martes, 10 de febrero de 2015

Geografía urbana de Ciudad Rodrigo: calle y campo de San Vicente

La definición urbana de Ciudad Rodrigo, como hemos visto en alguna otra ocasión, viene asentada en ciertos parámetros comunes. Las ruinas provocadas por distintos episodios bélicos, la desaparición de elementos sustanciales en otro momento para la geografía urbana o las necesidades imperiosas marcadas por la estrategia militar e, incluso, para afrontar diversas obras públicas o privadas de relevancia, hicieron que la evolución de ciertas manzanas de Ciudad Rodrigo fuera una tónica más o menos frecuente a partir del siglo XVIII.

            Se fueron creando o anulando esos espacios abiertos cobijados en la denominación de campos, como también ya hemos apuntado. Uno de ellos nos va a ocupar a partir de ahora. Se trata del Campo de San Vicente, un espacio urbano que surgió en torno a la iglesia del mismo nombre, intitulada más tarde de Nuestra Señora de los Esclavos, que se encontraba junto al postigo al que dio también nombre y que más tarde se conocería como Puerta de Santa Cruz. Esa comunicación directa entre la apertura de la muralla con el otrora Campo del Gallo (hoy calle Díez Taravilla) y la Plaza de San Salvador, se llama desde hace siglos calle de San Vicente y contaba con una extensión hacia el norte, en la trasera de lo que ahora es el patio del seminario, que se llamó y llama Campo de San Vicente.
Vista de la configuración del Campo de San Vicente y plaza e iglesia de San Salvador en 1766, en un plano de Zermeño
            En la calle de San Vicente desembocaban perpendicularmente y desde la dirección norte, dos calles ya desaparecidas. Una de ellas era la de Pacheco Melgar, en la que distintos linajes contaban con casas solariegas, y que vendría a coincidir, después del retranqueo necesario a principios del XVIII para la ampliación del adarve de la muralla, con lo que hoy conocemos calle de la Estacadilla, antes de la Estacada; la comunicación entre las dos calles no era directa, ya que por medio se encuentra el edificio de la Casa de los Niños de la Doctrina, convertido hace unas décadas en un bloque de viviendas. La otra vía discurría entre los palacios de los Miranda y de la marquesa de Rionegro, una calle que partía enfrente de la Catedral y que desembocaba en San Vicente en lo que hoy es la puerta del patio grande del seminario; precisamente, esta vía fue cedida por el Consistorio a finales del siglo XVIII para definir y ampliar el patio del seminario, espacio que más tarde, en 1954, trocaría en el seminario menor, proyecto que redactó el arquitecto José María de la Vega Semper.
            De la calle de San Vicente, en dirección a la Puerta de la Colada, salía la calle de Sancti Spíritus, denominación sugerente y que recuerda un antiguo convento y el cuartel que llevaron ese nombre hasta que la vía cambió de nomenclatura para recordar la figura del ilustre religioso Santiago Sevillano.
            La relevancia de esta calle, aparte de servir de entrada y salida hacía la vega del río Águeda y, en su tiempo, hacia el convento de agustinas de Santa Cruz, viene también marcada por contar con dos edificios referenciales en la arquitectura religiosa y civil de Ciudad Rodrigo. Esta enfrentados, a uno y otro lado de la calle, desde su acceso por la Plaza de San Salvador; uno, el palacio episcopal, tiene su definición final en el siglo XVIII, mientras que el otro, el palacio de la marquesa de Cartago, nace prácticamente con el siglo XX, además sumando a su superficie un trozo de vía pública adquirida por su promotora, Concepción Narváez y del Águila, al Ayuntamiento en 1899.
Fachada este del palacio episcopal
            El palacio episcopal tuvo dos asentamientos antes de ubicarse en el solar que hoy ocupa. La parquedad de la historiografía local apenas da datos de la primera ubicación, que estaría antes del siglo XIV en un inmueble del Campo del Trigo, hoy plazuela de Cristóbal de Castillejo, en donde más tarde se levantaría el convento de las Franciscas Descalzas. Antonio Sánchez Cabañas, en su Historia civitatense explica que lo que podríamos llamar segundo palacio episcopal estuvo junto a la muralla, adosado a la panda norte del claustro. Así lo recoge el prebendado al recordar que Fernando II de León edificó el claustro junto a la muralla, en la qual el día de oy se ven los vestigios del edificio antiguo, [el obispo y su cabildo] vivían en comunidad y en clausura en el claustro desta iglesia y en los palacios y cassas que oy se ven arruynados junto a la muralla, para añadir más adelante que los palaçios episcopales estavan en el claustro de la iglesia catedral, pegados a la muralla hazia la parte de setentrión, y allí se ven sus ruinas.
