viernes, 26 de diciembre de 2014

Apuntes sobre la fortificación de Ciudad Rodrigo (II)

El estado de la muralla a mediados del siglo XVII era lamentable. Unos años antes, en 1647, ya avanzada la guerra de Secesión portuguesa (1640-1668), se había visto también la necesidad de fortificar el arrabal de San Francisco[1] utilizando fondos procedentes del repartimiento que por facultad real había distribuido el Ayuntamiento en su jurisdicción y otras tierras limítrofes para afrontar la reparación del lienzo caído en la rinconada del Hospital de la Pasión, un proyecto que se pospondría, al menos de una forma efectiva, hasta 1649.


A principios del verano de 1653, el regidor Juan Turbique, justificando la necesidad de contar con medios económicos para abordar varias obras urgentes en la muralla, escribe un memorial que dirige a la Secretaría de Cámara de Felipe IV y en el que da cuenta de la necesidad de “cerrar un pedazo de muralla que está caído y recalzar la muralla por algunas partes, las más precisas, por estarse cayendo por muchas, y para hacer algunas fortificaciones por de fuera por la mala calidad de la muralla, que es redonda y no tiene baluartes ni otra defensa”[2].
Plano de Ciudad Rodrigo con el proyecto de fortificación en 1667. Archivo General de Simancas
En esta época, aparte de levantar el lienzo de muralla colindante con el Hospital de la Pasión –arruinado unos años antes-, obra que acabaría de ejecutarse a finales de marzo de 1664, de proyectar algunas otras actuaciones, que no tuvieron la plasmación deseada, para aumentar las defensas de la plaza de Ciudad Rodrigo en aquellos puntos considerados más débiles, como la fortificación del arrabal del Puente[3], y de emprender la reparación del derrumbe[4] junto a la puerta de Santa Cruz[5], empieza a valorarse seriamente la adaptación de la vieja cerca medieval a las necesidades del momento, aunque ello suponga un conflicto de intereses al ser necesario derribar numerosas casas próximas a la muralla, incluidos varios edificios públicos, algo que, a la postre, echaría por tierra los proyectos que se proponen y de los que tendrá conocimiento el Consistorio en 1667.
En la sesión que celebran los regidores el 3 de septiembre de 1667 se aborda la situación. Desde agosto se había dispuesto e iniciado el derribo de varias casas, la mayor parte en el arrabal de la Puerta del Rey, y hay una tasación sobre otras muchas que había emprendido Gaspar de Squarzafigo Buscayolo, marqués de Buscayolo, autor del proyecto que le había encomendado García Valdés de Osorio Dóriga y Tiñeo, marqués de Peñalba, ambos residentes en aquel momento en Ciudad Rodrigo, para modernizar y hacer más efectiva la defensa de la ciudad. En esta sesión se da cuenta de las iniciativas y acciones que a lo largo de los últimos años se habían acometido para poner a la ciudad en estado de defensa, con unas garantías mínimas, aunque a veces, como podremos comprobar, Ciudad Rodrigo no era precisamente un punto estratégico en la defensa de la Frontera de Castilla.
Poblaciones fronterizas en 1643. Archivo General de Simancas
Lo vemos, por ejemplo, cuando se justifica la falta de interés del maestro de campo Fernando Miguel de Tejada y Mendoza, quien “no trató de fortificar esta plaza porque tenía designios mayores, que se trataba de la conquista más vivamente y eran mayores los medios, con que no le daba cuidado el mal estado de ella, pues la tenía el enemigo de la vecindad de sus fuerzas”. O del duque de Osuna, quien “reconociendo lo endeble de esta plaza, la mucha costa que tiene el fortificarla en baluartes, trató de hacer otra plaza con que cubrirla, que fue la del Fuerte de la Concepción, que se mandó demoler, no por no ser conveniente, sino por las pocas fuerzas con que quedó esta frontera después de la derrota de Castel Rodrigo”. Y también poco pudo hacer el general de artillería Juan González Salamanqués, quien “quiso fortificar esta plaza y empezó la estrada encubierta que está empezada en Sancti Spíritus, y de parte de ella se aprovechó en la fortificación que hago[6] por parecer preciso meter dentro aquel convento”. Recuerda el marqués de Pañalba[7] al Consistorio mirobrigense que “el señor marqués de Tenorio [Juan Fernández de Lima y Sotomayor] trató de la fortificación con orden de S. M. y sacó planta con baluartes, y se hubiera empezado así si al señor marqués le hubiera llegado el dinero para la fortificación, que ha empezado a venir el mes pasado” -agosto de 1667-.
