domingo, 17 de mayo de 2015

Configuración urbana de Ciudad Rodrigo: el Campo del Pozo (I)

La evolución urbana de Ciudad Rodrigo ha estado siempre vinculada a la fortificación. La reedificación de la muralla en tiempos de Fernando II, construida con tongadas de calicanto, supuso un elemento de protección para los vecinos, especialmente los de intramuros, aunque los que prefirieron o no tuvieron medios económicos para hacerlo intentaron, en principio, acercarse lo más posible a los muros y, posteriormente, con la asistencia del concejo, proteger sus viviendas y garantizar en la medida de lo posible su seguridad con la construcción de la cerca del arrabal, que partía del exterior de de la puerta del Sol, alcanzaba el desaparecido convento de Santo Domingo para trazar una configuración que volvía desde la calle de Los Caños hasta la inmediatez de la extinta puerta del Rey, después de superado las huertas de San Albín, lo que viene a ser hoy el Campo de Toledo.

            Según el historiador local Antonio Sánchez Cabañas, el rey Fernando II mandó juntar materiales y dar principio al edifiçio de la çerca que oy la ciñe. No fue menester abrir zanjas, porque toda ella está fundada sobre peña. Tiene de circuyto dos mil y ochoçientos passos de a tres pies. Su obra y fábrica es de tapiería argamasada de cal y guijarro. Tiene de alto diez tapias y de gruesso cassi 8 pies. Fue después esta muralla levantada otras dos tapias, la qual obra quieren atribuir los ignorantes a Juan de Cabrera, por deçir que la levantó con los cuernos de oro de la cabeza que dizen que halló con un cabrito de oro en Sesmiro, pueblo de la jurisdicción desta çiudad, lo qual es patraña de viejos.
Plano del proyecto de fortificación de Ciudad Rodrigo de 1667, en el que se aprecian algunos edificios adosados a la muralla, caso de la alhóndiga, el peso de la harina o el matadero
            La ubicación de casas particulares y edificios públicos adosados o próximos al exterior de la muralla medieval fue una constante en tiempos de paz, aunque los asedios a que fue sometida la plaza de Ciudad Rodrigo en distintas épocas derivó en la destrucción total de esas edificaciones anejas, bien por el propio interés en la defensa o, preferentemente, por las acciones bélicas de los asedios.
            Era, pues, frecuente que la muralla sirviese de apoyo, tanto por su parte interior como por la exterior, para que un buen número de edificios se adosasen a ella. Incluso, en periodos de tranquilidad, los propietarios solicitaban permiso al Consistorio para abrir ventanas, como se recoge en distintos documentos que conserva el Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo referidos al periodo entre 1609 y 1640, una época pacífica en la que conocidos y relevantes personajes de Ciudad Rodrigo consiguieron abrir vanos en la muralla, especialmente en la parte en donde se ubicaba el matadero (entre las puertas de San Vicente y de La Colada); en la proximidad de la Catedral, bien en la plaza del Rey (hoy de Herrasti) o bien en la Rinconada de Santa Anta, junto a la conocida como casa del campanero; en los muros del antiguo convento de las Descalzas (plaza del Conde) o en la parte del Hospital de la Pasión también se abrieron ventanas, siempre con el consentimiento de la Ciudad y con el compromiso de tapiarlas en caso de que fuese necesario por cuestiones sobrevenidas de seguridad.
            Las razones que se esgrimen para abrir esos vanos venían justificadas por motivos de salud, para que entrase el aire y obtener luz solar, según se desprende de las exposiciones que realizaron algunos solicitantes. Así, en 1606 “Alonso Pérez Pacheco, regidor, dijo y propuso en el dicho comentario cómo Antonio Hernández, vecino de esta ciudad y regidor que fue de ella, en una de sus casas que tiene y va edificando a San Vicente, que está junto a la cerca y muros de esta ciudad, tiene necesidad para dar luz a la dicha, que la ciudad le haga merced siendo servida de darle licencia para que en la dicha cerca y muro pueda abrir una ventana a su costa, poniéndole una reja en la forma que pareciere a los caballeros regidores, a quien se sometiere y que hará el que le da y cuando que la ciudad le ordenase (…) La ciudad, habiendo visto la proposición, dijo que daba