domingo, 19 de abril de 2015

La portada del convento de Santa Cruz

Si hace unos días escribía de la fundadora del convento de Santa Cruz, extramuros de Ciudad Rodrigo, la noble dama mirobrigense Beatriz Pacheco Maldonado, en esta ocasión quisiera aportar algunos datos, que considero novedosos, sobre una parte esencial del monasterio agustino. Se trata de un documento que se encuentra en el Archivo Histórico de Salamanca, datado en Ciudad Rodrigo en 19 de diciembre de 1561 y refrendado por la escribanía de Pedro de Párraga, referente al contrato para la adjudicación de la obra necesaria para ejecutar la reforma de la portada del edificio conventual, encomienda que asume el maestro de cantería Pedro Pérez ante el mayordomo del cenobio, Miguel de Secadura.

            El convento de Santa Cruz, como ya apunté hace unos días, fue fundado en tiempos del obispo Juan Tavera, prelado que donó la antigua parroquia de Santa Cruz para que, en torno a ella, se gestase la construcción del monasterio favorecido por Beatriz Pacheco. La donación y la toma de posesión de la iglesia se fijaron en 1517, empleando la citada dama en su ampliación y dotación los recursos de que disponía. Sabemos que la inversión debió de ser cuantiosa y que se evitaron los gastos suntuosos, al menos eso puede desprenderse del citado contrato de obra que apunta la existencia de una portada sobria, construida en ladrillo, y que se quería sustituir por otra de sillería con piedra de las canteras de Ciudad Rodrigo, blanca y que no fuera heladiza ni pelosa.
Plano esquemático del convento de Santa Cruz en 1810
            La obligación para que Pedro Pérez construya la nueva portada del convento agustino cuenta como fiadores con los brosladores Juan Vicente y Juan de Cadanillanos, vecinos de Ciudad Rodrigo, al igual que lo era en ese momento el maestro de cantería que pudiera ser que realmente se tratara de Pedro Pérez de Ybarra, vecino de Salamanca y casado con otra Maldonado –Antonia de Maldonado y Barrientos, posible pariente de la fundadora Beatriz Pacheco-, que en esos años –entre 1558 y 1561- está documentada su presencia en Ciudad Rodrigo, vinculada a las obras del Palacio de los Águila.
            Sabemos también que el maestro cantero Pedro de Ybarra, al que suponemos padre de Pedro Pérez de Ybarra, se le había encomendado inicialmente la traza y ejecución de la portada del convento de Santa Cruz y que, tal vez por la densidad del trabajo que estaba desarrollando en Ciudad Rodrigo por esa época –especialmente en las obras del convento de San Agustín y en la capilla mayor del convento de San Francisco- delegará en su hijo Pedro la ejecución final del proyecto.
            Por entonces Pedro de Ybarra ya había fijado los pies derechos necesarios para afianzar los trabajos y desmontar la antigua portada de ladrillo del convento; se contaba con los planos o traza de la obra necesaria y se contaba con el compromiso para financiar los trabajos. Además, en el pliego de condiciones se retoman distintas cláusulas convenidas con un tal Mitata (¿Lucas?) para el acarreo de la cal, la madera y el agua necesaria para la obra y que sería por cuenta del monasterio.
El citado 19 de diciembre de 1561 Pedro Pérez firmará el contrato, la obligación para ejecutar los trabajos, una obra que la he de dar hecha e acabada la dicha portada desde aquí al viernes venidero de Lázaro del año venidero de mill e quinientos e sesenta e dos años por preçio de veynte mill mrs. en dineros. Una cifra nada despreciable esos 20.000 maravedíes, ya que, como antes apuntaba, se me a de dar la cal e que el agua la an de dar e hecharla fuera para la dicha obra hechándola de dentro del dicho monesterio por el dicho serviçio con tanto que de allí la he de llevar para la dicha obra e la he de azer segund e como está en la escritura de Mitata.
Como elementos decorativos opcionales, el contrato señala que sy quisieren que ponga un escudo que paguándome por él lo que tasare Santos Garçia, platero, vecino de la dicha çibdad, lo he de azer conforme e que a mi costa e de azer una cruz con su calvario conforme a la traça vieja, especifica la obligación antes de pasar a estipular las condiciones del contrato.
            Entre ellas se apunta que he de calar e minar los çimientos para ver sy están buenos e firmes a vista de ofiçiales, que basten e sean firmes, e sy no, que los e de azer asta lo firme a mi costa e con que he de dejar tapada la dicha higlesia como al presente está a mi costa. Además, y por su cuenta y la de sus fiadores, Pedro Pérez se obliga a desazer la obra vieja a mi costa e apuntalarla lo que fuere menester con que todo esté seguro y sy dello veniere o perjuhizio a la dicha iglesia lo asumirían sin mayores problemas.
He señalado también que la piedra para labrar los sillares debería proceder de una cantera de buena piedra blanca, sin tachas, concretadas en que se deben evitar los bancos expuestos a las heladas por la afectación que supone en la estructura de la piedra, evitando también pelos en la misma, favoreciendo de esta forma una mayor perdurabilidad. Otras condiciones señalan que he de azer toda la dicha obra de dentro e de fuera de silliría y escodada y bien a vista de ofiçiales; que he de azer la dicha portada de ocho pies de ancho e doze de alto e de acompañamiento de çinco pies de cada parte, e todo ella a de sobir veynte pies en alto y he de dejar de cada parte, cuya parez la traerá de la dicha puerta çinco pyes de hueco, una descripción que nos sirve para imaginarnos la relevancia de la obra prevista. Pero la ejecución de los trabajos debe considerar también la seguridad claustral de las religiosas, por lo que no he de derrocar la dicha portada vieja asta que toda la piedra esté labrada e no de otra manera, evitando de esta forma la apertura dilatada de vanos que pudieran provocar problemas en las costumbres de la comunidad agustiniana.
Firma del maestro cantero Pedro Pérez. AHS.
El pliego recoge otras obligaciones sobre los plazos de ejecución de obra y sus certificaciones; además, deja claro que sy el dicho convento quisiere el ladrillo de la portada vieja, ques de ladrillo, quel convento sea obligado a paguar la mitad de los peones que fueren menester para sacar el ladrillo y no otra cosas más de ser obliguado el dicho convento esto que dicho es el dicho convento no lo e de dar. Además, en el ajuste de la portada en la estructura conventual, Pedro Pérez y el mayordomo del monasterio de Santa Cruz acuerdan quel acompañamiento de la dicha portada, que son çinco pies cada parte, que son todos e por todos con el ueco dexiocho pies y asta el remate de la cruz, an de ser veynte pyes de alto y an dir todos en cuadro desde lo bajo asta lo alto de la dicha cruz, altor de los dichos diez[e]ocho pyes.
Con esta obligación y con los detalles señalados es de suponer que se ejecutase la obra y que la fundadora, Beatriz Pacheco, viera con satisfacción la sustitución de una pobre portada de ladrillo por otra con mayor enjundia, más suntuosa y digna en donde, casi con toda seguridad, se colocaría la heráldica agustiniana y el Calvario de la Santa Cruz, en recuerdo de la advocación del monasterio al haberse levantado en el espacio que antes ocupaba la iglesia de Santa Cruz. Y digo que Beatriz Pacheco debió disfrutar de la nueva portada porque, si los plazos estipulados se cumplieron, el Viernes de Lázaro de 1562 estaba rematada la obra y la noble dama mirobrigense fallecería envenenada por su esclava el 3 de julio de 1572, casi 10 años después de concluida la portada.

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