comisión, formada por varios concejales, cuenta con la ayuda técnica del arquitecto Joaquín de Vargas, encargado por el ayuntamiento para construir el ala dere­cha de la Casa Consistorial, y la del maestro de obra Moríñigo. El Sr. Martínez, miembro de la corporación municipal, propone en la sesión del 28 de noviembre que sean trasladadas a la plazuela de Amayuelas.
Vista de la Casa Consistorial y las Tres Columnas   Foto Pazos
     La prensa local, concretamente el semanario «La Iberia», a raíz de dicha proposición, ironiza sobre el asunto: «En caso de decidirse los señores a conservar las ya enojo­sas columnas, no me parece bien que las pongan en el sitio más visible y decoroso de la ciudad, como quieren cuatro tontos, amigos de leyendas que a nada condu­cen, sino que deben trasladarse a un rincón, por ejemplo, a la Plaza de Amayuelas, junto a la casa-­habitación de Faustino, o por allí cerca; y de ese modo, con poquitín de obra que se haga, aunque sea de ladrillos o de tabla, entre columna y columna, y un agujero en el centro de la piedra, que les sirva de basamento, podrán servirnos para algo útil y práctico: columnas mingitorias».
 Ante la avalancha de comentarios en la prensa local por el derribo de las Tres Columnas, un edil, sin duda muy adelantado a su época, afirmó públicamen­te que él no era «amigo, digo, yo no soy partidario de conservar leyendas que a nada conducen». ¿Para qué mantener unas piedras y unas inscripciones de esa significación?
Otra instantánea de Pazos de final del siglo XIX o principios del XX
         Otro concejal, el Sr. Guitián, al haberse denuncia­do la forma de llevar a cabo el derribo, mediante unas cuerdas que se ataron al fuste de cada columna, y los daños que se habían producido tanto en los tambores como en algún capitel, aclaró en una sesión municipal que «a mi juicio no se escalabrarán, puesto que son piedras en tosco que no tienen inconveniente en tirar­se y pueden reponerse», obviando la innecesidad de la instalación de un andamio, que, además, no se dispo­ne de «palos largos» para confeccionarlo y que el capitel de las columnas no tiene nada de tradicional, ni de histórico, y que las piedras que la forman pueden «ser sustituidas por otras cualesquiera, sin detrimento histórico». Asimismo, concluyó otro concejal, el Sr. Carbajal, un andamio costaría mucho al ayuntamien­to, pero que quizá pudieran bajarse las piedras con polea.
            Fue humillante la importancia que se le dio a las Tres Columnas. La historia mirobrigense se enriqueció con esa acción de un tinte negro: el emblema de la ciudad, conocido como tal desde el siglo XII, era vilipendiado por la población mirobrigense, por sus representantes. Las co­lumnas fueron retiradas de la plaza y permanecieron olvidadas, relegadas en un rincón de Ciudad Rodrigo; abatidas injustamente por el inquino proceder de los munícipes de turno. «Aquel escudo en que campeaban tres columnas estaba en blanco. Dudé si mis ojos me engañaban; pero no, no se habían partido las fortísi­mas columnas, habían caído en pedazos y allí estaban en informe montón a los pies del blanco escudo sus rotos fustes, sus golpeados capiteles, sus bases maltre­chas», reflexionaba un indignado en la prensa local.
Reproducción de la iniciativa de La Iberia para recolocar las Tres Columnas
            La polémica crece. No es ya el consumado derribo de las columnas. Ahora se trata de reconstruirlas, de darle nueva ubicación. El semanario «La Iberia» con­voca un concurso de ideas para el emplazamiento de las «Tres Columnas, armas de la ciudad». Con una participación relativamente escasa, el 24 de abril de 1904 se hace público el resultado del concurso, que quedó de la siguiente forma: ubicación en la Plaza Mayor, 291 votos; en la Puerta del Conde, 74; en el centro del paseo de La Glorieta, 47; en el Campo de Toledo, 13; en la plazuela de San Salvador (Isabelina), 8; en el estanque de La Florida, cegándolo previamente, 4; en la plazuela de Amayuelas, 2; en el Campo del Frío, 1; en la puerta principal de La Florida, 1; en la plazuela del Gobierno Militar, 1; y en el Campo del Barro, 1 voto.
            Estaba claro, de acuerdo con el resultado de la consulta, que el lugar que ocupaban desde 1557 era el más propicio. Las Columnas, sin embargo, estaban tendidas, dislocadas y abandonadas entre la vegetación creciente, primero de la salida de la Puerta del Conde, en El Registro, y más tarde junto a la entrada principal de las escuelas graduadas de San Francisco.
