jueves, 12 de marzo de 2015

El último festejo taurino en la plaza del Hospicio

La falta de espectáculos serios que captaran la atención del público estaba repercutiendo en la gestión del coso taurino instalado en el corral del Hospicio. Estamos en 1928 y su empresario, Jesús García Romero -de él ya hemos escrito en alguna otra ocasión-, no estaba obteniendo el rendimiento adecuado a la inversión realizada con la organización de becerradas o la cesión y alquiler de la plaza para distintos espectáculos. El 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, se organizó el último festejo de esta nueva fase de la plaza de toros hospiciana, como siempre construida de madera para darle un carácter claramente provisional, ya que las iniciativas anteriores para levantar un coso estable habían fracasado reiteradamente.

Félix Rodríguez II
Este postrero festejo que acogió la plaza del Hospicio[1], presidido por el concejal Amós Belmonte, contó con la participación del diestro zamorano Félix Rodríguez Antón[2], Félix Rodríguez II, conocido posteriormente por la ganadería que gestionó en Colombia –Fuentelapeña, recordando su lugar de nacimiento- y Prudencio García Encinas[3], un joven novillero de la tierra charra, estudiante de medicina en Salamanca, que vistió por primera vez el traje de luces en Ciudad Rodrigo y que deslumbró ante la afición[4].
No se pudo decir lo mismo de Félix Rodríguez II, a quien se le recriminó por la falta de “pundonor profesional” al pasar literalmente de la lidia de unos novillos trillones, toreados y con sumo peligro, a los que despachó en cuanto pudo, según expone el cronista en el número 43 de Tierra Charra. Encinas, sin embargo, encandiló al escaso público que asistió al festejo: “No se amedrentó en la lidia del segundo eral –afirma el cronista Tamborilero-, cuando bien claramente pudo apreciar que el bicho estaba capeado; por eso y nada más que por eso, lo toreó de cerca y con valentía, única cosa que se podía hacer con el marrajo, y por eso también sin duda al salir el último toro, un utrero con arrobas y con descarada cornamenta, impropio de un tamaño de una corrida sin picadores, le toreó de capa a la salida, dándole cuatro o seis verónicas y un ceñido recorte, que muchos ases de la torería se verían imposibilitados de poder imitar, sobre todo dos verónicas por el lado izquierdo, fueron de un temple, de una suavidad y de una elegancia, que pueden calificarse de ‘esencia pura del toreo sin trampa ni cartón’.
“Después, brindó la muerte de su enemigo a don Severino Pacheco, comenzando su faena de muleta con el pase ‘de la muerte’; nada le amedrentó la enorme colada que en este pase le dio el toro, y por si acaso algún espectador no se había dado aún cuenta de lo que con el pundonor puede llegar a conseguir un torero, quieto y solo, seguía toreando de muleta, dando pases perfectamente rematados, de pecho, por bajo, ayudados y de molinete; en uno de ellos salió prendido y derribado sin consecuencias, y al ponerse de pie, recibió una ovación justa y unánime, que se repitió al doblar el toro, a pesar de su poca suerte al intentar el descabello, después de haberle propinado dos buenas estocadas. Le sacaron en hombros de la plaza algunos espectadores, mientras que los demás seguían aplaudiendo…”
La opinión pública estaba por esas fechas pendiente de una dotación considerada fundamental para el futuro de Ciudad Rodrigo. Se estaban poniendo las bases del proyectado instituto que comenzaría a funcionar a primeros de octubre. El Ayuntamiento cedió la Casa de la Tierra y un campo para la práctica deportiva, aparte de una subvención anual de mil pesetas para la formación de una biblioteca y para satisfacer el sueldo del conserje y de los bedeles. Era la noticia que llenaba espacios y que servía de comentario en los corrillos hasta que, de sopetón, los mirobrigenses se encontraron con que no se había programado la obligada corrida de toros para la feria de septiembre, que se había fijado para el día 6.