             El obispo Diego de Muros (1486-1492) fue quien se ocupó de trasladar el palacio desde el claustro a las cercanías de la plaza de San Salvador, al enclave que hoy ocupa. El profesor Eduardo Carrero, docente en la Universidad de les Illes Balears, explica en un trabajo sobre los palacios y claustros de la Catedral de Ciudad Rodrigo que “no es extraño que don Diego fuera el encargado de abandonar la vieja fortaleza catedralicia si nos atenemos a su experiencia edificando otro de los más afamados palacios episcopales fortificados, como fue el de la catedral de Tuy, tras ser secuestrado y extorsionado por los levantiscos bandos nobiliarios del sur de Pontevedra. Parece lógico, por tanto, que don Diego decidiera desvincular a la dignidad episcopal mirobrigense de la fortaleza catedralicia, edificando una nueva residencia palaciega más acorde con la época y coyuntura política. El vacío de noticias sobre la construcción y la fecha de llegada al nuevo palacio es total, conservándose restos del palacio quinientista tras la actual fachada dieciochesca. Parece que las armas de don Diego decoraron el palacio hasta el siglo XVII”, señala el profesor Carrero.
            Sánchez Cabañas recoge que en 1491 Diego de Muros fue el primero que labró quarto en las cassas espiscopales que ahora tienen los obispos para su morada y allí se ven sus armas que son unos muros coronados de almenas porque antiguamente. El profesor José Ramón Nieto, en su trabajo Ciudad Rodrigo. Análisis del patrimonio artístico, señala que “también Francisco Ruiz, cuyo pontificado corrió entre 1514 y 1521, labró en sus casas episcopales el quarto alto”. Abunda el historiador mirobrigense sobre algunos pormenores de la edificación obtenidas de los consistorios episcopales; afirma por ejemplo que “en  el de 1622, uno de los testigos declara que es de buen edifiçio; en 1625 se dice que los señores obispos tienen buena casa en que viven con su patio grande y un poco en medio al entrar un quarto bueno de su vivienda en que tiene capilla para decir misa y tiene vergel y corredor y tiene sus corrales y tiene otro cuarto para criados y casa donde bive su provisor y cancel y para el despacho del oficio del notario. Esta es la deposición más descriptiva; en otras se afirma que esas casas son de muy buena fabrica (1655); esa buena conservación se mantenía todavía en 1687, pues se decía que (dichas casas) eran muy grandes, tenían patios, oratorio y otras dependencias y que estan vien reparadas y mui zercanas a la Santa Iglesia. Sin embargo, en 1714 ya se habla de la necesidad de algunos reparos para poderse havitar; tal vez esa defectuosa conservación fuera tanto fruto de la Guerra de Sucesión, que agravaría el mal estado del edificio, como del paso del tiempo, pues en 1714 se califican de antiguos. Tal situación fue corregida por el obispo Clemente Comenge como se deduce de la declaración hecha en 1748, cuando con motivo de la muerte de este prelado aragonés y consiguiente nombramiento de su sucesor se afirma que los palacios episcopales crehe no necesitan reparos por haver oydo que el señor D. Clemente Comenge ultimo obispo de dicha Ciudad le dejo bien reparado. En el interrogatorio del obispo Uría y Valdés, uno de los testigos pone de manifiesto con absoluta claridad el mal estado en que se hallaban las casas episcopales, pues afirma que se estan arruinando en la maior parte, por lo que nezesitan repararse, y aun reedificarse”.