Fotografía de Pazos en la que se aprecian las Tres Columnas en el Campo de Toledo
            Manuel Gómez-Moreno, en su Catálogo monumental de Salamanca, describe cómo encontró a las columnas mirobrigenses, detallando sus características más acusadas. «Bien se echa de ver que la colocación del monumento fue poco esmerada: por zócalo hay una moldura en talón, de amplio desarrollo, que sería cornisa; luego una estilobata de 0,95 m de anchura, sirve de asiento en ángulo a las tres columnas, cuyo alto es de 7,50 m, compuesta de tambores mal asentados; sus basas desarrollan 1,10 m de diámetro, por 0,45 de altura, carecen de plinto y constan de dos boceles casi iguales, una brevísima escocia interpuesta y nacela encima, que sirve de himoscapo a la columna. Los capiteles, muy estropeados, son jónicos, de mezquinas volutas y ábaco rectilíneo. El entablamento solo tiene de antiguo su arquitrabe», estando en el friso las inscripciones de que consta.
            La esbeltez de las columnas, sus inscripciones, su historia quedan raídas por el paso del tiempo. La población, incluso la misma prensa mirobrigense, olvidan su heráldica, su nobleza y significado; son 19 años en blanco, sin identidad propia a pesar de que el emblema continúa empleándose oficialmente. Hasta 1922 no se retoma la erección de las Tres Columnas. El alcalde de entonces, el doctor Abelardo Lorenzo Briega, asume personalmente el tema y se propone darle preferencia.
Las Tres Columnas, en su nueva ubicación en 1923
            En una entrevista publicada por el semanario «Mi­róbriga» el 8 de abril de 1922, el referido alcalde, a la pregunta que le formula el director del periódico, José Esteban Rodríguez, referente a la nueva coloca­ción de las Tres Columnas, responde que para él «será un honor muy grande y una inmensa satisfacción colocarlas nuevamente, para lo cual sólo espero el cumplimiento de algunos trámites, confiando en que pronto, muy pronto, volverán a lucir las piedras secu­lares, gloria y honor de esta ciudad, en el lugar que tan dignamente ocuparon y del cual no debieron nunca retirarse». Sin embargo, la Plaza Mayor no volvería a albergar las columnas monumentales.
            Con la insatisfacción de la mayoría de los mirobri­genses, «y en nada exageramos si decimos que son muy pocos, contadísimos, acaso no pasen del número de concejales, los que lo encuentran bien», la corporación municipal acuerda que las Tres Columnas se coloquen en el Campo de Toledo, junto a la Cañería Grande y el desaparecido Árbol Gordo.
            Salvador Sánchez Terán, colaborador del semanario «Mi­róbriga», publica un artículo en el que da su opinión sobre el lugar que considera más idóneo para la ubicación de las columnas: «Sobre ese lienzo glorioso de la muralla, sobre la brecha que pechos mirobrigenses un día defendieran, se debe alzar altivo, recortándose su silueta en el azul del cielo, como una enérgica afirmación de nuestra personalidad, el blasón de Miróbriga, retador, frente a las trincheras enemigas, pero mirando amoroso las cicatrices de la Catedral, mutilada por las heridas que en la lucha recibieran».
Labores de desmontaje de Las Tres Columnas
            A finales de noviembre de 1922 comienzan a erigirse las Tres Columnas en el Campo de Toledo. Exactamente han pasado 19 años desde su polémico derribo. Ahora, con el dinero obtenido de la venta de las medallas conmemorativas del sitio, acontecimiento celebrado en 1910, son sufragadas las obras. El 16 de diciembre se ha concluido el pedestal. Se acomete la recomposición de los fustes. De los siete tambores que formaban cada uno de ellos se suprime uno en cada columna. Ignoro la razón. El hecho es que una vez acabada la obra, a principios de 1923, se advierte una considerable disminución de la altura del monumento. Pierde esbeltez, presencia. Ha sido mutilado. Ahora esas tres piedras, esos tambores milenarios, tras haber permanecido más de 70 años arrinconadas en la entrada principal d las antiguas escuelas graduadas de San Francisco, después de haber sido utilizadas por el taller de cantería de la primera escuela taller que se desarrolló en Ciudad Rodrigo –La Concha- como base para sus prácticas laborales, fueron a parar, se presupone, a alguna escombrera. El remate de un despropósito iniciado casi un siglo antes.

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