lunes, 20 de abril de 2015

Crisis económica y social en la II República: huelgas generales en 1932 y 1933

La crisis económica y social, con un paro obrero galopante y una carencia de recursos para las inversiones necesarias que favoreciesen la ocupación laboral, iba minando a la sociedad mirobrigense, especialmente al campesinado y a los operarios de distintos gremios, todos ellos vinculados con la construcción. No era una crisis puntual. Ciudad Rodrigo y toda España estaban ancladas en una crisis permanente, arrastrada durante décadas gracias a la incapacidad de los distintos gobiernos, incluso regímenes, que habían generado la desconfianza y el descontento general.

            La irrupción de la II República nada nuevo trajo para Ciudad Rodrigo, aparte del baile de alcaldes incapaces de dar solución a los problemas que acuciaban a la ciudadanía. La radicalización de posturas iba concretándose a medida que avanzaba el régimen republicano. Las afiliaciones políticas y sindicales eran prácticamente normativas para intentar vislumbrar el futuro, llegando al caso de que eran denunciados aquellos obreros que carecían de carnet o afiliación sindical.
El Parque de Artillería en 1927, antes de que se convirtiera en la sede del Instituto de Segunda Enseñanza
            No había trabajo, ni nada que llevar a casa para alimentar a la familia. Era un caldo de cultivo, una bomba de relojería con el tiempo fijado. Pasaba en otras localidades, en otras regiones y en toda España. La espita estaba abierta y comenzó a derramarse el fluido del desencanto en forma de paros, de huelgas generales reivindicando algo tan fundamental como el trabajo. Ocurrió también en Ciudad Rodrigo a mediados de noviembre de 1932. El día 12 se declaró huelga general, auspiciada por el campesinado y los trabajadores de la construcción. Unas 600 personas se sumaron en principio a la convocatoria abanderada por UGT Se unió el comercio y demás servicios. Hubo negociaciones infructuosas con las autoridades provinciales, quienes, incapaces de ofrecer soluciones, apostaron por la represión mandando 50 elementos de la guardia de asalto a Ciudad Rodrigo. Era una huelga formalmente ilegal, pero tranquila, sin más incidentes que los derivados de una marcha cívica que acabó arrojando piedras a los escaparates de aquellos establecimientos que habían decidido abrir sus puertas, abandonando la huelga. Habían pasado varios días y los ánimos se caldeaban, sobre todo por la inoperancia de las autoridades locales y provinciales. Sin embargo, pese a esos puntuales incidentes, el paro obrero careció de tintes violentos, como reconocieron todos los medios nacionales que siguieron puntualmente los acontecimientos de Ciudad Rodrigo.
            A mediados de diciembre, un mes después de desatada la huelga, comenzó a vislumbrarse una salida al conflicto. Las obras para la construcción del canal del Águeda y acequiar la vega del río y el inminente comienzo de la reforma del antiguo cuartel de artillería para convertirlo en sede del instituto local de segunda enseñanza[1], junto con las obras municipales previstas –sobre todo pavimentación de calles y plazas-, favoreció la suspensión de la huelga general, comprometiéndose las formaciones políticas y sindicales a subsanar y hacerse cargo de los daños causados, especialmente por la rotura de las lunas de escaparates de diversos establecimientos.
            Se acercaba la Navidad y un nuevo año estaba a la vuelta de la esquina. El parche estaba puesto, pero no era la solución. Incluso el católico semanario Mirobriga, que había visto cómo se suspendía su publicación entre el 6 de agosto y el 4 de diciembre de 1932 por su desafección con el régimen[2], quería ver signos de recuperación, una puerta abierta al futuro inmediato con la llegada de 1933: “Encauzado y puede decirse que conjurado el paro obrero, merced a las obras del pantano y a las del nuevo instituto, hállase el ayuntamiento, y con él cuantos mirobrigenses se interesan por el bienestar del pueblo, en condiciones de planear detenidamente los medios necesarios para preveer el futuro sin prisas agobiadoras, que casi siempre determinan soluciones menos convenientes...[3]” Pero la realidad sería otra. El apósito colocado para paliar la crisis obrera se desprendió en los primeros meses de 1933, desatando una nueva huelga general que comenzaría a las 11 de la mañana del 25 de abril.
José Andrés y Manso
            Un día antes del inicio de la huelga, lunes, el comité de los huelguistas había difundido un comunicado con sus reivindicaciones. La primera no dejaba dudas de la gravedad de la situación: “Expulsión de los obreros foráneos que trabajan en la localidad”. Las otras peticiones se centraban en la adjudicación de obras para el mantenimiento de carreteras o el reinicio de los trabajos en el canal y presa del Águeda.
Las gestiones del alcalde con el ministro de Obras Públicas, Indalecio Prieto, -le envió un telefonema- dieron como resultado el compromiso por escrito del citado ministerio para afrontar de inmediato reparaciones en el firme en algunos tramos de dos carreteras del Estado: la de Salamanca a La Alberguería de Argañán y la de Ciudad Rodrigo al puente del Guadancil, además de la vía a Fermoselle. Y se comprometió a licitarlas de inmediato en La Gaceta de Madrid.
En la tarde del domingo, 30 de abril, el comité huelguista, el alcalde y el presidente de la federación obrera, José Andrés y Manso, alcanzaron un principio de acuerdo para suspender la huelga: el compromiso para colocar durante 20 días a 66 de los 103 obreros parados en aquel momento.

[1] La subasta para la ejecución de las obras fue adjudicada al constructor salmantino Ramón Centeno Hernández por un montante de 214.900,92 pesetas.
[2] Fue una disposición gubernativa –Ministerio de la Gobernación- que afectó a un centenar de periódicos españoles. Al reanudar la publicación, el que había sido hasta entonces director del semanario mirobrigense, el canónigo Joaquín Román Gallego, dejó la dirección motivado oficialmente por razones personales –laborales-; fue sustituido por el también sacerdote José María Blanco.
[3] Miróbriga, número 545, de 1 de enero de 1933. Portada del semanario.

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