viernes, 29 de mayo de 2015

Festejos taurinos tras la Guerra de la Independencia

Ya hemos visto que los festejos taurinos vinculados al Carnaval o a cualquier otra celebración ha sido práctica habitual en nuestra particular historia. Y que los distintos acontecimientos, incluidos episodios bélicos, no fue óbice para mantener dichas celebraciones taurinas, incluso al socaire de la Guerra de la Independencia, como ya se ha apuntado en otro post. Era una práctica que, pese a la escasez de recursos, continuaría en los años siguientes. Estamos al final de la Guerra Peninsular.

Estampa de un encierro de la revista La Lidia
     Al menos así lo hace suponer la exposición que hicieron el 26 de febrero de 1820 los regidores Leonardo Pascua y José Lemus en defensa de los intereses del ganadero Tomás Blanco, de La Moral de Castro, y otros de la tierra de Ledesma, quienes este año y en los demás después de la guerra fueron los que han facilitado las corridas de novillos que se festejan en Carnabal, de cuyos encierros solo sacaban graves perjuicios en sus ganados, pues apenas hay año que no se les desgracie alguna res. Dichos ganaderos habían sido denunciados en reiteradas ocasiones, con poco fundamento, por utilizar como abrevadero del ganado la charca de un baldío de la Tierra de Ciudad Rodrigo que el concejo tenía arrendada. Consideraban que no estaban justificadas esas denuncias, que había cierta persecución por parte de los cabreros arrendatarios de la finca, puesto que con poca mansión que hagan dichos ganados en la ocasión de bever los denuncian. Buscaban la intercesión del consistorio para que cesasen esas denuncias por los servicios que habían dado y seguían ofreciendo, al menos hasta este año, para que los mirobrigenses y forasteros disfrutasen de sus ancestrales festejos de novillos en tiempos de carnestolendas, sin que, como era costumbre, supusiera gasto alguno a las arcas municipales e, incluso, como expusieron los citados regidores, sufriendo la inutilidad de algunas reses que participaron en los encierros y capeas carnavalescas.
No se toma una resolución al respecto. Hay que recabar más información y el regimiento pospone su decisión para una próxima sesión plenaria. Se celebra el 4 de marzo y se concreta en el acuerdo para que cesen las denuncias propuestas contra Tomás Blanco y queden en el estado en que se hallan, pagando costas.
En los libros de acuerdos ceñidos a ese periodo, que prácticamente coincide con el sexenio absolutista del reincorporado Fernando VII, son exiguas las referencias a la organización o desarrollo de los festejos taurinos vinculados o no al periodo carnavalesco. Encontramos que el 31 de enero de 1816, por ejemplo, la junta municipal ordena a su procurador que se oponga a la demanda establecida por Francisco Marcos, arrendatario de la dehesa de Martihernando, que reclamaba el pago de un novillo y una erala que se desgraciaron de resultas de haverse introducido en esta plaza para correrse. No se indica si el festejo era reciente, tal vez sobrevenido, o, por el contrario, la demanda venía del anterior Carnaval, el de 1815, que se había celebrado del 5 al 7 de febrero y del que, como el del año precedente, no se han localizado noticias concretas.
En 1816 era patente la escasez de madera para afrontar los numerosos y necesarios reparos, tanto en la fortificación y edificios públicos como en inmuebles de propiedad privada. Eran consecuencias de la guerra, de los asedios y del abasto que habían traído consigo para el mantenimiento de las tropas y la intendencia de los ejércitos. Por su exigüidad, había un exhaustivo control por parte de los delegados de la autoridad para la corta y acarreo de madera, fuera para el fin que fuera. Se habían establecido boletas, único documento válido para trajinar, en este caso, con la madera. En la sesión del 28 de marzo el regimiento tuvo conocimiento de que Juan Hernández, carpintero municipal, había introducido en Ciudad Rodrigo doce pies de pino para el cierro de la plaza, autorizando, de momento, su registro en el taller, pero resolviendo la suspensión de la conducción de maderas hasta que otra cosa se determine.
Por otro lado y como era costumbre, el consistorio disponía de uno de los balcones de la cárcel para seguir los festejos de novillos durante el antruejo. Pero en ocasiones, cuando quería ocupar sus asientos, se encontraban con que otras autoridades se les habían adelantado y, para evitar problemas desagradables, se recuerda a los porteros que velen por sus intereses, que cuiden y no permitan que el valcón de la cárcel se ocupe por nadie hasta que se haya colocado el Ayuntamiento en las próximas funciones de Carnabal, según el acuerdo adoptado en la sesión del 5 de febrero de 1817, unos días antes de que llegasen las carnestolendas, que comenzarían el día 16.
Proclamación de la constitución en Cádiz, en 1812