            Siguiendo al profesor Nieto, cabe decir que de lo apuntado hasta ahora apenas nada se ha conservado. Se sabe que el palacio “era de sillería, que tenía jardín y huerto, capilla, cárcel y corredor que cabe interpretar como galería”. El edificio, seguramente por los avatares que sufrió, tanto por episodios bélicos como por el propio deterioro del inmueble con el paso de los años, tuvo que ser rehecho y ampliado en distintas ocasiones, como ya se ha referido en la etapa del obispo Comenge en el siglo XVIII. También en esta centuria, el obispo Cuadrillero y Mota añadió la construcción del lienzo meridional, posiblemente encomendada a Juan de Sagarvinaga, arquitecto leonés que dejó su impronta en Ciudad Rodrigo.
El primitivo aspecto del palacio de la marquesa de Cartago con las obras en ejecución
            Más adelante, ya en el episcopado de Benito Uría y Valdés (1785-1810), se acometen otras obras que viene a corresponderse con la actual fachada principal, en donde aparece la inscripción de 1790, con seguridad la fecha exacta de la construcción. Más adelante, el prelado José Tomás de Mazarrasa encargaría al arquitecto gaditano Joaquín de Vargas, vinculado a la diócesis, la creación de una escuela para artesanos en la parte derruida de su palacio episcopal; se trata, especifica Nieto González, de “una crujía de unos 83 metros cuadrados que a la sazón estaba sin techo y sin pavimento; las obras proyectadas, que ascendían a 1.255,88 pesetas, sólo pretendían hacer utilizable dicha dependencia y por lo mismo carecen de interés arquitectónico”.
            Continúa el citado investigador señalando que “el interior de la crujía construida durante el pontificado de Uría y Valdés abre un generoso zaguán del que arrancan a la izquierda las escaleras pétreas que conducen a las oficinas de la curia y a la residencia del obispo; en el lado opuesto se conservan el archivo diocesano y catedralicio. La crujía del obispo Uría acoge las partes más ennoblecidas del palacio, así el despacho oficial, el salón del trono y la capilla privada del prelado”. Las últimas reformas o actuaciones en el palacio episcopal  parten del apostolado del obispo Jesús Enciso Viana (1949-1955), que lo reforma y amuebla; sus sucesores también dejaron su impronta, aunque son actuaciones menores desde el punto de vista arquitectónico.
            Delimitando la calle de San Vicente, en extensión hacia la plazuela de San Salvador, justo enfrente del palacio episcopal, se encuentra otro de los edificios representativos del espacio urbano que nos ocupa. Se trata del palacio de la marquesa de Cartago, el “fruto del capricho de una adinerada aristócrata, Concepción Narváez y del Águila, que en 1894 había sido agraciada con el marquesado de Cartago”, apunta José Ramón Nieto en su obra referida sobre el patrimonio artístico mirobrigense. El investigador recuerda que “sus orígenes familiares quedan patentes en sus dos primeros apellidos; por una parte descendía de un general, que ocupó puestos importantes en la corte y en el corazón de Isabel II; por la rama materna descendía de una de las familias -los Águilamás importantes mirobrigenses desde finales del siglo XV. A esa nobleza de cuna hay que añadir una envidiable situación económica. Esas premisas y el hecho de carecer de una vivienda conforme a su status harían que decidiera construir” este edificio.
            En el solar que ocuparía más tarde el palacio existió otra vivienda que llegó por herencia materna a la promotora. No obstante, el terreno era insuficiente para sus pretensiones, por lo que compró al Ayuntamiento un trozo de calle pública en el año 1899, lo que nos puede dar una referencia para el posible inicio de la obra, ya que, como apunta Nieto González, las indagaciones no han logrado dar con el arquitecto del proyecto y, por tanto, una fecha exacta de la tramitación del expediente y del inicio de los trabajos. La compraventa de ese pedazo de vía pública sustanció también un cambio lineal en la ordenación de las fachadas de la plazuela de San Salvador, marcada desde entonces por una línea oblicua que parte del que fuera palacio de la marquesa de Villalcázar, hoy convertido en establecimiento hotelero.