Estos eran los proyectos que en los últimos años se había propuesto y en parte ejecutado. Ahora el marqués de Peñalba tenía claro, siguiendo las indicaciones del Consejo de Castilla, que Ciudad Rodrigo era un punto estratégico y que había que fortificarlo convenientemente, aunque ello ocasionase daños en las propiedades de muchos vecinos. Y en defensa de su proyecto, argumenta que “la muralla que tiene esta plaza nadie ignora que no tiene defensa ninguna por ser redonda y sin traveses. La fortificación que se debe hacer, según buena regla, es hacerle cuatro baluartes y dos medios con que quedará en buena defensa, pero el terreno que ocupan los baluartes del foso que precisamente se ha de abrir, no solamente para la defensa, sino para terraplenar con la tierra que se saca los baluartes y cortinas, ocupará tanto terreno que es preciso que medio arrabal se derribe[8] y así convierta de esto destruido la fortificación que hago de medio alivio, siendo también de grande defensa porque se va signando el terreno más eminente y recogiéndonos para que con menos soldados se pueda defender la plaza. Y para que V. I. lo reconozca he mandado deshincar un baluarte según las plantas del marqués de Buscayolo y D. Agustín Pacheco” [Enríquez].
Proyecto de fortificación de Ciudad Rodrigo en el siglo XVII. Archivo General de Simancas
La oposición de los regidores municipales a que se acometiese el proyecto era evidente, tensa en ocasiones. Había mandado a un capitular a Madrid para intentar evitar la ejecución del proyecto tal y como se planteaba y por eso despreció la propuesta del marqués de Peñalba para continuar con los trabajos mientras se conocía la decisión del rey, que sería favorable a los intereses del Ayuntamiento. Peñalba, mientras tanto, había solicitado que “para la defensa de ella [la ciudad] y fortificación que se estaba haciendo, sería muy conveniente el que se hiciese una media luna a la Puerta Nueva y se derribe el torreón de la Puerta Principal, terraplenando por de dentro otro arco que hay y metiendo la media luna en la calle de la Salud [-hoy avenida de Yurramendi-], y el que se cierre otra media luna a la Puerta del Sol, que se metería en la calle de la Magdalena [-conocida hoy como parte de la avenida de Agustín de Foxá-], aunque se saliese de la regularidad de la fortificación, y que también se hiciese otra media luna junto a la calleja que llaman de los Desmayos; que todo esto se haría sin derribar casas algunas y que también sería necesario hacer otra media luna al matadero [-estaba entre las puertas de La Colada y de Santa Cruz-], que para ésta sería necesario el que se derribasen algunas casas; que pedía a la Ciudad se sirviese en venir y consentir en que se hiciesen dichas medias lunas en dicha conformidad, pues eran tan necesarias para la defensa de ella”. Vano propósito. El Consistorio le recuerda que está a la espera de la respuesta regia y que, “mediante ello, la Ciudad por sí no puede venir en nada”.
Ello no fue óbice para que las obras, con altibajos, continuasen. Y de ello el marqués de Peñalba ya había dado cuenta al Consejo de Castilla, informándole que se estaba ejecutando una estrada encubierta pese a las protestas de los vecinos y la prudente oposición del Consistorio, que no vio satisfechas sus pretensiones iniciales, aunque el elevado costo del proyecto del marqués de Buscayolo para dotar de cuatro baluartes y dos semibaluartes a la fortificación había quedado aparcado por su excesivo presupuesto y se había decidido aumentar la defensa de la plaza fuerte con la citada estrada encubierta, un camino cubierto que precisaba menor inversión y que empezó a ejecutarse según apreciamos en la cartografía remitida a la Corona por medio de Bernardo Patiño.
