miércoles, 4 de marzo de 2015

Galería de ilustres mirobrigenses: Domingo García Velayos

Traemos hoy a colación a uno de esos insignes mirobrigenses que el Ayuntamiento tuvo a bien en su día, en febrero de 1906[1], dedicarle una calle, casi una plaza por su configuración, pero del que apenas conocíamos nada. Al menos eso me ocurría a mí hasta hace muy poco tiempo y me imagino que también les haya ocurrido a ustedes. Me estoy refiriendo a Domingo García Velayos, arcediano que fue de la Catedral de La Habana hasta su fallecimiento en 1889, un mirobrigense que destacó por su bonhomía, por su dedicación pedagógica y como benefactor –donó distintas e importantes cantidades de dinero- para construir escuelas, especialmente aquí, en Ciudad Rodrigo.

            Domingo Casildo García Velayos nació en nuestra ciudad el 9 de abril de 1815 a las siete de la tarde. Fue bautizado el 13 de abril por el cura párroco de El Sagrario de la Catedral, el sacerdote Carlos Claudio Núñez. Era hijo legítimo de Juan Bautista García Hernández, natural de Ciudad Rodrigo, y de Rita Velayos Muñoz, nacida en Padiernos, en la provincia abulense[2].
Grabado de finales del siglo XIX de la plaza de la Catedral de La Habana
            Cursó estudios en el seminario, abundando en materias que le marcarían su trayectoria, como la filosofía y la teología, especialidad esta última en la que se doctoró en la Universidad de Salamanca. Fue en la capital salmantina donde floreció su vena pedagógica fundando la primera escuela de párvulos, ya que la pedagogía fue su primera vocación.
            Bernardo Dorado, ilustre investigador salmantino autor de una historia de la ciudad de Salamanca, hace referencia a esta labor pedagógica de nuestro personajes, recordando su densa actividad en la escuela de párvulos creada en la también escuela de San Eloy de los Plateros en 1843. Este señor –se refiere a Domingo García Velayos- con una amabilidad sin límites y una paciencia de Job, entretenía a los niños balbucientes aun apenas habían dejado el pecho de sus madres, jugaba con ellos a las cosas más tenues, les ejercitaba la voz y las fuerzas con pruebas que él mismo hacía, les contaba ejemplos morales y les daba nociones de todo según el alcance de sus tiernas facultades intelectuales, preparándolos a otras enseñanzas. Bien puede decirse que el Sr. Velayos llenó cumplidamente el deber más grande que puede ejercitar un ministro de Dios: la educación de la niñez.
            Esa entrega a la pedagogía, a la formación de los párvulos en Salamanca, fue cortada cuando se le indicó que debía acompañar a Francisco Fleix y Solans[3], familiar suyo, en su destino como nuevo obispo de La Habana. Fue un golpe rudo –según recogía en unas notas biográficas el periódico El Hogar, de La Habana-, ya que su vocación y entrega eran palmarias hacia la instrucción docente.
Partida bautismal de Domingo Casildo García Velayos
            A finales de 1846 llegó a la capital cubana, ostentando ya el cargo de secretario de cámara y gobierno del obispo Fléix. Poco después recibiría las órdenes mayores y dijo su primera misa en el convento de Santa Teresa, en La Habana. Al vacar la canonjía penitenciaria, por oposición consiguió la plaza, continuando con la secretaría de cámara episcopal. Como colofón a su ajetreada vida en La Habana, fruto también de la dedicación y atención a los fieles y al pueblo cubano, fue recompensado con la dignidad de arcediano de la Catedral de La Habana, cargo que ocupó hasta su muerte, en 1889.
            La lejanía respecto a su patria chica no fue óbice para que su obra benefactora recalase también en Ciudad Rodrigo. Poco antes de embarcar a La Habana, en 1846, se había creado en nuestra ciudad una escuela de párvulos bajo la dirección de Domingo García Velayos, según recordaba el semanario local La Voz de la Frontera el 28 de julio de 1889, poco después de conocerse su muerte.
