jueves, 16 de abril de 2015

Los avatares del Buen Alcalde en 1930

Aunque no era nada nuevo, a finales de 1929 se intensificó la crisis política en España. Cada vez era mayor la debilidad, tanto física –creciente diabetes- como institucional, del general Primo de Rivera. En diciembre había presentado al rey un plan de transición política que pasaba por la convocatoria de una asamblea con 500 parlamentarios, mitad senadores y mitad diputados. Alfonso XIII se tomó su tiempo para responder, por cuanto el presidente del gobierno iba perdiendo apoyos sociales, políticos -revitalizando a una oposición que durante años había sido meramente testimonial- y militares, de quienes no encontró el apoyo deseado y recabado a los capitanes generales para afianzar su nuevo proyecto gubernamental. Esa evidente falta de confianza le llevaría a presentar su dimisión al el 28 de enero de 1930. Alfonso XIII la aceptó inmediatamente, optando Miguel Primo de Rivera por el exilio en París –allí falleció, en soledad, a los pocos meses víctima del proceso diabético- para eludir responsabilidades. El rey alzó a la jefatura del Gobierno a Dámaso Berenguer y Fuste, jefe de su casa militar, quien presidiría el penúltimo gobierno de la monarquía alfonsina, periodo que pasó a la historia con el apelativo de la Dictablanda.

