martes, 7 de abril de 2015

El Carnaval de 1898

Ciudad Rodrigo, como el resto de España, estaba padeciendo las consecuencias de la debacle colonial. Pero, además, en la vieja Miróbriga, en los últimos años se venía produciendo otro desastre de clara incidencia en la crisis social que se arrastraba a la malherida patria. Aquí se había suprimido la audiencia, habían desaparecido la denominada “administración subalterna”, la de la Zona, la de la Reserva... Y como era lógico, incidiendo en el patriotismo de que siempre había hecho gala el colectivo mirobrigense, estaba la incidencia provocada por “el gran contingente que ha dado para la defensa del honor nacional, los muchos voluntarios que han ido con tan patriótico fin y los muchísimos emigrantes que, luchando por la existencia, han abandonado con dolor su cuna en busca de terrenos prósperos y hospitalarios”, exponía El Clarín en su número de 6 de febrero en un artículo de opinión que tituló ¡Abajo la fusta!. Porque “cada una de las causas enumeradas es más que suficiente para producir los desconsoladores efectos, que todos lamentamos, y cuyas terribles consecuencias sufrimos”.

            En la misma línea se expresaba el corresponsal de El Adelanto. Un mes después, el 3 de marzo, rebasado ya el Carnaval de 1898: “Será verdad, o mejor dicho, lo es, que España atraviesa por la más aguda crisis que la generación actual ha conocido; pero todo esto no empece para que la gente se divierta y espere impasible el día de la catástrofe”. Porque, “así somos, y la misión del cronista ha de limitarse a narrar hechos y no a disfrazar verdades, a pretexto de que estas son desconsoladoras”.
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            Y en efecto, si la crisis obrera era general en España, en Ciudad Rodrigo, tierra de labradores y jornaleros, era aún más virulenta: “Las clases trabajadoras han pasado un invierno tristísimo, en el que a la falta de trabajo se ha unido, para hacerlo más insoportable, el alto precio que han alcanzado los artículos de primera necesidad”. Y no era de extrañar que la “paciencia de los pobres” se fuera agotando con las “punzadas del hambre”, traducidas en contubernios “poco tranquilizadores para los espíritus reflexivos”, advertía el cronista del citado diario provincial. Y así, por ejemplo, denuncia que “corren rumores de que los acaparadores, buscando su negocio en las necesidades del pueblo, han hecho gran acopio de granos, y tales afirmaciones y el temor de que falte pan para el consumo, hace que la gente este bastante soliviantada”. Y aunque el Ayuntamiento intentó aplacar esta situación que podía degenerar en un inminente conflicto social, “el actual estado de las cosas demanda remedios más heroicos y no paliativos que, en definitiva, nada han de resolver”.
            Y quienes realmente podían esforzarse en buscar soluciones, la clase política, estaban enfrascados en unas elecciones a diputado a cortes por el distrito de Ciudad Rodrigo –en pleno desarrollo carnavalesco- evidentes en su resultado, fruto del caciquismo orientado desde el gobierno: “El candidato ministerial, el señor marqués de Flores-Dávila[1], apoyado en la decisiva influencia de que aquí disfruta el señor Sánchez Arjona[2], será el diputado por este distrito en las próximas Cortes, si no ocurre algo anormal”, vaticinaba el corresponsal de El Adelanto. Y nada anómalo ocurrió, puesto que el escrutinio fue demoledor a su favor: 5.712 votos frente a los 2.112 que obtuvo el otro candidato, Eduardo Piñero.
            Pero las elecciones serían después del Carnaval. Ahora los mirobrigenses y sus autoridades estaban enfrascados en su organización. El 8 de enero el Consistorio decide la procedencia de las corridas: dos, domingo y martes, las aportaría el ganadero guinaldés Juan Aparicio y la restante el también propietario mirobrigense Anacleto Sánchez-Villares. Y siguiendo una costumbre inveterada, una comisión municipal[3] se desplazó el 31 de enero a Fuenteguinaldo, permaneciendo allí una jornada. Según apunta El Clarín, regresaron “con toda felicidad, elogiando las condiciones de los novillos”.
            En la misma sesión plenaria, la del 8 de enero, el alcalde, Juan Ballesteros, había dado cuenta de que “un aficionado al toreo” había remitido una carta pidiendo autorización para capear los novillos junto a sus compañeros, solicitando al efecto una subvención municipal, pretensión que caería en saco roto al argumentar el Consistorio que la “diversión es pública”, no sometiéndose a financiación alguna por participar en ella.
