sábado, 18 de abril de 2015

El último Carnaval del siglo XIX

El final de siglo coincide en Ciudad Rodrigo con una serie de acontecimientos que marcarían el devenir de la localidad, unos de forma esporádica pero con una profunda huella en la sociedad y en el entorno de la cultura, y otros con una proyección que se mantiene en la actualidad. Por una parte, 1900 es el año de la celebración de la Exposición Regional de Bellas Artes, Industria, Agricultura y Comercio[1] que, gestada a finales de 1899, tendrá en el mes de mayo su desarrollo con una serie de actividades asentadas esencialmente en la producción cultural y artística[2], completada con unos juegos florales y otras actividades –cabalgata histórica, corridas de toros, conciertos...- que generaron gran expectación. La inauguración de estos actos, recogida con fruición por la prensa periódica local y provincial, tuvo lugar el 26 de mayo.

            En torno a esa fecha, en concreto el día 27 de mayo, tuvo cabida otro acontecimiento señero para el futuro de la localidad: se procedió a la inauguración solemne del nuevo teatro[3], ubicado en la calle Gigantes, que fue bautizado con el nombre de fray Diego Tadeo González, trocado de forma casi inmediata en su seudónimo Delio, denominación que también el pueblo, de forma espontánea, cambiaría por la de Teatro Nuevo[4] en referencia al otro existente, el Principal, ubicado en su día en el solar existente entre las calles Talavera, Almendro y Cardenal Pacheco.
La Consistorial a principios del siglo XX
            Y, por último, aunque antes en el tiempo que los otros acontecimientos señalados, 1900 fue el año de la constitución del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Ciudad Rodrigo –denominado “Sociedad Humanitaria” inicialmente-, cuya sesión fundacional se celebró el 11 de febrero en la Casa Consistorial. Una institución que se implicaría de llenó en la vida de Ciudad Rodrigo, empezando por el Carnaval, al encomendársele la evacuación y la atención sanitaria inicial en su parque[5] de los heridos producidos en los distintos festejos taurinos. Entre las primeras dotaciones que consiguió el Cuerpo de Bomberos se encuentra el regalo de una camilla sanitaria, una donación que hicieron a finales de junio Vicente Terán y Juan del Amo, empleados de la tienda de tejidos que en su día tuvo el industrial mirobrigense Salvador Bazán y que, desgraciadamente, tuvo que utilizarse el 8 de diciembre de este mismo año en un accidente mortal que sufrió el artillero vasco Esteban Marina, cuando fue alcanzado por la onda explosiva de la salva del séptimo cañón que se disparaba con motivo de la fiesta de la Inmaculada Concepción desde la explanada de la muralla.
            El Carnaval de 1900 se desarrollaría entre el 25 y el 27 de febrero. Antes, el 30 de enero, siguiendo la liturgia acostumbrada, el Ayuntamiento procedió a firmar los contratos[6] con los ganaderos –más bien labradores- que aportarían las reses para los festejos taurinos de este antruejo: Manuel Paniagua, Antonio Moro y Miguel Sánchez serían quienes alquilaron las corridas, por las que percibieron respectivamente 500 pesetas. Cada una de ellas se nutría con 10 novillos mayores de tres años.
            El calendario festivo, no obstante, siguiendo la tradición, tuvo en San Blas su punto álgido previo al Carnaval. El corresponsal Víctor Risueño escribe una crónica para el diario Noticiero salmantino en la que detalla la celebración de la romería, que en esta edición estuvo pasada por agua. Al respecto señala que los romeros, llegada la noche, se trajeron de la “pintoresca dehesa de La Caridad (...) cintas de San Blas y las exquisitas rosquillas de igual nombre...”, además de “la alegre compañía de monísimas turcas que, muy bien disfrazadas, supieron dar, con bromas de buen género, al animado baile del Café Universal, el carácter de uno del más regocijado Carnaval”. En esta línea describe que entre los pasatiempos festivos de estos mirobrigenses se encontraban los “rabos postizos”, las serpentinas y las “batallas de confetti”[7].
