lunes, 26 de enero de 2015

Mueren tres niñas en una procesión aplastadas por una campana

Llevo unos días un tanto trágico -muertos por el hundimiento del coro en la iglesia de Sahelices, el crimen del cabrero en el Carnaval de 1912...-. Metidos en harina y para cerrar esta primera trilogía luctuosa, quiero recordar otra tragedia que sacudió a los mirobrigenses en 1928 y que ocasionó la muerte de tres niñas, con edades comprendidas entre los siete y 12 años, al caerles encima una de las campanas de la espadaña de la iglesia de San Pedro-San Isidoro cuando estaban procesionando en torno al templo aquel Domingo de Ramos.

Iglesia de San Pedro-San Isidoro
   La noticia, como no podía ser de otra forma, fue ampliamente recogida en los medios de comunicación. No hace falta decir que la prensa local, en esta ocasión el semanario en boga en aquel momento -Tierra Charra-, dedicó distintas páginas en varios números para relatar lo sucedido, analizar lo que pasó y, de paso, rendir un homenaje a las víctimas.
  Ciertamente los hechos sobrecogieron el ánimo de los mirobrigenses durante bastante tiempo. La forma en que se produjo la tragedia, el impacto que ocasionó a quienes la presenciaron, la asistencia de los padres de las víctimas en la misma procesión... Fueron ingredientes que todavía, al releer el suceso, erizan el vello.
  Eludo glosar más la noticia. Les dejo con lo que al respecto publicó el citado semanario rodericense:
  La placidez de la vida local ha sido trágicamente interrumpida con un sangriento y fatal suceso, que ha sembrado la consternación y el dolor entre el pacífico vecindario mirobrigense.
La magnitud de la tragedia ha sido tan enorme, que, aun ahora, después de transcurridos ocho días, sigue siendo el tema obligado de las conversaciones.
La desgracia se ha ensañado cruelmente en tres familias, que, en terrible transición, vieron trocada la paz de sus hogares en la más espantosa y torturante angustia.
Quiera Dios darles toda la resignación que han menester para soportar el peso de tanta tragedia, y sírvales de lenitivo en su dolor la unánime condolencia de todo el vecindario, que ha sentido hondamente lo ocurrido y ha tenido para las familias de las víctimas frases de consuelo y sincera participación en su pesar.
Siguiendo la tradicional costumbre de otros años, el domingo pasado se celebraba en la iglesia parroquial de San Isidoro la fiesta de los Ramos, con la solemnidad que el celoso párroco don Isidoro López, acostumbra a continuar las más tradicionales y típicas ceremonias de esta antigua parroquia, conocida más vulgarmente por iglesia de San Pedro, por ser éste el titular que tuvo anteriormente.
A esta fiesta de los Ramos acuden numerosos fieles, especialmente niños, entre los cuales y en un a interrupción de la solemne misa, el párroco distribuye ramos de laurel y palmas, con los cuales organízase después un a procesión alrededor del templo, conmemorando la entrada de Cristo en Jerusalén.
Esta fiesta celébrase en otras iglesias también; pero a la que más gente concurre, por la hora en que tiene lugar, es a ésta de San Isidoro, tan trágicamente terminada este año.
Cuando la procesión salía de la iglesia, para dar la vuelta alrededor de la misma, las campanas, echadas a vuelo, atrajeron más público, que formó en las filas o bien presenciaba el paso de la comitiva religiosa, en la que, como decimos, predominaba el elemento infantil.
Cuando ya casi toda la procesión había pasado por la calleja estrecha, sobre la que está el campanario, y segundos después de pasar bajo éste el párroco señor López Toribio, una de las campanas grandes, tocada a vuelo en aquel momento, cayó desde la torre sobre las filas de fieles, cogiendo debajo a tres niñas, que quedaron materialmente aplastadas. El momento fue tan trágico y horripilante, que todos los concurrentes salieron huyendo  despavoridos, sin darse cuenta de lo que había pasado.
Los gritos y ayes de dolor aumentaban el pánico de tal modo, que nadie sabía hacia dónde dirigirse. Multitud de niños, llorando inconsolables, buscaban o llamaban a sus padres.
Cuanto se diga de lo horripilante del cuadro resulta pálido ante la realidad. Algunas mujeres se desmayaron y otras, presas de enorme ansiedad, buscaban a sus hijos. La consternación era general.
Por fin, tras unos segundos de total desconcierto, algunos señores acudieron a prestar auxilio a las víctimas que presentaban un aspecto desolador. Junto a la enorme campana, o mejor dicho, bajo ella, estaban tres criaturitas. Con gran esfuerzo fue retirada la pesada mole y con la angustia que es de suponer, vieron los que acudían en auxilio de las víctimas, que dos de éstas estaban muertas. La otra niña, horriblemente mutilada también, daba alguna señal de vida y precipitadamente fue trasladada al Hospital, donde se le hizo una cura de urgencia, de las numerosas heridas que sufría. Los doctores Yepes, Mirat y Manzano, atendieron solícitamente a la niña, aplicándole inyecciones de aceite alcanforado y adrenalina y suero, consiguiendo reanimarla algo, aunque con pocas esperanzas de salvarla, por su extremado estado de gravedad.
Entretanto, numeroso público invadió el lugar del suceso, adonde, poco después, llegó el Juzgado, que ordenó el levantamiento de los cadáveres y su traslado al depósito del Cementerio.