            Siguiendo con los preparativos carnavalescos, una semana antes de que se iniciase el antruejo –se desarrollaría del 20 al 22 de febrero- se da cuenta en la prensa local de la iniciativa de un grupo de personas para organizar “una gran mascarada, que saldrá el próximo domingo de Carnaval y que ha de superar en mucho a la que el año pasado nos divirtió y que llamó la atención por su gran novedad”, se apunta desde El Clarín, semanario que, tras perfilar algunos detalles de la iniciativa, critica el mal idiosincrásico que entonces también corroía al elemento mirobrigense: “No nos atrevemos a calificar el carácter de estos honrados convecinos nuestros; pero es lo cierto que, en cuanto a algún desgraciao, con la mejor buena fe, se le ocurre una idea feliz... ¡le cayó la lotería!; todos los demás se aúnan y confabulan contra él; hácenle una oposición sistemática; se le veja, se le insulta y se llega hasta llamarle loco. Así es que nada práctico se hace”, se lamenta el redactor del citado semanario mirobrigense. Y pone otro ejemplo: “Ahí tenemos el Círculo Mercantil recientemente creado. ¿A qué ha venido? Suponemos que a nada; pasará, desgraciadamente, como nube de verano”.
            Si la pretendida cabalgata había creado expectación, al igual que la iniciativa del citado Círculo Mercantil que se afanaba en constituir una “gran comparsa” para desfilar el Martes de Carnaval junto a “una magnífica carroza”, representando a todos los gremios de la localidad, no había menos expectación por la iniciativa generada por un grupo de amigos que estaban dispuestos a adquirir un “bravo y hermoso toro de pura raza para darle muerte en la Plaza Mayor el último día de Carnaval”. La propuesta se concretó el jueves lardero, 17 de febrero. Lo refiere El Clarín: “El jueves se verificó, con grande animación y entusiasmo, la traída del bravo toro que ha de ser lidiado el Martes de Carnaval por la cuadrilla mirobrigense de aficionados al arte taurino, y su encierro en el foso de la muralla, hecho por unos cuarenta jinetes. El bicho cogió, ya dentro del foso y sin consecuencias desagradables, a uno de los que se ocupaban en separarlo de los cabestros”.
            El Carnaval de 1898 se presentaba, visto este bagaje, “con gran variedad y animación”, pese a la crisis que anclaba cualquier atisbo de futura alegría. No obstante, recordaba El Clarín, que la “clase obrera” tendría “una peseta que gastar, porque suponemos que nuestra joven y celosa primera autoridad, haciendo un sacrificio, dará trabajo en esta semana a todo el que quiera, como se viene haciendo desde tiempo inmemorial, con el fin de que la mayoría del vecindario y los muchos forasteros que, como siempre, vendrán a honrarnos con su presencia, se diviertan y queden conformes y satisfechos”.
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            Todo estaba preparado para acometer un Carnaval que se presentaba “animadísimo: grandes comparsas, toros de muerte, bravos novillos, compañía de zarzuela, bailes de máscaras en el Casino Mirobrigense, en el Universal, en la Sociedad, en La Panera, en las Columnas, en el Círculo Mercantil la noche del lunes, además de los que se improvisen de candil y en la vía pública”, compendiaba El Clarín. Pero ese estado de felicidad inherente al preámbulo carnavalesco, fue constreñido de alguna manera por dos sucesos “desagradables” –tildaba el corresponsal de El Lábaro- que finalmente no tuvieron trascendencia, aunque en principio hizo temer consecuencias mayores. Primero fue la gravedad en que trocó la enfermedad de José Tomás de Mazarrasa, administrador apostólico de Ciudad Rodrigo. Se temió por su vida. De hecho, se le administró el sacramento de la unción de enfermos, el santo viático, ante la alarmante situación en que degeneraba su estado físico: “El acto del santo viático resultó a la par que solemne conmovedor, puesto que todo el pueblo concurrió con cirios, habiéndose agotado todos los que había en las cererías”, señala el citado periódico provincial[4]. Además, a la vista del deterioro de la salud de Mazarrasa, el alcalde decidió suspender, previa indemnización a los músicos y a los dueños del local, los bailes que la Sociedad de Artesanos organizaba en un inmueble inmediato al Palacio Episcopal.
            Afortunadamente, como reseñaba la prensa local y provincial, el administrador apostólico civitatense, cumpliendo los deseos de la mayoría de los mirobrigenses[5], recuperó su salud, mientras el Carnaval seguía adelante después de haber soportado y superado también el susto que ocasionó el fuego declarado a primera hora de la mañana del Lunes de Carnaval, tras el encierro, en el palacio que entonces pertenecía a la condesa de Canilleros[6], la casona de los Águila en la calle hoy dedicada a Juan Arias: “Empezó prendiéndose una chimenea, tomando al principio grandes y alarmantes proporciones por salir de aquella fuertes llamas; afortunadamente, y habiendo acudido inmediatamente las autoridades e infinidad de personas, pudo sofocarse el voraz incendio sin que se haya tenido que lamentar desgracia personal y siendo las pérdidas materiales de escasa importancia”, refería la crónica de El Lábaro.
            Aunque ya se había entrado en harina cuando ocurrieron los referidos sucesos, el Carnaval de 1898, “teatro de juerga continua”, se había adelantado al jueves lardero con el peculiar encierro que protagonizó el toro de muerte del Martes de Carnaval, encerrado en el foso para disfrute de los aficionados:

“Como la gente taurina,
que desde el jueves se unió,
y con gran sombra rompió
los moldes de la rutina”.

            Y llegó el Domingo de Carnaval con el protagonismo de los novillos del guinaldés Juan Aparicio, quien repetiría el martes: “En la mañana del domingo ya estaba la muralla llena de mirobrigense y forasteros deseosos de ver la entrada de los bichos que, con la atención de las gentes bien nacidas, nos rindieron galantes saludos al pasar por la calle Madrid”, señala Fatigas en la crónica de El Clarín,, para quien este primer día se contó con “tiempo, novilleros y ganado superiores”, aunque con algún susto:

Hubo sustos y gritaron,
porque un bicho se escapó
y en un portal se metió
hasta que al fin lo sacaron.

            De “superiores cornúpetos” tilda Fatigas el encierro que presentó el Lunes Anacleto Sánchez-Villares, de cuyo resultado en la plaza expresa en estos ripios:


Cándido los capeó,
con buen arte y arrogancia:
es de admirar la elegancia
con que siempre se portó.
Loores merece el Rifeño,
que es entendido y valiente
y le es cosa indiferente
sea el toro eral o cuatreño.
No omitiré al madrileño
apellidado Carmona,
que es bellísima persona
y torea con afán.
Por último, ¿qué dirán
de ese otro que se encona
delgadito, rubio y fino?,
que es en el arte taurino
un prócer, un buen capote
y por cierto que un garrote
hízole saltar un trino.
Todos los demás repito
que estuvieron de ¡ole ya!
y aunque yo no diga na
a todos les felicito.