            Era el preámbulo del Carnaval de final de siglo. Si en San Blas llovió, lo mismo ocurrió en el antruejo con un tiempo “desapacible”, señalaba el redactor de Miróbriga en la crónica que resumió en unas líneas el desarrollo de las carnestolendas. Como ya era costumbre, la “revolución” que significa el Carnaval se puso en evidencia en sus prolegómenos, aunque, explica el citado semanario mirobrigense, se vio mermada la asistencia de forasteros: “Se notó en la población afluencia de forasteros, aún de Portugal, si bien no tanta como en años pasados, sin duda alguna por lo desapacible del tiempo”. Pero daba igual. La diversión por bandera, como era costumbre, ya que “es la sociedad de Ciudad Rodrigo (...) tranquila y formal en alto grado, y su distintivo es el apego a la tradición y el culto a la formalidad”, enfatizaba el corresponsal de El Adelanto en la crónica retrospectiva de las carnestolendas; pero se trataba, se trata, sin duda alguna, de una transgresión: “Todas estas condiciones desaparecen al aparecer el Carnaval para dar lugar a una fiebre de diversión que por igual ataca a todas las personas que aquí residen, sin distinción de edades, sexos ni condiciones. Todos, por igual, abren un paréntesis de tres días en sus costumbres, abandonan sus negocios, dan de mano a sus ocupaciones y no se ocupan más que de inventar distracciones y de actuar ya de víctimas, ya de protagonistas, en las bromas propias de estos días”. Sin embargo, se cuenta con “el orden que todo lo preside, la armonía que reina entre todos y la carencia de broncas y riñas, frutas desconocidas en esta tierra”, afirma con satisfacción el cronista del citado diario provincial, quien no duda en lanzar una proclama en busca de que algún literato visionario se fije en la esencia del Carnaval para darle pábulo: “Conservan estas fiestas su carácter típico y castizo y son dignas, en una palabra, de que un buen escritor, dotado de alto espíritu conservador, las retrate con el vigor que las distingue”.
Anuncio de artículos de Carnaval en un semanario mirobrigense de finales del siglo XIX
            No ocurrió en ese tiempo. Tampoco en el presente. Pero no fue óbice para que el Carnaval reflejase la esencia de aquel espíritu que, rebasado otro siglo, parece mantenerse y aumentarse.
            Aquel de 1900 fue un Carnaval “infernal”, en referencia a la climatología, pero que, sin embargo, no retrajo el ánimo de los mirobrigenses, ya que el tiempo “aquí ha pasado desapercibido y el encierro de los novillos y la lidia de estos se ha hecho en medio de un diluvio, pero sin que ni en los tablados ni balcones se viera un solo claro. Estoicamente se han aguantado chaparrones capaces de aguar todas las fiestas, y los toreros, descalzos y calado, han inventado una variedad del arte de Montes[8] y demostrado su naturaleza anfibia”, señalaba el corresponsal de El Adelanto. Resume también que “revolcones los ha habido a millares, pero sin más consecuencias que salir las víctimas de la refriega emparedadas en fango y con algunos chichones”.
            La crónica del semanario Miróbriga destaca que un novillo del Lunes de Carnaval, lidiado en quinto lugar en el festejo vespertino, “distrajo largo rato a los mirobrigenses”, ya que derribó la puerta de salida a la calle Madrid para escaparse. En su huida, “seguido del gentío que es consiguiente en tales casos”, el novillo recorrió buena parte del casco histórico, ya que tras salir por El Registro decidió volver al casco histórico accediendo por la Rúa del Sol y recorriendo las calles Muralla, Madrid, la plazuela del Conde, Cadimus... hasta llegar al seminario San Cayetano, desde donde desanduvo el camino recorrido y salió al campo por la Puerta del Conde. “En su carrera el cornúpeto dio grandes sustos y también motivó a mil escenas cómicas”, refiere el redactor del citado semanario local.
