miércoles, 28 de enero de 2015

La Policía Municipal en entredicho: el uniforme, su dedicación y cometidos a principios del siglo XX

¡Qué tiempos aquéllos! Uno servía para casi todo, para un roto y también para un descosido. Daba igual. El hecho era estar ahí, aunque apenas sirviera para nada. Era, por así decirlo, una figura decorativa, desastrada de pies a cabeza y que fomentaba el escarnio público a la vista de su nula autoridad, aunque fuera el garante de ella. Esto pasaba hace más de un siglo con los agentes de la Policía Municipal, la famosa, por entonces, P. M., dos iniciales que durante décadas sirvieron de diana para todo tipo de censuras, de improperios y maledicencias, objetivo de las invectivas del pueblo mirobrigense y cuyos representantes, los miembros de la Corporación municipal, parecían conformes con esta inquietante situación de los agentes de su autoridad. Un retruécano colosal.

Un agente de la Policía Municipal en la plaza en 1903
            Ignoro en este momento cuándo se instituyó como tal el servicio de Policía Municipal en Ciudad Rodrigo. Su reorganización debió ser, por lo que he podido apreciar, en torno a finales de la centuria decimonónica o puede que al inicio del siglo XX, al menos con la configuración que, salvando las distancias, pudiera asemejarse al funcionamiento reglado de un cuerpo de seguridad pública.
            Las noticias que sobre la P. M. aparecían en la prensa periódica local de aquella época no dejaban de ser bochornosas e inquietantes para el cuerpo y alma de la Policía Municipal. Era un regodeo continuado, también una censura a la autoridad municipal –la política, la corporativa del consistorio- por su pusilánime y anárquica actitud con los elementos que la componían, por su ineptitud en la gestión pública y su incapacidad para solventar situaciones que necesitaban algo más que una simple mirada cómplice o un quítame allá esas pajas...
            Corrían los primeros días de mayo de 1903 y un tal Tito se atrevía a jugar de esta forma con la Policía Municipal en el semanario La Iberia. Transcribo el escarnio público, la chanza en que este redactor quiso convertir –tal vez así era- a este recién creado cuerpo de la delegación de la autoridad municipal; lo titulaba Cháchara y decía así: El modernismo se impone: es impe­riosa la necesidad de romper antiguos moldes y salir del enervamiento en que nos encontramos; es necesario reanimar el espíritu público.
Entendiéndolo así nuestro Ilustre Ayuntamiento, ha inaugurado una campaña de verdadera regeneración, si bien soy de los que creen que se ha abu­sado tanto de la palabra que la oímos ya como quien oye llover o escucha el discurso-programa de un hombre pú­blico.
Al crearse en esta ciudad el cuerpo de Policía Municipal, de cuya noticia les supongo enterados, se pensó uniformar­les con los consabidos capote, guerrera, pantalón y teresiana, su correspondien­te revólver y sable, recomendándoles dejaran crecer el bigote.
Pero todo esto resultaba muy visto, y para no caer dentro de los antiguos moldes, que tratamos de desechar, una vez que se incorporaron los individuos destinados para esos puestos por la ilustre Corporación, se les permitió el que vistiesen de paisano y no llevasen otro distintivo que una gorrita en extre­mo caprichosa, muy adornada con un galón dorado, las iniciales P. M. y entre ellas las tres columnas, armas de Ciudad Rodrigo; sustituyéndose igualmente el revólver y sable, por un bastón-cayada que, según el estado de relaciones que el empleado tuviera con Alfonso XIII, acu­ñado en plata sería más o menos elegan­te y pulimentado.
Esta y no otra era la policía con que soñaba la asociación de padres de familia de Madrid al pedir al Gobierno su reorganización.
Con tal reforma consiguió el Ayunta­miento tres cosas: 1ª.- Terminar con el uniforme tan anticuado del policía vul­gar. 2ª.- Una positiva economía, puesto que aquellos romperán de lo suyo; y 3ª .- Proporcionar distracción a los veci­nos.
