La configuración
urbana de Ciudad Rodrigo responde a dos elementos sustanciales: por una parte,
está el recinto histórico, intramuros, que se complementa con sendos arrabales,
el siempre populoso de San Francisco y el vinculado al Puente Mayor. El Arrabal
de San Francisco –toma el nombre del convento que allí levantó- ya existía
cuando Fernando II repobló Ciudad Rodrigo en la segunda mitad del siglo XII:
“Existía ya entonces el arrabal de San Francisco, que en aquel tiempo llamaban
villa (de donde tomó el nombre el Cabildo de la Villa, creado también por
Fernando II, con constituciones, privilegios y hacienda, independientes del
Cabildo Catedral), una magnífica iglesia dedicada a Santa María, muy grande y
capaz, y de traza apropiada para servir de Catedral. Esta fue elegida por el
rey para sede episcopal”[1],
refiere el historiador local Mateo Hernández Vegas.
Estaríamos ante un amplio espacio
urbano, vinculado inicialmente a un templo, la iglesia de Santa María, y que
acogía a una gran parte de la población de Ciudad Rodrigo. Además, sería el
epicentro de la actividad económica, al acoger la mayor parte de las ferias
ganaderas y celebrarse en este entorno el denominado “mercado grande”, ya que
el “chico”, y no es una referencia despreciable, se encontraba en la Plaza
Mayor y calle de San Juan, dentro de la cerca medieval.
La flecha señala la ubicación del templo que fue la primera Catedral civitatense. La letra 'H' es el convento de Santa Clara. Plano de 1706 |
La relevancia de contar con esta
iglesia en el Arrabal de San Francisco queda también patente al ser elegida por
Fernando II para ubicar la primera Catedral civitatense, una vez restaurada la
mitra. Hernández Vegas, citando a Antonio Sánchez Cabañas, recuerda que el
capellán de coro cacereño “la conoció en pie” y “la describe así: La capilla
mayor y las dos colaterales son de ladrillo, bien labradas, con muchas
molduras, obra antigua y muy fuerte. El cuerpo de la iglesia es grande y capaz
de mucha gente, el techo de maderamiento, sostenido por arcos de piedra, que
estriban sobre seis pilares de gruesa cantería. Tiene este templo tres puertas,
y sobre la principal un pórtico de piedra bien labrada de sillería con una
torre sobre la cual van las campanas. Desde su fundación fue esta iglesia
dedicada a Nuestra Señora Santa María, como consta de los encasamientos que
están por encima de los arcos de las dos puertas, en los cuales se ve de bulto
la imagen de Nuestra Señora, labrada en piedra, sentada en una silla con su
hijo precioso en brazos. La otra imagen que está sobre la segunda puerta es de
Nuestra Señora del Ripial, cofradía de las más antiguas que tiene esta ciudad;
al lado derecho de esta imagen está la de San Pedro, y al otro lado, la de San
Mauro, abad, discípulo de San Benito[2]”.
En función de esta descripción,
Hernández Vegas significa que “el hermoso templo era un monumental ejemplar de
la escuela románica de Sahagún, caracterizada por el uso casi exclusivo del
ladrillo en sus muros y ábsides, por los soportes de pilastras, techumbre de
madera, etc., de cuya arquitectura nos queda una muestra en el ábside de
ladrillo de San Pedro, intramuros[3]”.
Apunta el investigador mirobrigense
que esta iglesia “estaba situada entre lo que es hoy paseo de La Florida, las
escuelas graduadas de niñas y la carretera que va a Santa Clara, donde se ven
todavía parte de sus cimientos; se arruinó a principios del siglo XVIII durante
la Guerra de Sucesión. Mucho tiempo antes había perdido su nombre primitivo,
pues, dedicada la nueva Catedral a Santa María, como casi todas las de aquella
época, y destinada ésta a parroquia, sin duda para que no hubiera dos iglesias
de un mismo título, se cambió el de ésta en el de San Andrés, apóstol, con cuyo
nombre se conoció en adelante. Destruida esta iglesia, la parroquia de San
Andrés fue incluida en la de San Pedro, intramuros, mientras se habilitaba para
el culto la antigua iglesia de San Pablo, vulgarmente San Antón, por una
capilla que en ella había dedicada a este santo, lo que dio nombre a la calle
inmediata. Esta es la actual iglesia de San Andrés, que merece especial
atención del arqueólogo y del historiador de Ciudad Rodrigo[4]”.
Las referencias espaciales
indicadas por Hernández Vegas han desaparecido en parte, ya que, por ejemplo,
no existen las escuelas graduadas de niñas, que se encontraban en el solar que
hace esquina entre las actuales calles de Santa Clara y San Fernando, hoy un
edificio de varias plantas con un amplio local comercial[5]. Si
nos atenemos a esta descripción el templo vendría a ocupar el espacio que hoy
ocupan las conocidas como casas de los maestros de la calle Santa Clara,
ampliando su planta en doble sentido hacia los parques de La Glorieta y La
Florida, con lo que el espacio en el que se trazó a principios del siglo XX la
calle de San Fernando sería una zona de expansión del primer templo
catedralicio civitatense, posiblemente vinculado a la habitual necrópolis
exterior a la traza de la iglesia.
[1]
HERNÁNDEZ VEGAS, Mateo; Ciudad Rodrigo.
La Catedral y la ciudad. Salamanca; Imp. Provincial, 1935. Tomo I, pág. 39
[2]
Ibídem; pág. 39 y 40.
[3]
Ibídem.
[4]
Ibídem.
[5] El 28
de septiembre de 1883, a
las 11 de la mañana, se procedió a la inauguración de las “escuelas públicas de
ambos sexos del Arrabal de San Francisco –refería el corresponsal del diario El Fomento en el número del 6 de
noviembre de 1883-. Hacía 24 años que los niños de este arrabal se veían
obligados a recorrerlo todo y hasta salir de él para asistir a las escuelas,
puesto que estas radicaban en el Hospicio y exconvento de Santo Domingo, que
forman, por decirlo así, el alfa y el omega del populoso arrabal. Todas las
gestiones practicadas a fin de proporcionar a la niñez locales céntricos y
librarles de las perniciosas influencias del agua, frío, calor, etc., etc.,
habían ido a estrellarse con la precaria situación de nuestro Ayuntamiento,
pero recurre el entonces primer alcalde, D. Hermógenes Cáceres, a la
filantropía de nuestro buen paisano D. Domingo García Velayos, arcediano de la
Catedral de La Habana, cuyo señor hace donación de 5.000 duros, que han sido el
alma para erigir locales en lugar y condiciones para las escuelas.
“Revisados
aquellos, procedióse por el primer alcalde D. Leopoldo Muñoz, que la presidía,
a la lectura de una muy sentida y bien escrita memoria en la que, hecha la historia
que sucintamente se reseña, tributaba al Sr. Velayos el honor a que acreedor se
ha hecho por su desprendimiento, dándole las gracias a nombre del pueblo y
suplicaba a los dignos maestros que educaran a la niñez basando sus
conocimientos en los sólidos principios de nuestra sacrosanta religión.
“Los
planos y construcción de las escuelas han sido obra y estado bajo la dirección
de los señores [Salvador] Mundet y [Gerardo de] Corpas, comandante y ayudante
de obras respectivamente del Cuerpo de Ingenieros, a quienes el Sr. alcalde en
su memoria hacía pública su gratitud”.
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