martes, 16 de diciembre de 2014

Bibliotecas públicas y populares en Ciudad Rodrigo

La cultura, en su amplia concepción, no ha dejado de ser un arma arrojadiza en el campo de la política, en la cercana y en la que se antoja pretérita. Ha sido también fuente de preocupación para representantes públicos que ven en ella una especie de peligro por cuanto supone la formación del ‘populacho’, con todo lo que ello apareja. El acervo cultural no deja de ser un estorbo para quienes, apoltronados en sus cargos, prefieren contar con un pueblo básico en sus nociones formativas y cognitivas, casi sumido en el analfabetismo histórico, para eludir responsabilidades y evitar dar explicaciones a unos súbditos que solo interesan cuando pueden tener el ejercicio del sufragio electoral. No obstante, también ha habido dirigentes, cargos públicos, que han preferido emplear tiempo y esfuerzo para dotar al pueblo de los instrumentos necesarios que les permitiesen acceder a unos conocimientos suficientes para ejercer el libre pensamiento y recurrir a la crítica como respuesta a los abusos que parten del poder establecido. Y no cabe duda de que los libros -la lectura por extensión- son la fuente necesaria para cultivar la formación, para acceder a la libertad, porque, como explicaba Don Quijote, “la libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos...”

            Ignoro cuál fue la primera biblioteca pública que pudieron utilizar los mirobrigenses. Cierto es que las había vinculadas a diversos colectivos –asociaciones y sociedades- que contaban con sede social, caso del Casino Mirobrigense, entidad que disfrutó de una nutrida biblioteca desde mediados del siglo XIX; o la biblioteca del Círculo de la Amistad, sociedad posterior en el tiempo cronológico –hablamos ya de 1905-, sin menoscabo de las que tuvieron y tienen los centros de formación educativa, caso del seminario o del instituto local de enseñanza secundaria en sus diferentes sedes. Igualmente, además de las particulares –selectas y nutridas bibliotecas vinculadas a linajudas familias-, en donde incluiremos las bibliotecas conventuales y eclesiásticas de diversa índole, el propio Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo se preocupó por contar con una biblioteca pública en la misma Casa Consistorial -compartiendo espacio con el archivo; en 1897 era bibliotecario y archivero municipal Carlos Coletty Sanz, a la sazón administrador interino de consumos- de libre acceso, aunque con horarios muy estancos y constreñidos que originaron algunas discusiones en el seno de la corporación.
            Conocemos también que en el edificio municipal de las Carnicerías Viejas, ubicado en la Plaza Mayor –lo que hoy viene a ser un establecimiento de hostelería y venta de productos cárnicos- se habilitó en 1902 un espacio para la biblioteca creada por la Sociedad Obrera de Construcciones Mirobrigenses con fondos donados por diversos colectivos y entidades fruto de las gestiones realizadas por el diputado nacional Antonio Palacios de la Puente, elegido por el distrito de Ciudad Rodrigo. En este mismo inmueble, ya a finales de 1926, se establece una biblioteca popular a cuyo frente estaría Amós Belmonte, quien fue concejal mirobrigense y jefe del cuerpo de bibliotecarios y archiveros y que se ofreció desinteresadamente para ejercer dicha función. Lo refleja el semanario Miróbriga en su número del 10 de octubre de 1926: “Allí –en el centro de cultura situado en el edificio que el ayuntamiento posee en la Plaza Mayor, llamado Carnicerías Viejas- hemos podido admirar la labor del señor Belmonte, ayudado del joven e inteligente don Antonio Blando, quienes en pocas horas habían instalado los libros de la incipiente biblioteca popular”.
            Se trataba de una plausible iniciativa que sirvió al redactor del citado hebdomadario católico para felicitar a “todo Ciudad Rodrigo por la esperanza de que, con la ayuda de todos, pronto hemos de ver el edificio de las antiguas carnicerías convertido en una magnifica biblioteca, donde todas las clases sociales de Ciudad Rodrigo, ya que todos lo necesitan, se aficionen a cultivar sus inteligencias con el estudio, en lugar de perder el tiempo en bares y tabernas, cuya frecuentación excesiva es una deshonra de los pueblos que quieren pasar por cultos”. Después de los reproches por la asiduidad que tenían los mirobrigenses por las libaciones que obtenían en esos centros de perdición a ojos del poder eclesiástico, Miróbriga deja claro que para mantener la incipiente biblioteca pública o popular habrá que recurrir a la “cooperación de todos, primero para aumentar el caudal de libros y, segundo, para mejorar las condiciones de la biblioteca que ocupa un solar inmejorable, pero que necesita adaptarse, llegando hasta darle luz cenital y la precisa calefacción en invierno, como es de rigor en estos establecimientos”.
Pintura de la Plaza Mayor en 1925, recreada por José Antonio del Castillo
  Una década antes, en concreto en 1914, se contaba también con otra biblioteca popular instalada en dependencias municipales de la Casa Consistorial, contando con Lorenza Lozano como inspectora encargada del servicio bibliotecario. Por esa época también –hablamos de mayo de 1916-, atendiendo a la preocupación de las instancias públicas por ofrecer servicios que dignificasen a vida de los presidiarios, Faustino Ayuso, jefe de la prisión preventiva del partido de Ciudad Rodrigo, tiene la “buena idea” –es el calificativo que le dio La Iberia- “de seguir los derroteros marcados por la moderna ciencia penitenciaria, fundando una biblioteca para los reclusos donde estos encuentre, a más de la lectura instructiva y de sana moral, solaz entretenimiento que les libre de la ociosidad y enervamiento que produce la vida sedentaria que necesariamente han de arrastrar los recluidos en las prisiones donde el escaso número de estos y la corta estancia en ellas no pueden establecerse talleres”. Ayuso había recurrido a la prensa para difundir su idea y, por extensión, hacer “un llamamiento a las personas caritativas que tengan libros, revistas o folletos de lectura utilizable en esas casas y no los necesiten, se sirvan remitirlos a la jefatura de dicha prisión donde, al catalogarlas, se entregará al donante recibo y las gracias”. Poco tiempo después, fruto de la respuesta ciudadana, la biblioteca de la prisión ya superaba los mil volúmenes, aunque la mayor parte eran revistas y periódicos.
