martes, 27 de enero de 2015

Apuntes sobre la fortificación de Ciudad Rodrigo (VIII)

El dinero fue llegando, pero no en las cantidades necesarias, por lo que la penuria siguió marcando los acontecimientos de 1809. Con el nombramiento interino y la llegada del general Andrés Pérez de Herrasti a Ciudad Rodrigo[1], al ponerse al frente de la plaza, retoma algunos de los asuntos pendientes refrendados en su día por la Junta Superior de Armamento y Defensa, caso de la demolición del convento de los trinitarios, un padrastro para la defensa de la plaza y cuya destrucción había sido expuesta en diferentes proyectos levantados a lo largo del siglo XVIII.

Retrato y firma de Andrés Pérez de Herrasti
Ahora, con la proximidad de las tropas francesas y la posibilidad real de establecer un sitio el ejército napoleónico, Herrasti expone a la Junta Suprema Gubernativa del Reino la necesidad de acometer las obras de demolición del convento de la Trinidad, recordando que “el voto general de oficiales facultativos, tanto nacionales como extranjeros, que, o por casualidad o por destino venían a esta plaza, así en los tiempos anteriores a la revolución como en el discurso de ella, fallaba su demolición.”[2]
Recuerda el general granadino que “la solidez del edificio, su elevación y la cercanía a la muralla eran conocidamente perjudiciales a la defensa” y que “las ocurrencias sobrevenidas por aquel tiempo no dieron lugar a que tuviese efecto esta determinación, pero permitiéndolo al presente, y asegurada de la necesidad de que quede desembarazado el terreno alrededor de la muralla por los informes posteriores de los facultativos, ha acordado se realice inmediatamente, avisando como se ha hecho al reverendo superior de aquella comunidad, providencie sobre los efectos que le pertenecen y prometiéndole que las piedras que resulten de la ruina, siendo necesarias para la construcción de un pequeño foso y la consolidación de un torreón antiguo que está en mal estado, cuyas obras se van a emprender, se pagarán de cuenta de la Real Hacienda, según la valuación que se haga por el director general del Real Cuerpo de Ingenieros cuando las circunstancias de la nación lo permitan.”[3]
El 14 de febrero de 1810, Andrés de Herrasti, como él gustaba firmar, hace un informe[4] de la situación de las defensas de la plaza de Ciudad Rodrigo. Un documento demoledor, en el que manifiesta todos los defectos que atesora la fortificación mirobrigense: “Esta plaza es defectuosa, irregular y del último orden: sin glacis formal, llena de padrastros, como son el arrabal de San Francisco, el teso o altura del mismo nombre, hondonadas que permiten al enemigo aproximarse a tiro de pistola, demasiados habitantes, curas, monjas y frailes, que todos aumentan el hambre y obligan a un gobernador a rendirse o a asesinarlo”, en referencia a la barbarie cometida contra Luis Martínez Ariza en 1808.
Herrasti describe y critica también la fortificación de Ciudad Rodrigo: “Su muralla real, obra descubierta desde la campaña, por consiguiente batida con facilidad, y como no tiene foso, al instante accesible la brecha con las ruinas. La falsabraga no puede resistir al cañón por su corto espesor y, asaltada sin imaginarlo, como su foso no tiene profundidad, facilita la toma de la plaza”. Abunda además el gobernador en que “la muralla real no tiene flancos, por consiguiente no esta defendida para la brecha ni la escalada. Sin embargo, la artillería gruesa que tiene, las municiones y otros recursos hace no mirarla con indiferencia”. Por eso también lanza una reflexión: “Es necesario pensar si se ha de defender por sí sola o con el ejército”.
Descrita la situación de la plaza, Andrés Herrasti lanza algunas propuestas para favorecer su defensa: “De todos modos es preciso ahondar en forma de triángulo todos los fosos y que se desemejen, pues se consigue que bandos los muros no se haga accesible la brecha tan pronto, y limpiándolos de noche menos; que las escalas no alcancen o se caigan, que las granadas de mano y fuegos artificiales que se arrojaren concurran al punto único en que puede el enemigo estar a pie firme”.
Y continuando con la estrategia defensiva, el gobernador afirma que “el ejército o una guarnición numerosa debe abrigarse a la plaza, pues al fin tiene más de 60 bocas de fuego que no pueden ser perdidas por una batalla. Esto supuesto tomando la altura de San Francisco y corriendo la línea hasta la plaza, y aún hasta la altura de María de la O si el ejército fuese numeroso (ínterin se diera una batalla) se conseguiría ser respetados, pues nunca podríamos caer en una total derrota, pues mientras existiésemos la plaza no puede ser tomada y mientras ésta no lo sea no podemos ser realmente vencidos”.
Por último, Herrasti concreta otras acciones defensivas para evitar la caída de la plaza de Ciudad Rodrigo ante el hipotético ataque enemigo: “Reconcentrando el ejército a que sólo ocupe la distancia proporcional a su número apoyando un flanco en la plaza y otro en la altura de San Francisco, haciendo en ésta cortaduras, poniendo los abrojos en ocasión, caballos de Frisa, o árboles con la puntas de sus ramas aguzadas, algunas voladuras a tiempo, bombas enterradas con mecha de cierta duración y otros recursos que no se ocultan al que manda, impondrían al enemigo al punto de una batalla, haciendo inútil su caballería, arma principal con que nos vence, y el estilo de doblar los flancos con lo que pueden conseguirse muchas victorias no encerrándose en la plaza”.
Clara estaba la estrategia inicial del gobernador para la defensa de Ciudad Rodrigo, que no pasaba, por supuesto, por enrocarse en la fortificación, ya que sus defectos eran numerosos y su subsanación cuantiosa y dilatada. No obstante, Pérez de Herrasti avanza en las obras planteadas para mejorar la defensa de la plaza. Así, en esta misma carta, explica que “se está demoliendo el convento de la Trinidad, que era un gran padrastro por la proximidad al foso, distando de él ochenta varas. Igualmente se está haciendo un foso a una plaza de armas –junto a la puerta del Sol- para que sirva de revellín, componiendo otros torreones de la muralla real [y] se están construyendo los blindajes y otras varias obras que se activan para la mejor defensa”.


[1] Fue nombrado gobernador por la Junta Suprema Gubernativa el 20 de octubre de 1809 y tomó posesión del cargo el primero de noviembre.
[2] AHN. Ibídem. Nº 383.
[3] Ibídem.
[4] AHN. Diversos-Colecciones, 132, N.9. Dictamen y advertencias respecto a la defensa de la plaza de Ciudd Rodo.

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