De los primeros en acudir al lugar del siniestro fueron el doctor Calderón, los señores Trejo, Ortiz, Arroyo y el padre de una de las víctimas, don Francisco Luis, que, al encontrarse con su hija muerta, sufrió el horrible efecto que es de suponer, siendo auxiliado y llevado a su domicilio por algunos amigos.
Titular de la noticia aparecida en el semanario Tierra Charra
El párroco señor López, preso de gran excitación nerviosa, hubo de ser también auxiliado, e igualmente otras personas.
Por las calles próximas, el público angustiado se dirigía hacia la iglesia, inquiriendo noticias de sus hijos, a los que cada cual suponía víctimas de la catástrofe.
La confusión y el desaliento eran enormes.
Las tres niñas que resultaron víctimas de este fatal suceso, iban en la fila derecha de la procesión.
Se llamaba n Modesta Luis Domínguez, de siete años de edad, hija del conocido a bogado don Francisco Luis; Filomena Curto Holgado, de doce años, que, accidentalmente se encontraba en esta ciudad en casa de su tío don Severiano Alaejos, abogado. Esta niña era hija del acaudalado propietario de Monsagro don Juan Curto. La otra niña, que fue la que quedó con vida, era hija del encargado de la fábrica de Moretón, don Dionisio Soria. Se llaneaba Pitarcita y contaba nueve años de edad. Esta última iba en la otra fila; pero, segundos antes del suceso, se pasó junto a las otras niñas, que eran amiguitas suyas.
A propósito del suceso, se recuerda que el año pasado, cuando en otra iglesia cayó otra campana, esta niña se encontraba cerca, y milagrosamente resultó ilesa.
Pílarcita Soria falleció el mismo domingo, por la tarde, en el Hospital, diez horas después de la catástrofe. Por la tarde, el lunes, fueron inhumadas las víctimas. Acudieron las autoridades, comisiones y numeroso público al cementerio, desarrollándose tristísimas escenas.
Hemos visitado al venerable párroco don Isidoro López Toribio que, anonadado por la terrible impresión recibida, nos relató el suceso, que fue como dejamos dicho.
El señor López nos dijo que hace algún tiempo ordenó que fueran reparadas las campanas en aquello que el tiempo hubiera deteriorado. Efectivamente, pudimos ver que la cabeza de la campana tenía cuña s y grapas de reciente colocación, que aseguraban el ajuste de sus piezas.
Pero la causa del siniestro era materialmente imperceptible y cuanta s reparaciones se hicieran no hubieran evitado lo ocurrido.
La campana cayó porque uno de sus ejes tenía un defecto o vicio de construcción, que, con frecuencia, se observa en los hierros y que se conoce con el nombre de «viento».
El desgaste del eje, siendo regular, no hubiera ocasionado la rotura, pero esa veta o viento imperceptible produjo el desbarre del hierro y, naturalmente, el cercenamiento.
La campana que ocasionó la catástrofe pesa aproximadamente 500 kilos, y mide de altura, con la cabeza o maderamen, dos metros. Fue fundida y colocada en 1824, o sea, hace 104 años, «siendo Beneficiado el doctor don Pedro Guzmán», según reza la leyenda que la circunda en .su parte inferior.
Un recorte lamentando el suceso
La campana, al caer, hizo un hoyo en el suelo y se partió por el asa, siendo realmente inexplicable que el maderamen, mucho más voluminoso que la campana, no ocasionara más víctimas.
Puede decirse que todo el pueblo ha desalado por las casas de los padres de las niñas muertas, a testimoniarle su pésame.
Al funeral celebrado el lunes en la iglesia de San Pedro, asistió el Ayuntamiento bajo mazas, presidido por el alcalde accidental señor Cid. Fue tan numerosa la concurrencia, que, a duras penas, se podía entrar en el templo.
El público, de todas las clases sociales que acudió al funeral, recorrió, después, los domicilios de los señores Alaejos, Luis y Soria, para reiterarles su sentimiento.
El comercio, por invitación del Círculo de Mercantil, cerró sus puertas durante el funeral, asociándose de este modo al duelo.
El Ayuntamiento, en corporación, dio el pésame a las familias de las víctimas.
En el Ayuntamiento se han recibido numerosos telegramas de pésame entre los cuales figuran las del General Primo de Rivera, Gobernador civil de Salamanca, Alcalde de Ciudad Rodrigo, don Manuel Cascón y don Pío Pereira, todos ellos muy expresivos.
También en esta redacción se han recibido algunos. El coronel Terraja, desde Tetuán, nos dice: «Enterado prensa desgracia desprendimiento campana San Pedro, ruégole haga presente todos sentido pésame mi esposa y mío, especialmente familias víctimas».
Nuestro colaborador don Leopoldo García Medina, nos dice: “Comparto hermanos mirobrigenses dolor inmenso fatal desgracia aflige Miróbriga”.
Han telegrafiado también al señor alcalde, dándole el pésame, el señor alcalde de Salamanca, el de Madrid y don Jesús Sánchez Arjona.
En nombre de las familias de las víctimas, principalmente, y en el de todo el vecindario hacemos presente la inmensa gratitud que ha causado en todos el cariñoso recuerdo de los que, lejos de Ciudad Rodrigo, han participado del dolor que ha producido esta inmensa desgracia.
Reiteramos a los señores Luis, Curto y Soria y a sus familias nuestro sentido pésame.

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