Los rumores se extendieron y se centraron finalmente en un hecho objetivo: el empresario, Jesús García Romero, había decidido desmantelar la plaza de toros y poner a la venta el maderamen por la falta de ayuda de los sectores que más beneficios obtienen. “Cuando esperábamos el programa de la obligada corrida de toros de la feria –apunta la redacción de Tierra Charra-, llegó a nuestras manos un prospecto en el que la Empresa ofrece en venta el maderamen y materiales de nuestro coso taurino, que se propone derribar”. Y, como dice el redactor, “huelgan los comentarios: lo que tanto costó hacer, lo que parecía un síntoma de progreso en el desenvolvimiento de la vida industrial de Ciudad Rodrigo, carente, y al parecer per secula seculorum, de todo medio de defensa, se viene abajo de repente por falta de protección y ayuda”.
Instantánea de uno de los últimos festejos taurinos celebrados en la plaza del Hospicio. Corresponde a 1928
Efectivamente, holgaban los comentarios a tenor de lo conocido. “Siempre Ciudad Rodrigo, en este aspecto, será lo que quiere. Y no quiere ser nada”, se afirma en la tribuna del citado semanario mirobrigense. “Pero no tardaremos el comercio y la industria en reanudar la antigua melopea de lamentaciones, porque ‘hace falta dar vida y elementos de defensa a nuestras ferias’. Es, bajo todos los aspectos, un paso atrás el conjunto de lamentables coincidencias ocurrido en la pasada feria”.
La plaza fue desmantelada[5] y, en base al acuerdo de cesión de los terrenos del Hospicio, la Diputación ejerce su derecho y exige al Ayuntamiento la devolución de todas las dependencias, incluida la cortina en que se levantó el coso taurino. Y lo hace tras la visita que el 10 de junio de 1929 realizó a Ciudad Rodrigo Nicolás Rodríguez Aniceto, presidente de Corporación provincial, acompañado de dos diputados, con el objetivo de estudiar la creación de un centro de beneficencia en el edificio del Hospicio.
La disposición tiene fecha de 17 de junio y llegó a conocimiento del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo el 21 de dicho mes. El escrito es breve, lo necesario para decir que “los locales de la Casa-Cuna de esa ciudad que fueron cedidos para plaza de toros, se pongan a disposición de esta Diputación Provincial”. Lógicamente, el Consistorio traslada este acuerdo a Jesús García Romero, quien disfrutaba de los terrenos aludidos: “Para cumplimentar lo acordado –dice el escrito municipal, de fecha 27 de junio-, se servirá Vd. entregar en esta Alcaldía las llaves que obran en su poder de las puertas de acceso a referidos locales, desalojándolos previamente de los objetos que guarden de la pertenencia de Vd.”.
Era el colofón esperado a una idea que fraguó en distintos momentos, pero no con la resistencia necesaria para su continuidad. La plaza de toros del Hospicio existió, sí, pero pareció siempre un fantasma que aparecía y desaparecía en virtud de la inquietud de unos cuantos quijotes que vislumbraron en su proyección una salida para las calamidades y penurias que atenazaban a la población mirobrigense, casi siempre actuando con la indiferencia de la sociedad y de sus representantes, que nunca, salvo las lógicas excepciones, ofreció la colaboración necesaria.
Fueron casi 60 años de inquietud por establecer una plaza de toros en Ciudad Rodrigo, iniciadas en 1871. No se consiguió. Para ello habría que esperar hasta la década de los años 70 del pasado siglo[6], cuando por fin se levantó una plaza estable a las afueras de la localidad mirobrigense, en las antiguas huertas del desaparecido convento de Santa Cruz. Y también, siguiendo la tradición, por iniciativa privada y con las consecuencias conocidas por todos.