            En general, el ganado resultó aceptable, dando “suficiente juego en la lidia”. Por lo que respecta al Carnaval social, el que se desarrolla en los locales mirobrigenses al uso, en el Teatro Principal hubo un lleno completo durante las tres noches para presenciar las zarzuelas programadas: La czarina, Don Dinero y La mujer del molinero. La animación también llegó a los bailes, “tanto de sociedad como públicos, arrojándose en unos y otros buena cantidad de confetti y serpentinas”. Y en el Casino Mirobrigense se lucieron “buenos pañuelos de Manila y riquísimos trajes de charra, ya por forasteras como por hijas de esta localidad”, entre las que se encontraban las “señoritas de Torroba, Llorente, Montes, Asiaín Carofa, Aparicio, Iglesias, Mateos, Navarro Tejedor, Cuadrado, Doú y otras”, quienes “convirtieron el salón en sucursal del paraíso”, resaltaba en su crónica Manuel Rubio Asensio, corresponsal de El Adelanto.
            Sin embargo, “comparsas y disfraces pocos han figurado en todas las fiestas”, se apunta en Miróbriga; “y salvo algún niño bien vestido, ha reinado en esta materia poco gusto, pues no se ha salido del ordinario dominó”.
            También era tradición, como colofón al Carnaval, celebrar el llamado baile de piñata en el Casino Mirobrigense. José Tomás de Mazarrasa, administrador apostólico de Ciudad Rodrigo y obispo titular de Filipópolis, crítico con los festejos taurinos y las diversiones pecaminosas, por ejemplo los bailes, había presionado a la junta directiva del citado local para suspender el baile programado para el Domingo de Piñata. Para dilucidar sobre este asunto, se celebró una junta general de socios que “resultó borrascosa” –se señala en un suelto en El Adelanto- y que se remató con la dimisión de la directiva del Casino. Se nombró una nueva junta que zanjó la polémica con el acuerdo de que se celebrase, como era costumbre y pese a la oposición episcopal, el tradicional baile de piñata.

[1] Finalmente quedaría concretada en Exposición Regional de Bellas Artes e Industria.
[2] En el número 5 del semanario Miróbriga, de 25 de febrero de 1900, se informa, mediante una circular de la comisión organizadora –presidida por el alcalde Luis Díez-Taravilla y Ojesto y que contaba con Ricardo Mateos García como secretario (sería nombrado por su trabajo en ese puesto hijo adoptivo de Ciudad Rodrigo en la sesión plenaria del 23 de junio de 1900)-, del plazo para la admisión de los trabajos: “Todos los que deseen tomar parte en la Exposición Regional de Bellas Artes e Industrias que se celebrará en esta ciudad en el mes de mayo tendrán presente que la admisión de trabajos que empezó el 1º de noviembre de 1899 termina en 15 de abril próximo; que pueden entender con el Sr. Delegado del pueblo de su residencia, o el de la capital de su provincia, o bien directamente con la secretaría de esta comisión para enterarse de cuantos informes quieran tener respecto a este certamen; que los premios que se han de dar a las obras, serán de honor, medallas de primera, segunda y tercera clase y accésit; que los trabajos que se puedan exponer son: 1º. Cuadros al óleo, de historia, marinas, paisajes, retratos, etc. 2º. Acuarelas, pintura escenográfica, decorativa y trabajos hechos a pluma. 3º. Escultura y talla en madera, barro o mármol. 4º. Grabados. 5º. Bordados en blanco y colores. 6º. Flores artificiales. 7º. Restauraciones de cuadros y esculturas. 8º. Objetos antiguos de arte. Y 9º. Los productos de la industria y oficios de la región. Ciudad Rodrigo, 24 de febrero de 1900”.
[3] Los planos fueron realizados por el comandante e ingeniero militar Pascual Fernández Aceituno, mientras que la ejecución de las obras fue realizada por el maestro de obras y solador Tomás Alonso Herrero, a la sazón concejal del Ayuntamiento mirobrigense.
[4] MUÑOZ GARZÓN, Juan Tomás: “De nuevo, el teatro”, Libro de Carnaval de 1986, n.º 7, Ciudad Rodrigo, 1986, pp. 31-33.