Respecto a este punto, nunca pudo es­perar la Corporación un resultado tan lisonjero.
Dadas las diversas y fantásticas combinaciones que en su indumentaria lu­cen los flamantes policías y usan que esto y que cualquier otra cosa parecen una sección de pasatiempos con solución a la semana siguiente, en que tendremos nuevos empleados, nuevos jeroglíficos comprimidos y con ello la distracción del vecindario en busca de las solucio­nes.
A propósito de esto, recién salidos a la calle los nuevos empleados de la P. M. y ante un grupo de ellos que tranquilamente habían entablado conversación en la plaza, vi otro grupo de ‘solucionistas’ que trataban de descifrar el jeroglí­fico representado por las tan célebres iniciales.
Alguien dijo que la solución era «Pa­dres Maristas», pero se convenció de que estaba en un error, porque el convento carece de asilo.
Luis Díez-Taravilla y Ojesto, alcalde de Ciudad Rodrigo
«Parador de Machero» lo interpre­taba otro; pero desechó igualmente la solución al objetarle uno de sus compañeros que los dependientes de aquella fonda no visten de gorra.
«París Madrid» dijo con aire de triun­fo un tercero, pero como por nuestras carreteras no ha de realizarse la carrera de automóviles, también fue desechada esta solución.
«¡Pobre Municipio!». «¡Parásitos Municipales!», exclamó un desconocido al pasar junto a los de la P. M. Este sujeto o era contribuyente, o su exclamación fue hija del despecho por no cobrar nó­mina.
«¡Parece Mentira!» profirió otro des­conocido, que estén tan sosegados...
A pesar de todo ello no se solucionaba satisfactoriamente el jeroglífico.
Pero he aquí que uno de la P. M. diri­giéndose a sus compañeros les dice: Imonos a dar una volta que bola acá el señor ispetor. Entonces lo comprendimos todo. El Inspector[1] se acerca y su presencia dio la solución tan buscada.
P. M. significaba «Policía Municipal».
Después de escritas estas líneas me entero de que el Ayuntamiento ha acor­dado uniformar al Cuerpo de Policía.
¡Muy bien, señores del Concejo! Pero, por Dios que esos uniformes no sean tan estéticos como las gorritas...
Y en cuanto a las iniciales... ¡Cuidado con la M.!
Un mes antes, en el también semanario rodericense El Centinela, una invectiva sobre la pretendida uniformidad de la Policía Municipal había tocado la línea de flotación de la Corporación y de su presidente: Otra cosa. ¿Qué le parece del uniforme que gastan nuestros policías? -le espetaron al alcalde-.
Nosotros no sabemos definir ese uniforme.
Es híbrido; es mezcla de in­glés y de perro de presa...: es guasón de veras.
A nosotros se nos antoja el uniforme que usan en Madrid los cuarteleros de Consumos.
- ¿Por qué no han de llevar un uniforme que los dignifique y les anuncie a todos corno indivi­duos de la Policía Municipal? ¿Por qué estos policías no han de ostentar el traje propio de su respetable cargo? ¿Le parece al Ayuntamiento bastante la vul­garota gorrina que gastan? ¿No era mejor que el Ayuntamiento les mandara hacer un traje con las correspondientes insignias y les proveyese de sable y re­vólver?
Sr. Taravilla. Vd. es muy tra­bajador y muy progresista, a la par que hombre de buen gusto; a Vd. no se le ha podido ocultar la ridiculez del uniforme que gasta nuestra policía; Vd. que solo piensa en la honra y en el brillo del Ayuntamiento, haga brillar el vestido de los polizontes. ¡Fuera esa gorra de mozo de cuartel y el traje de paisano y venga un uniforme digno con sa­ble y revólver!
Esto es lo honroso, esto es lo bien visto; lo demás es una pa­parrucha. Es una especie de Maura hablando de la revolu­ción desde arriba, o una especie de cacique tratando de aunar ­sus vanidosos intereses con los del feudo que lo sufre... Don Luis, que Vd. es una persona dignísima y de buen gusto. Man­de hacer otro uniforme a la Po­licía.
