lunes, 2 de febrero de 2015

De convento, a cárcel

Unas pinceladas sobre uno de los otrora elementos de la arquitectura religiosa mirobrigense que con el paso de los tiempos tuvo distintos cometidos. Me refiero a una de las joyas que se encuentran en el otrora Campo del Trigo, hoy plaza del poeta Cristóbal de Castillejo: el que fue convento de las Franciscas Descalzas, convertido más tarde en cárcel pública y restaurado recientemente para albergar una residencia asistencial.

Decoración de la portada de la iglesia. Foto del Portal Fuenterrebollo
            Señala el historiador Mateo Hernández Vegas que el lugar en donde se erigió el convento de las Descalzas era en el siglo XIV palacio episcopal, y “en él vivió el obispo resucitado don Pedro Díaz, que según antiguas referencias murió en el sitio preciso que ocupa el coro bajo. En tiempo de Felipe V se edificó en estos solares un cuartel, comprando para ello una casa contigua a doña Melchora Pacheco. Inutilizado éste, Fr. Gregorio Téllez compró el solar, construyendo el convento e iglesia que Ciudad Rodrigo debía mirar con la más profunda veneración, por campear en su fachada una de las primeras efigies, quizá la primera en España, del Sagrado Corazón de Jesús. En 1810, las religiosas tuvieron que abandonar el convento, que fue convertido de nuevo en cuartel de artillería; en 1814 pudieron reunirse en una casa próxima, que les donó doña Dorotea de Amezti; en 1819 les fue devuelto el convento, que no pudieron habitar hasta el año siguiente, para salir de él definitivamente en la exclaustración [No obstante, las monjas siguieron en el convento hasta 1869, cuando ya vieron obligadas irremisiblemente a abandonarlo]. Hasta este tiempo (1820) la iglesia fue cárcel; ahora lo es todo el edificio”, señalaba en 1935 el citado historiador local.
     “La iglesia y convento se terminaron en 1739. A 19 de agosto de dicho año, la abadesa y religiosas Descalzas piden al Cabildo que las acompañe cuando se trasladen al nuevo convento. El Cabildo acuerda aceptar la invitación, hacer al día siguiente de estar allí las monjas una función solemne, en la que predicará el magistral, imprimir el sermón, salir a recibirlas cuando vengan a la Catedral, dar velas a todo el clero para la procesión y dar de comer a las religiosas el día que el Cabildo haga la función. La hizo el domingo, 22 de noviembre”, apunta Hernández Vegas.
José Secall y Asión. Proyecto de reforma del Convento de las Franciscas Descalzas. Plantas. 1870.

            Abunda José Ramón Nieto en la peripecia que siguieron las monjas Franciscas Descalzas hasta encontrar un aposento estable, después de su peregrinaje que describe con fruición Jesús Sánchez Terán en sus Guerras increntas. Se trató de las conocidas como ‘guerras de las paredes’, una sucesión de sedes conventuales, más o menos consentidas en algunos casos, y que en otros contaron con una notoria oposición. El nuevo convento –señala Nieto, refiriéndose al inmueble que nos atañe- ocupa un amplio solar irregular que da a tres calles; todo el edificio es de sillería, pero a pesar de la fecha de su construcción no se malgastaron caudales en su decoración, concentrada sólo en la portada de la iglesia. Ni siquiera el claustro principal va dotado de arquerías, sólo existe una pequeña galería arquitrabada en lo alto de una de las crujías, en la que está en contacto con la iglesia. Las solerías alternan enchinarrado vulgar y ladrillo y las techumbres se resolvieron con sencillas armaduras holladeras. Además de los paramentos exteriores también se utilizó la piedra para los recercos de las puertas interiores y hornacinas, a modo de alacenas de las celdas. Los dos pisos entran en comunicación a través de una escalera pétrea que arranca bajo arco semicircular en el ala de poniente. Existe además otro pequeño patio hacia naciente”.
            Continúa con la descripción afirmando que “la iglesia se eleva en la fachada principal; es de planta de cajón con tres tramos más el de la tribuna, cerrado con rejas. Las bóvedas son de medio cañón con lunetos y en los muros de la nave -como es frecuente en templos conventuales- se abrieron arco para cobijar retablos, trasladados en los años cincuenta la iglesia del Seminario. Destaca sólo su portada con arco adintelado, recorrida por un quebrado bocelón. Lateralmente cierran la puerta columnas rematadas con adornos apiramidados. En el eje aparece el escudo de Castilla y León sobre placa recortada y una representación entre adornos de considerable bulto del Corazón de Jesús, devoción que se estaba imponiendo por aquél entonces, así se afirma en la ciudad que constituye una de sus primeras muestras plásticas”. La obra fue encomendada al arquitecto Manuel de Larra Churriguera.
Vista parcial del inmueble religioso que se utilizó como cárcel

            Respecto al cambio de función del cenobio, señala Nieto que “como otros muchos, el convento fue suprimido y convertido en cárcel; primero sólo la iglesia en 1820 y después todo él, según proyecto firmado por José Secall que, en 1870, afirma en su memoria que había sido cedido recientemente por el Gobierno supremo de la Nación para cárcel del partido judicial de Ciudad Rodrigo y que dicho cenobio reúne escelentes condiciones, que explica diciendo la posibilidad de habilitar zonas independientes para las diversas clases de presos, la existencia de patios, sólidos muros de sillería y mampostería, etc., pero él mismo reconoce que esta cárcel no puede presentarse como modelo de los últimos adelantos. Él -como no podía ser de otra manera- es consciente de que está reutilizando un edificio conventual, no proyectando de nueva planta uno carcelario, por lo tanto está determinado por toda una serie de pies forzado pero no obstante afirma que la nueva cárcel podrá acoger con comodidad una población reclusa de 93 personas.” También parte del edificio se destinaba a juzgados que han estado funcionando allí hasta hace ya cerca de dos década.
Parte de diana del recuento de presos de la cárcel pública de Ciudad Rodrigo en noviembre de 1915
     “La readaptación del convento a cárcel –aclara José Ramón Nieto- y de la intervención de Secall, que presupuestó las obras –un buen capítulo lo constituían rejas, puertas y solerías- en 4.987 escudos”, se puede observar en la cartografía que se conserva. “La recepción de las obras la firmó el arquitecto en 1872, con lo que hay que pensar que la presión entraría en funcionamiento” y que así continuó hasta que fue desestimado este uso, pasando a ser utilizado como almacén municipal durante varias décadas, mientras que la iglesia-capilla, adscrita al Obispado, era también utilizada como depósito de imágenes y otros enseres de uso religioso. Finalmente, tras verificarse la propiedad del inmueble a favor del Obispado, éste lo vendió a un particular que lo ha transformado en residencia para mayores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar en esta página.