lunes, 25 de mayo de 2015

Discusiones sobre si se debía o no celebrar el Carnaval en 1897

“Nos adherimos de todas veras, a la proposición que hace El Eco de Castilla, diario de Valladolid, pidiendo al pueblo y a las autoridades que se supriman las fiestas de Carnaval y se destine el dinero que en ellas hubiera de gastarse a remediar los males de nuestros soldados en Cuba y Filipinas, y la miseria de las clases jornaleras”, refería La Lealtad[1] en su número del 21 de febrero. Fue esta la única referencia que en la prensa periódica, local y provincial, se hizo sobre el antruejo mirobrigense en 1897. La crisis obrera, motivada por la falta de trabajo y la derivación de fondos para atender los conflictos bélicos abiertos en ultramar, había derivado en una hambruna que afectaba a decenas, cientos de miles de españoles, acuciada también por una paupérrima cosecha de cereales, sustento mayoritario de muchas familias. Todo ello determinó en la decisión de suspender los festejos carnavalescos en numerosas ciudades y pueblos de España, idea que también se sopesó en la localidad mirobrigense, para derivar el gasto en jornales para los trabajadores.

Paseíllo en una corrida celebrada en la plaza de toros de los corrales del Hospicio a finales del siglo XIX
Ciudad Rodrigo, que parecía estar siempre en crisis por motivos estructurales en una sociedad dominada por los terratenientes, grandes propietarios y caciques, intentaba remediar, más bien parchear la situación con medidas puntuales que buscaban acercar un mendrugo de pan a los jornaleros. En esa línea, después de que las iniciativas municipales no mitigaran la situación, y a la vista de que una estructura que había permanecido estable en los últimos años, como era la plaza de toros de madera del Hospicio, se estaba deteriorando, el Consistorio se plantea su desbarate a instancias de los propios trabajadores como fórmula para mantener durante algunas semanas un jornal con el que atender a la penuria familiar que sufren. La evidencia la encontramos en la sesión del 16 de enero de 1897 cuando el alcalde, Aquilino García Carvajal, se dirige a la Corporación haciéndole saber que “los carpinteros de la localidad habían acudido a él en demanda de trabajo, puesto que los emprendidos por la Corporación no dan cabida a su oficio para ganar algún jornal”. A la vista de esta situación, y siendo pragmático, propuso el “desbarate de la plaza de toros, alegando para ello el ser la única obra en que hoy se les pudiera dar trabajo y que, al propio tiempo y dada la falta de recursos municipales, se les podía pagar con el producto de la madera que se vendiera, y que además beneficiaría al Ayuntamiento el producto de la madera útil que se sacara y que cada vez será menos por el transcurso del tiempo”.
Es palmario que la situación económica en Ciudad Rodrigo afectaba a todos los sectores, incluida la gestión municipal, y que el Consistorio lo único que podía hacer era tirar de sus propios recursos, aunque para ello tuviera que, como es el caso,  renunciar definitivamente a contar con una plaza de toros estable. Y, tomada la decisión, lo importante es evitar que el maderamen se siga deteriorando y pierda valor. De ahí la decisión municipal de desbaratar la construcción, de madera y mampuesto, con el apoyo de la mayoría de los ediles. Así lo refrendan los concejales Ladislao Sánchez-Manzano, Manuel Gasch Carnicer y Aquilino Romo Mesa en la citada sesión de enero de 1897, en la que manifiestan su opinión favorable a la “desaparición de la plaza”, abogando por buscar el mejor momento para su desmantelamiento. Toda la Corporación asiente para que “se procediera al desbarate [de la plaza] con orden y mesura para el mejor aprovechamiento y con el número de operarios que fuera necesario”[2].
            El desmantelamiento de la plaza del Hospicio había sido pospuesto, pero lo que no se podía retrasar era la atención a los jornaleros, pero el Ayuntamiento no tenía medios para hacerlo. La gestión municipal continúa buscando remediar en algo la crítica situación social de la mayoría de los mirobrigenses, al tiempo que no se deja de lado la organización del antruejo, otro aspecto que motivaría cierta controversia en el Consistorio: aunque se habían iniciado las gestiones para contratar las corridas del Carnaval, como se pone de manifiesto en el acuerdo del 23 de enero, la situación crítica del campo también se presentaba como una rémora para encontrar novillos, tal vez una excusa vinculada a la intención de suspender el antruejo que seguía orbitando entre los miembros de la Corporación. Pese a que la comisión de Festejos, a través de su portavoz Miguel Hernández Rodríguez, expuso los problemas para localizar el ganado, “dadas las condiciones poco favorables del año”, desde el propio seno del Consistorio se estimula a los comisionados para que “siguieran con interés sus gestiones por ser la única diversión popular del gusto del vecindario y que disfruta en el año de balde”; el recurso del clásico “pan y toros”, pero sin el elemento fundamental.