[5] FIZ PLAZA, Joaquín, Coord.: Canciones para Carnaval. Ciudad Rodrigo 1890-1936, Salamanca, 2009, pp. 192-193. El cronista hace referencia, según sus apuntes, a que el primer parque de bomberos estuvo ubicado en la calle del Enlosado, hoy Cardenal Pacheco, en el primer inmueble a mano derecha saliendo de la plaza. Posteriormente, a finales de 1900, el gobernador militar de la provincia y plaza de Ciudad Rodrigo, el general de brigada Miguel Sanz y Coll, cedió al Cuerpo un local en la calle Madrid –que posteriormente fue sala cinematográfica-, en donde, entre otras actividades, se atendía en primera instancia a los heridos hasta allí evacuados.
[6] AHMCR, Caja 300, Festejos de Carnaval, 1824-1912. Condiciones para la contratación de las corridas del Carnaval de 1900: “1ª Es obligación del dueño del ganado encerrar este y por su cuenta en la Plaza Mayor. 2ª Si algún novillo se inutilizara después de entrar en el alar, se tasarán los perjuicios por peritos nombrados por las partes, y su importe lo abonará el Ayunt.o, quedando a beneficio de este la res inutilizada en absoluto y en el caso contrario, abonará al ganadero el importe de la tasación de la inutilidad relativa. 3ª El Ayunt.o abonará al contratista la cantidad de quinientas pesetas por dicha corrida. 4ª La hora del encierro será entre siete y nueve de la mañana, y el ganadero contratante se obliga a intentarlo tres veces, por lo menos, dentro o fuera de la hora mencionada, y en caso de no poder verificarlo, quedará relevado de toda responsabilidad, sin poder ni la una ni la otra parte exigirla. 5ª Cada corrida se compondrá de diez novillos mayores de tres años y se considerará corrida completa siempre que se encierren ocho, para los efectos del pago, pero si se encerrase menos de ocho, se abonarán los encerrados a prorrata, o sea, a razón de cincuenta pesetas cada uno. 6ª El contratista queda responsable ante el Ayunt.o en el caso de no cumplir lo estipulado y sujeto a la multa que le imponga, que no podrá exceder del importe de una corrida. 7ª El pago de esta se hará por el depositario en la misma semana en que se celebre. Al cumplimiento del presente contrato se obligan de la manera una y solemne las dos partes contratantes y firman conmigo, el s.rio, de que certifico”. 
[7] Noticiero salmantino, de 6 de febrero de 1900: “Son muy vistosas y entretenidas estas últimas [batallas de confeti], no por el buen orden con que se riñen, sino por la profusión de papelones, artículo del que hoy día se adquiere mediante ‘dos perras’ cantidad suficiente para sepultar a uno bajo una espesa ‘capa’ de papeles. Hace pocos años no sucedía esto –afirma Víctor Risueño-, pues el confetti era aquí desconocido, teniendo que suplir su falta los activos mirobrigenses con otro disforme e irregular, y que mucho tiempo antes de Carnaval comenzaban a fabricar. Con este motivo, era cosa de ver familias numerosas, tribus más bien algunas de ellas, entregadas a la tarea de picar papel, con un ardor y entusiasmo rayano en el delirio. Provisto cada individuo de largas tijeras, reducían a pequeños fragmentos esquelas de defunción, la correspondencia del año, poesías del zapatero felicitando las pascuas, cédulas, bulas y en fin todo cuanto caía en sus pecadoras manos. Hoy ya estos picadores de papel han caído en desuso y las ‘bolsas’ del confetti son el verdadero acontecimiento del día.
“Desde el día de San Sebastián, las jóvenes van por doquier luciendo preciosas ‘bolsas’ de raso que, rellenas de confetti la menor parte de las veces, llevan colgando unas de su blanca muñeca, otras de su bien torneado cuello y algunas a estilo de faltriqueras atadas a su estrecha cintura. Es grandísima la animación que todas estas bromas carnavalescas llevan a los paseos, sobre todo al de los soportales de la plazuela de Béjar, adonde acuden palpitantes de emoción y el corazón rebosando de contento todas las bellas de este pueblo tan feliz como zumbón”.
[8] Se refiere al diestro gaditano Francisco de Paula José Joaquín Juan Montes Reina, más conocido por su nombre artístico. Paquiro (1805-1851).

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