sábado, 16 de mayo de 2015

Una anécdota vinculada a los restos de la plaza de toros del Hospicio en 1917

Apareció publicada el 16 de junio de 1917 en las páginas del diario El Salmantino una anécdota vinculada, de alguna manera, a los restos de la destartalada, por entonces, plaza de toros que existió en los corrales del antiguo hospicio, instalación de la que ya hemos escrito en algunas ocasiones. Los elementos fundamentales de la plaza de toros se conservaron en este tiempo, aunque el coso estuviera desmontado y el resto de las dependencias abandonadas, como lo demuestra una anécdota que recoge Trincherillas, el corresponsal de El Salmantino en la comarca de Ciudad Rodrigo.

     Literalmente, este fue el relato: De Ciudad Rodrigo. El suceso de los solares de la Plaza de Toros. Dos intrépidos andarines. En busca de la verdad. El hombre mujer o la mujer hombre. El susto de unos chiquillos: alarmas, sustos y carreras. Pura fantasía. Epílogo. ¡Maldito perro!. Con estos subtítulos, que avanzan todo el contenido, el corresponsal entra en harina: Terminada la procesión de las espigas en la madrugada del domingo, dos intrépidos andarines y conocidos comerciantes de esta plaza, don Juan Sánchez y don Tomás Vidriales, acordaron hacer una marcha de resistencia (34 kilómetros), sin más equipo que un paraguas para resguardarse de los rayos solares y una escopeta de salón para entretener sus ocios carretera adelante.
Portada de El Salmantino correspondiente a la noticia
El cronista, comprometido con ellos para salir a esperarles a su regreso, a las seis de la tarde y escuchando el estruendo del trueno algo lejano, giró por la carretera de Salamanca hasta divisar dos puntos negros que se agrandaban por momentos hasta convertirlos en figuras de hombres.
Me acerqué a ellos, que, jadeantes, sudorosos y completamente aborrajados, apretaron mi mano.
Me contaron sus cuitas y percances ocurridos en la excursión, y entre charla y charla, cigarro y cigarro, llegamos a la Plaza de Toros: la carretera estaba interceptada por numerosos grupos de personas de ambos sexos que manoteaban, gesticulaban…
¿Qué pasaba? Fuerza será preguntarlo. Nos acercamos a un grupo y a nuestra interrogación contestan que un hombre vestido de mujer y con antifaz había saltado por las tapias; un mocetón fuerte, robusto, de mirar cansino, dice y asegura que no era hombre y sí mujer vestida a lo masculino; mala vista tienes zagal, interrumpe un dependiente de consumos: ¡si le he visto bien los pantalones de pana! En esta discusión estaban cuando un chico desarrapado y sucio exclama, lleno de sobresalto y emoción: ¡El fantasma, el fantasma!
Los chiquillos escapan asustados, los hombres y mujeres penetran en los inmensos corrales y… allá vamos todos. Registran la maleza, las ventanas, tapias y demás escondites. Llega la policía, el inspector de ídem, dependientes de consumo… Los grupos van engrosando y… el duende no parece: ‘Por aquí’, dice una voz; ‘lo he visto, me ha tirado una piedra’.
Nuevas correrías, voces, tumultos. El amigo Vidriales consulta el reloj: las nueve y media, nos dice. Caramba, vámonos a cenar, pues va a ser cosa de tener que estar toda la noche al sereno.
Y nos retiramos a casa, no si antes hablar con la policía a la que aseguramos que bien pudiera ser pura fantasía lo del fantasma.
Y… acertamos. Al día siguiente nos dicen que requisados todos los rincones y escondites, el resultado ha sido encontrar en uno de los rincones las huellas de un magnífico perro que al abandonar el lugar del siniestro dejó entre las yerbas los restos sanguinolentos de una piel de oveja. ¡Maldito perro!

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