martes, 28 de abril de 2015

Ciudad Rodrigo y el Carnaval de 1923

Vuelve la calma al seno de la corporación mirobrigense y a sus relaciones con la prensa. El enfrentamiento suscitado entre buena parte del consistorio que presidía el ínclito Jesús García Romero y el semanario La Iberia desemboca en la desaparición de ambos de la vida pública. El primero, como consecuencia de la renovación del ayuntamiento tras las elecciones del 5 de febrero de 1922, que dio paso a un gobierno municipal presidido por el doctor Abelardo Lorenzo Briega[1]; y el segundo tras la agonía por la muerte de su director y sustento, el capitán de infantería Mateo Cornejo Alcónchez.

            A rey muerto, rey puesto. El 1 de abril toma posesión –con retraso, por cierto- la nueva corporación municipal[2] y ese mismo día sale a la luz el primer número del semanario católico Miróbriga, dirigido por el notario José Esteban Rodríguez. Más adelante, el 25 de agosto aparecerá una nueva publicación periódica mirobrigense bajo el título de Nueva Iberia[3], dirigida por el capitán de carabineros Hilario Fernández Recio. Sendos periódicos serán referencia obligada de cuando sucede en Ciudad Rodrigo y, de forma, especial, porque siempre tuvo un lugar importante en sus páginas, de las fiestas carnavalescas y su meollo taurino.
El coso carnavalesco a principios de los años veinte del pasado siglo
            Uno de los primeros acuerdos que adopta el nuevo consistorio, como no podía ser de otra manera, será la definición de las distintas comisiones municipales. La de Fomento –integrada por los ediles Ignacio Pérez Esteban, Santiago Martín García, Juan Hernández Polo, Agustín Moretón Prieto y Joaquín Aparicio Ruano-, tendrá entre sus cometidos la organización del Carnaval, una fiesta que vivió sinsabores en la última edición por los problemas sobrevenidos. Además, el erario municipal no estuvo ni estaba para florituras ni dispendios, sobre todo porque había que afrontar problemas importantes, como las subsistencias y el elevado paro obrero. Por eso, en la sesión del 23 de diciembre de 1922, al plantear el primer teniente de alcalde, Emeterio Pacheco Flores, que habría que ir preparando el programa del próximo antruejo –comenzaba el 11 de febrero-, el concejal Joaquín Aparicio Ruano, a la sazón miembro de la comisión de Fomento, expuso que “lo primero que debía acordar la ilustre corporación [era] si se celebraban o no supuestas corridas, y en caso afirmativo, teniendo en cuenta la mala situación del erario municipal, que la presidencia viera si se conseguirían con más economía y más sabiendo que existen algunas concesiones gratuitas”. El alcalde avanzó que su propósito era “conseguir que las tres corridas fueran gratuitas, contando ya con una en esta forma”. Si lograra que así fuera con el resto, el dinero ahorrado se destinaría, en principio, al acondicionamiento de las escuelas públicas. Por de pronto, y buscando la colaboración desinteresada de los ganaderos de la socampana, anuncia que enviará varios besalamanos citándoles a una reunión para exponerles esa pretensión.
            Con el éxito esperado acabó el encuentro entre el alcalde y los ganaderos. Habría corridas gratuitas y el dinero que se pensaba emplear en ellas se derivaría a cubrir otros gastos más acuciantes. Los ganaderos que prestarían sus reses para el Carnaval de 1923 serían Severino Pacheco Diego –era la corrida que estaba comprometida inicialmente-, Ángel García, Jesús Arjona, Eduardo Aparicio, Joaquín Aparicio, Juan Aparicio, Fernando de Velasco, Luis Bernaldo de Quirós, Jesús Montejo, Alfaro Orive, Santiago Risueño, los renteros de la tierra de Camaces y la viuda de Sánchez-Villares, de nombre Patrocinio.
            Lo fundamental estaba hecho. El resto era cumplir con la liturgia acostumbrada: se sortea el cierro de la plaza y la colocación de alares, recayendo el cometido en el carpintero Pablo Rico Boada, quien percibirá por su trabajo 200 pesetas; y el 8 de febrero se adjudican, mediante subasta a la llana, los tramos libres de los tablados[4].
            Todo estaba listo para la fiesta, para la diversión. Pero en los prolegómenos, en la romería de San Blas, se produjo un lamentable suceso, una pelea entre varios jóvenes que tiraron de navaja y resultaron heridos[5], incidente que fue excusa para que Joaquín Román Gallego[6], sacerdote y redactor del semanario episcopal[7], arremetiera contra las diversiones juveniles en la portada de Miróbriga del 10 de febrero: “El sangriento suceso del día de San Blas, del que dos adolescentes resultaron gravemente heridos, nos pone la pluma hoy en la mano para hacer algunas, que juzgamos imperiosas reflexiones”. Y, claro, el Carnaval está en el horizonte con su disoluta celebración: “El espectáculo en las calles de uno o varios jóvenes embriagados en ciertas festividades y particularmente en Carnaval, además del asco y repugnancia que produce a las personas de regular sentido moral, además de la predisposición en que ese estado coloca a los jóvenes a toda clase de desórdenes, hace formar una tristísima idea del pueblo en que se les permite el paso franco por las vías públicas”. Pero es que el Carnaval, en su esencia, tiene todo de transgresión, incluso la pecuniaria, algo con lo que no comulga el referido sacerdote: “Es muy propicio el ambiente de nuestro pueblo para que esos excesos se cometan,, porque la sugestionadora idea del Carnaval de tal modo se ha apoderado de las cabezas juveniles que, en todas las clases sociales, los jóvenes tienen los gastos de esos días como el fin de sus ahorros; y entonces se rompen las alcancías y se permiten todos los desahogos a que alcance el peculio”. Por eso, “padres, vigilad a vuestros hijos, que vuestro honor, vuestra tranquilidad y vuestras almas dependen de su conducta”.
            Una advertencia que, en su mayoría, caería en saco roto. Porque, como unos días antes enripiaba el también sacerdote Romualdo Sánchez Iglesias, Marisiva:

“Será alegre y divertido
el Carnaval venidero, 
si el termómetro no marca
cuatro grados bajo cero;
las corridas de postín
causarán algún mareo
pues al que tricen los toros
le han de dar un buen meneo;
los bichos son de presencia
y criados con esmero,
así me lo manifiesta
un celoso ganadero.
Ahora importa que los mozos
se lo traten con esmero,
ya que en el presente año
no han de costarnos dinero
y si lográis que se encierren
sin espantarlos, yo creo
que el alcalde os ha de dar
los tres días un sobrero”.

            A Joaquín Román no le gustaba el dispendio que hacía la juventud para divertirse, sobre todo en carnestolendas. Le preocupaba la falta de moralidad de los jóvenes cuando la fiesta se acercaba y pedía responsabilidad a los padres para atajar tamaña dispersión de valores. Pero incluso Miróbriga pretendía influir para evitar riesgos en los aficionados que se enfrentasen a los novillos en el coso mirobrigense. Al menos así se evidencia de su protesta pública cuando conoció, a través de una información del Diario de Ávila, que el “valiente sugestionador de reses bravas”, el abulense Luciano Guerras (Guerrita), había sido contratado por el ayuntamiento de Ciudad Rodrigo para realizar la suerte de Don Tancredo durante los tres días de Carnaval: “De ser cierta [esta noticia] protestamos, como lo han de hacer las personas sensatas, teniendo en cuenta lo peligrosa que es dicha suerte”.
            El dontancredismo del abulense Guerrita se emparentó con el charlotismo en las crónicas de Marisiva. Fue lo único que destacó de los aficionados que estuvieron en el coso mirobrigense. El resto, los novilleros, banderilleros y capeadores, no existieron: “Inesperadamente, ha surgido en la plaza un charlot bastante mejor que otros que explotan este nombre. Un charlot humorista y sensiblero a un tiempo que tal vez su humorismo solo sea el medio de llegar a una tragedia. ¿No os pareció a veces que charlot buscaba una cornada para poder dormir en la cama y no en el quicio de la puerta? Tentaciones me están dando de escribirle un poema...[8]” Afortunadamente, no lo hizo, pero se despachó en prosa: Marisiva está hablando en broma, me diréis. Yo aseguro que hablo muy en serio, pero es que ocurre con aquellos que tomamos las cosas en broma que luego hablan en serio y nadie los cree. Si el toro que empitonó a charlot le hubiera dado una cornada de importancia, todos, seguramente, hubiesen exclamado al ver su gesto de dolor: ¡qué gracia tiene este hombre! Y esto lo prueba el que todos los actos de este trashumante coletudo van encaminados al amortiguamiento de una tragedia. Todos sus desplantes, saltos y desafíos ante el toro van dirigidos a los bolsillos, en brindis general, para que se le ayude a salvar el inmenso vacío de su estómago.[9]
            Pero, afortunadamente, el Carnaval no es eso, al menos no solo eso. Siempre hubo y habrá personajes que dejen impronta, acciones que se recordarán llegando a mitificarlas. Esa es una función de la memoria selectiva, para bien o para mal. Situaciones y sucesos que sembrarán comentarios, que llenarán tertulias y que servirán para evocar épocas y momentos ensalzados para engrosar el acervo carnavalesco.