Sin embargo, la idea de los baluartes seguía latente. Y así vemos que en 1680 se formaliza una protesta ante Carlos II firmada por Martín Félix Centeno Pacheco, “vecino y regidor perpetuo y preeminente de la ciudad de Ciudad Rodrigo”[9], quien se siente obligado “por su sangre y por su naturaleza y su oficio” a representar al rey los inconvenientes que tendría la ejecución de un nuevo proyecto de fortificación de la ciudad en el que se consideran imprescindibles defenderla con siete baluartes. Y se ampara en el “discurso de soldados y personas prácticas en la guerra”, que consideran un despropósito la ejecución de los trabajos según el planteamiento de Cristóbal de Norato, maestro de obras y autor de la planta y la tasación de la costa.
Opúsculos del marques de Buscayolo
El regidor Martín Félix Centeno lo tiene meridianamente claro. Sabe que De Norato sólo mira a sus intereses, sin importarle los aspectos sustanciales del proyecto: “Sólo ha tirado –afirma el regidor mirobrigense- a que empiece y no a lo conveniente al servicio de V. M. por el provecho que se le seguirá de asistir la obra, y por asentar el pie en Ciudad Rodrigo, que está allí bien hallado, y que por estos motivos ha tasado siete baluartes, que están delineados alrededor de las murallas en 80.000 ducados, y según discurso de personas prácticas en fortificaciones, costarán más que doblado, y algunos dicen que 200.000 ducados, y si se le mandase que hiciese postura en la obra de ellos y que dé fianzas se reconocerá ser cierto el yerro que se presumen en dicha tasa”.
Además, se tiene claro que la pretendida plaza fuerte tendría que solapar el riesgo evidente de la artillería colocada en el padrastro del teso pequeño de San Francisco, conocido como el cerro del Calvario, y en el mismo Teso Grande, y en el este, en torno a la parroquia de San Cristóbal, enclaves en los que Martín Félix Centeno considera que deben construirse dos fuertes para completar la defensa, obras que estima costarían “no menos de 80.000 ducados” y que, sin duda, afligirían a los vecinos con el necesario repartimiento del costo[10] tras la penuria de los efectos de la guerra de Secesión.
Incidiendo en el despropósito del proyecto de Cristóbal de Norato, Centeno evalúa los daños directos que supondría ejecutar las obras planteadas: “Y si se hiciese la obra propuesta y delineada por el dicho Cristóbal de Norato, es forzoso arrasar todos los dichos arrabales, que por lo menos serán 500 casas, seis conventos -tres de frailes: San Francisco, Santo Domingo y la Santísima Trinidad- y de monjas -Santa Clara, Santa Cruz y Sancti Spíritus-, y cuatro iglesias parroquiales, que son el Espíritu Santo, San Andrés, San Cristóbal y La Magdalena, únicas en dichos arrabales, que comprenden toda su vecindad; y el Hospital de la Piedad, que no hay otro para curar humores gálicos y es de excelente fábrica; y tres ermitas: San Sebastián, San Miguel y San Pablo, que todos dichos templos están inclusos y contiguos a dichos arrabales y fueran padrastros a la fortificación, como las referidas 500 casas; y los referidos edificios de parroquias, conventos, ermitas y hospitales no se han de hacer otros como ellos con 800.000 ducados”.
El regidor recurre, además, al sentimentalismo, a la aflicción que supondría a los vecinos ver desaparecer esas referencias con las que han compartido la vida y que fueron erigidas por sus ancestros: “El sentimiento que causará tal desolación a aquellos vasallos, que siempre han servido y están sirviendo con la mayor lealtad y cariño a V. M. fuera el más sensible, viendo echar por tierra los templos y casas de oración adonde con gran religión y ejemplo se alaba a Dios continuamente y verse obligados a irse vagando por el mundo, derribándoles sus casas, y que esto sea en tiempo de paz, no habiendo sido conveniente en 28 años de tan porfiadas guerras”.
