lunes, 2 de marzo de 2015

El primer Carnaval de la II República

“No importa que la panera esté vacía, exhausta la despensa, seco el bolsillo y no haya esperanza de trabajo. Es Carnaval. Hay que divertirse, hay que ir a todo, cueste lo que cueste; no faltaba más. El dinero se saca de donde se pueda y luego... Dios dirá. Hoy lo único que preocupan son los toros, el baile, el teatro, el carrousel, las casetas con varios y tentadores modos de sacar el dinero, y luego las frecuentes y animadoras libaciones, que ponen los nervios en tensión y azuzan los estímulos para los placeres y las diversiones[1]”.

            Un anónimo colaborador del semanario católico mirobrigense Miróbriga nos da estas pinceladas del cogollo del Carnaval que se avecinaba en Ciudad Rodrigo. Es una descripción dura, pero sin duda real vista la penuria que embargaba a la sociedad mirobrigense y al resto del país, con una crisis económica y social en aumento ante el desbarajuste político acarreado.
El público observa desde los carros el paso del ganado y corredores por la calle Madrid en 1932
            Prácticamente se citan todos los elementos complementarios de la fiesta carnavalesca, incluyendo el apartado taurino, la esencia del antruejo mirobrigense: “Desde luego, se anuncian unas famosas corridas de toros. Ahí es nada, los chicos de Bienvenida y La Serna toreando. ¿Y los toros del gran don Severino? Ya son conocidos en Ciudad Rodrigo, donde se han corrido tantas veces gracias a la filantropía del generoso ganadero y es sabido que siempre salen de bandera y ponen el mingo. Pues tenemos entendido que a los demás ganaderos les estimula la más exquisita vergüenza taurina para dar toros de verdad. Esos son nuestros informes. Los hechos tienen la palabra”, sentenciaba el redactor de Miróbriga.
            Efectivamente, Severino Pacheco había revolucionado las prácticas taurinas del Carnaval mirobrigense desde que, ante los problemas para conseguir reses que nutrieran los encierros, dio un paso al frente a mediados de los años veinte para, con su galantería, obsequiar al público –por extensión a las autoridades- con unas corridas que marcaron época, siempre en comparación con lo que se estaba viendo y lo que se vería después.
Cartel de los festejos taurinos de 1932
            No le había importado de qué signo político –o su negación- fuera el consistorio. Siempre, hasta ahora, había estado ahí para que los mirobrigenses disfrutaran del Carnaval y el ayuntamiento se liberarse de los gastos de la adquisición o el alquiler de los novillos, facilitando que la cuantía de esa inversión se derivase a aspectos más acuciantes para la población, como menguar la falta de trabajo que atenazaba a las subsistencia familiar. Severino Pacheco, militar retirado, volvió a facilitar los novillos de muerte para el Carnaval de 1932, que, fruto también de la crisis, solo contaría en la programación diaria con la lidia de un novillo.
            Antes de que se avecinasen las carnestolendas, el 3 de septiembre de 1931 la Gaceta de Madrid matizaba la orden del 28 de agosto que ratificaba el contenido de la que en 1908 prohibió la celebración de capeas y espectáculos taurinos en plazas que no fueran de construcción permanente.  Miguel Maura, ministro de la Gobernación durante el gobierno provisional de la II República, en una orden que iba esencialmente dirigida a los gobernadores civiles para su estricto cumplimiento, aliviaba un tanto el temor de muchas autoridades y vecinos de quedarse sin capeas ni corridas en sus plazas ocasionales. Maura aclaró que podrían “celebrarse corridas de toros o novillos en plazas provisionales siempre que la lidia corra a cargo de toreros profesionales”, aspecto que deberían certificar o acreditar ante la autoridad competente, así como la idoneidad y seguridad técnica del coso taurino, debiendo contar además con la pertinente enfermería.
            En Ciudad Rodrigo, a la vista de la orden ministerial, podrían seguir celebrándose corridas de novillos en el tradicional coso mirobrigense, pero, oficialmente, no las inveteradas capeas, ya que si el gobernador civil “tuviese motivos o antecedentes bastantes para suponer que a pretexto de una corrida de toros se iba a verificar una capea, prohibirá el espectáculo”, derivando toda la responsabilidad a las autoridades locales. Además, y cercenaba de nuevo al Carnaval mirobrigense, la expresada orden solo tendría vigencia hasta el 31 de diciembre de 1931, fecha en la que se recuperaría la letra de la prohibición del 28 de agosto, prohibiendo celebrar corridas en plazas provisionales.