            En la siguiente sesión plenaria, el alcalde, Aquilino García, se quita el disfraz para intentar coger el toro por los cuernos: “El señor presidente [de la Corporación] opinó por qué debía de suprimirse en el presente año, como excepción, el antiguo festejo de corridas de novillos en estos días, teniendo en cuenta para ello las dos guerras que sostiene la nación, las muchas desgracias y gastos nacionales que han ocasionado y seguirán ocasionando y la miseria de la clase proletaria por razón de la última mala cosecha de cereales”. A esta situación general, el alcalde y abogado mirobrigense sumó la “falta de recursos del Ayuntamiento y la conveniencia de facilitar jornales a la clase obrera con lo que se había de gastar en el festejo de corridas”. Arguye también que si se afronta la organización del Carnaval y teniendo en consideración los menguados recursos municipales, “sería hasta acaso necesario suspender obras para atender a los gastos de festejos”. Insistiendo, el alcalde suma a su exposición que “debía tenerse en consideración el malísimo estado del ganado vacuno por la carencia que ha sufrido de pastos”, lo que podría dar lugar a “cuantiosos gastos al municipio con relación a desgracias de ganado, que no podrán fácilmente calcularse y que deben considerarse de importancia, dada su mala situación actual”.
            El concejal Benito Rubio Caño “impugnó” los argumentos del alcalde con una sólida defensa del Carnaval, “la inveterada y antigua costumbre popular en que es la única diversión de que gratuitamente disfruta en el año el pobre”; hace ver que “no se lesionan en nada los intereses de la clase jornalera” y opina que “en poco o en nada pueden aminorarse los jornales que el Ayuntamiento ha de dar a la clase obrera”. Es más, señala el edil Rubio que “la sola realización del festejo de corridas de novillos le produce numerosos jornales tanto municipales como particulares, quedando estos últimos menos al cargo del Ayuntamiento y utilizando la equivalencia de otros muchos con el producto de tendidos”. Asimismo, insiste este ferviente defensor del antruejo, “estos mismos festejos producen un ingreso local de consideración, ya por el aumento de ventas y desembolsos obligados a forasteros, ya por el mayor consumo alimenticio, que remunera en todo o en una gran parte el desembolso municipal, quedando este mayor ingreso por la continuación de las obras empezadas”.
            No queda ahí la defensa que del Carnaval hace el edil Rubio, tras asegurar que las causas esgrimidas para que otras poblaciones hayan decidido suspender el Carnaval no se pueden aplicar a Ciudad Rodrigo. Y respecto del argumento expuesto por el alcalde sobre la mala situación del ganado vacuno en la actualidad, el concejal asegura que “no deben de preocupar al Ayuntamiento, puesto que este ha de contratar con condiciones ya tenidas por generales, y los ganaderos contratantes procurará reponer sus ganados para que los lleven asimilándolos a años anteriores; y que puede muy bien suceder lo contrario que el señor presidente teme, y que en el actual no ocurran desgracias de reses”.
            Estos argumentos derivaron en una “animada discusión” en la que participaron todos los miembros de la Corporación que asistieron a la sesión, rematada con una votación en la que salió por mayoría –seis votos contra dos- que el Ayuntamiento contratara las corridas para el Carnaval de 1897, que se desarrollaría entre el 28 de febrero y el 2 de marzo. Y así, en la sesión del 30 de enero, la comisión de Festejos da cuenta de las gestiones realizadas para la contratación del ganado: la primera corrida se había cerrado con Ramón Honorato, vecino de Villavieja de Yeltes; que estaba pendiente la segunda en espera de que los comisionados se cerciorasen del ganado ofrecido por José Jorge García, vecino de Agallas y rentero de La Horquera, y que, respecto a la tercer corrida, seguían haciendo gestiones para su contratación.
            Además, obviando la situación crítica que a punto estuvo de provocar la suspensión del Carnaval de 1897, el Consistorio acuerda el 27 de febrero, víspera del primer día del antruejo, acuerda la contratación de la iluminación eléctrica de la Plaza Mayor y la calle de Madrid durante 15 días, ya que inmediatamente a la conclusión de las carnestolendas se celebraría la tradicional feria de botijas.
            Por otra parte, se autorizó al alcalde para que alcanzase un acuerdo con el grupo de “aficionados, de los llamados toreros, que venían a amenizar las corridas de Carnaval” y, como era costumbre, solicitaban una gratificación municipal. Además, ya se habían cursado las “invitaciones acostumbradas a las autoridades y funcionarios, invitándoles al balcón de la casa[3] para si gustan concurrir con el Ayuntamiento a ver las novilladas”.
            Del desarrollo de aquel Carnaval de 1897 nada se apunta en la prensa local y provincial, como si se tratara de un boicot por la decisión de continuar con la celebración del antruejo pese a la penuria del panorama nacional y local, un acuerdo enfrentado a lo que se había decidido en otras ciudades y pueblos de España.

[1] PEREIRA SÁNCHEZ, Jesús, Prensa mirobrigense, coleccionable del semanario Tierra Charra. La Lealtad. Órgano del partido tradicionalista de Ciudad Rodrigo. Semanario ilustrado. Se publicaba los domingos y lo tiraba la imprenta Viuda e hijos de Cuadrado. Era su director don Dionisio de N. Delicado, y asiduos colaboradores S. Morales, el Barón de Albi y otros. Murió el 24 de Abril de l897, anunciando en su último número la publicación de otro periódico titulado El Homenaje, que no sabemos si llegó a salir. Consta su colección de 26 números.
[2] AHMCR. Libro de acuerdos de 1897. Cfr. MUÑOZ GARZÓN, Juan Tomás, Toros en Ciudad Rodrigo. La plaza del Hospicio, 1871-1928. Trabajo inédito.
[3] El Ayuntamiento solía contratar uno o varios balcones en alguna de las viviendas que mejor vista ofrecían para seguir el desarrollo de los festejos taurinos, incluso en ocasiones encargaba la construcción de un tablado propio para ello.

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