            Los mirobrigenses seguían con expectación el proceso de descomposición del régimen primorriverista. Les tocaría de lleno sus consecuencias, como al resto de las poblaciones españolas, cuando el 17 de febrero de 1930 el rey, a propuesta del nuevo ministro de la Gobernación, el también militar Enrique Marzo Balaguer, y buscando recuperar la estela constitucional previa al golpe de Estado de Primo de Rivera, ordena la disolución de todos los ayuntamientos fijando su caducidad para una semana después, el 25 de febrero[1]. Según el real decreto, el interregno de los nuevos consistorios hasta la convocatoria y resolución de las elecciones municipales, estaría nutrido, en el caso de Ciudad Rodrigo, con el número de concejales establecidos en el vigente, pero inoperante Estatuto municipal de 1924[2], repartidos equitativamente[3] entre los mayores contribuyentes y los ediles electos con más sufragios desde las elecciones de 1917. La designación del alcalde, sin embargo, seguiría dependiendo directamente del Gobierno, sin que fuera preceptivo que el presidente de la corporación estuviera entre la nómina de los ediles comprendidos en los dos supuestos señalados.
José Manuel Sánchez-Arjona, el Buen Alcalde
            Como un jarro de agua fría cayó el decreto entre los mirobrigenses. De un plumazo se habían cargado a su Buen Alcalde y al eficiente consistorio que le correspondía en la gestión municipal. La corporación, advertida y enterada de la inminente publicación de la disposición gubernamental que determinaba su cese, el 11 de febrero puso sus cargos a disposición del gobernador civil interior, Miguel Poladura y Ayuso, antes de que entrase en vigor el  citado real decreto, iniciativa que no fue tomada en consideración en este momento al exponer el gobernador que su “criterio es no aceptar dimisiones y más cuando los cargos están desempeñados por personas tan prestigiosas como lo son ustedes”[4].
            Por entonces, José Manuel Sánchez-Arjona había remitido a los dos semanarios operativos en Ciudad Rodrigo –Tierra Charra y Miróbriga- un comunicado en el que se esgrimían las razones para poner su cargo a disposición del nuevo Gobierno al tiempo que presentaba su dimisión, poniendo de relieve “mi más ferviente agradecimiento por la confianza que en mí depositaron [los vecinos] y por las facilidades que siempre me dieron para llevar a cabo, en unión de mis compañeros del municipio, toda la labor municipal realizada desde el año de 1927, como también las pruebas de afecto y cariño con que en todo momento me han honrado de este noble pueblo”[5]. En el mismo escrito el alcalde hace un balance de su gestión municipal, facilitando también información de la situación que en esos momentos vivía el ayuntamiento.
            Ante la dimisión de la Corporación y pese al criterio del gobernador, los mirobrigenses tienen claro que la próxima aparición del decreto de renovación de los consistorios impediría que continuase el actual concejo. Tierra Charra inicia de inmediato una campaña a favor de la continuidad de José Manuel Sánchez-Arjona al frente del nuevo ayuntamiento, mientras que Miróbriga aprovecha la situación para criticar con dureza la gestión realizada por el flamante Buen Alcalde.
            La redacción de Tierra Charra, que desde un principio comulgó con el alcalde cesante y defendió fervorosamente su identidad y gestión, no pierde oportunidad de poner en valor las bonanzas del equipo municipal saliente: “Para nadie es un secreto –se afirma en el citado semanario local- que, contra lo que ha ocurrido en toda España, el ayuntamiento mirobrigense actual carecía del matiz dictatorial, ya que el alcalde y los concejales aceptaron sus cargos haciendo valer su absoluto apartamiento de la política bajo ningún aspecto”. Y, claro, “para nadie es un secreto tampoco que el pueblo admira a su alcalde y no considera fácil ni conveniente su sustitución, que con política o sin política es un serio problema local”.
            En el ambiente ya se fraguaba la convocatoria de distintos actos de apoyo a la gestión municipal del gobierno del Buen Alcalde y la reivindicación de su continuidad al frente del consistorio. Se quería todo: que continuasen los actuales concejales y, una vez conseguido esto, que el Gobierno pusiera al frente del ayuntamiento a José Manuel Sánchez-Arjona. Pero... “ignoramos si ambas cosas se pueden lograr”, musitaba la redacción de Tierra Charra.
            Era un caldo de cultivo que se aderezó de forma inmediata, nada más conocer la publicación del real decreto de disolución de los ayuntamientos. El 19 de febrero la junta directiva del Círculo Mercantil, que tan abierta colaboración había mantenido con el consistorio mirobrigense en los últimos años, recogiendo el sentir popular, redactó un manifiesto en defensa del alcalde y la gestión municipal general del concejo saliente y que fue repartido profusamente. Después de alabar la trayectoria de esa corporación, el Círculo Mercantil convoca abiertamente a los mirobrigenses a participar en “una manifestación popular y sin ningún carácter político, en la que, después de ratificar la adhesión y simpatía de todo el pueblo al alcalde, señor Sánchez-Arjona, se solicite al Gobierno que sea nombrado nuevamente, hasta que se verifiquen las anunciadas elecciones”, manifiesto que fue publicado por Tierra Charra.
            Había fecha, hora y lugar para la manifestación: el 21 de febrero, a las doce y media de la mañana y en la Plaza Mayor. “Al comercio y la industria locales recomendamos especialmente la asistencia al acto y el cierre de los establecimientos a la indicada hora para permitir a la dependencia que concurra a la manifestación”, apuntaba como colofón el manifiesto del Círculo Mercantil.
El general Miguel Primo de Rivera
            Los contactos políticos iniciados apuntaban a que podría haber resquicios suficientes para que el Buen Alcalde siguiera al frente del consistorio, pero debía apuntalarse esa posibilidad con el refrendo popular y nada mejor que la convocatoria de la manifestación: “La Plaza Mayor estaba invadida por una multitud compuesta por elementos sociales de todas clases, predominando los obreros y los comerciantes”, apuntaba Tierra Charra. En el zaguán de la casa consistorial se instaló una mesa recabando cientos de firmas en apoyo de las reivindicaciones señaladas, todo ello mientras la directiva del Círculo Mercantil organizaba la manifestación que tenía como objetivo inmediato presentarse en el domicilio del alcalde –la renovada casona de los Vázquez-. Allí, una nutrida comisión se entrevistó con José Manuel Sánchez-Arjona para expresarle los deseos del pueblo. Este, convencido por los comisionados y tras agradecerles su adhesión, salió al balcón ante el continuo reclamo de los manifestantes, quienes, cuando lo vieron aparecer, incrementaron sus voces y le ofrecieron clamorosas ovaciones.
            Cumplido el primer objetivo, la manifestación volvió hacia la Plaza Mayor para que el presidente del Círculo Mercantil, Juan del Valle, se dirigiera desde la galería alta a la concurrencia agradeciendo su participación y anunciando que se enviarían diversos telegramas a instancias gubernativas, incluso a la infanta Beatriz como alcaldesa honoraria de Ciudad Rodrigo desde 1928, solicitando la confirmación de Sánchez-Arjona al frente del consistorio mirobrigense.
            Sin embargo, la aplicación de la legislación vigente imperaba y al llegar el 25 de febrero había que dar posesión al nuevo consistorio resultante del real decreto del día 17. A lo largo de esa jornada, martes, José Manuel Sánchez-Arjona proclamó a los concejales que integrarían el nuevo consistorio[6], convocando sesión para el mediodía del miércoles con el fin de que tomasen posesión del cargo, nombrándose en ese acto como alcalde interino, siguiendo la letra de la normativa, a Clemente de Velasco y Sánchez-Arjona, aunque por ausencia de este y también la de Santiago Martín García, los dos ediles de más edad, asumió provisionalmente el bastón de mando Gregorio Gómez Camisón, quien lo cedería a los pocos días, cuando compareció en el consistorio, a Santiago Martín.
            Se estaba a la espera de que el Gobierno nombrase al nuevo alcalde de Ciudad Rodrigo y había fundadas esperanzas en que la designación recayese de nuevo en José Manuel Sánchez-Arjona. El Buen Alcalde, en ese periodo vacuo y ante las que calificó como “injuriosas” afirmaciones de Joaquín Román Gallego, canónigo y a la sazón director del semanario católico Miróbriga, se había dedicado a defender su gestión municipal y aclarar algunos conceptos de la contabilidad de la que parece dudaba el citado sacerdote. Lo hace con suma contundencia en Tierra Charra y con la connivencia de esta publicación periódica mirobrigense. Todo ello poco antes de que llegase la buena nueva: Ciudad Rodrigo recuperaba la figura del Buen Alcalde en el consistorio.
            El ministro de la Gobernación, a la vista de la voluntad del pueblo y de los antecedentes de José Manuel Sánchez-Arjona al frente del consistorio, había resuelto su designación como alcalde titular del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo. La resolución, fechada el 20 de marzo, y dirigida al gobernador civil, es trasladada al consistorio mirobrigense por vía telegráfica. El alcalde interino, Santiago Marín, convoca el pleno de posesión para el mediodía del lunes 24 de marzo. Sánchez-Arjona, tras acceder al cargo y agradecer el apoyo y las gestiones realizadas para que volviese a presidir el consistorio, afirma que “yo no debía de haber vuelto a la alcaldía. Mi deseo era no haber vuelto más. Siempre he creído que los hombres en los cargos públicos se gastan de tal modo que si ellos no saben retirarse a tiempo, ese mismo tiempo acaba por echarlos. Por otra parte yo ya he cumplido ese deber que todos tenemos que ofrecer nuestro trabajo y esfuerzo personal a la patria chica con los tres años que he desempeñado la alcaldía, en la que, si tuve desaciertos, puse en cambio al servicio de ella todo mi entusiasmo sin que llegaran a entibiarlo los sinsabores y las preocupaciones propias del cargo[7]”.
            Lo quiere dejar claro: “Si vuelvo al ayuntamiento no es por ambición ni por el deseo de ocupar un puesto político, que me ofrecieron sin solicitarlo, y que entonces acepté porque me creí en el deber de hacerlo. Si vuelvo a la alcaldía es solamente por un acto de delicadeza. Al ser destituido el ayuntamiento anterior, faltaban por liquidar algunas cuentas con contratistas de obras; se debían algunas cantidades por este concepto y faltaba que rematar las obras de la traída de aguas, y para mí era violento el entregar la alcaldía a otra persona que tuviera que comenzar a amortizar deudas no contraídas por él, y que tuviera que asumir la responsabilidad de unas obras hechas para el mejoramiento del servicio de aguas que todavía no están, en realidad, probado su total resultado. En una palabra, creía mi deber continuar aquí, hasta la liquidación del último céntimo de esas veintiocho mil pesetas que se deben y hasta conseguir el límite máximo posible en el mejoramiento del servicio municipal a que antes aludo[8]”.