            “Don..., doon..., dooon..., doooon...
Que ya vienen, que ya vienen;
ya estoy oyendo cencerros;
arriba, arriba, paisanos,
si queréis ver el encierro”.

    Marisiva invitaba con estos versos a la diversión en la antesala del antruejo. Era el 11 de febrero, Domingo de Carnaval, y después de las gestiones de los munícipes se había conseguido que los novillos no costasen un duro al ayuntamiento: “Trabajaron sin descanso para la consecución de las corridas gratuitas, lo que pudieron conseguir sin gran esfuerzo, logrando que el público se divirtiera y expansionara”. Para Romualdo Sánchez es un “hecho poco conocido en España, donde parece que la alegría de los otros pone acíbar sobre nuestros corazones[10]”. Así las cosas, no era cuestión de protestar por la calidad o el juego del ganado: “Las corridas resultaron muy animadas; los toros, enormes de tamaño, peso y bravura”, aunque “alguno hubo que flojeó un poco, pero... pasó y todos contentos”. No era para menos: a toro regalado no le mires el cuerno... ni nada. Y, encima, los dos primeros encierros discurrieron sin problemas. No se escapó ningún toro, hecho más que llamativo vistos los antecedentes. “Todos marcharon por la ruta que con antelación se les trazó; y graves, seriecitos, caminaron hasta que fueron clausurados”, sentencia Marisiva en su crónica para Miróbriga.
            La tranquilidad se truncó el Martes de Carnaval. Solo pudieron encerrarse cuatro novillos de Severino Pacheco, suficientes para la prueba. Pero “los de la tarde, por esfuerzos que hicieron los caballistas, que expusieron su vida y la de los semovientes, no lograron encerrarlos”, apuntaba el citado sacerdote periodista. Significaba Marisiva que el público fue comprensivo, que entendió el esfuerzo que hicieron los jinetes por completar el encierro, pero comprendió que “nada podía exigirse a quien todo lo dio de balde y, máxime, siendo causas de fuerza mayor los motivos para que lo prometido no se realizase[11]”.
            Comprensivo, sí... pero el pueblo quería ver toros. Y la tarde del martes estuvo huérfana de ese componente. Había que resarcirse de alguna manera y la situación estaba pintiparada, dado que el ganadero donante era Severino Pacheco, una persona afable en el trato, generoso en sus acciones y, claro, había que aprovechar el momento: “Un grupo considerable de personal se entrevistó con el alcalde, señor Briega, suplicándole se celebrara la corrida al día siguiente; y, de acuerdo con don Severino Pacheco, dueño del ganado, esta tuvo lugar después de un bonito y pintoresco encierro, y con un lleno como los días anteriores[12]”. Eran los primeros cenizos certificados documentalmente, al menos hasta ahora conocidos. Y claro, la emoción por bandera: “Al empezar la corrida, el alcalde abrazó al señor Pacheco, y habló... no pudimos entenderle, pero sí es de presumir que en aquel abrazo, que era del pueblo, iba enlazado el agradecimiento a dicho señor y a todos los demás ganaderos que se han conquistado un aplauso, merecido por su altruismo, amor y cariño a un pueblo, orgullo de muchos pueblos”, valoración con la que cincelaba su crónica Romualdo Sánchez Iglesias.
            Un agradecimiento que no quedaría en meras palabras. El Domingo de Piñata, en el café El Porvenir, propiedad de Laureano San Pablo, se ofreció un banquete[13] en honor de Severino Pacheco, propietario del ganado corrido en la doble sesión del Martes de Carnaval y Miércoles de Ceniza, “por la bravura y hermosa presentación de los toros que para ella gratuitamente cediera”. El homenaje, en el que participaron todas las fuerzas vivas de Ciudad Rodrigo, sirvió también de agradecimiento al resto de ganaderos y concejales que desinteresadamente cedieron sus reses para los festejos taurinos del Carnaval de 1923.
            Dejando cerrado el apartado carnavalesco vinculado a las corridas, los mirobrigenses disfrutaron de las obras representadas en el Teatro Nuevo, regentado por Jesús García Romero. Fueron ocho funciones las integradas en el abono de la temporada de Carnaval, “estando brillantísimo el teatro con tantas y tantas bellezas farinatas y forasteras, cómo ocupaban las plateas, palcos y butacas, siendo su mejor y más precioso adorno y la mas sugestiva atracción”, refería con cierta ñoñería el redactor de Miróbriga.
            ¿Y qué decir de los bailes? El del Casino Mirobrigense siempre destaca sobre el resto. Es donde acude la flor y nata de la sociedad de Ciudad Rodrigo. Y hay que dejarse ver, de presumir si viene al caso; de hacerse notar. Porque “durante todo el año es la preocupación de las jóvenes mirobrigenses y también de muchas forasteras los disfraces y vestidos que han de lucir por carnavales en los bailes del Casino, sin que logren con ellos añadir un solo encanto a quienes, como ellas, todo lo poseen, pues son ya proverbiales la gracia y hermosura de nuestras farinatas, su elegancia y gentileza, su bondad y donosura, compitiendo con ellas nuestras huéspedes de estos días, hasta el punto de que más que baile parece un concurso de bellezas lo que en el Casino se celebra”, señalaba con indisimulada admiración el cronista del citado semanario mirobrigense.