Planta del colegio Niños de la Doctrina
            Como señala José Ramón Nieto, “existen diferencias sustanciales entre la obra primitiva y la conservada. En principio se construyó con planta baja y dos pisos completos. Llevaba también un patio, iluminado cenitalmente, resuelto con soluciones neoárabes; ese patio alhambresco estaba hecho con pilares de fundición y arcos de ladrillo. Esa planimetría es mucho más propia de Madrid y de Andalucía que de Castilla y León. La combinación de piedra en la fachada y hierro en el patio se dio con relativa frecuencia en edificios decimonónicos, lo cual tiene bastante que ver con 1a idea del racionalismo gótico. Esas obras y la finalización del palacio tuvieron lugar cuando, tras año de abandono, fue comprado en 1953 por Agustín Íñigo y su esposa Marcelina Rodríguez. El largo parón constructivo de alrededor de cincuenta años se quiere explicar por leyendas, y como tales sin mayor crédito. Lo cierto es que bastantes obras románticas siguieron igual o parecida suerte; la únicas explicaciones razonables se deben a la poco atinada planimetría de algunas, a los cambios en la vida cotidiana, a la megalomanía de los proyectos e incluso, lo que no sería el caso, a la propia ubicación de los edificios”.
            Cabe destacar, dentro de las reformas llevadas a cabo por los nuevos propietarios y ejecutadas por el constructor Francisco Mateos Díez, “la eliminación de gran parte del piso alto, que quedo reducido a una tercera parte de lo que fue, con lo que se consiguió una torre de esquina. En el lugar ocupado por el patio alhambresco se construyó una monumental escalera doble de mármoles blancos negros veteados. Esta escalera con antepecho y arquillos apuntados neogóticos proporciona gran sensación de riqueza al palacio. Se reaprovecharon las dos ventanas eliminadas de la fachada y se copió una tercera, colocadas todas en el interior; se hicieron nuevas cuatro ventanitas enmarcadas por arcos mixtilíneos”, concluye José Ramón Nieto González.
            El resto de los inmuebles de la calle San Vicente apenas tienen interés. De hecho, son muy pocos los edificios construidos, ya que buena parte de los solares están ocupados por el palacio episcopal y la trasera del patio del seminario, y todo, como ya quedó dicho, pese a que se sacrificó una vía pública que partía frente a la Catedral y desembocaba en la propia calle que nos ocupa. En 1751, recurriendo al Libro de registro y reconocimiento encontramos en esta calle inmuebles propiedad de Teodora García, del Cabildo Catedral, de la obra pía de Antonio de Mercado (más bien hacia el Campo de San Vicente) y de la capellanía de Pedro López Sierra.
            Al final de la calle, en un espacio más amplio que partió en su día de la Puerta de Sancti Spíritus, nos encontramos con otro de los edificios referenciales de la zona. Se trata de la Casa de los Niños de la Doctrina, un edificio que ha sufrido distintas evoluciones desde su concepción en 1566. El espacio que va a acoger al inmueble estaba ocupado por la iglesia de San Vicente, un templo románico del que se aprovechó parte de su estructura, en concreto la capilla mayor, que quedó adosada el nuevo edificio.
El edificio que albergó el colegio de Niños de la Doctrina antes de la reforma
            Recuerda José Ramón Nieto, que “las primeras noticias sobre esta fundación datan del año 1566, cuando Pedro Barba Osorio, testamentario de Francisco Osorio, limosnero de Carlos V y Felipe II, presenta al Consistorio la cláusula testamentaria por la que su pariente dejaba 60.000 maravedís de juro sobre las alcabalas de Salamanca y 10.000 más de intereses para fundar la Casa-Colegio de los Niños de la Doctrina, fundación que va sufrir diversos avatares, lo que va a producir que los deseos del limosnero real no se materialicen hasta finales del siglo XVI. El 27 de julio de 1566 el Concejo acuerda que se ceda la Casa del Peso de la Harina para sede de los niños y que del patrimonio de éstos se haga un nuevo edificio para el Peso, junto a la Alhóndiga, pero no debió de llegar a buen puerto esta propuesta, pues meses después el obispo ofrece la casa de San Vicente, lo que es aceptado por los regidores”.