            Casi simultáneamente, surge también otra iniciativa para que la congregación de la Juventud Mariana cuente con su biblioteca particular, lógicamente nutrida con ejemplares propios del adoctrinamiento vinculante.
Plaza de San Salvador, con una de las librerías de piedra a la derecha.                                                               Foto Pazos
Dos lustros después, ya con José Manuel Sánchez-Arjona y de Velasco en la alcaldía mirobrigense, surge una iniciativa para acercar libros al público; no era una biblioteca circulante, pero en algo se asemejaba. Se eligieron dos sitios públicos referenciales: uno ubicado en el recinto amurallado, en concreto la plaza isabelina de San Salvador; y el otro extramuros, en el parque de La Florida del Campo, ambos junto a sendas fuentes públicas. Se encargan y construyen varios estantes de piedra –si los recuerdan, durante bastante tiempo se vieron en la zona vallada del Registro, en esa especie de jardín con arbolado; desconozco dónde han ido a parar- y otros metálicos para depositar los libros que se ponían a disposición del público. A finales de abril de 1927 se procedió a la inauguración de la biblioteca de La Florida: “El alcalde –señala El Eco del Águeda- dando una prueba más de su amor por Ciudad Rodrigo, regaló con este fin un bonito mueble de hierro repujado y azulejos para que sirva de estantería; alrededor de él se han colocado unos bancos que, según nos informan, son provisionales”.
Refiere el citado semanario que “ni la instalación de esta biblioteca ni el sitio escogido para ella podían ser más a propósito: lleno de sombras que dan hermosos árboles y apartado del bullicio de los paseos centrales, es un rincón encantador para los aficionados a la lectura. Los volúmenes donados por el mismo señor alcalde, como primera remesa, están escogidos cuidadosamente y no solo se ha tenido en cuenta para ello la firma de sus autores, sino también la moralidad de los mismos... Cuando hace unos días visitamos esa biblioteca, vimos numerosos lectores de todas clases y edades gustando del placer de la lectura con verdadero recogimiento”.
Más adelante, tres décadas después y tras sucesivas gestiones, el gobierno del general Franco autorizó la creación de una biblioteca pública municipal, la última que se ha conocido en el ala derecha de la Casa Consistorial hasta que sus fondos fueron trasladados a mediados de los años ochenta del pasado siglo a la Casa municipal de Cultura.
María Montáñez interviene durante la inauguración de la biblioteca municipal
El acto inaugural de esta nueva dotación municipal se celebró a finales del mes de junio de 1957. El Boletín de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas del 30 de junio del referido año, ofrece una crónica de la inauguración con la que cerramos este esbozo de la reciente historia bibliotecaria de Ciudad Rodrigo: “La inauguración de la Biblioteca Municipal de Ciudad Rodrigo estuvo presidida por nuestro director general, don José Antonio García-Noblejas, a quien acompañaban el secretario del gabinete técnico, don Gratiniano Nieto; el inspector regional de bibliotecas de aquella zona, don César Real de la Riva; la señorita María Montáñez, directora del Centro Coordinador de Bibliotecas de Salamanca; alcalde de Ciudad Rodrigo, señor Martín Báez; juez de Instrucción; director del Instituto de Enseñanza Media; comisario de policía; capitán de la Guardia Civil, y otras autoridades.
“La nueva biblioteca se halla instalada, con montaje adecuado, en el Ayuntamiento. En primer lugar, hizo uso de la palabra el señor Real de la Riva, quien, tras aludir al rico pasado histórico de la ciudad, resaltó la importancia de los nuevos servicios bibliotecarios y exhortó a las autoridades locales a que cooperen en esta tarea cultural. Seguidamente, nuestra querida compañera, María Montáñez, directora del Centro Coordinador Provincial, señaló el valor cultural de las bibliotecas y manifestó que estaba enteramente a disposición de cuantos le demandasen información y ayuda. A continuación habló el alcalde de Ciudad-Rodrigo, quien agradeció, en primer lugar, la presencia de las personalidades que honraban el acto, y expuso luego las circunstancias actuales de la biblioteca, los deseos de superación que movían a la corporación municipal y la seguridad de que en breve tiempo se verían colmados estos deseos de prosperidad para la misma. Finalmente, el director general de Archivos y Bibliotecas, expuso, en elocuentes frases, la finalidad de las bibliotecas en los pueblos y ciudades de España, que es la de atraer hacia ellas, después de dotarlas de material necesario, a las clases trabajadora y media, que no puede hacer dispendios en libros para deleitarse instruyéndose, y para los niños de las escuelas. «Estos fines—dijo el señor García-Noblejas—son los que habrá de tener muy presentes la corporación mirobrigense si quiere que esta biblioteca cumpla el fin a que está principalmente dedicada.» Animó al ayuntamiento a sacrificarse para dotar a esta biblioteca de las obras modernas que atraigan al lector, de revistas y periódicos que sean de su gusto para, de este modo, conseguir que la afluencia de lectores sea mayor cada día.

“Todos los oradores fueron muy aplaudidos por el numeroso público que concurrió a la inauguración”.

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