Las reses para las corridas de novillos serían aportadas, como en años anteriores –también en carnavales posteriores-, por Tomás Blanco y otros ganaderos de la jurisdicción de Ledesma. Su traslado requería tiempo y dinero, por ejemplo el necesario para el alojamiento de los vaqueros y encerradores que cuidaban del ganado, cometido que recaía en el personero del común. En este momento, el 13 de febrero de 1817, el personero tenía alojado en su casa a un militar, una vivienda pequeña, según refiere, y para poder aposentar a los vaqueros y encerradores en las próximas funciones de novillos a lo menos durante el tiempo de ellas inmediato, necesitaba que se mudase el inquilino a otra vivienda. Se le había adjudicado una dentro del recinto amurallado, pero no eran de su satisfacción a pretesto de no ser buenas las casas que se le habían señalado, por lo que el regimiento se ve obligado a extender otra boleta que franquee el paso del arrendatario a una vivienda en el Arrabal de San Francisco como solución previa para el alojamiento de los encerradores.
A mediados de enero de 1818 el Ayuntamiento previene la necesidad de que se renueven varias puertas de la plaza y del toril cara al venidero Carnaval, por encontrarse defectuosas o quebradas, comisionando para ello a los regidores encargados de la gestión y explotación de los pinares de la Tierra de Ciudad Rodrigo con el fin de que franqueen la madera necesaria.
Llega el año 1820, que supondría el fin del sexenio absolutista y el comienzo del convulso trienio liberal en el que volvió a cobrar un especial protagonismo Ciudad Rodrigo, plaza que fue entregada a los realistas en octubre de 1823. El teniente coronel Rafael del Riego abanderó el pronunciamiento militar del 1 de enero en la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan. Fue un levantamiento tímido, sin un éxito inicial claro, lo que no fue óbice para que se restaurase la vigencia de la Constitución de Cádiz de 1812 y el restablecimiento de las autoridades constitucionales. El apoyo fue aumentando hasta conseguir que el 8 de marzo Fernando VII acatase y jurase la carta magna, lo que supuso un total júbilo para los liberales constitucionalistas y el abatimiento de los absolutistas y realistas, con una incidencia significativa en Ciudad Rodrigo, especialmente para el estamento eclesiástico, esquilmado en sus bienes[1] y privilegios.
Del 13 al 15 de febrero, no obstante, obviando una vez más lo que estaba sucediendo en el resto de España, los mirobrigenses celebraron las corridas de novillos que, como se ha dicho, fueron facilitadas por Tomás Blanco y otros ganaderos del partido de Ledesma. No sería la única ocasión que en 1820 se recurriera al capítulo taurino. Tras conocerse que el rey había jurado la constitución, el pueblo mirobrigense se abandonó a las más sinceras demostraciones de júbilo que se prolongaron por mucho tiempo. El 13 de abril se destinó para descubrir la lápida de mármol blanco con orlas y letras de oro, que se había fijado en la plaza, y con tan  plausible ocasión hubo bayle público, novillos, salvas repetidas de artillería de la plaza, repiques, etc. El 16 se juró la constitución en las parroquias, predicando todos los curas y el canónigo lectoral en muy buen sentido[2].
Como siempre, el elemento taurino parece esencial en Ciudad Rodrigo en cualquier celebración que se precie, como la de enarbolar la bandera de la libertad constitucional al socaire del descubrimiento de la placa que homenajeaba a la carta magna renombrando al mayor y más relevante de sus espacios públicos como Plaza de la Constitución, que inmediatamente acogería una corrida de novillos.

[1] HERNÁNDEZ VEGAS, Mateo. Ciudad Rodrigo. La Catedral y la ciudad. Salamanca, Imprenta Comercial Salamantina, 1935. Tomo II, pp. 369 y ss.
[2] Miscelánea de comercio, artes y literatura, núm. 78, de 28 de abril de 1820.

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