y dio licencia al dicho Antonio Hernández para que pudiese abrir una ventana en la cerca y muro de esta ciudad en la parte donde tiene edificada la dicha casa…”; o el 13 de enero de 1609 el concejo da licencia a Juan Fernández de Caraveo para abrir otra ventana en la cerca que cae sobre el matadero con obligación de volverla a cerrar cuando la ciudad lo ordenase: “Don Juan Fernández de Carabeo, vecino de esta ciudad, digo que en las casas en que vivo de mi mayorazgo que están al postigo de San Vicente de esta ciudad, están conjuntamente a la cerca de ella, y tengo necesidad para el darle luz y adornarlas, pide abrir una ventana en la dicha cerca en parte alta y donde no hace daño. Y por tanto a S. Sª. pido y suplico me mande de dar licencia…”
            Pero no siempre se actuaba sin reparos por parte del Consistorio, o al menos de alguno de sus regidores. Así en la sesión del 25 de junio de 1633 un regidor apostilla que el concejo no es quien para conceder licencia para abrir ventanas en la cerca, lo que genera un enfrentamiento sobre la autoridad y, especialmente, sobre dos conceptos de ver el asunto: por un lado, el militar aboga por la seguridad, mientras que los otros regidores miran por el bien público y la salud general. Lo vemos en el acuerdo adoptado: “El señor don Félix Nieto de Silva pidió a la Ciudad licencia para que el señor don Francisco de Silva pueda abrir una ventana en la muralla en las casas que tiene al Rincón de Santa Ana de la iglesia catedral de esta ciudad para vista y salud como se han dado otras licencias. Y luego el señor don Luis del Águila, alférez mayor, dijo que no había lugar por ser como son las murallas, puertas y fortalezas de Su Majestad, y haber alcalde de ellas y no poder abrirse en las dichas murallas ventanas ningunas, por lo que es su parecer que no se dé la dicha licencia y cómo así lo contradice pide por testimonio. Y todos los demás caballeros se conformaron en que pueda abrir la dicha ventana y para ello la Ciudad le da licencia al dicho don Francisco de Silva, aunque primero y ante todas cosas, haga escritura de volverla a tapar a su costa cada y cuando se le pida y que la dicha licencia se extienda por el tiempo que fuere la voluntad de la Ciudad y no más, por ser como es muy saludable al pueblo el que se abran ventanas sobre la fortaleza para que entre el aire a la ciudad y poder dar estas licencias la Ciudad conforme a las leyes del reino”.
            Se aprecia, pues, que las murallas fueron un elemento integrador en la configuración urbana, llegando al extremo de horadarla en virtud de las necesidades de los vecinos, aunque siempre con la autorización de la Ciudad, del gobernador-corregidor y de los regidores que la integraban. Y resulta factible estimar que las casas adosadas al interior de la muralla fueran socavando la estructura defensiva en virtud de sus necesidades e iniciativas para ganar espacio al tiempo que favorecían la entrada de luz y saneaban el edificio.
            La zona objeto de este estudio lógicamente también estaría afectada por esta práctica que, aunque sólo la encontramos documentada a partir del siglo XVII, es factible que se utilizara comúnmente, siempre que las circunstancias y la política geoestratégica lo permitieran y fuera concedido por el poder local.
      El enclave que nos ocupa era uno de esos ‘campos’ abiertos en el espacio urbano mirobrigense, un espacio de respiro, en donde la amalgama de edificios típicos de las calles angostas de un casco urbano medieval se apartaba para dejar ciertos espacios semiconstruidos que habitualmente tenían en su denominación ciertas señas de identidad. La historiografía local es parca en la definición urbana de Ciudad Rodrigo. Pocas referencias encontramos sobre estos espacios urbanos, tal vez la más clara y también la más recurrente sea el Libro de registro y reconocimiento, nombre por el que se conoce al catastro del marqués de Ensenada. Aquí, entre otros ‘campos’, se nos apunta el del Pozo –en algunos documentos se menciona el Campo del Pozo Guerrero-, inmediato al del Trigo y al de San Pedro y que viene también definido por la antigua calle Calduebla (Calle de Huebra), hoy de Enrique Zarandieta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar en esta página.