            El 18 de abril de 1572 las actas municipales “reflejan la posibilidad de cerrar la casa y esperar a hacer una nueva, pero meses después a los regidores les asaltan dudas sobre esa decisión y deciden consultar con teólogos –continúa el citado investigador-. El 18 de julio se refleja una visita a lo obrado en San Vicente -suponemos que se refieren a los cimientos abiertos en 1567- y así se ordena que se busque la traza y se remate la obra, lo que indica que se había dejado de trabajar. En 1574 se acuerda que se prosigan las obras, por lo que se atiende peor que en 1578 el maestro Palacios solicite obrado en el edificio. Debió de producirse un nuevo parón, pues en 1586 todavía se duda entre las trazas de Juan de la Puente y Balbás el Mozo, eligiéndose las del último y materializándolas el cantero Baltasar de Honorato”, aunque Sendín Calabuig señala como cantero a Lorenzo de Nava, a quien le serían adjudicadas las obras el 21 de noviembre de 1586.
            “Se trataba, pues, de edificar una casa adosada a la capilla mayor de la vieja iglesia de San Vicente que, tal y como aparece en el dibujo, presenta planta de núcleo central, ábside y brazos del crucero cerrados en semicírculo y cúpula sobre pechinas; en un plano de la ciudad de 1722 sólo aparece la capilla mayor”, recuerda Nieto González, mientras que Manuel Sendín Calabuig apunta en su trabajo sobre Arquitectura y heráldica de Ciudad Rodrigo y en referencia a esa misma cartografía que el edificio aparece “con un ábside en su fachada de levante, hoy inexistente”.   Todos los historiadores que han tratado sobre esta casa coinciden en que lo que hace Juan de Balbás es “plasmar una situación previa para hacer encajar la obra nueva”.
      Explica José Ramón Nieto que “la casa proyectada por Juan de Balbás está estructurada con dos plantas de claro desarrollo horizontal, todo desornamentado, ni siquiera puertas y ventanas lucen la más mínima gala, pues como tal no pueden considerarse las finas molduras de una de las puertas que además parece anterior y ajena a lo trazado por Balbás, puerta que comunicaba con una amplia dependencia de tránsito a la capilla. Existe otra, ahora adintelada, más hacia occidente, que da al zaguán de donde arrancaban las escaleras pétreas de tres tiros que conducían al piso superior. Bajo esas escaleras había un pasadizo para las dependencias zagueras: cocina -con pila, chimenea y alacenas- y despensa. A los lados del zaguán se preveían el refectorio, a poniente, y el general, a naciente”.
El edificio del antiguo colegio de Niños de la Doctrina tras su rehabilitación como viviendas
     “Similar distribución tiene el piso superior –explica Nieto-; encima del comedor iba el dormitorio de los niños; sobre la cocina, la enfermería con salida a un corredor orientado a poniente; esta galería sería de madera, pudiéndose ver todavía hoy unos mechinales a la mitad del muro. La cámara y recámara del capellán irían sobre la despensa, mientras que el general alto iba sobre el inferior”.
     Siguiendo con la proyección y ejecución de la primera obra, “las condiciones de Balbás fueron pregonadas el 1 de octubre de 1586; a su remate concurrieron primero los Balbás -padre e hijo- y luego Gonzalo Muñoz, en nombre de Juan de la Puente, hizo baja, a la que siguieron las de Pedro y Juan Turrate y Juan de Huerta. Baltasar de Honorato presenta la suya y propone como fiadores a los canteros Rodrigo de Ruesga, los Balbás y al carpintero Juan Rodríguez. Después pretendió quedarse con la obra Juanes de Tolosa, pero la concesión había recaído en el citado Honorato que construirá el edificio, tal y como demuestran los descargos de las cuentas de 1586 y siguientes. El trabajo de cantería estaba finalizado en diciembre de 1593, pues era tasado en nombre del Consistorio por Francisco Martín, fraile arquitecto en el Monasterio de la Caridad, y Alonso Rodríguez en nombre de Honorato, pero todavía en 1597 se registran pagos por trabajos de madera, traída de Las Casas tierra de Miranda, y en 1601-1604 abonos en favor de los herreros”, señala el precitado investigador.
     Señala Sendín alguna otra modificación en la fachada del inmueble, delatada por el “cambio del ritmo de las hiladas” y en el hecho de que “la piedra presenta un tono más claro”. “Desaparecida la institución benéfica, sus rentas pasaron al Seminario y el edificio fue destinado a diversos usos que no hicieron más que degradarlo. En 1980 fue reconvertido en pisos, con lo que el exterior fue malamente reformado abriéndose vanos por todas partes alterándose pues sus paramentos de sillería isódoma, un proyecto que realizó el arquitecto José Luis Garzón”, concluye Nieto González.