Carlos II, retrato de Juan Carreño
Pero no quedan ahí los males que acarrearía la ejecución del proyecto: “Y si la fortificación va delineada de forma que se hayan de comunicar los baluartes por la parte de adentro de la muralla, se seguirán casi otros tantos daños en la ciudad como los de los arrabales y edificios de afuera por arrimar a la muralla por de dentro algunas iglesias y casi todas las casas vecinas a ella, que será forzoso cortarlas para dejar comunicación de baluarte a baluarte para poderse socorrer el uno al otro, y particularmente las que arriman son la iglesia Catedral, el convento de Franciscas Descalzas, la parroquial de Santa Tomé y el Hospital General de la Pasión, que es único, y el colegio de Niños de Doctrina, y de casas de gran número, así de las principales como de las menores. Y por último, si se fortifica como está delineada, se despuebla y pierde una de las mejores y más antiguas ciudades de Castilla y que con mayor lealtad y cariño ha servido y está sirviendo a Vuestra Majestad”.
Martín Félix Centeno reconoce que en dos ocasiones el Ayuntamiento había pedido a la Corona la fortificación de Ciudad Rodrigo: “La primera se entendió que sólo miraba la proposición a que se reparase la muralla y se levantase la brecha de Santa Elena; y aunque la segunda vez se entendió que era más fortificación la que se trataba, no se repararon los inconvenientes ni los dio a entender quien lo propuso (sería olvido) si bien hubo quien reparando algunos dijo que no se pidiese más del reparo de las murallas y brecha de Santa Elena, que con efecto es conveniente repararlas, que son muy buenas y muy altas y libres de escalada, y con muy altos terraplenes por todas partes y se hará con poca costa; y asimismo levantar la brecha de Santa Elena, que se está empezando a levantar igual con la muralla, y fuera más conveniente que se sacara un poco afuera, en forma de media luna, para que sirva de través a las puertas del Rey y de San Vicente, que está en medio de ambas, y no tendrá de costa 3.000 ducados arriba de lo que ha de costar sin media luna”.
En su argumentación el regidor mirobrigense recuerda la importancia y necesidad de afrontar primero la eliminación de los padrastros exteriores: “Y cuando no tuviera los inconvenientes referidos, la fortificación delineada por el dicho Cristóbal de Norato tiene otro al parecer inaccesible que es el que para poner una plaza en defensa, lo primero es reconocer lo exterior, porque habiendo padrastros contrarios a las fortificaciones interiores serán de ellos condenados, y el gasto que V. M. hiciere infructuoso; y a la contra, si los padrastros de afuera se fortificasen, estaría cubierta la plaza y más capaz de ser defendidos los puestos y con menos guarnición. Y en el caso presente, aunque se dé caso de derribar la multitud de casas y templos referidos por ser padrastros a la fortificación delineada, no cesaba el referido inconveniente por tener otros padrastros por naturaleza, que son las referidas colinas del Calvario y la que la predomina, y otros que condenan la dicha fortificación y de donde arrasarán toda la ciudad, y es lo primero que debe fortificarse. Y en Badajoz, por la misma razón de ser padrastros a la ciudad las colinas adonde hicieron el fuerte de San Cristóbal y el de San Miguel, las fortificaron primero que otra cosa, y fueron la principal defensa de aquella plaza, cuando la sitió el portugués y adonde se le derrotó su ejército, y sin ellas es muy posible que hubiera sido el suceso diferente. Y las fortificaciones que se hicieron en la ciudad, fue incluyendo en ellas toda su población, aunque es muy grande y muy tendida.”