[1] Gaceta de Madrid, núm. 48, de 17 de febrero; pp. 1.218 y ss. Real decreto núm. 528.
[2] “Fue la norma reguladora de los ayuntamientos en España promulgada por la dictadura de Primo de Rivera el 8 de abril de 1924. Pretendía «regenerar» la vida municipal para «descuajar el caciquismo», pero el Estatuto no se aplicó porque las prometidas elecciones nunca se celebraron y los concejales y los alcaldes fueron nombrados por los gobernadores civiles, a su vez designados por el Directorio militar, convirtiéndolos así en un apéndice de la Unión Patriótica, el partido único de la dictadura”. Colaboradores de Wikipedia. Estatuto municipal de 1924 [en línea]. [Consulta realizada el 23 de octubre de 2014]. Disponible en http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Estatuto_Municipal_de_1924&oldid=74192238.
[3] Si el número fuese impar recaería la mayoría en los contribuyentes.
[4] Tierra Charra, núm. 124, de 16 de febrero de 1930; pág. 6.
[5] Ibídem. Insertado también en el semanario Miróbriga en el número del 16 de febrero.
[6] La corporación quedó conformada por Clemente de Velasco, Santiago Martín, Gregorio Gómez Camisón, Abelardo Lorenzo Briega, Faustino San José, Baltasar Vicente de la Nava, Turismundo Vicente Nieto, Pedro Vicente de la Nava, Miguel Pérez Hernández, Ladislao Trinchet, Francisco Luis García, Ángel Rodríguez, Dionisio Moro, José Pérez Solórzano y José María Rodríguez.
[7] Tierra Charra, número del 30 de marzo de 1930.
[8] Ibídem.

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