     Aparte de los datos conjugados con la erección de la Casa-Colegio de los Niños de la Doctrina, apenas encontramos más referencias sobre la extinta iglesia de San Vicente. Sabemos que se trataría de uno de los primeros templos con que contó Ciudad Rodrigo, tal vez originario del siglo XII o XIII, en virtud de las características de las tumbas halladas durante el seguimiento arqueológico a que se ha sometido la zona. Los pocos datos que aporta la historiografía local van vinculados, como se ha dicho, a la construcción de los Niños de la Doctrina, utilizando parte de su planta para levantar el nuevo edificio y conservando la capilla mayor, trilobulada como se aprecia en la cartografía existente, como cabecera, hoy también ya desparecida. Lo apreciamos, por ejemplo, en el plano adjunto del proyecto de fortificación de Juan Martín Zermeño, datado en el año 1766, en el que aparece junto a la capilla y convento de Sancti Spíritus, señalados con una zeta.
     Esta apreciación también la destaca el prebendado Sánchez Cabañas al referirse a la Puerta de Sancti Spíritus, de la que dice que llamosse antiguamente esta puerta postigo de San Viçente, por la parrochia dedicada a este sancto qu’está allí çerca sin feligreses. Si tenemos en cuenta este dato, la iglesia subsistiría en torno a 1625, fecha de la publicación de su Historia civitatense, ya que más adelante afirma que entrando por ella [Puerta de Santa Cruz] está la cassa de los Niños de la Doctrina y la yglesia y parrochia antigua de San Viçente, intitulada ahora Nuestra Señora de los Esclavos. Este cambio de denominación seguramente estuviera vinculado a la adscripción de la capilla de la antigua iglesia al edificio erigido a finales del siglo XVI, ya que más adelante afirma el prebendado que  junto a esta parroquia fundose la cassa de los Niños de la Doctrina, además de añadir que aquí está fundada la cofradía de Nuestra Señora de los Esclavos.
     Sin embargo, en oposición tajante a lo dicho anteriormente, Mateo Hernández Vegas en su Ciudad Rodrigo. La catedral y la ciudad explica, en referencia al asentamiento intramuros de las religiosas terciarias de Sancti Spíritus, que tras la destrucción por los portugueses del convento que tenían junto a la antigua puerta de San Pelayo, el obispo Francisco Manuel de Zúñiga Sotomayor y Mendoza les facilita aposento en la Casa de los Niños de la Doctrina, cediéndoles el prelado la “iglesia de San Vicente, separada de la casa solamente por una calle”. Afirma el investigador mirobrigense que “la iglesia de San Vicente estaba en lo que es hoy huerta del palacio episcopal, donde se ven todavía columnas y otros miembros arquitectónicos procedentes de la derruida iglesia”, lo que pone en duda la ubicación exacta del templo al entrar en colisión la apreciación de los distintos historiadores consultados.
     A escasos metros de la Casa-Colegio de los Niños de la Doctrina se hallaba, como hemos visto, la puerta o postigo de San Vicente, conocida en tiempo de Sánchez Cabañas como puerta de Santa Cruz. Dice el prebendado que por ser este postigo estrecho, mandó la çiudad romperle y ensancharle más, para que por él pudiesen entrar coches y carretas. Dióssele a esta puerta el nonbre que tiene ahora porque salen por ella al convento de religiosas agustinas, el qual está fundado en la parrochia antigua de Sancta Cruz, de quien esta puerta y monasterio tomó el nonbre. La tradición y la historiografía local apuntan a que esta puerta fue abierta por el alarife Juan de Cabrera en el siglo XII, en una segunda tanda tras abrir las principales de la ciudad. Tras las obras de 1710, que supusieron la construcción del sistema abaluartado, esta puerta, que por entonces ya se llamaba de Sancti Spíritus, por estar a su mano derecha la iglesia y convento de las franciscanas terciarias, quedó prácticamente en sus funciones, ya que no tenía comunicación con el exterior y servía, al igual que el postigo de Santa María o la puerta del Sol, como mero enlace en la falsabraga.
