jueves, 15 de enero de 2015

Trajes para el clarinero y danzantes mirobrigenses en 1778

Aunque no era habitual su presencia en Carnaval, el regimiento mirobrigense tenía también a su cargo el concurso de varias personas para animar las funciones públicas. Era el caso del clarinero, una plaza que por entonces se encontraba vacante tras la muerte de su titular y a la que optó el súbdito lusitano Joseph Antonio, negro, quien pretendía el clarín de Ciudad Rodrigo. Había sido esclavo, ya que presentó la carta de libertad otorgada por su amo tras fallecer este, Francisco Antonio Rabelo, hacendado de procedencia portuguesa y vecino de Fontercada.

      El consistorio no tuvo reparo en aceptar la candidatura del negro José Antonio para que se encargase del clarín desde el 23 de julio de 1778, una plaza a la que se asignaba un salario de tres reales, según el reglamento del Consejo de Castilla. Pero no andaba para mucho el erario municipal, por lo que se resuelve que se acomode al besttido viejo[1], ya que el consistorio debería hacer frente a la compra de un nuevo clarín por esttar el que oy existte ynuttilizado[2].
            Pero no solo se contaba en Ciudad Rodrigo con un clarinero para dirigir ciertas funciones. En esta época los mirobrigenses también se divertían con los bailes que ofrecía un grupo de danzantes que mantenía un vínculo casi permanente con el Ayuntamiento, de tal forma que su atuendo era sufragado de las arcas municipales.
Grabado inglés del siglo XVII de un tamborilero y un danzante
No estaba claro el alcance de una cédula real firmada por Carlos III el 20 de febrero de 1777, inspirada en una representación que hizo al rey el obispo de Plasencia, José González Laso, por la cual se prohibían los disciplinantes, empalados, y otros espectáculos en las procesiones de Semana Santa, Cruz de Mayo, rogativas, y otras, los bayles en las iglesias, sus atrios, y cementerios, y el trabajar en los días de fiesta en que no está dispensado poderlo hacer. El regimiento mirobrigense parece que tomó a pie de letra la disposición regia en aquel año, pero cuando intuyó que la prohibición de danzas no afectaba a ciertas costumbres danzarinas de Ciudad Rodrigo, caso del Corpus Christi, esperó a la resolución del Consejo de Castilla que aclaraba tal extremo. El 16 de mayo de 1778 tuvo constancia de ello y la glosa era evidente: no había que entender la orden de prohivición de danzas por lo tocantte a las que se han acostumbrado tener en el día de Corpus Christti. En consecuencia, la junta municipal determinó que para la celebración de dicha fiesta se tenga lo que ha sido de esttilo y que para que no faltten danzantes por causa de no tener vestidos, se los compren de seda con sus monteras, todo ello con cargo a los gastos extraordinarios, previo presupuesto.
En la resolución municipal del 20 de mayo de 1778 se pone de manifiesto, a la hora de definir el gasto en los vesttidos que se mandan hazer para los danzanttes, que su importe es desorbitado, ya que los diferentes complementos del atuendo de los danzarines se han presupuestado en seda, demasiado dispendio para el regimiento rodericense. Para rebajar el coste y asumirlo el Consistorio, se decide que se confeccione la chupa y calzoncillos de trué con cintas, el tonelete de tafetán doble carmesí, las gorras forradas con el mismo tafetán, las redecillas de seda y las medias de lana encarnada, uniforme con el que participarían en las distintas funciones que a partir de ese momento se estipulasen y permitieran, pero con preferencia en la festividad del Corpus. Pasada esta fiesta, se dio cuenta de los gastos ocasionados, que, incluyendo el vinculado a los atuendos de los danzantes, ascendió a 666 reales.


[1] En 1787 el Ayuntamiento paga 108 reales por la chupa y calzones nuevos del clarinero. Los libros de sesiones dan cuenta también de los sustitutos de este clarinero: primero fue Isidoro Umere y posteriormente Juan Bautista, natural de la Villa del Rey, en Cáceres.
[2] AHMCR. Libro de acuerdos de 1778, sesión del 23 de julio.

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