martes, 20 de enero de 2015

Apuntes sobre la fortificación de Ciudad Rodrigo (VII)

Como la mayoría de los proyectos de fortificación levantados para poner en defensa a Ciudad Rodrigo, el de Antonio de Gaver, incluidos los cuarteles, tampoco contó con el apoyo necesario para su ejecución. Al menos, si nos atenemos a la cartografía que tres lustros después levantó el ingeniero mirobrigense Juan Martín Zermeño,[1] ya como responsable máximo del Cuerpo de Ingenieros de Su Majestad –ingeniero director- y en un reconocimiento de las plazas de la Frontera de Castilla realizado en el verano de 1766, vemos, por una parte, que propone una serie de “obras provisionales” para mejorar el sistema defensivo de Ciudad Rodrigo, aunque, con la misma fecha -14 de  julio de 1766- levanta otro plano con lo que considera necesario efectuar para poner en perfecto estado de defensa la plaza de armas rodericense.

Proyecto para la fortificación de Ciudad Rodrigo realizado por el ingeniero militar mirobrigense Juan Martín Zermeño. AGS
En el primero se establecen obras perentorias, concretadas en nueve “medios reductos entre los dos recintos que sirven para dar fuegos laterales”, catorce “traversas para impedir que si el enemigo se apoderase de alguna obra corra las demás”, un foso corrido “que se aplica a que sirva de camino cubierto a fin de evitar el crecido gasto que ocasionarían las tierras si se ejecutase fuera de la contraescarpa con mayor extensión” y una secuencia de redientes “para defender, flanquear y precaver que por este medio se puedan los enemigos aproximar a la muralla” en la zona comprendida entre la puerta de Santiago y las inmediaciones de la de La Colada.
Nada tiene que ver esta modesta propuesta para defender Ciudad Rodrigo con el otro proyecto que levanta Juan Martín Zermeño, que anula prácticamente el segundo recinto y propone unas importantes obras para garantizar la defensa y una mayor resistencia de la plaza de armas ante el eventual ataque enemigo. Zermeño planea construir distintos baluartes: uno delante de la puerta de San Pelayo; otros dos en las puertas Nueva y del Sol, ambos con caballeros al lado; un baluarte delante de la puerta del Rey “que debe estar ocho pies más bajo que el muro de un ala, en donde, como en los caballeros se colocan cuarteles para infantería”, según especifica en los planos particulares que levantó ad hoc; además, el ingeniero mirobrigense define otro baluarte inmediato a la puerta de La Colada y un rediente para flanquear y defender las orillas del río.
Asimismo, Juan Martín Zermeño propone tres plazas de armas retrincheradas que servirían para cubrir los flancos y cortinas del recinto principal en la zona más débil, enfrentada al padrastro del Teso de San Francisco, a las que acompaña de un revellín cubierto con una contraescarpa, sin foso, para el mismo fin; y un foso y camino cubierto que circuyen las obras que ha propuesto desde la puerta de La Colada hasta la de Santiago. Por último, el ingeniero rodericense plantea la construcción de un fuerte en la altura del Teso del Calvario, “que se debe efectuar después de concluida la obra de la plaza para descubrir y defender las avenidas por aquella parte”, con una comunicación subterránea con el recinto exterior.
Por último, y esto servía tanto para las obras provisionales como para el proyecto general de defensa de la plaza de Ciudad Rodrigo, Martín Zermeño tiene claro que hay que eliminar una serie de edificios que, por su proximidad a la población, eran considerados padrastros. Es el caso del convento de la Trinidad, de las casas que en ese momento están delante de la puerta de La Colada y que configuraban el barrio de Las Tenerías, y de las cercas de las huertas de los conventos de San Francisco, Santo Domingo y Santa Cruz. Además, como obra imprescindible, señala el ingeniero la necesidad de repasar todos los parapetos y las banquetas de los dos recintos.
Plano de Ciudad Rodrigo, con el proyecto de fortificación propuesto por Juan Martín Zermeño en 1766. AGS
Estas recomendaciones no fueron tenidas en cuenta en este momento ni en las décadas posteriores -al igual que había ocurrido con los proyectos anteriores-, especialmente las que afectaban al estamento eclesiástico, puesto que su ejecución no sería efectiva hasta la inmediatez del asedio napoleónico, como después veremos. No obstante, los avances en la definición estructural del sistema defensivo de Ciudad Rodrigo parten de la base de los distintos proyectos levantados en los dos primeros tercios del siglo XVIII, como lo demuestran los sucesivos perfiles o secciones de los recintos de la plaza de armas mirobrigense plasmados por diversos ingenieros militares, caso de los referidos Juan Martín Zermeño[2] o Gerónimo Canobes, por citar dos ejemplos, y posteriormente, ya más próximos a la centuria decimonónica, con el perfil de la muralla real y del recinto exterior que levanta el ingeniero extraordinario Juan Giraldo de Chaves[3] con una propuesta para dotar de revestimiento al parapeto del recinto bajo.