Expediente para adquirir los uniformes de la Policía. AHMCR
Efectivamente, con fecha 4 de mayo de 1903 Luis Díez-Taravilla y Ojesto, que había tomado posesión de la alcaldía de Ciudad Rodrigo el 17 de enero de ese mismo año, intentando acallar las críticas por la desastrada uniformidad de los cinco agentes y del inspector de la Policía Municipal que componían el servicio, firma el pliego de condiciones para la subasta y adjudicación de los trajes, el uniforme pretendido.
Se fija como plazo el 10 de mayo para la adjudicación de la subasta, figurando en el expediente abierto al efecto un trozo de tela, cuya textura y color serían referentes para la confección del uniforme.
El acuerdo para licitar la prestación de este servicio se había adoptado en la sesión municipal del 25 de abril. Entre otros puntos, el pliego de condiciones recogía que el número de trages que se subasta es de seis, compuestos de pantalón y guerrera con forros de lienzo, según costumbre, al pantalón, y de escosera a la guerrera con un cordón adecuado al color del traje y llevando al cuello de la guerrera las iniciales P. M.
Por supuesto, el trage del jefe de la Policía llevará en las bocamangas un galón de oro alrededor de ellas.
Se fijó un precio total por los seis trajes en 225 pesetas. No hubo interés por parte de nadie, ni de los sastres locales ni allende los límites municipales. Quedó desierta la subasta, como certificaría el secretario y el propio alcalde en una diligencia firmada el 11 de mayo.
Los pobres y astrosos policías tendrían que seguir con su polémica gorra identificativa alimentando el escarnio público hasta que, de nuevo, el consistorio mostró su sensibilidad con los agentes de su autoridad: Se está ensayando por la autori­dad municipal un nuevo modelo de uniformes para los individuos de la P. M. o Policía Municipal. Consiste, en un traje de paisano, gorra con visera clara, como de vera­no, el sable sobre la americana y ca­pa corta, embozándose -cuando bien lo tengan- con la izquierda. En resumen, un uniforme de entre­tiempo, con vistas al verano, se apuntaba en La Iberia el 13 de marzo de 1904.
Pero no solo eran las formas, el uniforme. El fondo era aún más inquietante. Las obligaciones y cometidos de la Policía Municipal venían estando casi siempre en entredicho. Cierto es que la indumentaria daba un grado de autoridad, tal vez de respeto, pero para eso había que tener algo más: En obsequio a la brevedad –afirmaba un redactor de La Iberia en el número del 5 de agosto de 1905- de­jamos hoy de ocuparnos de cuan­to a las carnes para el público consumo se refiere, pues de esto nada sabemos más que el Ayunta­miento no mata; tampoco habla­remos del pan, cuya elaboración y demás condiciones son cada día peores; no intentamos tratar hoy de la falta de inspección en las bebidas puestas a la venta públi­ca, sobre todo en vinos, de los que hay tantas clases como esta­blecimientos; nada diremos de las unánimes y constantes quejas de los abonados al servicio de aguas; dejaremos a un lado la inspección a ciertas casas que bien lo nece­sitan; despreciaremos cuanto so­bre el deficientísimo alumbrado público pudiera decirse; pasare­mos por alto la falta de riego en nuestras calles; y nos ocupare­mos tan solo de un servicio que acaso muchos consideren de me­nos importancia, pero que noso­tros juzgamos tiene mucha, y de­be organizarse en forma debida, si no queremos dar origen a la burla justificada de cuantas per­sonas visiten nuestra ciudad. Nos referimos a la Policía Municipal.
Es irrisorio, es ridículo ver un individuo haciendo limpieza a una hora y en el mismo día verle encargado de sostener el orden y representar a la autoridad llevan­do por todo uniforme una mu­grienta gorra con las iniciales P. M. acompañada de blusa, pan­talón de pana y alpargatas, o bien otro que con raído y sucio unifor­me lleva sus alpargatas y su ca­yada.