[1] En el ejercicio de sus funciones como médico de la beneficencia provincial, y a instancias de las acciones municipales contra una epidemia variolosa que afectaba a la localidad, publicó en 1899 el trabajo Datos médico-topográficos de Ciudad Rodrigo.
[2] Estaba presidida por Abelardo Lorenzo Briega; Emeterio Pacheco Flores, Aurelio Alaejos Paniagua e Ignacio Pérez Esteban, tenientes de alcalde; y por los concejales Santiago Martín García, Tusismundo Vicente Nieto, José María Rodríguez García, Francisco Luis García, Eugenio Castaño Alfonso, Dionisio Moro Sánchez, Juan María Ricardo Martínez Ortiz, Agustín Moretón Prieto, Joaquín Aparicio Ruano y Faustino de San José.
[3] PEREIRA SÁNCHEZ, Jesús. Ibídem. “Nueva Iberia. Periódico decenal. Se publicaba los días 5, l 5 y 25 de cada mes. Apareció el primer número el 25 de octubre de l922 –realmente fue el 25 de agosto-, y vivió dos años –hasta el 18 de diciembre de 1923-. Era su director don Hilario Fernández, capitán de carabineros, que también dirigía la Academia de su nombre en el paseo de la Estación. Se imprimía en Salamanca en la Imprenta Editorial Salmantina, S. A.”
[4] Recayeron, siguiendo el orden, el número 4 en: Daniel Julián Moraleja (25 ptas.); nº 6: Mariano Zamarreño (27 ptas.); nº 7: Manuel García (23 ptas.); nº 11: Isidoro Báez (30 ptas.); nº 12: Isidoro Báez (29,25 ptas.); nº 14: Pedro Vicente de la Nava (30,50 ptas.); nº 17; José Flores (26,50 ptas.); nº 18: Gregorio Caridad (24,50 ptas.); nº 22: Ildefonso Zamarreño (68,50 ptas.); nº 23: Antonio Sierra (76 ptas.); nº 24: Antonio Sierra (79,50 ptas.); nº 25: Juan José de Aller (75 ptas.); nº 26: Antonio de Aller (68,50 ptas.); nº 28: Braulio Martín (55 ptas.); nº 29: Eugenio Báez (44); nº 30: Emilio García (38,25 ptas.); nº 32; Gregorio Caridad (34 ptas.); nº 35: Marcelino Repila (40 ptas.); nº 38: Hilario Sánchez (49,25 ptas.); nº 40; Alejandro García (61); y nº 41: Victoriano Vicente (67 ptas.).
[5] Félix Muñoz, José Tetilla y Eugenio Deshalles fueron los protagonistas, resultando heridos de gravedad el primero y el último. De Miróbriga, del número de 10 de febrero de 1923.
[6] Joaquín Román Gallego, canónigo. Lumbrales, 1883 – Ciudad Rodrigo, 1949.
[7] La filiación la explica el también sacerdote Ramón Morales Fuentes al alcalde de Ciudad Rodrigo en comunicación del 18 de enero de 1924 –AHMCR. Correspondencia año 1924-: “Que por nombramiento del Ilmo. Sr. Obispo de la Diócesis, propietario del semanario Miróbriga, cuya fundación se anunció a su debido tiempo, la actual redacción ha quedado constituida de la manera siguiente...”
[8] Miróbriga, número del 17 de febrero de 1923, pp. 2 y 3.
[9] Ibídem.
[10] Ibídem.
[11] Ibídem.
[12] Ibídem.
[13] El menú se compuso de entremeses: aceitunas, pimientos morrones y pavo trufado; paella, merluza con salsas a la vinagreta y mayonesa; fritos variados, ternera rellenas y, como postres, flan, quesos y frutas. Además de vinos de rioja y champán Moët & Chandon.

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