El plano del perfil del sistema defensivo de Giraldo de Chaves está firmado el 16 de marzo de 1797, en las postrimerías del siglo XVIII. El corte que se representa parte del patio del que entonces se conocía como casona de los Castro, hoy de Ávila y Tiedra -Montarco-, a la izquierda del torreón de la puerta del Conde. El plano parte del perfil de la contraescarpa de la muralla real, marca su terraplén, el parapeto revestido con su banqueta y el frente de la muralla principal. El dibujo muestra en el adarve la configuración del terreno, con la creación de una pendiente que primero se eleva a corta distancia de la contraescarpa y después desciende hacia el parapeto, sin duda para impedir el estancamiento de aguas y favorecer su evacuación.
Es en el recinto bajo o contraescarpa de Giraldo de Chaves donde propone la necesidad de construir un parapeto con su revestimiento y una pequeña banqueta corrida para favorecer el disparo de la fusilería con suficientes garantías de protección. Hasta ahora, salvo en algún punto concreto, sin duda los de mayor relevancia para la defensa de la plaza, el recinto bajo era un cúmulo de tierras que desembocaba en un declivio junto a la contraescarpa del foso. El ingeniero propone la construcción del parapeto para aumentar la seguridad ante un posible ataque de la infantería o caballería invadiendo el glacis, un terreno que también es necesario perfeccionar en su declive en varios puntos para darle la necesaria uniformidad.
El perfil de las defensas de Ciudad Rodrigo se completa con el revestimiento exterior de la falsabraga, definido ya en su mayor parte con piedra de sillería, con un foso de poca profundidad y mayormente estrecho, y una contraescarpa exterior que se consideraba débil en su construcción, además de hallarse “en mal estado la mayor parte.”
Perfil de la fortificación de Ciudad Rodrigo en el proyecto previsto por Juan Giraldo de Chaves en 1797. AGS
Esta definición de la fortificación mirobrigense vendría a ser, a la postre, la que tuvo que enfrentarse al asedio de las tropas napoleónicas. Antes, en 1809, se levantó un nuevo proyecto para intentar fortalecer la defensa de Ciudad Rodrigo: se planteó, de nuevo, un hornabeque en el arrabal del Puente y, dentro del recinto principal, dos cuarteles en La Colada, un arsenal en las inmediaciones del postigo de San Pelayo y diversas obras de consolidación en los parapetos del recinto exterior. Se trataba, en todo caso, de intentar dar salida a una situación acuciante, por la constante amenaza de invasión de las tropas enemigas, y que ya había puesto de manifiesto el 19 de diciembre de 1808[4] Ramón Blanco, gobernador de la plaza de Ciudad Rodrigo y presidente de la Junta de Armamento y Defensa, al señalar las dificultades que estaban teniendo para ejecutar las obras exteriores planteadas por el facultativo Nicolás Verdejo y los ingenieros a la orden del comisionado del general Moore, el coronel Roche. Unas dificultades basadas en la penuria económica, por la distracción de fondos para cometidos más imperiosos, y también en la falta de personal. Aunque la Junta de Defensa insistió en pedir caudales, lo que antes consiguió fue la autorización para emplear presos con grillete en las obras de fortificación,[5] siempre que fueran españoles, al tiempo que dejaban de ser menos gravosos en su mantenimiento.
No obstante, los miembros de la Junta de Defensa insistieron en la necesidad de que se enviasen fondos para continuar con las obras de defensa, al tiempo que se reclama la presencia de militares de los cuerpos de infantería y caballería. Así lo hace, por ejemplo, Vicente Ruiz Alvillos, canónigo doctoral de la Catedral y vocal de la Junta de Armamento y Defensa, quien en una carta[6] fechada el primero de febrero de 1809 y dirigida al capitán general de Extremadura, Gregorio de la Cuesta, ante la progresiva amenaza de invasión del ejército napoleónico, abunda, entre otras cosas, en la necesidad de que se envíen caudales “para la continuación de las obras interiores y exteriores de la fortificación y manutención de las tropas auxiliares.” Una situación que también pondría de manifiesto el capitán general de Castilla la Vieja, Juan Miguel de Vives i Feliu, ante la inexistencia de dinero y las exiguas tropas que defendían una plaza de armas incapaz, en principio, de aguantar una embestida sería del ejército francés, que ya avanzaba hacia Ciudad Rodrigo inexorablemente y que había intimado al gobernador, Ramón Blanco, exigiéndole la rendición de la plaza a varias leguas de distancia.
Los caudales –exponía De Vives- seguían siendo más que necesarios para “las obras exteriores e interiores de fortificación que es indispensable no sólo continuar, sino emprender, los gastos de la real maestranza de artillería que cada día son mayores, el aumento de oficiales de todas clases y los dispendios necesarios e inexcusables de un ejército,”[7] unos gastos estimados en un millón de reales al mes sin contar con la llegada de nuevas tropas, según exponía el capitán general en la citada carta fechada el 10 de abril, quince días antes de fallecer[8] en Ciudad Rodrigo.