Los bailes, la otra cara de la misma moneda carnavalesca, estuvieron “todos animadísimos; los jóvenes galantes, las damas encantadoras en extremo y los músicos armónicos y soplando a la maravilla” hasta las cuatro de la mañana, refiere el citado semanario local. Y el Teatro Principal también contó las sesiones por llenos para ver la actuación de la compañía de zarzuela, aunque, “a pesar de sus esfuerzos y de su vehemente deseo de agradar al público mirobrigense, no logró conseguirlo”, matiza el redactor de El Clarín.
            El remate del Carnaval de 1898 llegaría con los bailes de piñata que acogieron los salones de los distintos establecimientos de sociedad o públicos, todos ellos desarrollados con mucha animación, caso de los del Círculo Mercantil o del Casino Mirobrigense, sin obviar los del Arrabal de San Francisco. En esa misma jornada dominical, en La Caridad, propiedad de Juan Aparicio, se celebró una “jira campestre a la que asistió la crème de la sociedad mirobrigense y en las que los jóvenes demostraron en la lidia y muerte de un becerro su sangre torera”, señalaba el corresponsal de El Adelanto, destacando también que “hubo bastantes revolcones y se hizo derroche de alegría”.

[1] Manuel de Aguilera y Gamboa, Guzmán, Zúñiga, Pacheco, Osorio, Moctezuma, Contreras, Melo de Portugal... XVI Marqués de Flores Dávila por renuncia de su hermano Enrique. Manuel nació el 25 de agosto de 1848 y falleció el 6 de febrero de 1899. No llegó a ejercer un año su representación por el distrito de Ciudad Rodrigo. “Es hermano del marqués / de Cerralbo y liberal, / lo cual no creo que tenga / nada de particular”; coplilla de M. García Rey en Diputados fin de siglo (segunda hornada), 1898.
[2] Luis Sánchez-Arjona y Velasco. Nacido en Fregenal de la Sierra (Badajoz) el 26 de octubre de 1848. Fue elegido senador por la provincia de Salamanca en las legislaturas 1896-1898 y 1898-1899, renunciando a esta última tras ser nombrado senador vitalicio por real decreto en abril de 1898. Se trata de un personaje de mucha influencia en la Corte y, por supuesto, en Ciudad Rodrigo. Falleció en esta localidad el 23 de enero de 1934.
[3] Estaba integrada por el alcalde, Juan Ballesteros González; el regidor síndico, Juan Gasch Carnicer; y los concejales Germán Sánchez Aparicio, Antonio Giménez y Miguel Cid, junto al alguacil, Jesús Cuadrado. Lógicamente acompañados por el ganadero.
[4] El corresponsal de El Lábaro se explayó en su artículo del 22 de febrero destacando la fidelidad del pueblo mirobrigense hacia su prelado: “Desde la Catedral al Palacio [Episcopal] y en dos filas, estaban con velas todos los seminaristas internos, por entre los cuales pasamos otros dos ordenadas filas con gran recogimiento y silencio; bajo palio era llevado el Santísimo por el señor deán asistido de los canónicos más antiguos, señores magistral y Ortega; todo el Cabildo en traje de coro iba a las inmediaciones del palio, que era llevado por los señores senador Sánchez Arjona, juez de instructor, alcalde, primer teniente de alcalde, regidor González y ayudante del general; el farol lo llevaba el canónigo señor Mediero; también asistió con toda su cera la Hermandad de San José, de la que es presidente honorario nuestro reverendísimo prelado; detrás del palio seguían infinidad de mujeres casi todas con luces; en todos los semblantes se notaba la pena y el disgusto, habiendo tenido ocasión de observar que de varios ojos se deslizaban lágrimas, como muestra del sentimiento que embarga su alma...”
[5] No hay que olvidar que José Tomás de Mazarrasa fue un declarado antitaurino y, por extensión, anticarnavalesco, por lo que también se granjeó una notoria adversidad entre los aficionados a los festejos taurinos.
[6] María Consolación de Porres y Mendoza, VI condesa de Canilleros y II marquesa de Altares, nacida en Brozas (Cáceres) el 21 de septiembre de 1836 y fallecida en Madrid el 15 de enero de 1901.

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