En una de sus consideraciones finales, antes de proponer la reedificación del Fuerte de la Concepción para garantizar la defensa de Ciudad Rodrigo y de todo el Campo de Argañán, siguiendo las pautas del duque de Osuna y del marqués de Tenorio y también que “los antiguos, no dudando que era lo más conveniente tener nuestra plaza sobre la raya de Portugal, hicieron a media legua corta de ella el fuerte que llamaron el Guardón, porque guardaba y defendía todo el dicho Campo de Argañán, y ahora se llama el Gardón”, el regidor mirobrigense señala que “empezando la fortificación por los padrastros de afuera, que es como parece debe ser, quedan inclusos en ella todos los dichos arrabales, conventos, iglesias, parroquias y hospital referidos, que están inclusos y contiguos a dichos arrabales, y ellos inmediatos a las murallas, y de esta forma se mantiene y defiende la ciudad y de esotra se arrasa y despuebla lo más y mejor de ella. Y no se lee en autor ninguno que en alguna de las muchas guerras que se han tenido con Portugal se tratase de abandonar dichos arrabales y edificios, antes sí defenderlos y conservarlos; y queda capacidad para que en caso que otra vez, como la pasada, se pierda y despueble el Campo de Argañán, pueda albergarse y socorrerse en ellos todos sus moradores y sus haciendas, como lo hicieron el año de 1642, y hallarse allí para tomar las armas, que siempre pasaron de 2.000 los que las puedan tomar, y se hallaron parando allí prontos para volver a sus poblaciones, que si una vez se esparciesen no será fácil ni parar en Ciudad Rodrigo, no teniendo arrabales, porque el ámbito de lo murado es muy poco y lo dejó la guerra de Portugal muy despoblado, y los vecinos de dicho Campo de Argañán que se quedaron allí en Ciudad Rodrigo cuando el enemigo lo despobló, son los que ahora lo han poblado, que de los que se alejaron es muy raro el que ha vuelto a él después de las paces.”
Martín Félix Centeno ha querido mostrar en su exposición los inconvenientes de ejecutar un proyecto que, más que defender Ciudad Rodrigo, le ocasionaría ruina y despoblación. Y por, eso, después de otra serie de consideraciones sobre las repercusiones que tendría la fábrica del maestro de obras Cristóbal de Norato, el regidor mirobrigense, “como bueno y leal vasallo de S. M., que es de su mayor servicio”, pide al rey que ordene el reconocimiento del proyecto y de las obras que se quieren ejecutar y sus consecuencias, porque “el dicho Cristóbal de Norato no es ingeniero, ni tiene ciencia, ni experiencia de fortificaciones de plazas.”
Parece evidente, conociendo la cartografía posterior, que la exposición del regidor mirobrigense tuvo calado en el rey y en el Consejo de Castilla. Lógicamente se emprendieron mejoras, como el sellado de la brecha de Santa Elena que concluiría en el verano de 1685 y los trabajos encaminados a dotar de una estrada encubierta a parte del recinto murado que, sin duda, serviría de base para la falsabraga que se ejecutaría a principios del siglo XVIII.


[1] Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo. Libros de acuerdos; sesión de 9 de julio de 1659: El regidor Pedro Pacheco explica la situación: …defensa del destino de los fondos por ser del bien común y que el repartimiento que Su Majestad mandó hacer para volver a reedificar el lienzo de la muralla que se cayó, muy gran parte de él se gastó en beneficio de esta ciudad por orden del señor marqués de Tabara, general que fue de estas fronteras, pidiendo a la Ciudad se fortificase el arrabal por estar in totum abierto y expuesto a que el rebelde lo quemase y destruyese sin poderse remediar, siendo el arrabal mayor que la ciudad y estando en él muchos conventos de religiosos y religiosas, y con la fortificación que se hizo quedó en defensa, y el enemigo nunca se ha atrevido a intentar el quemarlo, lo cual se tiene por sin duda lo hiciera antes de la fortificación, y que el lienzo de muralla está fortificado con dos estacadas y un terraplén muy alto que tiene por naturaleza…
[2] Ibídem. Sesión del 30 de junio de 1653.
[3] Ibídem. Libro de acuerdos. Sesión del 1 de febrero de 1659: El señor D. Antonio de Jaque pidió a la Ciudad se sirva de ordenar el que la atalaya que se comenzó a hacer en el arrabal del Puente se acabe de hacer y se fortifique dicho arrabal. Y por la Ciudad, visto lo susodicho, se acordó que dicho señor D. Antonio de Jaque, con el señor D. Juan Antonio, a quien se nombró en lugar del señor D. Pedro de Miranda comisario, quien estaba nombrado para la fábrica de dicha atalaya, hagan se acabe de obrar.