[1] La autorización gubernativa fue concedida por oficio fechado el 17 de julio. En el cartel promocional se apunta que se lidiarán cuatro novillos, dos erales y dos utreros, “procedentes de la ganadería de don Fermín Sánchez, de Gansinos, hoy propiedad de don Eloy Sierra, de San Román”, para los diestros Félix Rodríguez II y García Encinas, actuando como sobresaliente el novillero salmantino Fernando Martín, Guerrero –estaba apoderado por el mirobrigense Antonio Salicio, Pacomio- y como banderilleros Fernando Gómez, Loquillo; José Zamarreño, Gordito; Tomás García, Andalucé; y el susodicho Fernando Martín.
[2] Matador de toros y ganadero natural de Fuentelapeña (Zamora). Tomó la alternativa en su ciudad natal el 9 de septiembre de 1932, actuando como padrino Manuel Jiménez, Chicuelo II, y con toros de la ganadería de Alipio Pérez Tabernero Sanchón. Félix Rodríguez falleció en Medellín (Colombia) el 1 de octubre de 1986. Tenía en las estribaciones del Nevado del Ruiz una ganadería de lidia llamada Fuentelapeña en honor al pueblo zamorano donde había nacido.
[3] Unas curiosas notas de este joven novillero la encontramos en El Heraldo de Madrid del 12 de julio de 1928: “¿Otro fenómeno? De estudiante de Medicina a matador de novillos. En la Universidad de Salamanca había un estudiante de Medicina que dedicaba más atención a la lidia de reses que a los libros. Más de una vez faltó a clase por tomar parte en algún tentadero o presenciar las corridas que se celebraban en los pueblos de la provincia. Inútilmente pretendieron corregir esta afición los parientes del joven estudiante. Pusieron en práctica todos los medios persuasivos, pero García Encinas –nombre de guerra del nuevo torero- hizo caso omiso de advertencias y de reconvenciones. Olvidaba la Anatomía, pero, en cambio, se perfeccionaba en el lance a la verónica y en el muletazo al natural. Y comprendiendo que no hay forma de hacerle abandonar el camino voluntariamente emprendido, parecen dispuestos a que el nuevo lidiador demuestre ante los públicos su arte depurado; porque, según afirman quienes le han visto torear, García Encinas es un estilista. Tanto, que solo puede comparársele con ese diestro, que siendo el ídolo de los públicos, se resiste a torear. García Encinas, el nuevo fenómeno tauromáquico, según sus paisanos, se presentará ante la afición de Ciudad Rodrigo el día 25 del corriente, lidiando, en unión de Félix Rodríguez II, cuatro novillos de D. Francisco Rodríguez Pacheco”.
[4] El Heraldo de Madrid, en su edición del 26 de julio, se hace eco del triunfo de este incipiente novillero: “Debut del estudiante García Encinas. Ciudad Rodrigo, 26. Con gran expectación se celebró la novillada, en la que hizo su debut como torero profesional el estudiante Sr. García Encinas, hijo de una acaudalada familia de Salamanca. El ganado, de Eladio Sierra, resultó manso, por lo que el público protestó. Félix Rodríguez II escuchó palmas en el primero y estuvo regular en el otro. García Encinas toreó a su primero con varias verónicas superiores, que se ovacionaron. Hizo una gran faena de franco dominio y mató de un pinchazo y una estocada, escuchando muchas palmas. En el otro, después de haber escuchado una ovación estruendosa por su manera admirable de veroniquear, brindó la muerte al ganadero Sr. Pacheco. Realizó una estupenda faena con pases por alto, pecho, firma, naturales, etc., sonando la música en su honor. Mató de un pinchazo y una estocada y varios intentos de descabello. (Ovación, petición de oreja y salida en hombros). El debut de García Encinas ha producido excelente impresión”.
[5] En el número 91 del semanario Tierra Charra, correspondiente al 30 de junio de 1929, ya se evidencia la desaparición de la plaza de toros, solar que se ha destinado a la práctica deportiva: “Se ha inaugurado el nuevo campo de deportes de la Cultural Mirobrigense en  los corrales del Hospicio, donde estuvo la plaza de toros”.
[6] Se inauguró el día 26 de mayo de 1970 con una corrida de Alejandro Pérez Tabernero –Sepúlveda de Yeltes- para Santiago Martín, el Viti, José Luis Parada y Curro Vázquez. Una pobre entrada, como la de la novillada que se celebró al día siguiente –con la participación de Blas Romero, el Platanito, según anunciaba la Hoja Oficial del Lunes-, ya marcaba el fracaso de esta empresa, que, después de la gerencia de Segundo Arana, la plaza fue vendida en 1977 al diestro Pedro Martínez Pedrés.
La promoción de este coso taurino fue realizada por los hermanos Paulino y Marcos Vicente Sevillano, propietarios de la finca Hurtada, en Villar de Argañán. Encargan la redacción del proyecto al arquitecto Miguel Ángel Leal, que es presentado en el Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo el 17 de junio de 1969. El coso tiene un diámetro de 45 metros. El presupuesto de ejecución de obra estimada fue de casi cinco millones de pesetas, en concreto 4.971.705 pesetas.

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