Relación de miembros de la Guardia Municipal y necesidades con sus uniformes en 1947. AHMCR
Es digno de toda censura que por la economía mal entendida de unas cuantas pesetas, haya de en­comendarse la vigilancia y el cumplimiento de las ordenanzas a individuos que faltan abiertamen­te a ellas, por satisfacer una nece­sidad; es no menos digno de re­prensión y corrección que estas pequeñas y bufas representacio­nes de la autoridad, frecuenten los establecimientos de bebidas, siendo victimas muchas veces de las consecuencias del abuso, dán­dose el caso de que aún en este estado hayan de continuar en el ejercicio de sus funciones.
Nosotros creemos que por dig­nidad y decoro de la autoridad, de la corporación municipal y de todo el pueblo, debiera en­comendarse el servicio de poli­cía a personas idóneas, y que las pocas que a este servicio se des­tinasen solo a él atendieran, pues de querer cumplir con su obliga­ción, trabajo sobrado tendrían. Haciendo esto podían evitarse los tristes espectáculos que ciertos golfos alardeando de impunidad sue­len dar en plazas y calles, profiriendo palabras soeces y escanda­losas, impropias de una población culta; se podría obligar a que to­do vecino observase cuanto las ordenanzas municipales precep­túan, se podría exigir limpieza y decente presentación a estos agen­tes representantes de la autoridad y esto conseguido sin aumento en el presupuesto de gastos, se en­contraría una mejora a la que Ciudad Rodrigo llene derecho, dada su importancia, y las exi­gencias de la vida moderna.
Un rapapolvo en toda regla.
Serían interminables estos apuntes sobre los problemas vinculados a la Policía Municipal si siguiéramos el curso de los años. Continuarían estando mal vistas la función y dedicación de los agentes, pero fueron mejorando en su servicio y consiguiendo paulatinamente el reconocimiento al que tenían derecho. También se fue consiguiendo que algo extraordinario, como el uniforme de los agentes, trocara en una inversión ordinaria, aunque las deficiencias continuarían.
Baste, como colofón, y damos un salto de más de 40 años, en concreto hasta 1947, la petición que formalmente eleva al consistorio Enrique García Medina, inspector jefe de la Policía Municipal. A principios de marzo de referido año, el expresado funcionario señala en un oficio dirigido al alcalde, Santiago Cortés Meras, que dado el tiempo de uso del uniforme de los componentes de la Guardia Municipal, de pantalón y guerrera, y encontrándose ambas prendas en mal estado, es por lo que ruego a V. S. se digne ordenar su reposición.
Un agente de la Guardia Municipal, con uniforme más moderno, retira a un maletilla en el Carnaval de 1964. Foto Prieto
La solicitud pasa a la comisión gestora del Ayuntamiento, comisionando a los ediles gestores José López Martín y José Blanco Angoso para que informen sobre el particular. Lo hacen a los pocos días para ratificar la necesidad de renovar la indumentaria de los agentes de la policía o guardia municipal, como volvió entonces a denominarse, pasando una relación del número y género de los 14 uniformes de los miembros que componían la plantilla, incluido el inspector jefe –el precitado Enrique García Medina- y el cabo Elías Hernández. La relación se nutría también con los guardias Virgilio Medina, Luis García, Manuel Baz, Luciano Montero, Dimas Iglesias, Pedro Durán, Santos Hernández, Rafael Barrios, Antonio Manzano, Jacinto Velasco, Leoncio González y Moisés Moro.
Para el jefe y el guardia Santos Hernández se vio necesario encargar pantalón y guerrera, mientras que para el resto bastaría renovar el pantalón. Se calculaba que con las nuevas prendas, los guardias podrían tirar al menos otros tres años. Eso sí, todos carecerían de indumentaria de verano.


[1] En 1908 el inspector era Miguel Sánchez García.

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