[1] Juan Martín Zermeño había nacido en Ciudad Rodrigo el 14 de junio de 1700, siendo bautizado pocos días después, el 25 de junio, en la desaparecida iglesia de San Juan Bautista. La tradición familiar había estado vinculada durante varias generaciones con el estamento militar, sirviendo y defendiendo al rey con la espada en la mano siempre que fue preciso. Por eso no es de extrañar que Juan Martín Zermeño se inclinara, en cuanto se le presentó oportunidad, por seguir los pasos de sus ancestros, pero con una llamativa precocidad, ya que ingresó en el Cuerpo, en calidad de ingeniero voluntario, el 20 de abril de 1713, cuando tan sólo contaba con 13 años y el 10 de abril de 1716 entró a servir de cadete en el regimiento de infantería de Almansa. Y así, a los 19 años ya tenía su primer grado militar, ayudante de ingeniero y subteniente de infantería, y destino en la plaza fuerte de Melilla, en donde contraería matrimonio, con Antonia García de Paredes Martín, de tan sólo 16 años, el 5 de mayo de 1721. Después llegarían los ascensos. El grado de capitán lo alcanzó el 18 de julio de 1725, en virtud de una cédula real certificada en San Ildefonso por Baltasar Patiño; el de teniente coronel le fue concedido el 31 de mayo de 1736, en otra cédula firmada en esta ocasión en Aranjuez, también avalado por Patiño; el de coronel, le fue otorgado en El Pardo por medio de una resolución regia el 27 de enero de 1740, refrendada por Casimiro de Istariz, mientras que los cargos de brigadier de infantería y mariscal de campo fueron certificados por Zenón de Somodevilla, en Aranjuez y San Lorenzo El Real, cédulas fechadas el 6 de junio de 1744 y el 2 de noviembre de 1745, respectivamente. Un año más tarde es nombrado ingeniero jefe del ejército en Italia y poco después, en 1749, ejerció de comandante general del Cuerpo de Ingenieros con carácter interino, cargo que desempeñó hasta 1756, cuando ya había alcanzado en 1754 el rango de teniente general. En 1758, en concreto el 4 de abril, Fernando VI despacha una cédula real por la que confiere al teniente general Juan Martín Zermeño el empleo de comandante general de la plaza de Orán, destino al que estuvo ligado hasta 1765, un año antes de que fuera nombrado, esta vez con carácter oficial, ingeniero general del Cuerpo de Ingenieros de Su Majestad, cargo que ocuparía hasta su muerte, ocurrida en Barcelona, ciudad en la que tenía sus casas en la calle de San Pedro Más Baja, el 17 de febrero de 1773.
[2] DE LUIS CALABUIG, Ángel. De los terrapleneros. En Ciudad Rodrigo. Carnaval 2008. Salamanca, 2008. Pág. 329 y ss. Y R. DE LA FLOR, Fernando. El Fuerte de la Concepción y la arquitectura militar en los siglos XVII y XVIII. Diputación de Salamanca, 1987. Pág. 93.
[3] Estuvo trabajando en la Frontera de Castilla durante 10 años, en el triángulo formado por Ciudad Rodrigo, el Fuerte de la Concepción y San Felices de los Gallegos. 
[4] ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL. Estado, 34-F. Nº 364.
[5] Ibídem. Nº 366.
[6] Ibídem. Nº 369. 
[7] Ibídem. Nº 377.
[8] “En Ciudad Rodrigo, 24 de Abril de 1809, habiendo recibido los santos sacramentos, falleció el Excmo. Sr. D. Juan Miguel de Vives Feliu Pratt y S. Martí, Teniente General de los Reales Exércitos i Reino de Castilla la Vieja, marido de la Excma. Dña. María Antonia de Carvajal. Fue su cuerpo sepultado al día siguiente en esta Santa Iglesia, en la Capilla de Nuestra Señora del Pilar. Pagó los derechos el Sr. D. Juan Bautista, Edecán del expresado Excmo. y por verdad lo firmo Carlos Claudio Nuñez”.

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