            Otro ejemplo de su bonhomía, de su compromiso con la pedagogía y con Ciudad Rodrigo, fue la donación de 25.000 pesetas para la construcción de las escuelas públicas, de ambos sexos, en el Arrabal de San Francisco. Considero que la noticia tiene el interés suficiente para transcribirla, al aportar datos que estimo relevantes para la historia de la instrucción pública en nuestra localidad. Fue publicada en la revista bisemanal salmantina El Fomento el 11 de noviembre de 1883 y venía a informar de que con la solemnidad debida tuvo lugar a las once de la mañana del 28 [de octubre de 1883], la inau­guración de las escuelas públicas de am­bos sexos del Arrabal de San Francisco.
Hacía 24 años que los niños de este Arra­bal se veían obligados a recorrerlo todo y hasta a salir de él, para asistir a las es­cuelas, puesto que éstas radicaban en el hospicio y exconvento de Santo Domin­go, que forman, por decirlo así, el alfa y omega del populoso arrabal.
Todas las gestiones practicadas a fin de propor­cionar a la niñez locales céntricos y li­brarles de las perniciosas influencias del agua, frío, calor, etc, etc, habían ido a estrellarse con la precaria situación de nuestro Ayuntamiento; pero recurre el entonces primer alcalde, D. Hermógenes Cáceres, a la filantropía de nuestro buen paisano D. Domingo García Velayos, arce­diano de la Catedral de La Habana, cuyo señor hace donación de 5.000 duros, que han sido el alma para erigir locales en lugar y condiciones para las escuelas.
Revistados aquéllos, procedióse por el primer alcalde D. Leopoldo Muñoz, que presidía, a la lectura de una muy sentida y bien escrita memoria en la que, hecha la historia que sucintamente se reseña, tributaba al Sr. Velayos el honor a que acreedor se ha hecho por su desprendi­miento, dándole las gracias a nombre del pueblo, y suplicaba a los dignos maestros que educaran a la niñez basan­do sus conocimientos en los sólidos principios de nuestra sacrosanta religión.
Acto seguido usó de la palabra don Bernardo Casanueva, que supo salpicar sus breves ó improvisadas frases con aquella elegancia y sencillez que acos­tumbra.
Como vocal de la Junta local de enseñanza y a nombre de los niños dio un voto de gracias al bienhechor.
Francisco Fleix y Solans, obispo de La Habana
Después, D. Ramón Tobar, recordó a los señores maestros en nombre del Arce­diano de La Habana, aquella máxima de la escritura: Educad al niño para que no tengáis que corregir al hombre, y ter­minó diciendo que prefería un creyente e ignorante, a cien sabios incrédulos.
A continuación D. Vicente Robledo, maestro sustituto de la escuela de niños del mencionado arrabal, leyó un elegante discurso en que desarrollaba el tema de ‘La ignorancia y sus efectos, la educación y sus consecuencias’. Terminó dan­do las gracias a los que habían contri­buido a proporcionar locales higiénicos y a la altura de la Pedagogía.
Los planos y construcción de las es­cuelas han sido obra y estado bajo la di­rección de los Sres. Hunde y Corpas, co­mandante y ayudante de obras respecti­vamente del cuerpo de Ingenieros, a quienes el Sr. Alcalde en su memoria hacia pública su gratitud.
Seguidamente declaró el Sr. Presiden­te inauguradas las escuelas. Los niños, que ocupaban sus asientos, fueron obse­quiados con dulces, así como los convi­dados y personas que asistieron al acto.
Lo desapacible de la mañana, que esta­ba lluviosa, impidió la asistencia de mu­chas familias; a pesar ele ello, el Senado, la Diputación, la Audiencia, el Juzgado, la Milicia, el Clero, el Magisterio, etc. te­nían allí sus representantes. La banda de música contribuyó a amenizar el acto.