            El revuelo en el sector debió de ser enorme. El 8 de noviembre se reunió en Madrid la Comisión Mixta de Espectáculos Taurinos de dicha capital, trasladando al Comité Paritario Nacional del Espectáculo Taurino la situación creada por la orden del Ministerio de la Gobernación que había ostentado Miguel Maura. Con la crisis de gobierno, ocupó el ministerio Santiago Casares Quiroga, quien fue sensible a las demandas del sector taurino que consideraba que mantener la prohibición de celebrar corridas en plazas no permanentes implicaba “un grave perjuicio para todos los profesionales participantes en la fiesta taurina”. Casares Quiroga antes de que finalizase 1931, en concreto el 26 de diciembre, extendía sine díe el remiendo que se realizó a la orden del 28 de agosto y favorecía la posibilidad de que cosos taurinos provisionales acogiesen corridas de toros y novilladas.
Bando de la alcaldía sobre el desarrollo de los festejos
            De las capeas, nada nuevo. Seguían prohibidas con órdenes taxativas a los alcaldes para que las impidiesen. Papel mojado, como tantas otras veces. La mayoría de las poblaciones, incluyendo en primera línea a Ciudad Rodrigo, seguiría con su costumbre de capear novillos o vaquillas en la plaza o coso construidos al efecto, mientras las autoridades miraban hacia el otro lado. Bastante penuria soportaba la población como para quitarle tal vez la única vía de escape que tenían: disfrutar de los festejos taurinos en toda su extensión. Y en Ciudad Rodrigo era bien dilatada esta práctica. Por eso, intentando esquivar la legislación vigente, las autoridades locales obviaron cualquier referencia oficial y publicitaria a la celebración de las tradicionales capeas mirobrigenses, limitándose a señalar que se “lidiarán y matarán reses de la acreditada ganadería...” Sí se hacía expresión de la celebración de los encierros matinales, previstos para las ocho de la mañana, pero también se evitaba citar que hubiera prueba –capea, pues- antes de la corrida vespertina, fijada para las tres de la tarde, al igual que ocurría con los acostumbrados desencierros.
            En 1932 seguía en la alcaldía el republicano Juan Aparicio Ruano, pero sus ocupaciones –fue la excusa que planteó ante la convulsión de la inopinada reforma agraria- le empujaron a presentar la dimisión. Sus compañeros de corporación intentaron convencerle para que depusiera su intención, lográndolo en parte, ya que el alcalde se tomó dos meses de permiso para rumiar su decisión inicial, ocupando la interinidad el socialista Aristóteles González Riesco. Pasado el periodo de interregno, Juan Aparicio cogió de nuevo, pero solo por unas semanas, las riendas del ayuntamiento mirobrigense hasta que formalizó definitivamente su dimisión a finales de mayo de 1932. Fue elegido alcalde, tan solo para unos meses, Martín Rengel González. A mediados de agosto presentaría su dimisión, pidiéndole también que se diera tiempo, que se lo pensara. Y lo hizo: trasladaría su domicilio a Lumbrales. La alcaldía la volvió a ocupar interinamente Aristóteles González Riesco mientras se elegía al nuevo alcalde, cargo que recayó otra vez, a principios de septiembre, en el exalcalde Santiago Martín García. Fue también un espejismo, por cuando el gobernador civil, tras presentar la dimisión el conjunto de la corporación municipal, determinó sustituir a los concejales dimisionarios por una comisión gestora que quedó constituida a finales de septiembre y que presidió el ganadero Severino Pacheco Diego, de Acción Socialista; quedando asimismo integrada por Ildefonso García Álvarez (republicano conservador), Félix Martín Moro (sindicalista de UGT), Tomás Hernández Hernández (socialista), Aquilino Moro Ledesma (radical socialista), Aristóteles González Riesco (socialista), Horacio Martínez Egido (radical socialista), Juan del Valle Santamaría (radical) y César Calderón (republicano independiente), quien no aceptó el cargo.
Otro cartel anunciador del antruejo de 1932
            Este convulso periodo municipal en el consistorio mirobrigense determinó que la organización del Carnaval de 1932 recayese en el equipo que accidentalmente presidiría Aristóteles González Riesco, registrador de la propiedad. Se siguió la pauta de siempre, con las adjudicaciones para la definición de la plaza y la colocación de alares, así como la subasta de los tramos libres de los tablados[2] y la pública subasta de la carne de los novillos de muerte[3]. Asimismo, como era también costumbre, se requirió la obligatoria colaboración de los labradores para que prestasen sus carros y carretas para definir parte del vallado de los encierros en la salida de la Puerta del Conde y en los vanos de la calle Madrid[4].
