viernes, 19 de diciembre de 2014

Fuenteguinaldo, de soslayo

Todo fluye de la iglesia. Es el vértice de la colina, una loma histórica jalonada por calles en espiral que se empinan hacia lo dominante. Es la referencia visual, el culmen en el horizonte, el descuello de la silueta de Fuenteguinaldo, su atalaya.

El templo-fortaleza, advocado a San Juan Bautista, es el origen y la meta de esta villa de señorío de la Tierra de Ciudad Rodrigo, otrora ajustada a la Casa de Alba. Sus calles se esparcen por la loma radial o perpendicular y concéntricamente a la iglesia. Se nos antoja como si en otros tiempos el lugar que hoy ocupa hubiera sido solar en el que se levantara la típica torre de vigilancia; tal vez un castillo o una fortaleza dominada por el señor de turno, con protagonismo propio en avatares históricos, en batallas teñidas de sangre o en guerras incruentas. Esa red de calles que bajan y suben en espiral, todavía conservan la referencia de lo que pudo ser la muralla de la fortaleza, definida en la actual configuración urbana por la calle Redonda. Pero de aquello, que tal vez solo sea fruto de una imaginación deslavazada, nada queda en apariencia.
Mozos de Peñaparda en Fuenteguinaldo.  Foto: Fundación Joaquín Díaz
Ahora nos ocupa la vista la fortaleza de una iglesia levantada de nueva planta en el siglo XVI, con seguridad sobre las ruinas de otra estructura arquitectónica. Un templo berroqueño, gótico, con una espadaña desafiante, pero defensiva, mirando a Portugal, enemigo durante tantos siglos, de donde procedía siempre el peligro. Los portugueses ocuparon la villa en las guerras de Secesión y Sucesión y dejaron su impronta en correrías, asaltos y saqueos, destruyendo de paso, como hicieron en otros muchos puntos de la comarca –también los franceses, más tarde- los papeles del archivo. El templo también sufrió las consecuencias, mitigadas por las posteriores reformas que se emprendieron en diferentes épocas.
Pero no solo el cerro es patrimonio de la iglesia. El poder civil, tantas veces confundido o de la mano del eclesiástico, enfrentó su edificio con la cara sur del templo. Y ni un ápice más bajo. A la misma altura, debieron pensar. Pero sin darle la espalda, evitando soslayos innecesarios. Y se construyó cuando la bonanza económica del Nuevo Mundo dejó de llegar a espuertas, también a Fuenteguinaldo, que mandó muchos de sus hijos a hacer las Américas. Hablamos ya del siglo XVII. Se levantó un edificio sobrio, pero abierto en su estructura con una balconada y una calle porticada a la plaza, la mayor, la de los corrillos de vecinos y también la de los toros, porque en este espacio se levanta un coso para lidiar novillos en las vísperas de San Bartolomé.
Vista aérea de la configuración urbana de la villa guinaldesa
Iglesia y Ayuntamiento son los dos pilares arquitectónicos de la villa guinaldesa. Pero no son las únicas referencias para el viajero. Los lugareños tienen aprecio a su historia, demasiado legendaria en algunos de sus capítulos. Pero eso le da cierto atractivo, una trabazón que no pasa desapercibida. Dicen que el topónimo Fuenteguinaldo procede del Conde Grimaldo, cuyas andanzas fueron romanceadas, y de una fuente en la que se curó una tal Teodisenda, madre de Teobaldo. Hablamos del ocaso visigodo en España. Fuentes realmente tuvo muchas: 46 recoge el Libro del Bastón en el término municipal en 1770, entre ellas la Fuente Santa con esencia de aguas termales, sulfurosas.
Otros, y existen trabajos de investigación, buscan el origen del topónimo en algo más tangible, amparado incluso por descripciones y dibujos de historiadores del siglo XIX y XX. Estos apuntan que el topónimo procede de la existencia de un castillo-palacio en lo que hoy es entramado urbano, entre las calles del Palacio y San Sebastián. Fue construido en torno al siglo XIII y por allí debió andar María de Molina, la tres veces reina, y otros principales caballeros de la Edad Media. De esta fortaleza tomaría el nombre, según se arguye, Fuenteguinaldo. Pero son cosas que al viajero poco importan, aunque siembren su curiosidad.


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