Este mismo periódico, ya en el formato de diario, dio cuenta el 23 de julio de 1889 de la muerte del arcediano de la Catedral de La Habana, significando que el óbito le llegó tras largos días de padecimientos. Hace referencia que en su testamento, significado con numerosas mandas particulares a distintas personas, entre ellas a sus sirvientes y protegidos, legó un cáliz de plata dorada, un par de vinajeras y una casulla de tisú a la Catedral de Ciudad Rodrigo, que se hicieron llegar a través de su albacea Mariano Rodríguez, como consta en el Archivo Catedralicio del obispado civitatense[4]. Dejó sus libros al seminario de La Habana, con la excepción de una notable obra suya manuscrita, titulada ‘Consejo a un obispo’, que dedica al señor obispo diocesano. El importe de cerca cien acciones de los ferrocarriles de Cienfuegos y Sagua, al Hospital de Caridad de Ciudad Rodrigo –se refiere al Hospital de la Pasión, en donde existe una placa dedicada a su memoria-; el de un documento, por ascendencia mayor de 10.000 pesos, al seminario de San Carlos para la construcción de una capilla docente; el de otro documento igual para la construcción de altos en la casa de la calle de Cuba, que donó para colegio de niños huérfanos; y otras cantidades para la Asociación de Beneficencia Domiciliaria de Señoras y para el colegio de San Vicente de Paúl en El Cerro.
Eco de su muerte también se hizo la revista La Semana Católica de Salamanca, que en su número del 3 de agosto de 1889 inserta una amplia necrológica sobre la figura de Domingo García Velayos. También por su relevancia quiero transcribirla:
Desde que en los primeros años de nuestra infancia oímos hablar del señor Velayos, alma noble y eleva­da, corazón lleno de la más ardientísitna caridad, su virtuosa figura ha vivido en nuestra imaginación, engrande­ciéndose a medida que hemos podido vislumbrar, con el trans­curso del tiempo, que lo que entonces tanto impresionaba nuestra tierna alma, no era sino sombra en que estaba en­vuelta la realidad, que después descubrimos. El recuerdo del inolvidable arcediano de la Catedral de la Habana, que aca­ba de descender al sepulcro, habiendo sembrado su vida de hermosas flores, de la más grande de todas las virtudes, la caridad, cuyos actos el Señor, sin duda, ha premiado, ornan­do sus sienes de celestial aureola, estará siempre fresco en nuestra memoria, al recordar con indecible placer su inago­table amor al pobre, a la Iglesia, a su patria, y a esta provin­cia de Salamanca, que le vio nacer.
Don Domingo García Velayos es natural de Ciudad Ro­drigo, donde pasó los primeros años de su vida, a principios del presente siglo, cursando sus estudios filosóficos y teoló­gicos en aquel Seminario.
Más tarde recibió la investidura de doctor en Teología, con la nota de nemine discrepante, en nuestra Universidad, dedicándose en esta capital a la enseñanza, que fue su prime­ra vocación, a cuyo efecto estableció una magnífica escuela de párvulos, la primera que se conoció en Salamanca, plan­teando en ella el sistema Fröebel, hoy tan en boga en Europa.
Cuando acariciaba los proyectos de elevar su modesta y ya renombrada escuela a la categoría de monumento, puesto que iba a dotarla de cuantos adelantos eran conocidos, para hacer de ella, a ser posible, el primer plantel de España, se le hicieron indicaciones para que acompañase a La Habana, como familiar suyo, al señor Fléix y Soláns, nombrado obis­po de aquella diócesis.
Golpe rudo fue aquel para el Sr. García Velayos (dice El Hogar, periódico que se publica en La Habana, al escribir la biografía de nuestro ilustre paisano), pues despojado de toda ambición, no había soñado nunca con la posibilidad de aban­donar la escuela, objeto de sus afanes y fruto de sus desve­los. ¿Qué sería de aquellos niños a quienes amaba tanto? ¿Se perderían sus esfuerzos, si como el pastor abandonaba su grey?
Firma del notario de La Habana ratificando el testamento de Velayos
Muchas fueron sus horas de irresolución; muchas fueron sus angustias; pero mucho también el deseo del prelado, que, conocedor de sus especiales dotes de inteligencia, quería lle­varlo consigo.
Al fin se decidió, abandonándolo todo: una familia que adoraba en él, unos discípulos que eran su deleite, aquella patria tan querida... Y a fines de 1846 llegó a La Habana, con el Sr. Fléix, honrado durante el viaje con el nombramiento de Secretario de Cámara y Gobierno de Su Ilustrísima.
A poco tiempo recibió órdenes mayores y dijo su primera misa en el convento de Santa Teresa.
A la llegada del nuevo obispo, presentaba la isla un as­pecto desolador. Dos meses antes (el 11 de octubre), un te­rrible huracán terminó la obra destructora que había comen­zado otro huracán en octubre de 1844. La mayor parte de las iglesias (más de cien), habían sufrido las consecuencias de aquel azote, destruyéndose totalmente.