Antigua imagen de la puerta de Sancti Spíritus, Santa Cruz o San Vicente. Foto Fulgencio José Martínez
     Su configuración apenas varió con el paso de los siglos, soportando lógicamente los embates bélicos que también sufrió la ciudad en distintos momentos, de forma especial en las guerras con Portugal o en los asedios de la Guerra Peninsular. No obstante, su protagonismo fue insignificante, quedando cerrada al uso de cualquier contingencia por consideraciones estrictamente militares.
     Con el apaciguamiento general que vivió Ciudad Rodrigo en el siglo XX, después de todas las algaradas en los albores de la pasada centuria, el Ayuntamiento mirobrigense plantea a la Comandancia de Ingenieros, autoridad militar de la que dependía la plaza de Ciudad Rodrigo, el ruego para que permita la apertura de la puerta de Sancti Spíritus que, junto con la de Amayuelas, no tenían uso público. La propuesta es planteada en la sesión plenaria celebrada el 24 de abril de 1922, fecha de la que parte el inicio de las gestiones ante la citada Comandancia. El 6 de mayo se formaliza la propuesta, además de solicitar que quede libre el acceso a la muralla junto a la citada puerta de Sancti Spíritus, ya que allí se había generado un estercolero procedente de las cuadras del cuartel de caballería. A los pocos días se presentan los planos para la reapertura de dichas puertas, así como se da traslado de la solicitud a la Comandancia de Ingenieros de la plaza que, con fecha 1 de septiembre, autoriza la apertura de las puertas del recinto amurallado denominadas Torreón de Amayuelas y Poterna de Sancti Spíritus, imponiendo una serie de condiciones a la hora de efectuar las correspondientes obras.
     Sin embargo, el ánimo del Consistorio pareció estancarse, ya que con fecha 29 de marzo de 1924, nos encontramos con una propuesta del edil Constantino Benito García en la que expresaba “lo conveniente que sería la apertura de la puerta de Sancti Spíritus, más que la ya abierta de Amayuelas, pues la primera facilitaba el tránsito por las huertas de Santa Cruz y Cuartel de Infantería”. El también concejal Segundo Lobato Plaza “hizo ver los gastos que esta obra ocasionarían, incluso para colocar en dicho lugar el alumbrado público y uno o dos expedientes del resguardo de consumos, pero aún así, él no se oponía a la realización de aquello”. El alcalde, Calixto Ballesteros Rivero, “dijo que próximamente haría dos años fue otorgado a este Ayuntamiento por el Ramo de Guerra la correspondiente autorización para abrir las dos puerta citadas, habiendo realizado la de Amayuelas, no la de la otra, y que habiendo caducado aquéllas, sería preciso obtener nuevo permiso, pues él tampoco se oponía a la apertura de ella aún a costa de los gastos señalados y al creer que sería beneficiosa para la población”. El pleno acaba con la intervención del edil Arturo Gonçalves Amaro, quien “también estuvo conforme con estas manifestaciones”, por lo que el Ayuntamiento acordó dirigir “la oportuna solicitud a la que se acompañarían los documentos precisos y cuya gestión llevaría a cabo en nombre y representación de esta corporación” el propio alcalde.
     Hemos visto el relativo poco interés, tal vez la falta de medios, que ostentó el Consistorio mirobrigense para abordar la apertura de la puerta de Sancti Spíritus. Hizo los deberes con la de Amayuelas, pero dejó caduca el permiso otorgado por la administración militar para abrir la puerta que conducía a las huertas de Santa Cruz. La comandancia vuelve a conceder la correspondiente autorización y, de nuevo, el Consistorio deja pasar el plazo, tal y como se comprueba en el acuerdo adoptado el 3 de marzo de 1926, en referencia a una advertencia de la Comandancia de Ingenieros, de fecha 10 de enero de ese mismo año, ya que ha pasado de nuevo el plazo y las obras no se han ejecutado. El alcalde mantiene un encuentro con el coronel de infantería Eugenio Benito Terraza, a la sazón comandante militar de Ciudad Rodrigo, para intentar buscar una solución. De hecho, unos meses más tarde, en concreto el 2 de junio, el Ayuntamiento está ejecutando el camino de acceso a la puerta de Sancti Spíritus, lo que presuponía ya una solución definitiva a la apertura del citado postigo.

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