            El Carnaval se desarrollaría del 7 al 9 de febrero. Los encierros se celebrarían a las ocho de la mañana y los novillos de muerte, uno cada día, serían lidiados por el torero Manuel Mejías[5], Bienvenida; su hermano José Mejías, ya conocido en la plaza mirobrigense, y el también habitual del coso carnavalesco Victoriano de la Serna. Participarían en la lidia los novilleros Pedro Pastor, Isidoro Álvarez, Julio Chico[6], Pepito Montaner -Valerito chico[7]- y Niño de Haro[8]. Los novillos procedían de las ganaderías de Severino Pacheco y Jesús Montejo, ambas de la Tierra de Ciudad Rodrigo, sin que la prensa local supiese especificar el hierro de las reses de los encierros, significando que eran de varias ganaderías.
            Miróbriga, único periódico local operativo, apenas da unas pinceladas del desarrollo de los festejos taurinos en su número del 14 de febrero: “Como la prensa provincial se ha ocupado extensamente de ellas, nosotros nos limitaremos a hacer un pequeño resumen...” Y tanto que lo era: “Con igual brillantez que en años anteriores se celebraron los encierros, que este Carnaval fueron dobles cada día. Hubo las consiguientes carreras, los sustos y varias caídas, aunque afortunadamente sin graves transcendencias”. Hasta ahí llegó la crónica de los populares encierros mirobrigenses. Esa parquedad, sin embargo, no lo fue tanto a la hora de elogiar el ganado: “Una vez más ha quedado patente la bravura de la ganadería de don Severino Pacheco. Los tres novillos muertos demostraron excelentes condiciones. Uno de ellos, el lidiado el martes, entró en la plaza recargando en los caballos con una codicia extraordinaria y, por verdadero milagro, no mató a uno. Sus hermanos de vacada, no desmerecieron”.
            Algunas líneas más dedica el cronista de Miróbriga a los diestros que tomaron parte en los festejos: “Los dos hermanos Bienvenida y La Serna trabajaron con entusiasmo, complaciendo al respetable. Manolo Bienvenida, que actuaba de maestro mayor, y a quien correspondió matar el primer morlaco, se lució con la capa y la muleta, suministrando lances y pases de todos los estilos y agarrando una media buena. Acabó con su enemigo descabellando”.
            La actuación de Pepe Bienvenida fue reconocida por el público: “Tuvo una gran tarde –señala el crítico del citado semanario católico-. Después de brillante actuación con la capa y muleta, atizó al novillo una gran estocada, que le valió la oreja, vuelta al ruedo y salida a hombros”. Una faena que pudo afectar al ánimo de Victoriano de la Serna, “pues en su turno se mostró decidido y lleno de honor. Se tuvo que ver con su novillejo nerviosillo que acudía al trapo con una rapidez extraordinaria, hasta el punto de achuchar varias veces al valiente novillero. En un pase de muleta fue cogido aparatosamente y herido en el escroto. A pesar de los ruegos de los otros matadores, siguió toreando hasta propinar una buena estocada, que no acabó con el bicho. La Serna no pudo continuar la lidia, teniendo que ser retirado a la enfermería, donde fue asistido de un puntazo leve. Bienvenida descabelló al torete”.


[1] Del semanario Miróbriga, de 7 de febrero de 1932.
[2] Fueron adjudicados a Jesús Martín Barco (tablados número 4 y 5), Isidoro Báez Rubio (6), Adolfo Blanco Blanco (11), Julián Ramos Calzada (12), Sebastián Moreno Estévez (14), Manuel García Ferreira (17 y 18), Ángel Sánchez Cerezo (22), Daniel Julián Moraleja (23, 24 y 25), Eladio González Martín (26), Jesús Sánchez Martín (28), José María Ortiz (29), Teodoro García Pérez (31), Ramón de Dios (32), Justo Báez González (35), Maximino Corral Collado (38 y 42), Antonio de Aller (40) e Ignacio Comillas (41). Por estos tablados se recaudaron 4.371 pesetas, mientras que el resto fue adjudicado a los propietarios de los inmuebles vinculados al coso taurino: Ayuntamiento (tablados 1 y 2), contratista de la plaza (3), Manuela López (7), Isabel Alonso (8), Agustina Sánchez (9), viuda de Fernando Díez (10), Fulgencio Ulloa (13), Julio Pérez (15), Adrián Vasconcellos (16), Santiago Martín García (19), Calixto Picado (20), Enrique Cuadrado (21), Eladio Sánchez Abarca (27), Alonso Sánchez Conde (30), Luis García Santos (33), Alfredo Miguel Plaza (34), Agustín Sánchez (36 y 37) y Banco Mercantil (39).