[4] Ibídem. Libro de acuerdos. Sesión del 15 de enero de 1665: Leyose en este Ayuntamiento un papel que en él el Sr. ministro de campo D. José Moreno de Zúñiga, corregidor, que escribió a dicho Sr. el señor Juan González Salamanqués, general de Artillería, cuyo tenor es el que sigue: “Se halla esta ciudad abierta con más de ciento cincuenta pies de muralla y tan aventurada a los accidentes que se pueden ofrecer de una hora para otra, y siendo conveniente el levantarla y ponerla en defensa, siendo el útil tan grande que se sigue en esto, y siendo tan cortos los medios que hay de S. M. para ello y la guarnición tan minorada, y siendo tan de la obligación de la Ciudad acudir a estos reparos tan forzosos, V. M. la pedirá en su Ayuntamiento nombre doscientos hombres trabajadores para que con sus cabos particulares acudan a trabajar en la obra, a quienes se les socorrerá por cuenta de S. M. apremiando a los que voluntariamente no quisiere que si conviene al servicio de S. M., la divina guarde a V. M. Ciudad Rodrigo, enero quince de mil y seiscientos y sesenta y cinco. D. Juan González Salamanqués. Ministro de Campo, José Moreno, corregidor de esta ciudad”. No sería, sin embargo, hasta marzo de 1676 cuando el rey Carlos II concedió una real provisión con el fin de facilitar el repartimiento para levantar la brecha de la estacadilla, concesión que motivó la celebración de un concejo abierto en Ciudad Rodrigo, en donde se expusieron distintos posicionamientos, pero casi siempre dirigidos a subsanar las carencias defensivas de la ciudad. Así, por ejemplo, el regidor Manuel Osorio del Águila afirma que en esta ciudad había oído conferir y hablar sobre lo que hay en la real provisión y sobre lo mucho que convenía el reparo de las murallas de ella, y que en caso que se viese de reedificar conforme a lo que era menester para mantenerlas por estar como está el lienzo que refiere dicha real provisión, caído, que es el que mira a la parte de Portugal, y lo demás de la dicha muralla cayéndose y en tan mala disposición y tan sin defensa que si no se repararan se arruinarán, y aunque estén reparadas no fortificándose por la parte de afuera con siete baluartes y las puertas con sus medias lunas, será imposible resistir la invasión primera que el enemigo pueda hacer, y que conviene tanto lo referido como levantar el dicho portillo que está en el suelo y que a S. M. y a esta ciudad y sus vecinos les conviene hacer dichas fortificaciones y repararlas, pues no siendo así están como en la calle y sin defensa, y por el consiguiente a todos las ciudades, villas y lugares de Castilla la Vieja, por ser como es ésta la llave de ésta y no haber en toda Castilla otra que pudiera embarazar la dicha invasión… En la misma línea se expresa el también regidor Tomás de Castro Maldonado, afirmando que habiendo entendido la real provisión de S. M. y asistiéndole la experiencia de haber vivido en esta ciudad todo el tiempo de la guerra, como natural de ella, le parece ser tan necesario el reparo de las puertas como el de la brecha que se refiere en dicha real provisión por tener contra sí esta plaza tres ataques, como son el de las Tenerías, casa de alhóndiga y convento de Sancti Spíritus, que sin pérdida de veinte hombres se pueden entrar los enemigos a picar la muralla por ser ello antiguo, de cortinas rasas y para el reparo y defensa de esta ciudad se necesita de los baluartes referidos por dicho Sr. D. Manuel Osorio, para que el mosquete y el arcabuz puedan barrer las cortinas y que la causa de haberse podido mantener esta ciudad en el tiempo de guerra fue por ser su dotación de más de cinco mil infantes, que con las milicias hacían hasta doce mil hombres y más ochocientos caballos, todo de mucha costa para la real Hacienda y menoscabo de los vasallos por los tránsitos grandes que se hacía; y puesta esta ciudad como viene dicho, con sus vecinos y mediana guarnición, se podía defender y embarazar las invasiones que en caso de haber guerra se intentasen por no haber de esta ciudad hasta el puerto de Guadarrama cosa que pueda hacer oposición…
[5] Las obras acabarían en el verano de 1685.