Entonces comenzó la gran obra de reparación, que duró muchos años, con una constancia digna de todo elogio. Los pueblos que habían visto destruidos su templo, le vieron le­vantarse otra vez, interviniendo directamente en las obras, por medio de Juntas Parroquiales, asesoradas por el obispo. El alma de todo esto fue el Sr. Velayos.
Habiendo vacado la canonjía penitenciaria, previos bri­llantísimos ejercicios, fue elegido para dicho cargo, conti­nuando al frente de la Secretaría de Cámara mucho tiempo después, hasta que, fatigado el espíritu y rendido el cuerpo, se retiró a vida menos activa, no sin profundo sentimiento de su prelado y del clero de toda la diócesis, que más tarde vieron, con gran contentamiento, premiados los buenos ofi­cios del virtuoso prebendado, al elevarle el Gobierno a la dignidad de arcediano de la misma iglesia.
Fue el Sr. Velayos hombre de profundos conocimientos, resplandeciendo siempre en él penetrante observación, recto criterio y una inteligencia fresca y lozana, en la que no abrie­ron brecha, ni los embates del tiempo, ni las innumerables tareas a que sacrificó su vida.
Pero lo que más brilló en el alma de este privilegiado salmantino, fue un torrente de caridad sin límites, que hará que su nombre sea siempre ensalzado por las innumerables personas que han sentido el benéfico influjo de esta celestial virtud, al recibir las cuantiosas limosnas con que su generoso corazón las ha socorrido.
¿Quién no recuerda aquella época de circunstancias espe­ciales para los conventos de Salamanca, aquellos días que si­guieron a la revolución, en que la estrechez del claustro era tan grande que las religiosas apenas si contaban con lo nece­sario para sostenerse pobremente, teniendo que vivir de la li­mosna que almas caritativas les proporcionaban? Pues bien; la situación apurada de los conventos de esta provincia mo­vió el corazón, siempre sensible y bondadoso, del Sr. Velayos, y veinte mil pesos fueron suficientes para llevar el consuelo a aquellas almas, que eternamente agradecidas bendecirán a su bienhechor.
¿El colegio de niños huérfanos de La Habana, aquel asilo donde se enjugan las lágrimas de tantos seres privados de las tiernas caricias de una madre, a qué debe su prosperidad,  sino al manantial inagotable de la caridad sin límites de este padre de los pobres?
Otro testimonio son las escuelas de párvulos de Ciudad­ Rodrigo, que servirán siempre para recordar al pueblo miro­brigense la gloria que le cupo de contar entre sus esclareci­dos hijos al que, renunciando las glorias del mundo, puso todo su anhelo en la práctica del bien.
Pero seríamos interminables si hubiéramos de referir to­das sus obras de caridad, que ha sabido coronar dejando un testamento digno de todo elogio, en el que lega la mayor parte de su respetable fortuna a establecimientos benéficos y a otros objetos piadosos.
No terminaremos estos apuntes biográficos sin dejar con­signado que su humildad fue tanta, que rehusó la mitra de Ciudad Rodrigo, para la que se le propuso.
Dios ya ha premiado tanta virtud, llevándole a la avanza­da edad de más de setenta años a coronarle con la diadema de los bienaventurados.

[1] Agradezco a Tomás Domínguez Cid esta referencia.
[2] ARCHIVO DIOCESANO DE CIUDAD RODRIGO. Libro de bautismos de El Sagrario de la Catedral, 1805-1928, Folio 107r. “En la ciudad de Ciudad Rodrigo, a trece de abril de mil ochocientos quince, yo el cura del Sagrario de esta Catedral, bauticé solemnemente a Domingo Casildo, que nació a las siete de la tarde del día nueve de dichos mes y año, hijo legítimo de Juan Bautista García, bautizado en esta Catedral, y Rita Belayos, en la villa de Padernos, obispado de Ávila; nieto paterno de José Santos García, bautizado en la parroquia de San Benito de Salamanca, e Ynés Hernández Pérez, en el Villar de Gallimazo, obispado de Salamanca; materno de Nicolás Belayos y Antonia Muñoz, bautizados en referida villa de Padiernos; fue padrino Domingo García, vecino de esta y tío carnal paterno, a quien advertí el parentesco espiritual y obligaciones. Testigos, don Francisco Picado y don Francisco Osorio, de la misma vecindad. Y para que conste, lo firmo. Carlos Claudio Núñez.