[3] Solo se presentó una oferta conjunta firmada por cuatro carniceros: Ignacio Cid, Cayetana Rodríguez, Gregorio Martín y Restituto Cañizal, quienes ofrecieron –y se le adjudicó- 26,10 pesetas por cada arroba de carne. Las canales de los tres novillos pesaron en total 383 kilos -113, 130 y 140 cada uno y en ese orden de lidia-, lo que supuso un total de 869,05 pesetas.
[4] Cedieron sus carros los labradores Antonio Manzano, vecino de la calle Libertad; Ángel Manzano (Rastrillo), Antonio García (Voladero), Antonio Mangas (Puentecilla), Antonio Navarro (Brocheros), Andrés de San José (Valhondo), Baltasar Vicente (Canal), Cleto García (Alameda Vieja), Domingo Montero (Cárcabas), Domingo Benito (El Cristo), Eduardo Rodríguez (Peramato), Eugenio Sevillano (Santo Domingo), Francisco Sánchez (Los Caños), Francisco Zamarreño (San Cristóbal), Felipa Vicente (El Cristo), Felipe Rubio (Libertad), Francisco Pereña (San Cristóbal), Gabriel Cid (Alameda Vieja), Gregorio Hoyos (Carámbana), José Varé (Alameda Vieja), Juan Rodríguez (Lorenza Iglesias), José Zamarreño (Cárcabas), José Pérez (Chabarcones), Juan Antonio Alaejos (Aceña), Juan Sahagún Curto (Hospicio), Juan M. María (Puentecilla), Juan Antonio García (Chabarcones), Jacinto Hernández (San Cristóbal), Juan Martín (Lázaro), José González (Santo Domingo), Juan Antonio Rubio (Peramato), Justo Hernández (El Cristo), Miguel P. Hernández (San Antón), Miguel Briega (San Francisco), Maximino Rodríguez (Los Caños), Nicolás Alfageme (San Martín), Pedro Vicente (Cortina), Plácido Rodríguez (Alameda Vieja), Plácido Castaño (El Cristo), Raimundo Moro (Canal), Santiago Montero (El Cristo), Silvestre Hernández (Fray Diego) y viuda de Dionisio García (Gigantes).
[5] “Manuel Mejías Jiménez nació el 23 de noviembre de 1912, en Dos Hermanas, Sevilla. Falleció el 31 de agosto de 1938, en San Sebastián, Guipúzcoa), cuyo nombre profesional era Manolo Bienvenida. Fue un torero español de la dinastía de los Bienvenida. Hijo del torero Manuel Mejías Rapela, apodado «El Papa Negro», y hermano, entre otros, del célebre Antonio Bienvenida.
Tomó la alternativa en la plaza de Zaragoza el 30 de junio de 1929, de manos de Antonio Márquez y Francisco Royo, Lagartito, de testigo, con el toro Mahometano, de Antonio Flores, al que le cortó las dos orejas y el rabo. La confirmó en Madrid el 12 de octubre de 1929 en un mano a mano con Marcial Lalanda, con el toro Huerfanito, de Alipio Pérez Tabernero.
Fue uno de los toreros que inauguró la plaza de Las Ventas el 17 de junio de 1931.
Fue un torero largo, tenía un exquisito conocimiento de las suertes. Era lucido con las banderillas y parco con la espada. Tenía gran afición, con toreo alegre y mucha casta. Prometía mucho y fue de los más destacados de la dinastía. Cuando murió era el que mandaba.
Salió 4 veces por la Puerta Grande de Las Ventas (años: 1935 -dos veces- y 1936 otras dos). Concretamente el 3 de junio de 1935 le cortó a un toro las dos orejas y el rabo. Su mejor temporada fue la de 1935, en la que toreó 65 corridas. Murió a los 26 años, en San Sebastián, tras una intervención quirúrgica”. Colaboradores de Wikipedia. Manolo Bienvenida [en línea]. fecha de consulta: 6 de noviembre de 2014. Disponible en http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Manolo_Bienvenida&oldid=69349339.
[6] Julio Chico Bartolomé, novillero y matador de toros palentino. Cuando se retiró de los toros trabajó como funcionario en la delegación de Hacienda de Jaén, ciudad en donde también ejercía de asesor taurino en el coso jaenés.
[7] Novillero valenciano.
[8] Vicente Martínez, Niño de Haro. Nació en esta localidad riojana el 4 de mayo de 1910, en donde debutó con novillos el 8 de septiembre de 1926. Participó en 246 novilladas en España y otras 65 en América. Murió en Montevideo el 26 de octubre de 1982, enfermo de párkinson.

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