[6] Conde de Daroca, marqués de Pañalba.
[7] García Valdés de Osorio Dóriga y Tiñeo, marqués de Peñalba.
[8] Ibídem. Libro de acuerdos. Sesión del 3 de septiembre de 1667. Afirma el marqués de Peñalba que he procurado averiguar las quejas de las casas que se derriban y hallo que son muy pocas porque los dueños son poquísimos los que han quedado y a los que las habitaban no se les ha hecho más daño que obligarles a que alquilen otras. En el Campo de los Bueyes, el peso de la harina es de la Ciudad y ha logrado el beneficio en no fortificarse esta plaza ahora en baluartes de que no se demoliese la alhóndiga que vale más que todas las casas que se han derribado; las demás son de sujetos de que he oído tan poca queja, cumpliendo así con su obligación que hasta he pedido relación no sabía que eran suyas. En el matadero, las tres primeras casas son de Santo Domingo, que ha querido llevárselas y que se le pagara la piedra; tres son del teniente Sebastián Rodríguez que ha estimado esta ocasión para hacer este servicio a S. M. de buena gana, como se ha dicho. Dos de la cofradía de Santa Clara, otras cinco son de particulares y son tan chicas que no merecen nombre de casas y tampoco son de los dueños que las habitaban. En la Puerta Nueva se ha de demoler solamente el mesón de María de Vara, que es de San Francisco. En la Puerta del Sol, un corral que queda enfrente, y fuera de la Puerta de los Sexmeros una casa pequeña que está junto a ella de las monjas de Sancti Spíritus. Y cuando no se tiene fortificación ninguna en esta plaza, era preciso para limpiar la muralla demoler las casas que se demolieron en el Campo de los Bueyes, las del matadero y el matadero, y la alhóndiga, y el cuartel de caballería que está junto a ella, hacer comunicable la muralla y quitar las ventanas que hay en ella, lo que sería de mayor gasto y de mayor daño, sin adelantar nada a la defensa. En la que empiezo a dar a esta plaza, sigo la que ha hecho el señor D. Juan de Austria en Badajoz, que también aquella plaza se hallaba casi toda en muralla redonda y, reconociendo S. M. el riesgo que estaba teniendo tan poca defensa, aunque no tenía arrabales arruinados, le mandó hacer una estrada encubierta sin hacer baluartes, acudiendo así a la prontitud con que necesitaba estar defendida. Con ello en mi fortificación sigo el mejor maestro, acudo con brevedad a la defensa de esta ciudad con el menos gasto de la Hacienda Real y menos daño de ella que me ha parecido se podía ejecutar, y así V. I. se sirve de responderme lo que se lo ofreciese en contrario para dar cuenta a S. M. en el ínterin que voy sacando las plantas y pareceres de los cabos del ejército que S. M. pide, en todo desearé acertar a servir a V. I. a quien guarde Dios muchos años, como deseo. Ciudad Rodrigo, septiembre tres de mil seiscientos sesenta y siete. El conde de Daroca, marqués de Peñalba. Muy ilustre ciudad de Ciudad Rodrigo.
[9] AHCR. 1680. Asuntos militares. Grupo 14. Sección 1ª (antigua clasificación).
[10] Ibídem. Forzosamente ha de afligir a los vasallos el repartimiento, que necesariamente se ha de hacer en ellos para las referidas fortificaciones, cuando aún no han convalecido de los trabajos padecidos en 28 años de guerras que se tuvieron con Portugal, a los que se han seguido tantos años de careza de pan; y por último los accidentes de la moneda. Y si la contribución fuera para fortificar sobre la raya de Portugal, que es lo más conveniente, les fuera tolerable, o para fortificar a Ciudad Rodrigo por defuera, que es lo que debe ser, incluyendo los arrabales y templos en la fortificación, pues todo es una misma población y están unidos y conjuntos arrabales y ciudad, dividiéndolos solamente la muralla, solo con la diferencia de llamarse ciudad a lo que esta por la parte de adentro de la muralla, y arrabales lo que está por la parte de afuera.

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