[3] Nació en Lérida el 13 de septiembre de 1804. Fue canónigo de Tarragona, subdelegado castrense del mismo distrito y capellán de Su Majestad. El 12 de noviembre de 1845 le designaron para la mitra de Puerto Rico pero no aceptó, y el 14 de enero del año 1846 para la sede de San Cristóbal de la Habana, siendo consagrado en la real capilla y en presencia de la reina Isabel II. El 23 de febrero de 1849 ésta le propuso para el arzobispado de Santiago de Cuba.
El 12 de junio de 1864 fue nombrado arzobispo de Tarragona. Donó a la Catedral el magnífico terno de la Purísima. Asistió al concilio Vaticano, donde le designaron primer miembro de la diputación de las órdenes religiosas y donde recibió el reconocimiento como primado, por lo cual se sentó entre los prelados de la misma condición de todas las naciones. Las largas deliberaciones de aquel concilio quebrantaron su salud y murió en Vichy (Francia), en su viaje de regreso a Tarragona, el 28 de julio de 1870. 
[4] ARCHIVO CATEDRALICIO DE CIUDAD RODRIGO. Caja 152, doc. 13. Carta de Mariano Rodríguez, albacea de Domingo García Velayos, al deán de la Catedral civitatense informándole de las donaciones testamentarias del arcediano de la Catedral de La Habana: “Encabezamiento.- Número diez y seis.- Testamento.
“En el nombre de Dios Todopoderoso, amén. Sépase que yo, D. Domingo García Velayos, natural de la ciudad de Ciudad Rodrigo, en Castilla la Vieja, de setenta y tres años de edad, arcediano de la Santa Yglesia Catedral de La Habana, e hijo legítimo de D. Juan Bautista García y de D.ª Rita Velayos, ambos difuntos; hallándome achacoso de salud, pero en mi entero juicio y cabal memoria, creyendo en todos los dogmas de Nuestra Santa Yglesia, Católica, Apostólica y Romana, en cuya religión fui educado, he vivido y quiero morir, previendo lo incierto de la hora de la muerte, ordeno mi testamento como sigue:
“Cláusula quinta.- Quinto. Lego y dono a la Santa Yglesia Catedral de Ciudad de Rodrigo un cáliz de plata dorada que está en la Catedral de La Habana y un par de vinageras que están en el escaparate oratorio de mi casa.
“Cláusula vigésima.- Vigésimo. Lego y dono a la Catedral de Ciudad Rodrigo la casuya de tisú que tengo en la Catedral de La Habana.
“Pie. Y revoco y anulo otros cualesquiera testamentos, codicilos, poderes y memorias para testar que antes de este haya otorgado de palabra o escrito o en otra forma que no quiero que valgan ni hagan fe en manera alguna, especialmente el testamento y codicilo que otorgué ante el infrascrito notario en quince de enero de mil ochocientos ochenta y seis, pues solo el presente mando se cumpla como mi deliberada voluntad en aquella vía y forma que mejor haya lugar en derecho. Es hecho en la ciudad de La Habana, morada del testador, a veinte y uno de mayo de mil ochocientos ochenta y ocho.
“Yo, el notario, doy fe de conocer al testador, a quien considero con la capacidad legal necesaria para este otorgamiento, de que ha manifestado cuanto el presente documento contiene, de habérselo leído y a los testigos, estar conforme y enterado de que pueden leerlo por sí, lo firma con los testigos instrumentales que lo son D. Aurelio Humanes, D. Francisco Fernández Coca y D. Lorenzo Chafale, vecinos presentes. Domingo García Velayos. Aurelio Humanes. Francisco Fernández Coca. Lorenzo Chafale. Signado ante mí. Miguel Nuño. Nota. Presentó el testador su cédula personal de tercera clase, número setecientos tres, expedida en cuanto de noviembre último por el alcalde del barrio de San Juan de Dios. Fecha ut supra. Doy fe. Nuño”.

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